sábado, 29 de abril de 2017

OAXACA: BAJO LA FRONDA DEL HUAJE MILENARIO

Se presentó la tarde del 28 de abril de 2017 en el nuevo Centro Cultural Municipal de la Colonia Reforma, el libro conmemorativo a los 485 años de la ciudad de  Oaxaca, cuya portada es la siguiente:


Fue diseñado y editado por Carteles Editores y su distribución es gratuita. Si usted quiere leerlo, debe solicitarlo a la Dirección de Cultura Municipal.
El siguiente texto es el que leí en dicha presentación.


“OAXACA, BAJO LA FRONDA DEL HUAJE MILENARIO”.

NATURA Y CULTURA: UNA VISIÓN DES–INTEGRADA BAJO UN ARBOL DADIVOSO


El Ayuntamiento de Oaxaca pone a disposición de sus vecinos este libro de temática local para que el aniversario del día ya muy lejano en que dejó de ser vil pueblo, o villa, no se disuelva en el olvido. Su autor y recopilador es Jorge Bueno Sánchez, quien actuamente la ejerce de cronógrafo.

Aunque respetabilísimos todos los patriarcas que le han antecedido en el oficio de Cronistas Oficiales, hombres productivos, educados y ceremoniosos, nuestro autor heredó de aquellos la grave responsabilidad de hablarle de Tú y no de Usted al Dios del Tiempo. Ese es un privilegio únicamente para cronistas. Una suerte de licencia para volver al futuro. El memorioso debe escribir y describir en imágenes e imaginarios el efímero tic–tac de la vida de una Ciudad. Aunque más inasible que el agua y más etéreo que el aire, el Cronista arrebata con su pluma al impasible Tiempo unos cuantos párrafos y los convierte en historias contables. Es la manera como unimos en una sola esencia el espacio y el tiempo, la natura y la cultura, el mundo y la civilización. En otras palabras, la obra de Dios y la de los Hombres.

Como sus antecesores, Jorge Bueno se ha sacado al tigre de la rifa y debe ejercer a título honorario el oficio publicando para nuestro beneficio y disfrute. Este año el Ayuntamiento de la Ciudad ha hecho un amplio e innovador programa de festejos. Pareciera que sangre nueva no circula sino revolotea en su interior. Aun así, cada día aprendemos algo nuevo. Aquí van mis reflexiones al respecto.

Circula la metáfora que dice que en ocasiones el bosque no nos deja ver los árboles y viceversa. El ayuntamiento citadino ha puesto su mira ya en la fantasía del 500 aniversario, un fenómeno que deberá ocurrir dentro de 15 años. En otras palabras, ha sonado el disparo y nuestra imaginación ha comenzado a correr hacia aquella meta. Fastos aparte, yo me pregunto ¿Cómo lucirá Oaxaca? Si nos gusta tal cual , tendremos 15 años de recreo, pero si nos disgusta como está, tendremos solo 15 años para componerla.

Para documentar mi pesimismo haré un par de contextos que tienen que ver con la historicidad de las ciudades y en consecuencia, con su construcción o destrucción en el devenir del tiempo.

Primero. ¿Cómo fue el pueblo que yace bajo nuestro piso novohispano? ¿Se llamaba Luhulaa?

Hubo una ciudad poderosísima y muy cercana a esta Verde Antequera que imperó más de mil años continuos. Su poder militar y prestigio civil se expandió mil kilómetros a la redonda, pero hoy solo nos queda la fama de su gloria y mil dudas sobre su verdadero nombre, que olvidamos por completo: ¿Se llamaba Mansión del Jaguar o Monte Albán?...

Segundo. Un año antes de que aquella zona arqueológica zapoteco–mixteca, carente ya de vida, y la vitalísima Ciudad de Oaxaca fueran declaradas parte del Patrimonio Mundial Cultural de la Humanidad por la UNESCO, le obsequiaron con solemne reverencia título igual a la Ciudad Vieja de Aleppo, Siria. Por la guerra civil que sufren, de ella no queda hoy sino polvo, ruina y llanto. Era famoso el queso de Aleppo, y cada vez que me echo un bocado de quesillo de Reyes Etla me imagino el tesoro gastronómico sirio, pues era su hermano gemelo: un fino queso de hebra que ellos hacían trenza y nosotros bola. Les tomó decenas de siglos ir levantando los muros de su ciudad pero la arrasaron hasta sus cimientos en solo 4 años.

