domingo, 12 de enero de 2025

Historia de la Virgen de la Soledad de Oaxaca, por Selene García Jiménez

Se publicó hacia el final de diciembre de 2024, un libro fabuloso, extenso y profundo, titulado: “Imagen, santuario, culto y patrocinio: la Virgen de la Soledad de Oaxaca, 1682-1819”, con algunas ilustracones, de la historiadora Selene del Carmen García Jiménez, ex alumna de la UABJO y ahora investigadora del IEE-UNAM. La obra aparece como coedición entre el Ayuntamiento capitalino y la UNAM. El ejemplar que leo se lo debo a la cortesía bibliográfica de Efraín Velasco. Su portada es la siguiente:


Portada de la edición, 2024.

La Virgen de la Soledad es la sacra patrona católica de la Ciudad de Oaxaca, antiguamente del obispado entero y hoy, de toda la geografia estatal, pues en cada iglesia por pequeña que sea, siempre aparecerán tres advocaciones de María: la Virgen de Guadalupe, la Virgen de Juquila y la Virgen de la Soledad. Las he podido ver a lo largo de mis viajes al interior del estado. Vale escribir de este libro una reseña, así sea breve y contrastada con las ideas de la autora, oaxaqueña, si bien con los aires culteranos que impone el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM a todos sus discípulos. Eso es bueno pero renguea de una pata, al apostar a ser tan impecable según los cánones académicos del siglo XXI, que aprecian más el pizarrón que sus ventanas que les encierran en cubículos. La autora confiesa que para resolver el “rompecabezas” ha recurrido a dos disciplinas académicas: la historia social y la del arte. Dado el periodo que abarca su tesis de doctorado, faltó la fuente viva que solo la etnografía puede proporcionarnos, pero como es casi imposible hallar testimonios populares de la vida cotidiana antes del siglo XIX, para un académico que requiere de fundamentar sus dichos resulta un problema imposible de resolver. Si bien, en mi opinión, las expresiones populares de devoción actuales a las tres advocaciones, más mucha otras, son como el último estrato de un comportamiento social que viene construyéndose desde el momento mismo en que la historia y la leyenda se juntaron para dejarle en claro a los residentes de la Ciudad en el siglo XVII, que ésta era una ciudad elegida por Él, una “Jerusalén” por voluntad divina, de acuerdo al pensamiento de la época.

La investigación es de primera, de primerísima calidad, bien estructurada por la autora, al grado de parecer que hay simpatía entre ella y la sacralidad tutelar de Oaxaca.


Imagen actual, con que se celebraron los 400 años de su llegada a Oaxaca. 
Detalle fotografiado por CSI.

Por más devotos que seamos los oaxaqueños de La Soledad, siempre la miraremos tras el cristal teológico y no el “ilustrado” post–liberalismo bayonetero de la masonería siglo XIX, o peor, el pistolero “carranclán” de los caudillos norteños post-revolucionarios. La veremos siempre como la presencia solidaria y amable de la Madre de Jesús, atribulada por “la muerte del Mesías”, a quien ella trajo a la carnalidad-humanidad, al polvo de los caminos y al seno de un pueblo de descreídos, idólatras y desleales. Esta escena de orfandad–soledad teológica (que no filosófica ni política) la he visto repetida docenas de veces como periodista durante los conflictos civiles políticos oaxaqueños que me ha tocado presenciar o conocer, desde los ochentas del siglo XX hasta el presente. En cada madre india que cubre su cabeza y hunde su llanto en su rebozo, hay una Soledad que irá al modesto panteón pueblerino a sepultar el fruto de su vientre, caído en el reclamo de algo, en la represión caciquil o simplemente en la fortuita rueda de la fortuna que es la vida. ¿Quién puede consolar tal pérdida? Solo una imagen sacrosanta. Cada vez menos la Virgen de la Soledad. Cada vez más, la Virgen de Guadalupe. Cuestión de épocas y de labor presbiteral de la diócesis. Como fuere, en tales momentos se implora, se clama, se ruega, el auxilio divino para el alma difunta. Elites y plebe, no dejamos de expresar mentalmente una petición a Ella, en esos momentos de soledad radical.

