Don Jorge Fernando Iturribarría perteneció a la generación de intelectuales que crearon con sus ideas, reflexiones y pluma, el rostro del Oaxaca contemporáneo. Esencialmente historiadores, cronistas y periodistas, aunque con estudios profesionales en abogacía, medicina y contaduría, fueron un puente intelectual entre la sociedad del siglo XX y la Universidad Benito Juárez de Oaxaca, que al paso de los años llegó a ser reconocida como Autónoma, pero tiene sus raíces desde el Instituto de Ciencias y Artes del Estado, en el siglo XIX.
Precisamente don Benito Juárez y don Porfirio Díaz, dos alumnos de aquel Instituto, son los protagonistas de este libro que recupera su título original: GENTE BRAVA en esta nueva edición presentada por otro notable historiador, el Maestro Francisco José Ruiz Cervantes.
Por ser parte de la Colección Universitaria diseñada para promover la lectura entre los estudiantes de la UABJO, la conocida como "Las 15 Letras", le correspondió la letra B. Su diseñadora gráfica en Carteles Editores fue la popular Rocío Gómez y su portada es la siguiente:
Usted puede conseguir este libro si es estudiante de las preparatorias de la UABJO. Será suficiente presentarse en el Instituto de Investigaciones en Humanidades, institución editora de la colección, y argumentar interés real en su lectura.
A propósito de esto el actual Rector, don Eduardo Martínez Helmes, nos presenta de esta manera Las 15 Letras y sus alcances:
Presentación
La
actual administración universitaria ha considerado pertinente lanzar
oficialmente su Programa de Fomento a la Lectura, bajo el
título “Las Quince Letras”, con el objetivo de consolidar su
presencia como la principal institución de Educación Media y
Superior en el estado de Oaxaca. Para llevar a buen puerto este
proyecto, hemos hecho coincidir los afanes académicos de los alumnos
de la licenciatura en Humanidades de la UABJO, de los integrantes del
Cuerpo Académico “Historia, Cultura y Literatura de Oaxaca, siglos
XVI-XXI” del IIHUABJO y el decidido interés de la administración
que presido para fortalecer la academia en todos sus niveles. Gracias
al trabajo de alumnos, profesores-investigadores y autoridades, en
esta primera etapa verán la luz pública quince obras sobre el
particular, la mayoría de ellas escritas en prosa o verso sobre la
historia, la cultura y la literatura oaxaqueña.
Finalmente,
quiero reiterar que este programa tiene como meta primordial
incentivar el interés por la lectura entre nuestra comunidad de
nivel medio superior, con la plena firmeza de que la actividad humana
de leer es, sin lugar a dudas, un ejercicio que formará ciudadanos
más íntegros de cara a los nuevos retos en los difíciles tiempos
que hoy vivimos
Eduardo
Martínez Helmes
Rector
Veamos ahora la portada con que se editó en los 70s del siglo pasado en una colección que tuvo una divulgación masiva en todo el país:
Nótese que en este libro la portada tiene los retratos acostumbrados de los personajes y sus nombres. Así de simple.
Las dos viñetas que adornan esta entrada son del destacado periodista e historiador oaxaqueño del siglo XIX Adalberto Carriedo y se incluyeron en esta nueva edición facsimilar.
Pasemos ahora a leer el texto que presenta el profesor Ruiz Cervantes, investigador del Instituto de Investigaciones en Humanidades/UABJO, pues es claro, sintético y nos pone en la perspectiva correcta la trascendencia de esta edición:
Introducción
Jorge
Fernando Iturribarría
y
su Gente Brava
“Recuerda
que entre los liberales hay gente brava…”
Al
hacer un recuento de los historiadores oaxaqueños del siglo veinte,
destaca por su obra escrita Jorge Fernando Iturribarría Martínez
(1902-1981), sin duda el más prolífico de todos los que cultivaron
el arte de Clío en nuestras tierras en el siglo pasado. Aunque
desigual en su tratamiento, el que fuera por muchos años director de
la Biblioteca del Estado abordó en sus libros y ensayos todos los
periodos históricos del devenir oaxaqueño, desde las sociedades
indígenas prehispánicas hasta los acontecimientos de la primera
mitad de la centuria anterior. Todavía buena parte de sus textos, en
particular los que se refieren a la historia política de la Oaxaca
decimonónica, se mantienen como puntos de referencia obligada para
quien se interna en el campo de la investigación histórica estatal.