Pero un libro como el que hoy presentamos es ese tipo de magia que le pisa el freno a mi pesimismo.
¿Por qué? Porque en conjunto alimenta a la par mis sentimientos y mis pensamientos. Lo que mantiene de pie una ciudad, sin conflictos fraticidas, es el respeto al derecho ajeno. Pero lo que mantiene vivas a las ciudades son sus tradiciones y continuidades culturales. Este año particularmente el Cabildo ha puesto su énfasis en este factor. No nos alcanzaría el tiempo observar cada una. Solo me detendré en el rasgo de la enorme gentileza de los memoriosos oaxaqueños: sus cronistas.

Son gentiles en el sentido de ser forjadores éticos de “la gente”, es decir de una idiosincracia que se congrega en el transcurso del tiempo en un sitio geográfico elegido. Representan lo mejor de la memoria colectiva y la respuesta a las preguntas clave sobre el origen colectivo de toda ciudad: ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? ¿cómo enriquecemos los patrimonios naturales y culturales que recibimos ya hechos? Son pues, los guardianes de la frontera entre la civilización y la barbarie, la historia y el olvido... aunque generalmente pierden sus guerras. Sus armas son la memoria y la pluma. Recuerdan y anotan. Su mirada no es ingenua, sino apasionada, pero su pluma es, siempre, amorosa. Esto los distingue de los historiadores y los periodistas. A diferencia de estos encorsetados por la rigidez de la evidencia documental y los hechos, el cronista palpa la psicología del pueblo y es capaz de construir un toma y daca comunicativo.

No siempre ganan sus guerras los cronistas e historiadores con sus libros, repito. Padecen de incomprensión la mayoría de las veces. Los Cabildos, en tanto cuerpos colegiados, tropiezan a menudo con la miopía colectiva de sus intereses partidistas. Mientras el cronista observa al Tiempo con mayúsculas, gobernantes y gobernados solo tenemos ojos para un calendario: el electoral...
y acabamos viendo a la ciudad como un producto vendible, presionados quizás por ideas utilitarias de “progreso”... y dejamos de verla como un delicado conservatorio de valores culturales e históricos, intensamente dependientes de su entorno ecológico, porque fue la geografía, el clima y el paisaje lo que primero determinó el asentamiento de los habitantes de lo que hoy es nuestra ciudad. En la escala del pasado mesoamericano, quizás nuestra Luhulaa sea tan antigua como Monte Albán... anque quizás no tanto como Zaachila, que lleva 3 mil años en el mismo sitio. (Según los estudios arqueológicos han revelado en el libro de Ismael Vicente Cruz y Gonzalo Sánchez Santiago. Coordinadores de “Zaachila y su historia prehispánica”. SECULTA. Oaxaca, 2014).

Como fuere, en nuestra línea del tiempo, y observando su entorno ecológico, solo el blanco mineral de San Antonio de la Cal es más antiguo que el árbol de huaje. Podríamos remedar al cuento más breve del mundo –de Augusto Monterroso– anotando que “Cuando nuestra ciudad despertó el huaje ya estaba allí”. Arbolito feito y malquerido, el huaje sigue allí, como fuente de nuestra onomástica. Identidad vegetal del suelo y el clima originarios. Si nosotros hoy soñamos con tener fuerzas para vivir y contar esta ciudad señorial cuando cumpla cinco siglos, ¿cuántos sueños no hizo realidad este árbol milenario desde que el pueblo fundador de este asentamiento le amó a tal grado de bautizarle con su nombre “para siempre jamás”?

Oaxaca ha sido pues, parcela, campamento, fortaleza, santuario sin muros, cabeza política y patrimonio de la humanidad. En una palabra: Una victoria de la civilización, o casi, que ha ido ocurriendo bajo la fronda de los huajes milenarios en este valle luminoso.