El libro –magnífico para un ilustrado– puede leerse como información fidedigna que en nada mella la verdad que de boca en boca ha sobrevolado desde el siglo XVII, en que una leyenda popular ha establecido el origen misterioso de la santa imagen. Es el caso del “burrito” –ser vivo, pero irracional, diría Darwin, pero animal tan digno que sobre él entró montado Jesús a Jerusalén, el “domingo de ramos” y también montado sobre un humilde burrito entró David a construir la Jerusalén que hoy conocemos. Así que ese solo detalle, dio para varias páginas en esta investigación. Una recua de carga anónima, fue elegido para aposentar el contenido de su preciosa carga en estas lejanísimas tierras respecto a Sevilla, porque la Madre de Dios nos eligió como “tierra prometida” para la expansión del evangelio cristiano en la colonización de un enorme territorio sureño y pagano.


Antigua portada de 1640, de la Virgen de la Soledad en Madrid.
Nótese el parecido iconográfico con la imagen tallada en la fachada de la Basílica menor.


¿Es verdad que la Ciudad de Oaxaca es la más señorial de aquí a Guatemala, La Antigua? Sí lo es. Lo demás es “aldea tribal”, una proto cultura asociada más a su propia supervivencia que a la fundación de las pequeñas ciudades estado. Aun cuando permanecieron como en un escalón más abajo de toda cultura urbana, en poco tiempo se esforzarían por construir su propio Jerusalén, iniciando por levantar una capilla, una ermita, una enramada que alojara a una divinidad, de la que irían aprendiendo todo, no sin conflictos vecinales, no sin dudas íntimas, no sin refunfuñar algo. Si bien la Ciudad de Oaxaca existe oficialmente desde 1532, pero antes de la llegada de la “vera efigie” de la Virgen y de Jesús resucitado en un mismo embalaje, fuera la verdad histórica o la verdad prodigiosa de la leyenda, o ambas, no pudo haber ofrecido la resignación más anhelada de todo mortal.

La autora, Selene del Carmen García Jiménez, observa n documentos hallados por muchos archivos distintos, con lupa, a quienes han sido los autores intelectuales y materiales de la construcción del santuario y convento de La Soledad, en el siglo XVII. Fue una obra pública faraónica. Sus albañiles debieron haber tenido una experiencia bárbara, pues el terreno era la falda misma del que se conocería como del “Calvario”, en la puerta poniente de la naciente ciudad. Ignoro si se haya hecho arqueología urbana en su suelo, pero de que fue construía para la eternidad lo demuestra su fortaleza ante una larga lista de temblores y terremotos. Esa fortaleza fue delicadamente diseñada para expresar una belleza barroca apabullante, que luce hasta el día de hoy, si bien no es fácil “leer” el programa iconológico que contiene y el cual la autora va enlistando con minucia y gusto. Ese siglo y el siguiente, marcarán los cien años de súper bonanza económica de Oaxaca, gracias a la grana cochinilla –un tinte de origen animal–; al azul, otro tinte azul de origen vegetal, y a la maquila de paños de tela de algodón. Los tres ya eran explotados por el imperio azteca o mexica, pero su globalización profesional llegó entre el XVI y XVII con los repartimientos y bajo la administración colonialista de peninsulares y criollos. Se les achaca la “explotación” de las comunidades indígenas, cosa que no se puede negar, pero ¿acaso no sucede lo mismo con el T-MEC? ¿Acaso no debe la ciencia económica repetirnos que el mundo “perfecto” solo existió en la desatornillada mente de Stalin, en la caciquil de Maduro y en la de otros seniles que han tenido todo el poder político?

Como fuere, había trabajo y efectivo circulante, vehículos de una fe que no se expresaba sino en sermones dichos o impresos, o sus frases, que aunque buenas, se las llevaba el viento, mientras no fueran impresas. La autora se basa en muchos sermones impresos que se preservaron en distintos archivos para hacernos el retrato del pensamiento/sentimiento de la época.

