jueves, 18 de julio de 2019

"PARTE DE MÍ SE QUEDA HOY AQUI": UN GRAN LIBRO DE AMADOR MONTES

En el bello teatro Macedonio Alcalá participamos en la presentación del libro que acaba de salir de las prensas de Carteles Editores, cuyo autor es el afamado artista plástico Amador Montes. Es un libro que hará época en las artes gráficas oaxaqueñas... Esto ocurrió la tarde del 17 de julio de 2019. Este tomo, demás de la edición tradicional se le hizo una especial, numerada, donde el libro va dentro de una insólita caja contenedora ilustrada y firmada por el autor. Fue diseñador por Irene Peral y para conocerlo mejor acompañamos el texto que leí con fotos de su proceso y presentación. Para conseguir este libro conmemorativo, por favor diríjase a la galería La Crujía, o al sitio oficial: www.amadormontes.com  La Secretaría de Las Culturas y Artes de Oaxaca enviará ejemplares de este tomo a sus bibliotecas públicas, así que estará accesible para todos.
Va pues el texto y algunas ilustraciones.. De entrada la portada, que es la siguiente:


Vista del volumen


MIL DIAS en el taller DE AMADOR MONTES.
Breve informe por Claudio Sánchez Islas.

PARTE DE MÍ SE QUEDA HOY AQUI1, es el título del volumen conmemorativo por los 20 años de carrera en las artes plásticas de su autor, Amador Montes. Participé haciendo la fotografía de la obra, la impresión y la encuadernación. El proceso fotográfico en este libro me tomó tres años y me dejó buenas enseñanzas.

El título es enigmático, un punto y aparte. Habría que saltar a la otra orilla de donde yo estaba para contextualizar su mensaje poniendo al autor y su obra en la perspectiva histórica que merece este momento.

Pasé mil días observando la génesis de la mayoría de las obras reunidas en el libro. Me tocó fotografiarlas completas y elegir detalles. Hice pues la lectura del relato completo y luego me dediqué a buscar las mejores frases, las metáforas brillantes, los verbos oscuros, el fraseo, el ritmo, en una palabra, la gramática del estilo narrativo de Amador. Fueron tres años de pesquiza, de seguir el rastro de las migajitas de pan que el artista iba dejando en el bosque sentimental de sus lienzos. Como en el cuento de Pulgarcito extraviado en el bosque, así iba yo con mi cámara siguiendo sus manchas, rayas y gotas, sus aves, números y Cármenes. En efecto, este libro es resultado de tres años de actividad, mil días alojado en aquellas partículas divinizadas por el lenguaje del arte en el momento que surgía como un chorro de la mano de Amador.

Una muestra de su contenido


Por aquellas fechas del inicio de esta obra editorial estuve leyendo una biografía escrita por María Elena Bermúdez Flores que tituló “Los Tamayo, un cuadro de familia”.2 Es un relato memorioso de todo aquello que estuvo tras las bambalinas de Olga y Rufino, el artista más señero del siglo XX. Lo traigo a colación porque para el historiador del arte es esencial que meta sus narices hasta la vida cotidiana del personaje pues allí residen algunas claves que explican los porqués evolutivos de su estilo plástico, la chispa eléctrica de su paleta cromática, la firulilla de sus temas, los días que le sonrieron como soles y las tardes en que fueron mordidos por la melancolía.

Así pues, teniendo esa experiencia dinámica de ir leyendo por las noches las épocas definitorias de Tamayo y a la mañana siguiente observar cómo resolvía Amador ese punto hacia el que volarían sus mil aves, un misterio que sólo su imaginación conocía, comprendí que había caído en un dilecto torbellino donde el hoy se vuelve eslabón con la historia. Pero lo he entendido con claridad hasta ver este libro ya terminado. Hubo veces en que debí volver a tomar otra foto de la misma obra, pues había sido corregida de último momento por Amador. Entendí que él mismo, que por lo general es definitivo en el dibujo, en la composición el episodio seguía girando en su cabeza sin hallar reposo, como un ave, un insecto, una manada de venados... Había desatado el proceso creador, una fuerza que lo mismo jala que empuja, hunde que sube, grita o enmudece. Tamayo lo vivía según iba yo avanzando en mi lectura de su biografía... y ahora resultaba que Amador lo hacía casi casi ante mis ojos.