Ello explaya el nombre de este libro que nuestro autor ha organizado a partir de cápsulas radiofónicas en las que el contenido cultural se ha difundido a través del Grupo ORO. ¿Cómo ha logrado sintetizar tanto en tan poco Jorge Bueno? Quizás por eso sea ingeniero. O ingenioso. O ingente, porque como todos los de su linaje cronístico, se ha puesto a buscar con lupa minucias y fechas, detalles y golosinas y con todo eso, a través de esta selección de temas nos las ha obsequiado, cual es su deber, como frutos selectos de su cosecha intelectual.

Ya lo dije antes, sin memoria escrita y publicada no hay civilización. Un buen libro es la eficacia de la forma y el fondo, pero como los árboles, primero antes que los frutos deben conocerse sus semillas.

Siete capítulos forman la estructura del documento, a saber:
1.”Proemio y heráldica”. Aquí Jorge Bueno vuelve a tocar el clarín de la guerra. Hijo del internado militarizado General Ignacio Mejía, pareciera que ha instruido al corneta de órdenes para que exclame claramente el “toque de reunión” porque dicho asunto de los escudos de armas de Oaxaca, pese a lo viejo que es, sigue sin ver la puesta del sol.
Cada generación volvemos a él sospechando que no se ha dicho todo y siendo el caso, ignoramos la energía del nervio que decidió tal o cual signo, tal o cual color, tal o cual símbolo puesto en tal o cual posición. En efecto, conozco dos estudiantes de posgrado que han estado trabajando como gambusinos tras las pepitas de oro que son los distintos emblemas históricos con que la sociedad en su momento decidió identificarse de cara al futuro, para ser distintos de los demás, pero poniendo en dibujo sus argumentos y símbolos de una manera heroica. Es el caso de nuestro Ayuntamiento, que lleva la cabeza de Donají como escudo de armas, pero este tema ya lo toqué abundantemente en mi propio libro. Baste decir que Jorge Bueno ha vuelto a sacudirle al gato el divertido cascabel famoso.

2.”Templos de Oaxaca”. En él, nuestro Cronista habla de 31 edificios religiosos, con los que se distingue hasta hoy el horizonte de la ciudad de Oaxaca y que son la delicia de la nueva ola de restaurantes y cafés instalados en lo alto de terrazas, innovación en el servicio del cultivado ocio que descubrió una bella manera de ver cómo se dibuja el perfil citadino en el hermoso Valle de Oaxaca, por medio de campanarios y cúpulas, pero sorbiendo un café o una copa.

Cuando se visita Chicago, no para uno de bobear viendo lo altísimo de los templos al dios dinero que caracterizan a su orgulloso distrito financiero, donde entre otras cosas se fija el precio que tendrá el maíz del ciclo siguiente. Es su atractivo turístico. En Oaxaca, el turismo no deja de mirar nuestros templos, campanarios y los siempre verdes laureles. Este paisaje nos cuenta la galanura de una ciudad que nos ha dejado como huella de su fundación un hecho mítico a propósito del árbol feíto. Ocurrió que el primer cáliz con la sangre y el cuerpo de Cristo fue elevado al hermoso cielo de Oaxaca, pero bajo la fronda de un huaje. Lo contaron los cronistas y lo mandó pintar el obispo Gillow. Puede verse en San Juan de Dios. Los árboles, aunque no lo tengamos claro, son símbolos universales de la figura paterna protectora.
Hoy vemos templos que son una maravilla, pero nuestro autor ve más lejos y nos cuenta que primero fueron ermitas modestísimas, tuteladas por una cantidad de santos varones a los que el Tiempo borró de nuestro devocionario.

(3) “Beneméritos” se llama el capítulo tercero. Son 7 y medio los personajes, todos del siglo XIX. Parece ser que con excepción de José Vasconcelos, en el XX Oaxaca no ha tenido hijos ni hijas de aquel calibre cívico. Los beneméritos son a la historia patria lo que los santos a la historia novohispana de Antequera. También tienen su propias capillas, si bien seculares, pero anoté antes que hasta la fecha son 7 y medio beneméritos los que están en el altar laico de la patria chica. Ocurre así porque faltaría que el Congreso local terminara por aceptar o rechazar la solicitud que hiciera precisamente nuestro autor para sumar al General Ignacio Mejía Fernández, en base a su intachable vida pública puesta al servicio de Oaxaca, a la ilustre nómina de próceres.