Pero volvamos a lo esencial: Antequera–Oaxaca es “elegida” por Cristo y su madre como “tierra prometida” en algún momento del siglo XVII. A partir de es prodigio, la Ciudad de Antequera-Oaxaca adopta su destino celestial. Los documentos, los testimonios, las pruebas documentales dirán una cosa, pero para el imaginario popular, así es como se funda la sacralidad de una ciudad “elegida” desde los cielos. Es un asunto de su fe, no un teorema ni un silogismo. El libro, que analiza cada detalle, cada documento, cada mención bibliográfica de la época, cada personaje participante, no puede llegar sino hasta donde sus fuentes documentales le permitan. Sin embargo, hay una fe popular –anónima e imparcial– no descrita, ni escrita, que hace que todo lo que contenga el libro pase a un segundo término cuando se recurre a lo inmaterial de la Fe, que es energía que mueve montañas, reconoce milagros y acentúa una identidad colectiva cultural metafísica, que puede expresarse más bien en la teología del Nuevo Testamento que en los papeles archivados. Es tan humana esta voluntad que aun los norteamericanos tienen fe en que todo el continente les fue escriturado por Dios...

Selene García Jiménez invirtió una década de su curiosidad intelectual y volitiva en la explicación de un fenómeno de masas que ocurre según el calendario litúrgico no solo en la Ciudad de Oaxaca, sede de la silla obispal y escenario de los intereses encontrados de las élites mercantiles que se dan el lujo de hacer un “club de Tobi” y de heredárselo de padres e hijos. No explora en la devoción popular, en la anónima, en la de masas, en la suburbana ni en la rural, que son las únicas que perviven al momento de sacar esta edición. Las élites que conformaron la Archicofradía de la Soledad, apellidos que nos suenan familiares porque hicieron algo más que rezar y tomar chocolate, evolucionaron hacia distintos giros y puede decirse que sus descendientes vivieron hasta la época de la Revolución mexicana, cuando definitivamente se borran de nuestro plano urbano. Hoy, las hermandades o cofradías de La Soldad y todos los demás templos, tienen entre sus mayordomos a gente común, de la clase popular y media. Ellos sostienen el pulso de la vida espiritual de cada templo, si bien, tampoco escriben nada ni dejan testimonios sino anécdotas de misión cumplida. ¿Por qué? Porque no gastan para el mundo, sino para asegurar el tránsito a aquella Jerusalén celestial prometida desde el XVII.

Observar por su documentación solo a las élites letradas que pujaron por ser “más papistas que el papa”, es bueno, pero disloca parcialmente la devoción hacia la Madre de Dios que, tallada en piedra, aguarda la prometida promesa de su hijo de la resurrección hacia una vida plena, espiritual, álmica, en donde desaparecen las penalidades del mundo y sus jerarquías, los intereses egoístas de clase, de élite, de linaje y de riqueza material.

Imagen de 1816, ya en plena guerra de Independencia.
Esta imagen correspondería a la vigen que está en el altar mayor, hasta hoy. 
Su vestimenta y su posición son distintos a la madrileña..


Aun cuando sus datos son iluminadores de la fábrica material de la faraónica construcción de la iglesia y convento de La Soledad, pagada toda por el benemérito Otálora y Carvajal, cuyas rentas de la venta de grana cochinilla invirtió allí totalmente, falta el acercamiento al impacto que dicha veneración produjo entre la plebe, entre otras, la de las chinas oaxaqueñas, una casta formalmente reconocida en el mundo novohispano. Tal casta se compuso de la descendencia entre negros e indígenas, es decir, el real mestizaje social. Muchos esclavos negros y sus familias debieron haber trabajado en la cantera de tan enorme proyecto, pero no se sabe mucho más de ello. Un sector social que fue definitorio en la guerra de Independencia de México, cuando los criollos en lugar de aprovechar, desperdiciaron la época para hacer del poder político de la sociedad novohispana, una nación mejor. No obstante, dejaron su huella en documentos, porque eran letrados, y en ellos se basa la autora, porque son incontroversiales. ¿De verdad la emoción sentimental de la pareja humana es la que reflejan las actas notariales? Me temo que en este caso de La Soledad, no. Tampoco la teología ortodoxamente desplegada con riqueza lingüística barroca en sus alegóricos sermones, es suficiente para explicar un fervor que surge de “la nada”, de la china o del chino oaxaqueños. Si la élite inclinaba la cabeza ante la sagrada imagen de La Soledad, o la de Santa Rosa de Lima, la pareja analfabeta se arrodillaba, como lo hacía con sus antiguas deidades. Bastaba tener noticia de algún milagro agropecuario o salutífero, para que su fe calzara sus botas siete leguas en pos del catecismo católico. No ocurría lo mismo con la élite letrada y gobernante, que aun así, aceptaba el designio divino de ser una urbs elegida desde lo más alto del fervor católico ortodoxo, pero a nivel del suelo no tenía sino que comportarse un tanto lambisconamente con los Borbones, pues todo dependía de su interés económico y normas políticas.

