Un reciente libro de relatos de Juan Arturo Barrita Ortiz acaba de aparecer. Su portada es la siguiente:
INTRODUCCIÓN
Este libro es fruto del ocio.
No recuerdo la fecha, lo que sí recuerdo es que, una tarde lluviosa, me encontraba tratando de arreglar mi caja de pensamientos apocalípticos, y de repente tuve una incontrolable desesperación por enlazar historias, al instante me puse a hurgar textos escondidos, que había compartido con mis amigos en años recientes.
Fue una búsqueda policiaca.
Escudriñé carpetas, sacudí cuadernos, resucité teléfonos que ya estaban sepultados en los cajones del olvido, alboroté mi memoria, y me volví volador de papalotes.
Quienes viven conmigo observaron mis encierros enfermizos, y la aniquilación del habla.
Confieso que sentí temor al pensar que lo anterior se pudiera volver costumbre, pero logré escabullirme al final de la encomienda, al estilo golondrina.
Quitaba y ponía títulos en mi lista de selección, la cual no tenía una cantidad definida, porque no fijé metas; y así pasaron varios meses, tan solo en el índice me tardé poco más de un año, en realidad, fui cuidadoso en la trama, aunque bastante de lo que escribo tiene un sesgo tenebroso.
El que se escondió mucho, y en la primera aduana de borradores quedó excluido, fue el escrito del tipo que nació en la basura, pasé horas y horas revisando historias que se encontraban revueltas con muchos archivos, se volvió ojo de hormiga, tenía en mente la media filiación del protagonista, pero no me atrevía a buscarlo en mi archivo de pesadillas, para confesarle que fue el modelo idóneo en la creación de un relato.
Un día de tantos, Pluvia Arellano acudió a mi llamado de auxilio, y por fin tuve la historia entre manos, ese día suspiré aliviado.
“La perla”, fue una composición que me dejó alucinado desde que escribí las primeras siete palabras, llegó en el momento del cierre de mi loca carrera por concluir este libro, con ella, experimenté un orgasmo literario entre árboles, volcanes, culebras y miradas intimidantes de pájaros negros.
Un día de tantos, reconocí que, lo redactado en diferentes momentos, podrían ser cuentos, por lo tanto, los hechos reales contenían la fórmula perfecta de mis fantasías, en ese enredo, ya no sé si fueron solo sueños, o vivencias.
Me costó mucho trabajo desenredar ideas que surgían mientras caminaba, manejaba o escuchaba confesiones, porque sin libreta de apuntes, me creía hombre muerto, sin embargo, logré lo que pretendía.
En la investigación, tuve que involucrarme con varios escuadrones de la muerte, me metí en las entrañas de su libertad atada a cadenas imaginarias, transité a través de la mirada insobornable de los enfermos de alcoholismo, y por medio de sus pláticas desordenadas, noté que su risa permanente es la única manifestación alegre que enlaza la niñez con su reciente situación, con ellos eché barrio, y recordé escenas tristes de mi pasado reciente.
Conviví con presidiarios, para entender su mensaje de abandono infantil, y comprendí la trascendencia de los arrebatos.
Los ancianos, jóvenes y niños, fueron frescura para mis letras, y solo así pude obtener una mejor visión de sus mundos, porque quería estar seguro de algo que no tiene explicación.
Y paralelo a todo eso, decidí dar rienda suelta a las letras, quise hacerle justicia a los términos pueblerinos, y de pasadita, contagiarme del cosmos palabrero de los sitios donde se desarrollaron los hechos, que en algunas ocasiones es artificial, en otras reconstruye el habla, y por lo general manda a la tiznada a la Real Academia de la Lengua.
Entre esas inquietudes, solo faltaba recorrer cada uno de los lugares que imaginé varias mañanas invernales, en las tardes frescas de junio, o en las profundidades de aquellas noches de insomnio octubrino.
Era necesario estar ahí, para dar el toque final al incesante tecleo de mi máquina blanca, que, por su rapidez, apaciguó mi neurosis.
Hice radiografías mentales de algunos callejones tétricos, que son similares a los laberintos que surcan la mente de los internos de un hospital psiquiátrico, esas rutas son parecidas a las de muchos presidiarios, y a las de gente que anda cometiendo atrocidades, y afirman que son normales o iluminados.
Imaginé carreteras llenas de sangre y dolor, y me detuve exactamente donde las almas se desprendieron de los cuerpos.
Me di baños de pueblos, así como lo hacen los burros, en unos de esos lugares, aún es viral el olor a alfalfa y estiércol de chivo, en otros, el pavimento ha sepultado vivencias añejas y caminos reales de carretas.
Y anduve por los cerros donde deambulan los pumas.
Tuve que meterme de noche en dos panteones, pues quería escuchar los murmullos de los muertos hablando de traiciones y falsedades, observé tres tumbas abiertas, afirmo que eran las de los hablantes, que salen a visitar a sus vecinos eternos.
Estuve en dos cárceles, ahí las cosas ocurren de otra manera, porque se observa, por un lado, un regadero de dolor en cada centímetro cuadrado, miré ojos perdidos en la zozobra, manos llenas de basura, y mentes ausentes, tal pareciera que algunos de los habitantes de esos sitios están hechos de humo, porque ya son insignificantes para todos, son llamados escoria de la sociedad, por otro lado, y aunque parezca extraño, observé libertad entre rejas.
Deseaba dormir ahí, para llegar hasta los tuétanos del misterio, pero fue imposible tocar tal extremo.
Analicé el parecido que guarda un basurero, con una ciudad, y registré las poquísimas diferencias.
Subí mangales, recorrí cielos y mares, y leí cartas viejas a mis Reyes Magos.
Necesitaba usar mis sentidos para que la obsesión aterrizara, y a partir de que tuve juntos algunos ingredientes didácticos y varias armazones literarias, me fui como daga en mantequilla, porque mis lecturas internas agarraron vuelo.
Al final decidí que todo lo que percibí en mi recorrido, serían solo aportaciones imaginativas, así que, los siguientes escritos, corren por mi cuenta.
Al imponerse una lista definitiva, se provocó el cierre de mi laboratorio de experiencias, que abrí a principios del siglo XXI, y solo funcionó 5 años.
EL AUTOR
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