En más de un sentido, fue el primer historiador profesional que hubo
en la entidad suriana.1
En 1982 y con motivo
de los 450 años de la elevación al rango de ciudad de Oaxaca de
Juárez, el Comité organizador dispuso la publicación facsimilar de
su tetralogía sobre la Historia
de Oaxaca
y una década después, en las postrimerías del siglo veinte, bajo
el patrocinio de su Alma máter y del gobierno estatal se recopilaron
y publicaron sus ensayos publicados en revistas especializadas de
circulación nacional en los años cincuenta y sesenta. Ya en la
primera década del siglo actual, en 2005 sus descendientes directos
cumplieron la voluntad de la esposa del escritor y entregaron la
biblioteca de don Jorge Fernando Iturribarría a la Universidad
Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca, ubicándose su acervo en la
Biblioteca “Francisco de Burgoa”, en el Centro cultural Santo
Domingo, en donde está abierto a la consulta pública.2
Como otros
cultivadores locales de la historiografía de tema oaxaqueño en los
siglos XIX y XX, Jorge Fernando Iturribarría, como fue conocido en
los medios académicos y públicos, ejerció el periodismo no
solamente como articulista sino como director de semanarios y diarios
locales en la primera mitad del siglo anterior. También estuvo
vinculado con el periodismo nacional y en su caso fue corresponsal de
El
Universal,
diario editado en la ciudad de México. Asimismo, alternó la labor
periodística con la docencia en el Instituto de Ciencias y Artes del
Estado y en la Escuela Normal Mixta Urbana de Oaxaca. Fruto de la
cátedra fue la publicación de obras de texto sobre historia
nacional y estatal. Por cierto, el primer título editado con el
sello de la naciente Universidad “Benito Juárez” de Oaxaca
(1955) fue su libro Oaxaca
en la Historia,
pensada como obra para uso de los estudiantes de bachillerato en esa
casa de estudios, en donde se desempeñó por muchos años como
director de la Biblioteca estatal, dependencia perteneciente a la
institución universitaria.3
Al igual que autores
como Rafael Montejano y Aguiñaga de San Luis Potosí, Luis Medina
Ascensio de Jalisco y Francisco R. Almada de Chihuahua, para citar a
unos cuantos, las aportaciones de Iturribarría en el terreno de la
investigación histórica le valieron el reconocimiento allende las
fronteras de su estado natal.4
Algunos de sus títulos se incluyeron en colecciones nacionales, como
ocurrió con su Breve
historia de Oaxaca
(1944) integrada a la llamada “Biblioteca enciclopédica popular”,
colección patrocinada por la Secretaría de Educación Pública
(SEP) para fortalecer la campaña nacional de alfabetización
iniciada en ese año. Otro indicador en el mismo sentido fue la
publicación de contribuciones suyas en las revistas Historia
Mexicana,
publicación de El Colegio de México y en el célebre Boletín
bibliográfico
de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.5
Hasta aquí
encontramos puntos de coincidencias con otros historiadores locales
del siglo veinte, destacando el autor en cuestión por la cantidad de
la obra publicada y por su apego a los cánones de la disciplina pero
en donde se distinguió singularmente fue en sus incursiones en el
campo de la ficción literaria. En los inicios de su carrera
periodística, en la década de los veintes, Iturribarría escribió
algunos relatos cortos e incluso se sabe de una obra de teatro: La
Mayordomía, pensada para favorecer alguna campaña
antialcohólica de inspiración oficial. Pero fue con motivo de las
celebraciones previas al centenario de la Reforma cuando envió a un
certamen nacional organizado por el Banco Nacional Cinematográfico
una novela de su autoría. Me refiero a la originalmente denominada
Gente Brava.6
Destaco ese hecho
pues si buscamos obras de ficción histórica anteriores a la aquí
señalada y además salidas de plumas locales relacionadas con los
afanes historiográficos, tendremos que remontarnos hasta
Siempreviva.