Fragmento del texto escrito por Elena Poniatowska



Experiencias así, hacen inevitable que nos volvamos a repetir una pregunta vieja que ya nos hemos hecho muchas veces, pero que no nos hemos respondido ni una sola vez: ¿Por qué abundan los pintores en Oaxaca? ¿Qué tienen los pueblos o los barrios de la ciudad que improntan la infancia de sus hijos? Tamayo y Amador, cada uno en su tiempo, habitaron la ciudad y la vivieron de alguna manera. La barriada fue el espacio urbano y les marcó la dirección de sus caminos. Cada uno llegó a inventar el propio, que podríamos decir desde la nada, pero mentiríamos porque omitiríamos a la ciudad de Oaxaca, la cuna primigenia, la cuna de oficios artesanos y tradiciones populares, donde su precariedad, su chorcha y sus cielos “de acuarela”3 son los maestros infalibles para quien nace para artista. Así pues, la ciudad como patria chica, como terruño, resulta ser el “aquí” al que se refiere Amador en su título testamentario. No se explicaría uno a las vanguardias plásticas sin París, ni al renacimiento sin Florencia. Tamayo y Amador tuvieron en común como patio de juegos infantiles al barrio de Consolación, cada uno en su tiempo.

Las cajas contenedoras especiales, ilustradas por el autor.

Así pues, el nacimiento abundante de artistas plásticos en Oaxaca surge como una necesidad que punza, pero que no alcanzamos a explicarnos. Debe haber una respuesta sociológica, pero asimismo debe haber otra filosófica, que es la que motiva esta reflexión. Fue Andrés Henestrosa el que más se aproximó a la órbita de la respuesta, alcanzando a ver solo la forma, pero no el fondo: “Existe una Escuela Oaxaqueña de Pintura” dijo, y le tundieron los teóricos del arte. Aun tiran de cozes a todo aquel que saca a ondear ese trapo, pero tampoco han ahondado en la respuesta teórica que demuestre que tal no es posible que exista... Así que la pregunta sigue invicta.

Pasemos la página. Amador es un innovador plástico que ama los libros y conoce su papel transformador. En los talleres de Carteles Editores publicamos su primer gran libro. Se llamó “Amador Montes, artífice oaxaqueño”. Marcela Taboada le hizo un retrato de antología, que se empleó de portada. De tan rápido y decidido que iba a sus veintitantos, Amador salió “movido” en la foto. Una metáfora de la fuerza que le impulsaría en los siguientes 20 años, hasta este tomo nuevo, que ha requerido de ingenio e ingeniería en nuestra imprenta, pero que ya está puesto para recibir la crítica del público lector. Dichoso el que llegue a poseer uno de los 1000 ejemplares de que consta la edición, una a la que Amador Montes e Irene Peral, su diseñadora gráfica, le han dotado de fuertes y largas piernas, por lo que no dudo marche lejos, muy lejos, con toda su oaxaqueñidad por dentro.


Amador Montes, el autor, y la Secretaria de las Culturas y Artes de Oaxaca, doña Adriana Aguilar.

Rebeca Pareja, Irene Peral, Amador Montes, Adriana Aguilar y Claudio Sánchez Islas, al término de la presentación del libro. La obra original que ilustró la portada, se muestra también.