4. “Cronistas”. En este capítulo el autor hace gala del linaje que sostiene el título de Cronista de Oaxaca. No coloca a muchos, solo atiende a los contemporáneos, pero todos ellos de irreprochable nobleza intelectual: Guillermo Reimers Fenochio “el memorioso”, Jorge Fernando Iturribarría “el maestro por excelencia”, Javier Castro Mantecón “el doctor”, Everardo Ramírez Bohórquez “el caballero” y Rubén Vasconcelos Beltrán “el maestro”. Semblanzas muy breves pero necesarias y que nos competen como ciudad que debería fantasear con cumplir 500 años remediando sus yerros. Por ejemplo el Ingeniero Bueno arrebata del olvido una tragedia que se sigue repitiendo: la pérdida de mítica biblioteca de don Guillermo Reimers. Cito a nuestro autor: Fue un estudioso de la historia de México y logra tener la biblioteca particular más importante en la primera mitad del siglo XX, misma que se perdió en la década de los 60s por negligencia gubernamental. Eran 5 000 libros, se gastó su fortuna en conformarla y el belga Van de Velde se la llevó a vender a los Estados Unidos” (p. 75)... Quienes la conocieron le endilgaron admirativos: fastuosa, opulenta, original, llena de joyas bibliográficas y documentos originales, especialmente novohispanos y del siglo XIX.
¿Sería mucho pedirle a las autoridades que donde estuvo el Archivo General del Poder Ejecutivo del Estado –léase ex convento de los 7 Príncipes– se destine para alojar las bibliotecas personales, archivos, fototecas y fonotecas especializadas que quieran donar nuestros intelectuales y académicos de hoy, locales y extranjeros? Me preocupa el destino de los acervos documentales de nuestras mejores mentes. Les llevó toda la vida y casi todos sus modestos ingresos conjuntarlos y extraer su savia. ¿No debería una Ciudad culta y señorial convertirse en su salvaguarda?

(5) En el capítulo 5 el libro recoge precisamente textos brevísimos de cronistas oficiales y fraternales. Justamente en el breviario firmado por el Barón de Humboldt leemos lo siguiente: “El cielo de Oaxaca es puro, siempre azul y sereno y la temperatura es suave y agradable en todas las estaciones, con ligerísimas variantes y sus gentes hospitalarias hacen de Oaxaca una ciudad imposible de olvidar” (p.82)

Agrega el autor una cita de Arturo Fenochio que, como la anterior, nos deja el testimonio de aquel entorno ecológico que alimentaba sus almas: “Yo no sé si es por la disposición de las montañas del horizonte –escribió Fenochio–, o por el clima o por la atmósfera cargada de vapores y algo de humo, por lo que se encienden tanto y tan seguido las nubes de Oaxaca, ningún cielo me ha parecido hasta ahora tan vistoso, tan alegre” (p.83).

Fue este capítulo el que me dio la pauta para proponer la foto de la portada de este libro. La tomé yo, una tarde de tantas en Oaxaca. El poseedor de este libro sabrá comprenderla.


6. A esta “felicidad celeste” de Oaxaca siguen los paisajes interiores. Una antología de poesías de los siglos XVIII al XX. Ya los escritores de entonces hablaban de una patria propia, pero el texto que más me conmovió fue el de Clara Elsa Reimers.. Con finísima sensibilidad, tan femenina, la autora escribe versos para conjurar el dolor que le causa un árbol que ha sido talado en el patio de su casa, cuando los patios de Oaxaca se vestían necesariamente de al menos uno.

7.Cierra el libro una colección de semblanzas de los olvidados constituyentes oaxaqueños del 17. Una vez que la vida civil de Oaxaca entró en barreno, hundida por diferencias ideológicas y humillada por los vencedores de la Revolución, hubo que volver a empezar y unir a la suerte de México entero los maltrechos hilos políticos de nuestro terruño, Luhulaa, la región de los huajes que de tan abundantes sus vainas chocaban con las narices de quienes atravesaban por su bosque. Como en el famoso cuento de Shel Silverstein, los hijos de Oaxaca deberíamos reconocerlo como “el árbol dadivoso”. Cada año el Ayuntamiento entregan reconocimientos a ciudadanos preeminentes. ¿No podría hacer otro tanto con la naturaleza preeminente que le rodea?