Novela histórica y simbólica oaxaqueña,
escrita por el abogado Manuel Brioso y Candiani y publicada en el ya
lejano año de 1921.7
Así que este género literario no fue roturado por otros devotos
contemporáneos suyos de la historia regional oaxaqueña. Y en este
campo, en comparación con el abogado Brioso y otros pocos novelistas
oaxaqueños contemporáneos suyos8,
Iturribarría tuvo un éxito notable pues el popular diario
metropolitano La
Prensa,
incluyó esa novela en una serie de difusión masiva titulada
“Populibros La Prensa”, cambiándole el título y así a partir
de 1960 se conoció en puestos de periódicos y revistas de todo el
país como Benito
Juárez-Porfirio Díaz. Hechos históricos de la vida de estos
próceres de la Reforma
(1960)9
con un tiraje inicial de 35 mil ejemplares y de este título hubo
varias reimpresiones con tiros declarados de varios miles más.10
Antes de referirme a
la obra en sí, destaco que en los años previos a su aparición, el
historiador Iturribarría publicó un conjunto de materiales que
mostraban el conocimiento que poseía de la época que aparece como
el telón de fondo de la novela. Por un lado, la publicación en 1939
del segundo tomo de su historia de Oaxaca dedicada a la guerra de
Reforma en tierras suriana y en 1956 la aparición bajo el sello de
la naciente Universidad “Benito Juárez” de Oaxaca de: La
generación oaxaqueña del 57. Síntesis biográfica,
libro en donde reseñó la vida y obra de 11 políticos locales que
se proyectaron nacionalmente en esa época.11
Previamente en el año de 1954 en la revista Historia
Mexicana
del Colegio de México, se publicó “El partido ‘borlado’”
singular ensayo en donde reconstruyó a la fracción moderada del
liberalismo oaxaqueño y su sinuosa actuación política desde los
albores de la Reforma hasta el fin de la Republica restaurada. Por
último destaco el artículo “Participación de Oaxaca en la
Reforma” publicado en el primer número de la revista Nuestro
Tiempo,
flamante y malograda publicación periódica de la universidad local
en donde prestaba sus servicios profesionales. Fueron estos los
antecedentes bibliográficos a la obra que se presenta enseguida.12
La novela en
cuestión que inicia con un texto bautizado como “el escenario”,
donde el autor se coloca como cronista de la ciudad de Oaxaca, de su
fundación al siglo XIX, consta de 19 capítulos, no muy extensos
cada uno, que abarcan desde la administración de Juárez gobernador
en 1848 hasta el triunfo liberal en la guerra de Reforma, con la
batalla de Calpulalpan, en el estado de México, a fines de 1860. La
trama histórica fluye a lo largo de 12 años a través de la vida de
una familia de clase media oaxaqueña que vivía en una casa de la
calle de San Cristóbal (hoy 2ª. Calle de M. Bravo) a unas cuadras
al norte del centro de la ciudad capital, a cuadra y media al
poniente de la parroquia de la Sangre de Cristo.13
A partir del núcleo
que forman Antonio Monterrubio, comerciante, dueño de una tienda “de
ultramarinos” en el hoy desaparecido portal de “La Alhóndiga”,
su esposa, Ernestina Santaella y tres hijos, dos hombres y una mujer,
el lector se introduce en la vida oaxaqueña de la primera mitad del
siglo XIX. Una familia que no escapa a las tensiones y
contradicciones de la sociedad local, cuya rutina diaria iniciaba y
terminaba con el sonar de los toques de las campanas de las iglesias,
tal como nos contara en sus apuntes Francisco Vasconcelos y cuyo
contenido fuera recuperado por el historiador estadounidense Charles
Berry.14
Sus hijos son Ernesto, Javier y Lola que reflejan en sus personas los
dilemas de los jóvenes de la época. El primero, el preferido de su
madre que hubiera muerto por verlo hecho cura, se desempeña como
militar y por lo mismo, detesta a los liberales, particularmente a
Benito Juárez y Marcos Pérez, profesores de su hermano menor. Por
sus compañías se inclina hacia la vida disipada y busca el éxito
rápido y fácil no importa lo que haya que hacer para conseguirlo;
el segundo hijo de nombre Javier es simpatizante de Juárez,
condiscípulo y amigo cercano de Porfirio Díaz, en el Instituto de
Ciencias y Artes del Estado; en tanto la hermana menor de la que solo
sabremos su apócope: “Lola”; no sabemos nada más que ella
ingresará al convento de San José para satisfacer los anhelos de su
madre, dama fervorosa que considera el tener una hija monja como un
asunto de prestigio familiar, posición que no es compartida por el
esposo pero que, de acuerdo a los cánones tradicionales, otorga a la
madre la autoridad sobre el destino de la hija.
