sábado, 21 de diciembre de 2013

LA HERRERÍA DE LA CIUDAD DE OAXACA: FUEGO VIVO

El Cronista de la Ciudad de Oaxaca nos ofrece este fin de año 2013 su más reciente libro salido de las prensas de Carteles Editores: FUEGO VIVO La herrería de la Ciudad de Oaxaca, cuya portada es la siguiente:


Don Rubén Vasconcelos Beltrán publicó ese libro que todos quisiéramos publicar, profusamente ilustrado, con entrevistas a los herreros contemporáneos y por supuesto con todo el contexto histórico y social del oficio de la fragua y la forja en la virreinal ciudad de Oaxaca.

No obstante nuestro Cronista no se queda en un periodo histórico sino que abarca hasta el presente, dándonos cuenta de cada barandal, cada ventana, cada reja, cada balcón... haya sido forjado a mano o fundido industrialmente. 


Para entrar en materia hay que atravesar esta ilustración...

Reproduciremos enseguida el índice del libro para que el lector pueda tener una idea completa de los alcances de esta investigación de campo y su aderezo teórico:

INDICE:


Prólogo
Sergio Spíndola Pérez-Guerrero
9

Presentación
Rubén Vasconcelos Beltrán
Arq. Elí E. Pérez Matos
19

Presentación
Fuego Vivo. La herrería en la Ciudad de Oaxaca
Rubén Vasconcelos Beltrán
23

Introducción
27

Antecedentes
35

Imágenes de la ciudad 
41

El hierro en la decoración
57

Algo de historia
67

Historia de la herrería
73

¿Qué es el hierro?
99

Algunos testimonios

Darío Santos Paz ~ 109
Arturo Barriga Alvarado ~ 110
Faustino Castellanos Pérez ~ 112
Manuel Hernández ~ 114
José Tomás Escobar Ramos ~ 119
Gonzalo Jacobo González Contreras ~ 121

La herrería en el ambiente urbano
125

Características sobresalientes
135

Paneles horizontales ~ 146
Paneles vericales ~ 157
Remates o copetes ~ 166
Zoclos ~ 181

Nuestra ciudad
187

A manera de conclusión
207

Aquí metemos otra página ilustrada de Fuego Vivo:


Ojo, lector, no son imágenes sacadas de libros, sino tomadas de puertas y portones del viejo Centro Histórico de Oaxaca. 
Pasemos ahora a la Introducción del libro adornándola con unas cuantas de las muchas ilustraciones que tiene y que hacen la lectura ágil, amena y desafiante, pues tras leer tal o cual párrafo invariablemente cerramos los ojos para trasladarnos a tal cuadra o a tal casa para rememorar la presencia –o ausencia– de la obra de herrería cuyos valores artísticos e históricos la hicieron merecedora de incluirse en estas páginas.


INTRODUCCIÓN



La ciudad de Oaxaca es una de las más hermosas de la República Mexicana y capital del estado del mismo nombre, situado éste al sureste del territorio nacional, sumamente agreste y con casi noventa y cinco mil kilómetros cuadrados de extensión; el territorio estatal se ha dividido en ocho regiones que responden más a lo político-administrativo que a sus características costumbristas, etnográficas o de otro tipo, pero en cada una de ellas encontramos múltiples expresiones que nos permiten sentirnos orgullosos de su acervo patrimonial tangible e intangible.


La ciudad capital lleva el nombre de Oaxaca de Juárez, por decreto del 10 de octubre de 1872, con el fin de rendir homenaje al más grande de los hijos de esta tierra. Muchos se preguntan ¿por qué se le llamó Antequera a esta nueva comunidad española?, se afirma que fue porque alguno de los primeros soldados españoles que arribaron a este valle le encontraron una gran similitud con la Antequera española, pero los artistas, los poetas, la llaman la Verde Antequera, por el color verde de su piedra de cantera con la que se construyeron sus casas señoriales, edificios públicos, templos y conventos, la cual se transformó en una de sus características más relevantes.


