Va pues el texto y algunas ilustraciones.. De entrada la portada, que es la siguiente:
Vista del volumen
MIL
DIAS en el taller DE AMADOR MONTES.
Breve
informe por Claudio Sánchez Islas.
PARTE
DE MÍ SE QUEDA HOY AQUI1,
es el título del volumen conmemorativo por los 20 años de carrera
en las artes plásticas de su autor, Amador Montes. Participé
haciendo la fotografía de la obra, la impresión y la
encuadernación. El proceso fotográfico en este libro me tomó tres
años y me dejó buenas enseñanzas.
El
título es enigmático, un punto y aparte. Habría que saltar a la
otra orilla de donde yo estaba para contextualizar su mensaje
poniendo al autor y su obra en la perspectiva histórica que merece
este momento.
Pasé
mil días observando la génesis de la mayoría de las obras reunidas
en el libro. Me tocó fotografiarlas completas y elegir detalles.
Hice pues la lectura del relato completo y luego me dediqué a buscar
las mejores frases, las metáforas brillantes, los verbos oscuros, el
fraseo, el ritmo, en una palabra, la gramática del estilo narrativo
de Amador. Fueron tres años de pesquiza, de seguir el rastro de las
migajitas de pan que el artista iba dejando en el bosque sentimental
de sus lienzos. Como en el cuento de Pulgarcito extraviado en el
bosque, así iba yo con mi cámara siguiendo sus manchas, rayas y
gotas, sus aves, números y Cármenes. En efecto, este libro es
resultado de tres años de actividad, mil días alojado en aquellas
partículas divinizadas por el lenguaje del arte en el momento que
surgía como un chorro de la mano de Amador.
Una muestra de su contenido
Por
aquellas fechas del inicio de esta obra editorial estuve leyendo una
biografía escrita por María Elena Bermúdez Flores que tituló “Los
Tamayo, un cuadro de familia”.2
Es un relato memorioso de todo aquello que estuvo tras las bambalinas
de Olga y Rufino, el artista más señero del siglo XX. Lo traigo a
colación porque para el historiador del arte es esencial que meta
sus narices hasta la vida cotidiana del personaje pues allí residen
algunas claves que explican los porqués evolutivos de su estilo
plástico, la chispa eléctrica de su paleta cromática, la firulilla
de sus temas, los días que le sonrieron como soles y las tardes en
que fueron mordidos por la melancolía.
Así
pues, teniendo esa experiencia dinámica de ir leyendo por las noches
las épocas definitorias de Tamayo y a la mañana siguiente observar
cómo resolvía Amador ese punto hacia el que volarían sus mil aves,
un misterio que sólo su imaginación conocía, comprendí que había
caído en un dilecto torbellino donde el hoy se vuelve eslabón con
la historia. Pero lo he entendido con claridad hasta ver este libro
ya terminado. Hubo veces en que debí volver a tomar otra foto de la
misma obra, pues había sido corregida de último momento por Amador.
Entendí que él mismo, que por lo general es definitivo en el
dibujo, en la composición el episodio seguía girando en su cabeza
sin hallar reposo, como un ave, un insecto, una manada de venados...
Había desatado el proceso creador, una fuerza que lo mismo jala que
empuja, hunde que sube, grita o enmudece. Tamayo lo vivía según iba
yo avanzando en mi lectura de su biografía... y ahora resultaba que
Amador lo hacía casi casi ante mis ojos.
Fragmento del texto escrito por Elena Poniatowska
Experiencias
así, hacen inevitable que nos volvamos a repetir una pregunta vieja
que ya nos hemos hecho muchas veces, pero que no nos hemos respondido
ni una sola vez: ¿Por qué abundan los pintores en Oaxaca? ¿Qué
tienen los pueblos o los barrios de la ciudad que improntan la
infancia de sus hijos? Tamayo y Amador, cada uno en su tiempo,
habitaron la ciudad y la vivieron de alguna manera. La barriada fue
el espacio urbano y les marcó la dirección de sus caminos. Cada uno
llegó a inventar el propio, que podríamos decir desde la nada, pero
mentiríamos porque omitiríamos a la ciudad de Oaxaca, la cuna
primigenia, la cuna de oficios artesanos y tradiciones populares,
donde su precariedad, su chorcha y sus cielos “de acuarela”3
son los maestros infalibles para quien nace para artista. Así pues,
la ciudad como patria chica, como terruño, resulta ser el “aquí”
al que se refiere Amador en su título testamentario. No se
explicaría uno a las vanguardias plásticas sin París, ni al
renacimiento sin Florencia. Tamayo y Amador tuvieron en común como
patio de juegos infantiles al barrio de Consolación, cada uno en su
tiempo.
Las cajas contenedoras especiales, ilustradas por el autor.
Así
pues, el nacimiento abundante de artistas plásticos en Oaxaca surge
como una necesidad que punza, pero que no alcanzamos a explicarnos.