Será a través de
las peripecias de la familia, amenazada por la mala situación
económica que se cierne sobre el negocio familiar al grado de tener
que hipotecarlo, es como el autor va presentando los avatares de la
sociedad oaxaqueña entre 1848 y 1860, en particular la lucha entre
los dirigentes de las corrientes políticas. Con frecuencia el autor
introduce hechos recuperados por el historiador porfirista Manuel
Martínez Gracida en sus recopilaciones inéditas; por lo escrito en
Apuntes para mis hijos de Benito Juárez y las memorias de
Porfirio Díaz y de Ignacio Mejía. La posición de director de la
Biblioteca estatal le franqueó la posibilidad de consultar esas
fuentes y de utilizarlas en distintos momentos de la trama narrativa.
Y como todo historiador metido a novelista pero sin abandonar el
estigma de clionauta, la imaginación, “la loca de la casa” es
seguida de cerca y refrenada por la obsesión de lo asentado por las
fuentes documentales, al grado de que Iturribarría refiere
textualmente lo escrito por el presidente Juárez en algunos
documentos y lo asienta al pie de página, lo cual no deja de ser
raro en un texto de ficción. Pero preocupado por la veracidad del
relato no le concede demasiadas libertades a sus potencialidades de
creador.15
Así, los
acontecimientos históricos toman la iniciativa y las escasas
venturas y abundantes desventuras de la familia Monterrubio con
frecuencia pasan a un segundo término para dar paso al recuento de
los actos de la generación reformista oaxaqueña. La guerra de
Reforma en la entidad suriana es referida con pluma ágil, en
particular las andanzas del jefe conservador José María Cobos, de
triste memoria para los oaxaqueños de 1858 y 1860 y de su
contraparte el liberalismo oaxaqueño, dividido en dos alas, cuyo
encono fue en ocasiones comparable y aún superior al que profesaban
hacia los llamados “cruzados” de Cobos y Miramón. El curso de
los acontecimientos llevó a ambas corrientes históricas a
enfrentarse en feroz batalla en el valle de Tlacolula; los liberales
dirigidos por el gobernador José María Díaz Ordaz, repuesto en sus
funciones por órdenes del presidente Juárez desde la sede de su
gobierno en el puerto de Veracruz y los conservadores de Cobos
trabaron batalla al noroeste de la población de Santa María la
Asunción, Tlacolula.
La victoria de la
causa liberal en las lomas de Santo Domingo del Valle en las
estribaciones de la Sierra Juárez hizo que pasara desapercibido el
hecho de que el mandatario civil y jefe militar liberal había sido
herido de muerte por un disparo hecho desde su propio campo. El
atentado que le costará la vida a Díaz Ordaz le impidió a los
triunfadores gozar de la victoria obtenida pues las circunstancias
les indican la presencia de traidores que en pos de lograr sus miras
particulares, no vacilarían en sacrificar a quien se interpusiera en
su camino.16
En la novela, como instrumento de las pasiones desatadas por la lucha
política, se encuentra Ernesto Monterrubio, quien no obstante ser
prisionero de los liberales secretamente se le ofrecerá la libertad
a cambio de atentar contra el jefe victorioso. El éxito en su misión
le acarreará por algún tiempo gozar de los frutos de su ataque a
mansalva al haber malherido al jefe liberal y causar su muerte. Tal
acción le permitirá, en la novela contar con la deferencia del
tristemente célebre jefe Cobos. Pero esa jactancia será causa de
persecución y muerte del citado Monterrubio luego de que los
liberales recuperaran el control de la ciudad de Oaxaca un año
después, en enero de 1861, haciéndose cierta la máxima aquella que
postula que quien a hierro mata a hierro muere.