Antes de leer mi conclusión deseo expresarle al autor, al Cabildo de Oaxaca, a José Antonio Hernández Fraguas, a Juan Pablo Vasconcelos Méndez y a Ustedes mis congratulaciones por esta edición y a la Señora del Sur, como le llamaban en los cincuentas a esta grandiosa ciudad, mis besos y abrazos de hijo agradecido.


CONCLUSIÓN:

Miles de huajes de ese bosque originario se talaron para alimentar los fogones de las cocinas prehispánicas. Muchos más para alimentar los hornos de cal dominicos con que se construyeron los templos en que hoy oramos. Cuántos más se talaron del cerro del Fortín para despojarlo de su ventaja militar en las revueltas del siglo XIX? En el pasado, ¿cuántos miles de negros esclavos e indígenas peones, empleados en la construcción de calles, plazas y edificios, se alimentaron gratuitamente con las semillas de sus vainas color sangre? No solo fue la obra del hombre, sino las condiciones de flora y fauna que halló en el entorno ecológico elegido. Con la interacción de dichos elementos siglos más tarde la UNESCO pudo reconocer los dones culturales de Oaxaca.


Es cierto, el huaje de Huaxyacac, es demasiado modesto para figurar en la historia con voz propia. Como el árbol dadivoso que creo yo que ha sido, estoy cierto que preferiría mil veces perecer como leña para nuestras tortillas antes de que nos atreviésemos a olvidarle.



Por ello clamo, musito o simplemente pienso en silencio:

¡Que viva el huaje milenario!
¡Que viva Oaxaca!

Claudio Sánchez Islas.
28 de abril de 2017.





Fuentes:
Bueno Sánchez, Jorge A. 2017. Oaxaca, bajo la fronda del huaje milenario. Ayuntamiento de Oaxaca de Juárez. Oaxaca.

Mumford, Lewis. 2012. La ciudad en la historia. Sus orígenes, transformaciones y perspectivas. Pepitas de Calabaza, España.

Vicente Cruz, Ismael G., y Gonzalo Sánchez Santiago. 2014. Zaachila y su historia prehispánica. Memoria del quincuagésimo aniversario del descubrimiento de las Tumbas 1 y 2. Gobierno de Oaxaca–Seculta, Conaculta y Ayuntamiento de Zaachila. Oaxaca.
















martes, 4 de abril de 2017

EL TREN DE LAS BAYUNQUERAS, DE MANUEL MATUS

En San Francisco Ixhuatán, municipio de Juchitán, se presentó la novela más reciente del escritor oriundo de esas tierras calurosas: Manuel Matus Manzo.
Su portada es la siguiente:
Su costo es de $150.00 y se consigue con el autor, al mail: manuel_matus19@hotmail.com

El título tiene un vocablo raro: bayunqueras ¿Qué significa?
La gente de la región llamaba así a las mujeres que subían al ferrocarril en una estación para llegar a la siguiente y mientras tanto vendían entre sus pasajeros su pequeñas producciones agrícolas, de pesquería y artesanales. Daban un servicio invaluable pues movían la economía con el ritmo del tren de ida y el de vuelta, además de que escuchaban o contaban las cosas de su alma y otros asuntos más banales para hacer más ameno el viaje y los negocios.