Lo anterior se observa en cada uno de sus espacios arquitectónicos desde los más bellos y monumentales hasta los más humildes; en el centro de la ciudad se ven edificios con balcones, barandales, ventanas y claraboyas enrejadas, y casas que fueron construidas hace muchos años recién remodeladas, se distinguen por el portón de madera con chapetones, ángulos y llamador; pórtico, un patio cuadrado rodeado de corredores con pilares y arcadas, y una fuente en el centro, hay macetas con geranios, conchas, azucenas, palmas, muchas ocupadas por oficinas, restaurantes u hoteles, algunas con sendos faroles que cuelgan en la entrada.


En las casas, se acostumbraba que las habitaciones del primer piso se destinaran para la sala, el comedor y la recámara del jefe de la familia —con el fin de vigilar el movimiento de la casa—, y en la planta alta las de los hijos; un segundo patio, casi siempre paralelo, servía para la entrada de la servidumbre, el carruaje y las bestias, y un tercero o trasero para los servicios de la casa, casi siempre había un pozo de agua con brocal de hierro forjado. En la ciudad de Oaxaca, todavía existen algunas casas-habitación cuyo diseño arquitectónico responde a las observaciones anteriores, a otras con el paso de los años se les ha cambiado su fisonomía con acabados para nuevos destinos. Sabemos que en el siglo XVIII Oaxaca llegó a su máximo esplendor productivo y financiero y esto en gran parte se debió a que los hombres pudientes nunca perdieron sus contactos en su ciudad de origen o porque visitaban Europa con alguna frecuencia, lo que les permitía conocer las últimas novedades trasladándolas a su lugar de residencia.


Los observadores y estudiosos de la historia, de la antropología, de la etnografía, del costumbrismo, afirman que al caminar por las calles de la ciudad se percibe una gran armonía quizás porque la altura de las edificaciones no pasa de dos pisos, pero también se debe al diseño de sus puertas y ventanas, al color del cielo, a la transparencia de la luz, a la brillantez de los colores del entorno, parece como si fuese un libro abierto pletórico de imágenes, no es la carga de dibujo, es la elegancia del elemento, la simplicidad más que lo innecesario; cualquier detalle nos transporta a un mundo lleno de recuerdos, de observaciones, de acontecimientos, que son parte sustancial de la vida comunitaria y que se recrean a nuestro alrededor con admirable facilidad.

Es cierto, presenta diversas o múltiples caras, en el centro la Plaza de La Constitución y la Alameda de León, dos espacios monumentales, únicos, concurridos siempre por miles de personas, en donde se puede caminar, platicar, admirar la belleza del Palacio de Gobierno, de la Catedral, de la casa Museo de los Pintores, Correos y Telégrafos de México, el Palacio Federal, el centenario Instituto de Ciencias y Artes del Estado (hoy Facultad de Derecho de la UABJO); todos con características propias y luciendo puertas y ventanas, balcones de hierro forjado o colado, bellas expresiones que representan momentos distintos, percepciones y gustos diferentes, evolución y funcionalidad.


La Plaza de La Constitución (Zócalo) es especial, en las casas de alrededor se han instalado tiendas, galerías, restaurantes cuyos propietarios colocan mesas y sillas en los portales y banquetas para que la clientela disfrute del entorno, todos los que acuden al Zócalo disfrutan del ir y venir de la gente, de la vestimenta, de la expresión de su rostro, del vendedor de dulces, de juguetes, del marimbero, del flautista, del vendedor de globos, de las calendas y convites, de las marchas de protesta y de los plantones, de los conciertos dominicales de las bandas de música o la presentación de artistas, y los árboles maravillosos que lo pueblan. En todas las casas del Zócalo vemos el barandal, los vestigios del parasol, la reja, el balcón, el farol.