En la novela, la
guerra tocó a la familia Monterrubio y la trastornará al grado que
ya no volverán a ser los mismos, de la misma manera como la guerra
llamada de “los tres años” o de Reforma afectó a muchas
familias en todo el país, dividiéndolas y diezmándolas. Tal como
ocurrió en la vida real, en la novela, el autor hace patente que el
dolor golpeó fuertemente al padre de la familia con la pérdida de
su esposa y con la muerte en circunstancias poco claras, al menos de
inicio, de su primogénito Ernesto. Después las cosas se aclaran y a
pesar de que la muerte fue el pago a las fechorías del vástago, la
desazón permanecerá en el corazón del padre. El triunfo liberal al
ocupar definitivamente la ciudad de Oaxaca y la reorganización de la
familia anuncian al final lo que va a ocurrir en el país, que la
vida debía continuar. Así, los miembros restantes de la familia
Monterrubio, incluido el niño huérfano de Ernesto, de-samparado
doblemente pues fue abandonado por su madre, tendrán oportunidad de
reunirse y volver a sonreir ante la posibilidad de nuevos y mejores
tiempos para la familia que crece con la presencia de los otros
nietos producto del matrimonio del hijo menor que está de regreso a
la casa paterna y mientras se hacen planes esperanzadores, en la
calle que baja del templo de Santo Domingo hacia la plaza de armas,
una manifestación popular se abre paso entre exclamaciones de
júbilo, de vítores a Juárez y explosiones de cohetes que iluminan
la noche oaxaqueña. Y al conjuro de los gritos salen padre e hijo a
la calle para confundirse con el gozo de los manifestantes que
anuncian la derrota del partido conservador y la entrada de las
fuerzas liberales a la ciudad de México, y con esa sensación de
triunfo, de deseo por una época de paz, el autor da punto final a la
novela entre vivas a México, a Oaxaca y a Juárez.17
Hoy, a más de siglo
y medio del fin de la guerra de Reforma; a más de medio siglo de
publicada la primera edición de la única novela que escribiera el
catedrático universitario oaxaqueño e historiador eminente, Jorge
Fernando Iturribarría, la incluimos como segundo título de la
colección de “Las Quince Letras” para conocimiento de las nuevas
generaciones de oaxaqueños, universitarios o no, empeñados ahora en
la promoción de la lectura. En recuerdo del autor hemos decidido
dejarle el título original, al que se hace alusión en una página
del texto y que refleja adecuadamente la condición de los oaxaqueños
de la guerra de Reforma.
Francisco
José Ruiz Cervantes
IIHUABJO
1
Tal denominación la sostengo en la introducción a la compilación
titulada Artículos históricos de Jorge Fernando Iturribarría,
Oaxaca, IOC-FOESCA-UABJO, Col “Disha”, 1998, p. 13.
2
Véase “Los frutos de Clío: la biblioteca del historiador
oaxaqueño Jorge Fernando Iturribarría. Exposición homenaje” en
Acervos,
Oaxaca, vol. 7, # 29, otoño-invierno de 2005, pp. 77-78.
3
Véase “Mi réquiem por Jorge Fernando” en Everardo Ramírez
Bohórquez, Gentes
y cosas de Oaxaca,
Oaxaca, Secretaría de Desarrollo Económico y Social-Dirección
Gral de Educación, Cultura y Bienestar social del gobierno del
Estado de Oaxaca, colección “Glifo”, 1990, pp. 80-81.
4
Luis González y González, Invitación
a la microhistoria,
México, SEP, Col. Sep-setentas # 72, pp. 93-94.
5
En la compilación de artículos históricos de 1998 se incluyeron
todos los artículos de Iturribarría publicados en esas revistas de
circulación nacional. Hasta el momento es el autor oaxaqueño que
más contribuciones publicó en Historia
Mexicana de
El Colegio de México.
6
En la “Advertencia al lector” que acompañaba a la publicación
de esta novela en 1960, Iturribarría escribió que su obra ganó un
premio en un concurso convocado por el Banco Nacional
Cinematográfico “para escribir una novela con tema relativo al
movimiento mexicano de Reforma, cuya conmemoración centenaria era
inminente por aquellos días” y agradecía a los miembros del
jurado, Patricia Cox, Mauricio Magdaleno y Rafael F. Muñoz por la
distinción, al menos dos de ellos fueron autores con obra publicada
en esa colección.
7
El abogado Brioso y Candiani residía en la capital del país y su
obra fue publicada a costa de su peculio, en los talleres gráficos
“Soria”, aunque un año antes fue publicada por partes en el
periódico oaxaqueño Mercurio
que dirigía Marcelino Muciño.
8
Una relación de narradores locales aparece en el ensayo de Manuel
Matus Manzo, “La narrativa oaxaqueña del siglo XX” publicado en
el tercer volumen de la monumental Historia
del Arte de Oaxaca
preparada por Margarita Dalton Palomo y Verónica Loera y Chávez C.
pp. 277-297. Algunos de ellos serán incorporados a la colección de
“Las Quince Letras” de la que este título forma parte.