Debe haber una respuesta sociológica, pero asimismo debe haber otra
filosófica, que es la que motiva esta reflexión. Fue Andrés
Henestrosa el que más se aproximó a la órbita de la respuesta,
alcanzando a ver solo la forma, pero no el fondo: “Existe una
Escuela Oaxaqueña de Pintura” dijo, y le tundieron los teóricos
del arte. Aun tiran de cozes a todo aquel que saca a ondear ese
trapo, pero tampoco han ahondado en la respuesta teórica que
demuestre que tal no es posible que exista... Así que la pregunta
sigue invicta.
Pasemos
la página. Amador es un innovador plástico que ama los libros y
conoce su papel transformador. En los talleres de Carteles Editores
publicamos su primer gran libro. Se llamó “Amador Montes, artífice
oaxaqueño”. Marcela Taboada le hizo un retrato de antología, que
se empleó de portada. De tan rápido y decidido que iba a sus
veintitantos, Amador salió “movido” en la foto. Una metáfora de
la fuerza que le impulsaría en los siguientes 20 años, hasta este
tomo nuevo, que ha requerido de ingenio e ingeniería en nuestra
imprenta, pero que ya está puesto para recibir la crítica del
público lector. Dichoso el que llegue a poseer uno de los 1000
ejemplares de que consta la edición, una a la que Amador Montes e
Irene Peral, su diseñadora gráfica, le han dotado de fuertes y
largas piernas, por lo que no dudo marche lejos, muy lejos, con toda
su oaxaqueñidad por dentro.
Amador Montes, el autor, y la Secretaria de las Culturas y Artes de Oaxaca, doña Adriana Aguilar.
Rebeca Pareja, Irene Peral, Amador Montes, Adriana Aguilar y Claudio Sánchez Islas, al término de la presentación del libro. La obra original que ilustró la portada, se muestra también.
Amador
Montes narra con un estilo ya tan personal, tan depurado, tan
“amador”, los sentimientos y preocupaciones que se derraman del
vaso que es su alma. En los últimos 20 años no sé cuántas veces
le ha dado la vuelta al mundo exponiendo y disfrutando los frutos de
su trabajo, pero como buen oaxaqueño que viaja, nada más emprender
la fuga ya siente nostalgia por volver. Apenas se va ya extraña una
taza de espumoso chocolate, así, con esa seguridad y soltura en su
trazo, en su paleta de colores, en su temática, se ha vuelto un
narrador de estilo propio, un gran estilo plástico que va contando y
cantando, narrando y figurando, entonando y zapateando lo que trae
pegada en el alma: paredes viejas de barriada, los cuentos de la
infancia como trinos en la memoria, aromas y platillos, chocolates y
moles, gallos y gallinas de traspatio, óxidos, fluorescencias y
flores, muchas flores, unas desmayadamente románticas, otras que dan
miedo. Como Tamayo, Amador es cosmopolita y terruñero. Nada escapa a
sus ojos de canica. Encuentra primero que todos la temperatura del
alma del espectador, que es otro niño al que acaba integrando a su
juego de pinceles.
Un
artista como Amador Montes, ¿cuánto tarda en forjarse? ¿Dónde se
hacen los Tamayos? Quienes alcanzan el más alto nivel representan un
capital humano, intelectual, creativo y volitivo del que una nación
dispone, aun cuando ésta se vuelva pichicata, mire para otro lado o
no comprenda su necesidad en la historia de las ciudades que son su
cuna. Como Tamayo, Amador no cree en el pincelazo panfletario.
Renuncia al discurso incendiario y prefiere la amplitud de la
alegoría, por ejemplo pintó una hilera de sillas acomodadas para la
tertulia, pero vacías. Al fondo un paredón negro hace recelar al
espectador, pues se traga la luz blanquísima de los focos. Esto, en
un sentido plástico, es más político que una soflama ideológica.
Amador
Montes, a través de este libro ha llegado al ecuador de la vida como
artista y ciudadano. Puede darse el lujo de mirar hacia un lado y
otro y otear la manera de enriquecer la ciudad que ha sido su cuna y
refugio. He hablado con él y es un hombre con ideas innovadoras,
netas y atípicas. No solo hay que verlo, también hay que
escucharlo. Este libro es disruptor en el ámbito bibliográfico
porque despliega su incesante reinvención del libro, logrando
siempre una nueva narrativa editorial para su arte de contar
historias. El lector lo advertirá desde la primera página.
Durante la impresión, cuidando la calidad.
Lo
siguiente es un recuerdo personal que suelto como provocación. Como
algunos saben, mi padre don Néstor Sánchez (1918–2001), era un
periodista e intelectual con muchas amistades, algunas de renombre
como Rufino Tamayo (1899–1991). Debe haber sido en 1981 u 82 que
vinieron por los días de la Guelaguetza el maestro y doña Olga
(1906–1994). Hubo una comida en el Yalalag, que era un restaurante
de cocina oaxaqueña muy bueno, bonito y carero. En aquella mesa
ocurrió lo que narraré. Tamayo estaba al centro, a su izquierda el
gobernador (1980–1985) Vásquez Colmenares (1934–2012) y a su
derecha don Néstor. Doña Olga estaba dos o tres sillas más lejos.