Amador Montes narra con un estilo ya tan personal, tan depurado, tan “amador”, los sentimientos y preocupaciones que se derraman del vaso que es su alma. En los últimos 20 años no sé cuántas veces le ha dado la vuelta al mundo exponiendo y disfrutando los frutos de su trabajo, pero como buen oaxaqueño que viaja, nada más emprender la fuga ya siente nostalgia por volver. Apenas se va ya extraña una taza de espumoso chocolate, así, con esa seguridad y soltura en su trazo, en su paleta de colores, en su temática, se ha vuelto un narrador de estilo propio, un gran estilo plástico que va contando y cantando, narrando y figurando, entonando y zapateando lo que trae pegada en el alma: paredes viejas de barriada, los cuentos de la infancia como trinos en la memoria, aromas y platillos, chocolates y moles, gallos y gallinas de traspatio, óxidos, fluorescencias y flores, muchas flores, unas desmayadamente románticas, otras que dan miedo. Como Tamayo, Amador es cosmopolita y terruñero. Nada escapa a sus ojos de canica. Encuentra primero que todos la temperatura del alma del espectador, que es otro niño al que acaba integrando a su juego de pinceles.



Un artista como Amador Montes, ¿cuánto tarda en forjarse? ¿Dónde se hacen los Tamayos? Quienes alcanzan el más alto nivel representan un capital humano, intelectual, creativo y volitivo del que una nación dispone, aun cuando ésta se vuelva pichicata, mire para otro lado o no comprenda su necesidad en la historia de las ciudades que son su cuna. Como Tamayo, Amador no cree en el pincelazo panfletario. Renuncia al discurso incendiario y prefiere la amplitud de la alegoría, por ejemplo pintó una hilera de sillas acomodadas para la tertulia, pero vacías. Al fondo un paredón negro hace recelar al espectador, pues se traga la luz blanquísima de los focos. Esto, en un sentido plástico, es más político que una soflama ideológica.

Amador Montes, a través de este libro ha llegado al ecuador de la vida como artista y ciudadano. Puede darse el lujo de mirar hacia un lado y otro y otear la manera de enriquecer la ciudad que ha sido su cuna y refugio. He hablado con él y es un hombre con ideas innovadoras, netas y atípicas. No solo hay que verlo, también hay que escucharlo. Este libro es disruptor en el ámbito bibliográfico porque despliega su incesante reinvención del libro, logrando siempre una nueva narrativa editorial para su arte de contar historias. El lector lo advertirá desde la primera página.


Durante la impresión, cuidando la calidad.


Lo siguiente es un recuerdo personal que suelto como provocación. Como algunos saben, mi padre don Néstor Sánchez (1918–2001), era un periodista e intelectual con muchas amistades, algunas de renombre como Rufino Tamayo (1899–1991). Debe haber sido en 1981 u 82 que vinieron por los días de la Guelaguetza el maestro y doña Olga (1906–1994). Hubo una comida en el Yalalag, que era un restaurante de cocina oaxaqueña muy bueno, bonito y carero. En aquella mesa ocurrió lo que narraré. Tamayo estaba al centro, a su izquierda el gobernador (1980–1985) Vásquez Colmenares (1934–2012) y a su derecha don Néstor. Doña Olga estaba dos o tres sillas más lejos. No seríamos más de 12 personas a la mesa. Yo no abrí el pico ni una sola vez, pero sí los oídos. Recuerdo claramente cómo Tamayo le insistía una y otra vez al gobernador para que le permitiera pintar un mural en el Palacio de Gobierno. El político estaba entre la espada y la pared. Esquivaba la petición hablando de que construiría un gran centro cultural y un gran estadio deportivo. Tamayo volvía a la carga. Era un típico terco oaxaqueño, pero el gobernador era muy hábil para escurrirse. Ya había sido pintado el cubo de la escalinata de palacio y quitarlo habría sido un asunto peliagudo políticamente... Don Rufino, que tenía una visión asombrosa del poder del arte y de lo efímero del artista, machacó una vez más... El ir y venir de ideas, argumentos y evasivas eran como fuegos pirotécnicos para mí. Nadie fuimos capaces de comprender en esa mesa la profundidad de la visión tamayesca. Yo confieso que lo acabo de entender tras cotejar mi rol en la edición de este libro. Lo que planteaba el gran Tamayo era que quería pintar los muros del histórico palacio porque pensaba que había que unir el gran arte público a la ciudad viva y sus habitantes, incluso los que venían de pueblos muy lejanos. Al palacio de gobierno solían ir a plantear sus asuntos, pero difícilmente elegirían ir a un museo. Así pues, su idea de pintar con su estilo y colorido un mural en Palacio correspondía al eje sociológico del muralismo mexicano, pero sin el doctrinero nacionalismo revolucionario, que por esos meses recibía la extremaunción. Don Rufino, en una nueva contraofensiva esbozaba su corazonada con algún apremio, pero sin perder la calma ni revelar tampoco la temática de su mural, que seguramente ya tenía bien imaginada, de ello no me cabe la menor duda porque ese tema llevaba años en el aire. Por fin vino a zanjar todo con su peculiar estilo doña Olga, que aparentemente estaba ajena al debate. Se volvió y soltó en alta voz algo así como “¿cuántos metros cuadrados son?... Porque Rufino cobra en dólares...” Era una muletilla, porque en realidad el verdadero obstáculo no era un asunto de cantidades, sino de cualidades... pero se impuso el estereotipo muralístico.4