Así pues, este libro, que nos deja un anhelado gran retrato del constructor material e ideológico de La Soledad, el presbítero don Pedro de Otálora y Carvajal, una mentalidad crítica pero fiel, educada por el jesuitismo, nos aporta el fiel contexto de un criollo del XVII, que empeña hasta la “sábana santa” con tal de evangelizar y salvar para la perpetuidad las miles de almas indígenas que fueron puestas por la Providencia bajo su ministerio en el lejano pueblo de Santa María Ozolotepec. No cabe duda de que hemos olvidado a los grandes personajes anteriores a la monolítica obra reformista de Juárez y Lerdo, que arrasaron con todo, sin acabar de construir la nueva nación que se quedó en sus apuntes personales, tras pagar una cuenta de sangre enorme.

El tomo en comento tiene 486 páginas. Ha llegado a las más profundas cavidades de nuestra historia con nuestra imagen tutelar. A su Primera parte la ha titulado”La imagen y su santuario”; a la segunda, “Las bases sociales y el comercio”. Describe punto por punto las devociones teológicas de Otálora y Carbajal; explica las razones de la iconología de la fachada de La Soledad, una obra maestra del llamado “barroco oaxaqueño”, la de la propia imagen de la Virgen María, doliente ante la muerte de su Hijo, al pie de la cruz vacía en el Gólgota; el episodio del burrito, el rol de las monjas mónicas traídas de Puebla para preservar su decoro, las diferencias formales entre la imagen tallada en piedra de la portada y la imagen “de vestir” que está en su camerín”, tal cual la vemos hoy. Señala la poca colaboración que le brindó la mitra que se opuso a su minucioso estudio– un error del arzobispado, pues lo vuelve ajeno a los tiempos que corren– y las joyas que tiene su museo, que tan mediocre y anticuado papel juegan en la adoración de la santa imagen. Ya se sabe que el alto clero local cuando suma dos más dos le resulta cero, en lugar de cuatro…

Tengo la experiencia de haber asumido la adoración dela Virgen de la Soledad por influencia paterna. Mi padre, el capitán Néstor Sánchez Hernández, debió haber ido a las batallas contra el ejército de Francisco Franco, durante la Guerra Civil española, cobijándose bajo el manto de la Virgen de la Soledad. Yo heredo esa devoción soledana, sevillana, histriónica si les apetece, pero auténtica. Mi padre, hasta el momento que sintió que eran los últimos días lúcidos que tendría en este mundo, pidió que le llevaran a postrarse a sus pies, a pedir misericordia por las vidas tomadas y por las expuestas , así fueran ateos, como lo eran sus compañeros de la XIII Brigada Internacional Dombrowsky. Fue a la basílica menor y no ante otra imagen sacra, a exponer las páginas abiertas del libro de su vida. Tras ello, pocas semanas después, falleció.

La autora relata los episodios de marinos que salvaron la vida invocando su nombre bajo tormentas que despedazaban y hundían sus barcos. Dejaron sus testimonios en ex votos muy bellos que se preservan en el Museo de la basílica menor. Ya no se pintan, pues ya no hay pintores en Oaxaca, sino “artistas plásticos”, pero los milagros continúan sucediendo. Se expresan las gratitudes de otras formas hoy. En los pueblos, con cartitas que una vez escritas desde el corazón, se doblan hasta hacerse diminutas y se ensartan en las imágenes de bulto o se cuelgan en los lienzos, o se ponen en alguna repisa. He sido curioso y he leído muchos, con enorme respeto. Ahora que se pueden sacar fotos fácilmente, se acompañan de retratos. He notado que en el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén, los judíos hacen lo mismo, buscan un huequito y allí, en las piedras más sagradas del que fuera su segundo templo, ahora una reliquia, las “siembran”. Yo mismo soy devoto de la Virgen María de la Soledad al Pie de la Cruz, pilar de la iglesia apostólica en la que creo, pues es mi vía para la trascedencia de esta vida.