POSDATA: Mi amigo el profesor José Cisneros, me comentó después de que subí esta entrada, que tuvo unas tías que eran bayunqueras, pero que el viaje no era solo hasta los pueblos vecinos, ¡sino hasta la ciudad de México! Ellas lo hacían regularmente pues de eso vivían. Ya me imagino las aventuras que han de haber vivido entonces, con el comercio a larguísima distancia, como ha caracterizado a los zapotecas desde tiempos prehispánicos.
Cualquiera pudiera tener la tentación de llamar "bayunqueros" a los vendedores del Metro de la CDMX, pero no, porque éstos son una mafia, en cambio las bayunqueras eran madres de familia, hijas y productoras directas. No he escuchado antes tal palabreja, pero el diccionario de la RAE la asocia con un despectivo usado en Centroamérica. En el Istmo de Tehuantepec tal arcaísmo designaba el oficio femenino de comerciar a bordo del tren, beneficiándose de una clientela encerrada y contagiada de compañerismo a causa del trayecto, el clima y la lejanía de todo confort. Así pues, el tren era también la vía de las novedades que llegaban a los pueblos, se escuchaban, se "arreglaban" y se volvían a soltar sobre los rieles, para que corrieran con sus propios "pies" para un lado o para el otro, quién sabe con qué consecuencias.
El caso es que estamos a fines de la revolución mexicana y hierve la zona de alzamientos y bandoleros. Hasta allá es enviado para sosegarla el personaje central: Lázaro Cárdenas, entonces mocetón, y es el tren de las bayunqueras el eje de su vida y "milagros" en esa etapa de su vida. ¿A qué fue realmente Cárdenas al Istmo de Tehuantepec? Eso sin contar que se enamora de una bella paisana y le deja un hijo en el vientre... En la Mixteca (rumbos de Juxtlahuaca) escuché leyenda similar de un enamoradizo general Cárdenas... Pero "tenorios" aparte, el discípulo de Calles debió haber sido mandado allá con una misión muy concreta y muy secreta. Es una pregunta sin respuesta clara hasta la fecha, lo que aprovecha Matus para convertirla en novela.
El escritor Matus ha retomado lo que se dice aun, lo que se quedó grabado en la memoria del pueblo, el rumor, el chisme y las sospechas nunca despejadas del robo del siglo en la región istmeña: todo el oro de la famosa Juana Cata, que fue sacado del Istmo precisamente en alguno de esos trenes... eso es lo que se sigue escuchando por ahí.
Este libro es, por supuesto, una novela. El texto de su contraportada es el siguiente:


“El Tren Dorado se fue bañado en oro, así decidió Lázaro acabar con odios, asaltos, muertos, levantamientos y demás formas de sangres y fantasmas. Lo hizo fundir y bañarlo sobre el tren más dorado. La chapa hizo parecer una joya entera. Un tren de oro que se fue con el sol de la tarde y que una mujer no quiso tomar.

Tres meses después de la partida de Lázaro, habría de nacer un niño a más de doce leguas de Jerónimo Santo, en un alba a media luna, siendo un sábado de agosto, bajo una leve llovizna, con una semana de constante duración. La madre era Benita. Benita supo mantener hasta ahora el secreto con amor y disciplina, tal como lo había jurado frente a la Cofradía, y sin revelar el nombre del padre desde aquella noche que la despidieron de Jerónimo y la embarcaron en una carreta. Como las aves, Benita y su niño otra mañana emprendieron el vuelo, hacia un lugar que nadie supo entonces.


Queda dicho eso ahora, porque después Lázaro fue un hombre disparado por la gloria y las estrellas, tiradas aquí por el viento que él las supo recoger en su solapa. Nada más por eso debe ser bueno no dejar en el olvido que algo hizo aquí, y ni cerca que fuera por bienestar mío, a nada aspiro después de los años que haber muerto, sobre todo morir en aquel tren amarillo, sin que nunca hubiera de orar, hasta que un día mis polvos fueran llevados por el viento.”
Pero no le demos más vueltas y dejemos que una alumna del autor, María Fernanda Silva Bante, oriunda de esas tierras, sea quien nos obsequie la reseña que leyó en Ixhuatán en la presentación de "El tren de las bayunqueras" el pasado 21 de marzo de 2017. 
Le cedo, pues, el espacio. CS.
El Istmo o la tierra de la ensoñación
Pensó estar en un lugar de sueños: el ferrocarril, las mujeres, los seres desnudos en la noche, su mismo sonambulismo, su razón de escribir en su cuaderno.”
Por María Fernanda Silva Bante