No seríamos más de 12 personas a la mesa. Yo no abrí el pico ni
una sola vez, pero sí los oídos. Recuerdo claramente cómo Tamayo
le insistía una y otra vez al gobernador para que le permitiera
pintar un mural en el Palacio de Gobierno. El político estaba entre
la espada y la pared. Esquivaba la petición hablando de que
construiría un gran centro cultural y un gran estadio deportivo.
Tamayo volvía a la carga. Era un típico terco oaxaqueño, pero el
gobernador era muy hábil para escurrirse. Ya había sido pintado el
cubo de la escalinata de palacio y quitarlo habría sido un asunto
peliagudo políticamente... Don Rufino, que tenía una visión
asombrosa del poder del arte y de lo efímero del artista, machacó
una vez más... El ir y venir de ideas, argumentos y evasivas eran
como fuegos pirotécnicos para mí. Nadie fuimos capaces de
comprender en esa mesa la profundidad de la visión tamayesca. Yo
confieso que lo acabo de entender tras cotejar mi rol en la edición
de este libro. Lo que planteaba el gran Tamayo era que quería pintar
los muros del histórico palacio porque pensaba que había que unir
el gran arte público a la ciudad viva y sus habitantes, incluso los
que venían de pueblos muy lejanos. Al palacio de gobierno solían ir
a plantear sus asuntos, pero difícilmente elegirían ir a un museo.
Así pues, su idea de pintar con su estilo y colorido un mural en
Palacio correspondía al eje sociológico del muralismo mexicano,
pero sin el doctrinero nacionalismo revolucionario, que por esos
meses recibía la extremaunción. Don Rufino, en una nueva
contraofensiva esbozaba su corazonada con algún apremio, pero sin
perder la calma ni revelar tampoco la temática de su mural, que
seguramente ya tenía bien imaginada, de ello no me cabe la menor
duda porque ese tema llevaba años en el aire. Por fin vino a zanjar
todo con su peculiar estilo doña Olga, que aparentemente estaba
ajena al debate. Se volvió y soltó en alta voz algo así como
“¿cuántos metros cuadrados son?... Porque Rufino cobra en
dólares...” Era una muletilla, porque en realidad el verdadero
obstáculo no era un asunto de cantidades, sino de cualidades... pero
se impuso el estereotipo muralístico.4
Los
artistas suelen tener intuiciones muy claras allí donde los mortales
solo vemos manchas. A través de los títulos de algunas de sus
exposiciones y libros, Amador ha revelado la profundidad sociológica
de su planteamiento visual. Por ejemplo “Babel: nadie entiende a
nadie...” (2008, Galería Misrachi, CDMX); “El otro muro...”
(2015, Inglaterra y otros países); “Nada se termina...” (2009,
Casa Lamm, CDMX); “Antagónico... (2017, Casa de la Cultura,
Oaxaca) y “Vestigios... (2019, Centro Cultural Santo Domingo,
Oaxaca).
Compaginando...
Oaxaca
está en la obra de Tamayo, pero no es posible admirar su genio
plástico en ninguna institución pública de Oaxaca. La moraleja
para mí es que quizás don Rufino, aquella vez, nos estaba
expresando la necesidad de remediar esa ausencia para él clara; era
como si nos dijese: “déjenme que parte de mí se quede hoy
aquí”... Conocer las trayectorias de otros creadores y en
particular la de Amador, un artista en el cenit de su madurez
plástica, debería inducirnos a escuchar con los ojos en la tierra
de pintores que es Oaxaca.
Estas
meditaciones son mi ganancia filosófica en la edición de “Parte
de mí se queda hoy aquí...” y a título personal concluyo
señalándote, Amador, un lugar ideal para recibir a tus aves
fantásticas: el plafón de este teatro, que no es el original. Como
Tamayo, yo ya me las estoy imaginando...
Leído
en el teatro Macedonio Alcalá, la noche de la presentación del
libro, el 17 de julio de 2019. Oaxaca, Oax.
Preparando su despacho...
Notas:
1Amador
Montes, Oscar. (2019). Parte de mí se queda hoy aquí. La
Crujía-SECULTA-Gobierno del estado. Oaxaca.
2Bermúdez
Flores, María Elena. (2012). Los Tamayo, un cuadro de familia.
Gobierno del estado de Oaxaca, Fundación Olga y Rufino Tamayo y
Conaculta. México.
3Francisco
Umbral dixit en Amado siglo XX...
4Tamayo ya habían donado a Oaxaca su colección de arte prehispánico (1974) y una década más tarde financiarían la Casa Hogar para ancianos “Los Tamayo” (1991). En aquella mesa del Yalálag, el ingenio del gran Rufino parecía estar perorando en el desierto. Todos escuchamos pero nadie oyó nada. Todos mirábamos, sin abrir los ojos. Eramos comensales, y quizás fui yo el único testigo de cómo Tamayo encaraba la historia y su biografía; moriría una década después.
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