Esta imagen hallada por Selene del Carmen García Jiménez, está fechada a principios del siglo XX.


Volvamos con más detalle a sus contenidos, para concluir estos comentarios, no sin antes informar que el libro puede comprarse en la sede oaxaqueña del Instituto de Investigaciones Estéticas, arriba de la oficina de Correos, en la Alameda de León.

Sus capítulos son:

1. La Virgen de la Soledad,: tipo, iconografía y origen.

2.Patronos y promotor: Pedro de Otálora y Carvajal.

3.La fábrica y sus discursos.

4. Un culto para la ciudad y el clero secular: el papel reformador del obispo Fray Ángel Maldonado.

Segunda parte

5.Los comerciantes y la Virgen de la Soledad

6.Los comerciantes y la Virgen de la Soledad en el siglo XIX.

Epílogo.

Nadie antes que la autora García Jiménez, habíase adentrado tanto en la documentación de cada época que acompañó la “llegada” milagrosa de la Virgen de la Soledad para ser instalada en la antigua ermita de San Sebastián, mártir más cercano del paganismo que de la ortodoxia católica. La advocación andaluza –la autora menciona que madrileña– se acentuó en una ciudad que prosperó gracias al comercio internacional y por las vías de éste, fue importada de Sevilla para redimir Antequera–Oaxaca. Por un lado la importación de productos hispánicos y de China; por el otro, la exportación a precios de oro de productos novohispánicos, como la grana cochinilla y el añil, tintes que engalanaron a las realezas española y francesa, respectivamente, explican no solo la presencia de la imagen de vestir que hoy conocemos, sino quizás una imagen anterior, según hipótesis de la autora, una que se parecería mucho a la que aparece en el retablo principal de la fachada, tallada en piedra, y que identificó con la talla en madera que hizo Gaspar Becerra (1520-1570, fuente Wikipedia) titulada “Virgen de la Soledad de los Mínimos de Madrid”, venerada en el convento de Nuestra Señora de la Victoria, pero que fue destruida durante la Guerra Civil española. Creo que García Jiménez tiene razón, pero también creo ver la mano andaluza y no castellana, en la formalidad de su apariencia tal como luce hoy, algo distinta de la imagen de la fachada. La talla del rostro en ambas nos revelan a una mujer muy joven, cuyos labios apretados indican la contención de su dolor cósmico. Las manos con los dedos entrecruzados, en actitud suplicante pero a la vez esperanzadora, son la mayor diferencia que he hallado en ambas tallas. La azucena o lirio que se ha puesto entre sus manos, sus vestidos de luto sencillos y los recamados, no son sino expresiones del amor de una sociedad que la adoró como Virgen que protegía a la ciudad de los temblores, de las pestes y de la escasez de lluvias en los campos. Las tres calamidades precipitaban la muerte de los habitantes. Motivo de más para tenerla siempre en la mente, siempre con las puertas abiertas a los peregrinos suplicantes y a los agradecidos.

Una investigación impecable que nos despeja las dudas y nos obliga a revisitar la basílica menor, pero una vez leído el libro, con una visión renovada. Sin duda alguna. Quien desee comprar el volumen, está a la venta en la librería que tiene –‚o tuvo?– el IEE–UNAM en Oaxaca.Ignoro el precio, pero no creo que cueste menos de $300.00 pesos. Vale mucho más.


Imagen con que se conmemoraron los 400 años de su llegada a Oaxaca. 
Ya posee resplandor de plata y nótese el fondo azul, con grecas que nos recuerdan a los tableros del Palacio de Mitla. (Póster diseñado por CSI)

Texto: CSI