Internarse en las tierras míticas del Istmo de Tehuantepec, es como ingresar a un relato fantástico, en donde personajes y seres extra-ordinarios conviven en una cotidianidad envidiable. Lo mejor viene cuando estas dos visiones se conjuntan para materializarse y volverse libro.
El tren de las bayunqueras, del escritor ixhuateco Manuel Matus Manzo, es la narración del esplendor istmeño. Si tuviera que nombrar a esta novela, la llamaría fantástica por la forma en la que se presentan los siguientes aspectos: el espacio, el ambiente y los personajes.
Jerónimo Santo es el escenario de la mayoría de las acciones de los personajes: es el lugar al que el protagonista, Lázaro -que bien puede estar inspirado en el Lázaro Cardenas real y sus andanzas en el Istmo de Tehuantepec-, es enviado para calmar los últimos brotes de rebeldes que aún quedaban después de la Revolución, así como el cumplir con la búsqueda de un tesoro. Antes de su llegada, había escuchado rumores de estas tierras extrañas, sobretodo uno acerca de mujeres que embrujan a los hombres. Es el hogar de los amores de Lázaro, de personajes que se vuelven nahuales y de la estación que albergará al tren amarillo, el tren del General.
¿Quién nos narra esta historia? A través del diario que dejó el general Lázaro, su más fiel lector, el soldado Teodoro o “Todó”, cuenta lo sucedido. Haciendo homenaje al papel de la memoria, el narrador rompe con el orden de la historia, iendo y viniendo de una escena a otra, logrando que el lector se impregne de extrañeza por los cambios abruptos en la narración. El tiempo está a merced del capricho de Todó, pues la fragmentación de la trama permitirá al lector conocer el pasado del protagonista, y a la escena siguiente observar sus caminatas nocturnas, en donde la somnolencia y la inconciencia lo harán descubrir el misticismo de la tierra en la que se encuentra.
Desde el inicio de la novela se observa el desfile de personajes que se combinarán con el ambiente misterioso. “No podía ver, digamos, los cuerpos completos, bajo las enaguas los pies apenas se dejaban ver, caminaban por sobre el aire”, las bayunqueras son lo primero que captaron sus ojos al llegar a la estación de Jerónimo Santo. A partir de ese momento, las mujeres adquirirán un papel protagónico; su misión: predecir y ayudar a forjar el destino del protagonista. Con descripciones que rayan en lo poético, el autor da muestra de la actividad de estas mujeres: vendedoras que vuelven al tren su territorio, cofrades y guardianas de los secretos istmeños, cómplices del general y amantes de todo aquel que esté dispuesto a amarlas durante su estancia. De esta forma, esta tierra contendrá los actos amorosos del que Lázaro será presa. Se respira un aire de erotismo gracias a la presencia de frutas tropicales que ellas mismas le entregan, como una invitación al goce. La comida se vuelve parte esencial en la ambientación: bebidas como la taberna, atracones y banquetes que le permitirán a Lázaro adentrarse a un mundo que está más allá de la realidad, sin dudar él de ello.
Uno de los personajes mejor construidos es Juana Cata: “Ella es una mujer fuera de tiempo y circunstancias. Lázaro no lo sabía. Había muerto hace siete años… una anciana a la que nadie quería olvidar por su obra benefactora. Hasta el oro en exceso que iba sobre ella parecía más viejo… Sin embargo, estaba allí porque quería conocer al general”, este personaje representa el paso del tiempo “la madre de estos lugares”, la voz del pueblo que sufrió los estragos de la Revolución. También es la muestra de la añoranza por el pasado, la metonimia de lo que ha quedado atrás y no volverá. Oráculo que predice el destino del general, es una de las que también le advierte sobre las mujeres.
Otros personajes presentes, propios de una narración istmeña, son los taganeros o seres nocturnos que gozarán del cuerpo de la mujer dormida; la mona Chintacamaya, Charis, Gonzalo de Murga o el poeta azucarero... hasta el mismo tren que adquiere conciencia para mostrarnos de lo que ha sido testigo. La combinación de voces del pasado, presente y alrededores del protagonista cuentan las creencias de los Binizá (gente del viento que cayeron de las nubes): las memorias de todo un pueblo.
De esta forma todo se resume a una historia sobre la lectura: Ingenio Santo Domingo como el pueblo que guarda una biblioteca prodigiosa, Ixhuatán o el pueblo hoja/libro que posee casas con forma de libros abiertos, mentiras que se cuentan para hablar de experiencias que el lector encontrará fascinantes. Una tradición mística que no debe quedar para unos cuantos, una lectura que merece provocar ensoñación a más lectores, que sin duda quedarían maravillados del poder de la tradición oral que poseen los habitantes de estas tierras.