Los artistas suelen tener intuiciones muy claras allí donde los mortales solo vemos manchas. A través de los títulos de algunas de sus exposiciones y libros, Amador ha revelado la profundidad sociológica de su planteamiento visual. Por ejemplo “Babel: nadie entiende a nadie...” (2008, Galería Misrachi, CDMX); “El otro muro...” (2015, Inglaterra y otros países); “Nada se termina...” (2009, Casa Lamm, CDMX); “Antagónico... (2017, Casa de la Cultura, Oaxaca) y “Vestigios... (2019, Centro Cultural Santo Domingo, Oaxaca).

Compaginando...


Oaxaca está en la obra de Tamayo, pero no es posible admirar su genio plástico en ninguna institución pública de Oaxaca. La moraleja para mí es que quizás don Rufino, aquella vez, nos estaba expresando la necesidad de remediar esa ausencia para él clara; era como si nos dijese: “déjenme que parte de mí se quede hoy aquí”... Conocer las trayectorias de otros creadores y en particular la de Amador, un artista en el cenit de su madurez plástica, debería inducirnos a escuchar con los ojos en la tierra de pintores que es Oaxaca.

Estas meditaciones son mi ganancia filosófica en la edición de “Parte de mí se queda hoy aquí...” y a título personal concluyo señalándote, Amador, un lugar ideal para recibir a tus aves fantásticas: el plafón de este teatro, que no es el original. Como Tamayo, yo ya me las estoy imaginando...

Leído en el teatro Macedonio Alcalá, la noche de la presentación del libro, el 17 de julio de 2019. Oaxaca, Oax.

Preparando su despacho...


Notas:

1Amador Montes, Oscar. (2019). Parte de mí se queda hoy aquí. La Crujía-SECULTA-Gobierno del estado. Oaxaca.
2Bermúdez Flores, María Elena. (2012). Los Tamayo, un cuadro de familia. Gobierno del estado de Oaxaca, Fundación Olga y Rufino Tamayo y Conaculta. México.
3Francisco Umbral dixit en Amado siglo XX...
4Tamayo ya habían donado a Oaxaca su colección de arte prehispánico (1974) y una década más tarde financiarían la Casa Hogar para ancianos “Los Tamayo” (1991). En aquella mesa del Yalálag, el ingenio del gran Rufino parecía estar perorando en el desierto. Todos escuchamos pero nadie oyó nada. Todos mirábamos, sin abrir los ojos. Eramos comensales, y quizás fui yo el único testigo de cómo Tamayo encaraba la historia y su biografía; moriría una década después.