Pero a medida que se va uno alejando del centro a la periferia entramos al mundo de los barrios con casas de una sola planta y estilos diferentes pero resaltan las que conforman los llamados asentamientos más antiguos como la Trinidad de las Huertas, los Siete Príncipes, Jalatlaco, Xochimilco y el Marquesado, por sus calles empedradas, porque se han conservado algunas de las características de la arquitectura vernácula como es el adobe, la teja roja, los acabados en paredes, puertas de entrada, patios y vecindades, el tipo de vegetación que las adorna, parece que en ellas se detuvo el tiempo a pesar de las exigencias de la dinámica de la vida contemporánea, tránsito, contaminación por ruido, gases, polvo, pero es admirable que los pobladores luchen por preservar lo que les ha dado identidad, aunque se ven cosas nuevas, elaboradas con materiales industrializados cuya acción es arrolladora por su funcionalidad y costo pero no la belleza que suele caracterizar los tradicionales.


El mundo contemporáneo plantea otros problemas, otras necesidades, otros puntos de vista y otras expectativas, ¿quién iba a imaginar hace cincuenta años que alguna vez el hombre pisaría el suelo lunar?, que se pudiese llegar a Selene nuestra eterna acompañante en busca de agua, que se viese en la pantalla de la televisión a unos cuantos metros de distancia una explosión solar, o los anillos de Saturno, o lo que pasa casi al instante en el más intrincado rincón del globo terráqueo, o que pudiésemos comunicarnos tan fácilmente con la gente que nos rodea u obtener información sobre cualquier aspecto de la vida del planeta tierra o del universo vía Internet, que nos pudiésemos trasladar de un lugar a otro con la facilidad que ahora lo hacemos o que se hubiesen llegado a disponer de sustancias, materiales, equipos, maquinaria, para construir pequeñas casas, edificios multifamiliares o altísimos rascacielos, en unos cuantos días o meses, sí todo esto y más se ha logrado no cabe duda, pero lo que no se ha podido cuidar es la intercomunicación humana, cercana, participativa, solidaria, que nos permitían aquellas viejas formas de vida; ahora cada vez estamos más lejos uno del otro. Los rascacielos que se construyen ahora uno casi junto al otro no dejan espacios para la circulación vehicular, menos para estacionamientos, para zonas verdes, para el esparcimiento, para la convivencia, para el acercamiento con la naturaleza. Los grandes centros comerciales rompen abruptamente con el paisaje, sus estructuras metálicas, sus formas y dimensiones, es algo a lo que todavía muchos no nos acostumbramos, pero siguen adelante, sin miramientos sólo por funcionalidad.


A pesar de lo que acontece en nuestro mundo, el diario trajinar en una ciudad como la de Oaxaca sigue adelante; la luz, el viento, la lluvia, los truenos y relámpagos, los temblores y terremotos, la hacen despertar a su llamado, la hacen verse más hermosa cada vez que nuestra mirada se posa en alguna de sus partes o le ofrecemos un suspiro lleno de recuerdos. Los arquitectos y los artesanos llámense lapidarios, albañiles, orfebres, hojalateros, herreros, alfareros, carpinteros, ebanistas, yeseros, siguen tan cercanos a nosotros en cada una de sus expresiones, aunque la cotidianeidad nos hace indiferentes y olvidarlos, pero ahí están presentes ocultos si se quiere, en el anonimato, pero finalmente han sido los generadores de belleza y seguridad a nuestras viviendas, adornando nuestras casas y nuestras calles.


Este libro ya está a la venta en las librerías de la ciudad de Oaxaca, pero también puede conseguirse en las conferencias personales que hace don Rubén de sus temas oaxaqueños en distintos foros.

Las ilustraciones se deben algunas a su propia pluma y a su cámara fotográfica o a la colaboración del arquitecto Sergio Spíndola Pérez-Guerrero. 

Es un arduo trabajo de campo que se corona ahora con esta bella edición, tras años de laborioso acopio de información. Seguramente nos servirá para mirar estas notables piezas que son obra del refinado gusto, del ingenio y de la destreza manual de los modestos herreros locales, gremio nacido desde el siglo XIV y cuyas obras –algunas– aún las podemos ver, por ejemplo, en la monumental escalera del ex convento de Santo Domingo, como barandales y como balcón, que se incluyen en este libro...







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