9
Me llama la atención la portada de la edición de este libro en
“Populibros La Prensa”, pues está ilustrada con las imágenes
de Juárez y Díaz, y en el caso de este último se trata del Díaz
presidente, cubierto de medallas y no del que habla esa novela, del
joven militar Díaz y que con la imagen asociada a su largo gobierno
calificada de dictadura fuera publicado en 1960, justamente al
cumplirse el medio siglo de iniciada la revolución, año de grandes
festejos por “las bodas de oro” de la revolución mexicana.
¿provocación deliberada del ilustrador…? ¿contrapunto
necesario ante la andanada de elogios al régimen posrevolucionario?
Ahí queda el dato. Por otra parte sobre la colección que incluía
títulos y temas diversos no deja uno de asociarlos con la factura
de los “paperbacks” (libros de bolsillo) estadounidenses que ya
circulaban en las tiendas del Distrito Federal. El tipo de papel en
las pastas y en interiores y las portadas coloridas eran semejantes.
Ese estilo también lo adoptó la también mexicana Editorial
Novaro.
10
El tiraje no era cuestión menor en particular en nuestro país
cuando el promedio de ejemplares impresos por título era de mil
ejemplares y si alcanzaba los tres mil bien podía considerarse un
éxito editorial. Conozco una reimpresión de 1978 con un tiraje de
15 mil ejemplares. En contraste con el número de ejemplares, no he
localizado todavía una reseña bibliográfica escrita en esa época.
11
Me queda la duda de la razón por haber dejado fuera del recuento
biográfico a Manuel Dublán, que por méritos propios estuvo a la
altura de los incluidos. Al parecer la pregunta seguirá en el aire
todavía.
12
Dejé fuera del recuento el primer libro de su Historia
de Oaxaca,
por haber sido publicado en los años treintas pues en la parte
final toca la primera gubernatura de Benito Juárez y la
administración santanista de amargos recuerdos para el núcleo
liberal oaxaqueño y que en la novela se tocan en las primeras
páginas.
13
Como sucedió con otros nombres de calles de la ciudad suriana, la
de San Cristóbal tomó el nombre de una pintura del mítico
transportador de Cristo niño, y que según Iturribarría estaba
colocada en el cubo del zaguán de la casa que habitaba la familia
Monterrubio.
14
Charles Berry, “La ciudad de Oaxaca en vísperas de la Reforma”
en revista Historia
Mexicana,
México, # 73, julio-septiembre de 1969, pp. 23-62.
15
Comparando su obra con Siempreviva,
de Brioso y Candiani, el texto del abogado se nota más relajado,
más orientado a la ficción. Pareciera que Iturribarría no
quisiera que se le confundiera como novelista. Un trabajo posterior
podría dar cuenta de si hubo en su época ejemplos de historiadores
regionales o nacionales incursionando en los terrenos de la novela
de tema histórico.
16
En su artículo sobre el “partido borlado” publicado en Historia
Mexicana
Iturribarría señaló que en el campo de batalla mismo se difundió
la especie de que los borlados armaron la mano homicida. “Los
parientes de la víctima —prosigue—
han confirmado esta especie como la única hipótesis viable y hasta
ahora no ha podido ser desmentida”, sin embargo el autor no da
ninguna referencia documental o testimonio que acreditara su aserto.
Raro en él, tan preocupado por la verificación de las fuentes en
un ensayo académico.
Véase Francisco José Ruiz Cervantes, Artículos
históricos de Jorge Fernando Iturribarría,
Oaxaca, IOC-FOESCA-UABJO, 1998, pp. 214.
17
Pensada la novela como base de un eventual guión cinematográfico,
el último párrafo está redactado para ser traducido en imágenes
de concentrado dramatismo proyectadas por la cámara de un Gabriel
Figueroa o un Alex Philips. Sin embargo este paso no se dio. En
cambio, en 1957, se filmó una nueva versión de la obra de Ignacio
M. Altamirano, El
Zarco,
dirigida por Miguel M. Delgado, con Pedro Armendáriz, Rosita
Quintana y Armando Silvestre. Al respecto, véase
Hugo Lara Chávez, “El cine de la guerra de Reforma y la
intervención francesa: entre la República y los sueños
imperiales”.