Editores: Grano de sal + Instituto Mora. México 2024
Comentarios por Claudio H. Sánchez-Islas
Ha menguado el México contemporáneo al paso que ha menguado su prensa. Una pregunta que deberíamos hacernos es quién ha disminuido su poder y prestigio antes: El Estado nacional o los editores de prensa impresa. Otras preguntas también cabe hacernos ante el desarrollo del tema que plantea de manera tan extensa como profunda la Dra. Zeltsman, refiriéndose al siglo XIX en su libro, cuya portada es la siguiente:
Yo hago este análisis en el XXI, en el momento en que la prensa impresa desaparece del foro público: ¿Cómo se reinventará la “opinión pública” con una prensa en el borde de la “Galaxia de Gutenberg”? Es difícil pensar que no lo vaya a hacer en esta era tecnológicamente distinta, pero quizás incompresible aun como vehículo de la praxis periodística, es decir, de la verdad objetiva de los hechos... y en el choque visceralizado de las ideologías a los cuales responden.
El libro Con las uñas llenas de tinta. Política e imprenta en el México decimonónico, estudia el fenómeno mexicano en aquel siglo en que pasó de ser una hoja volante (José María Bustamante,1812) a un periódico de varias páginas, con suplementos y con una diversidad temática editorial muy interesante (Rafael Spíndola, 1896). Como lo señala Zeltsman, la prensa pasa de “artesanal” a una “profesional” e “industrial” a fines del siglo XIX. En ese siglo de más dudas ideológicas que certezas pragmáticas, me parece, hicimos la guerra de Independencia de España, pagando una alta cuota de sangre hasta obtenerla; se tuvo dos imperios protocolarios pero inclinados al carnaval. Pienso que en realidad hubo varios semi–imperios más, de facto, intermitentes como una fiebre, cambiantes como mil máscaras, tragicómicos: el de Antonio López de Santa Anna, un caudillo y bufón que se benefició de la inaudita desinformación profesional de “la prensa” de su tiempo. La marquesa Calderón de la Barca recuerda que la Ciudad de México circulaba desde las cocinas domésticas hasta los elegantes salones de Palacio Nacional, lo que hoy llamamos “radio pasillo”, es decir chismes, versiones de segundas o terceras manos, cuentos chinos y un alud de conspiradores parlanchines. Enseguida a Santa Anna, por sus “méritos”, lo echaron a un lado otros fanatizados que dominaban la retórica del liberalismo y las modernidades ideológicas (afrancesados), aunque en los hechos tan sectarios como siempre. Los temas a debatir sobre las páginas de la prensa era: la libertad de prensa, libertad de credos, libertad de comercio, constituciones y muchos lemas que solo existían en el papel. Benito Juárez y Porfirio Díaz, ambos a la cabeza de sus propios incondicionales alimentaron una prensa muy activa, plural y radicalizada y hacia el final del siglo muy profesionalizada, siguiendo al modelo yanqui. Quizás fueron los primeros gobernantes que vieron el valor y peligros de la prensa impresa y circulante. La usarían a su favor a la que estuviera decididamente a su lado y harían hasta lo imposible por la desaparición de imprentas y periodistas incómodos, críticos o sarcásticos.
Gracias a la explosiva irrupción de la prensa impresa desde todas las ideologías en conflicto en ese trágico siglo, sabemos qué difícil fue para el estado hallar “estadistas”; por eso le costaría otra enorme cuota de sangre llegar a ser un verdadero Estado nacional, a causa de que no sabía bien a bien ni qué era la libertad ni cómo debían ejercerla los periodistas y cómo administrarla los editores de los periódicos. En parte porque era frecuente que el tipógrafo fuera un articulista, y también un editor; en parte porque el que escribía usaba de su libertad de pensamiento con toda su fuerza, con todas sus vísceras; en parte también porque tuvo que aprender a escribir y leer entre líneas, para evitar las interpretaciones que se hacían desde los cuerpos gobernantes dominantes: el estado y sus jueces, el ejército y sus caudillos y el clero y sus excomuniones. Era una época en que se nos fueron más de diez años en luchas y tropiezos para romper la dependencia de la corona española, sus leyes y los conflictos internos, muchos de ellos con su misma prensa. Una vez roto el lazo “pero no el nudo” con el ya menguado reino de España, comenzó la decadencia local generalizada. España, cosa digna de un estudio comparativo, vivía una situación muy similar ante su prensa. La independencia de México fue como romperle el palo mayor y el timón a su vieja nave. Podíamos no hacer caso a los sacudones ideológicos hispanos, pero teníamos suficiente con los empellones y zancadillas que las élites locales se ponían unos a los otros. Fue sumamente difícil para ellos concebir un Estado moderno, uno de libertades liberales deveras y no tuteladas por prejuicios y ritos mitad esotéricos mitad ilustrados, como los de las masonerías, sustento intelectual del choque de pensamiento entre la clase letrada decimonónica, dividida. La masa, analfabeta y monolingüe, siguió manteniendo en la expresión redonda de los sentimientos virreinales sus credos y su concepción del trabajo, la vida y la justicia tanto en éste como en el más allá.
Es aquí donde el libro que reseñamos brilla mejor, a fuerza de excavar tan profundo. Hoy pareciera que el Estado nacional sigue considerándose más un padrastro corrector que un padre formador de la patria. Un Júpiter que un Jesús. Un estado que desconfía del todo de sus propios ciudadanos, de modo que le escamotea por todos los medios posibles que las expresiones y análisis de la prensa florezcan en favor del estado de libertades que se requiere para dar el paso hacia el frente. Al contrario, al igual que hace dos siglos, estamos en la minoría de edad no de la prensa, sino de la élite gobernante, republicana, constitucional, democrática, en bancarrota y demás yerbas que se le agreguen. Resultan el mismo pozole que nos cocinan desde hace doscientos años. ¿Por qué? Si no fuera por una parte de la prensa impresa, que analiza “el menú del día”, seguiríamos inapetentes ante la modernidad, la productividad y la solución política de muchos males menores.
En el siglo XIX la tecnología de los tipos de plomo, la tinta a base de hollín y ceras, el papel económico, la censura omnipresente, la precariedad económica y el analfabetismo de las masas, determinaban quiénes escribían y quiénes leían la prensa: las élites que de un modo u otro incidían en el rumbo de la formación y ejercicio del “Estado nacional”. Hoy ¿qué ha cambiado? Casi nada, excepto que ya las uñas de los que imprimen periódicos salen casi limpias de su turno, y en breve, ya ni siquiera habrá eso. En el Oaxaca presente solo se imprime el Diario El Imparcial. Cuando yo me retiré del periodismo (1987) cada mañana salían no menos de ocho diarios distintos, otro tanto de semanarios y revistas.
Pese a la extinción del formato impreso y voceado en la calle y kioskos, persisten los problema de libertad de prensa, de responsabilidad ética del reportero, así como de la criminalización contra periodistas, articulistas y editores, de modificaciones “a modo” a las leyes relativas, concretamente para disuadir el ejercicio de una prensa libre y crítica. Es decir, seguimos estando muy parecidos a los acontecimientos del siglo XIX. El cuatachismo entre grupos de poder y grupos periodísticos continúa, así como el contratismo de compadres y “chayotaje” selectivo. Se acelera la aparición y desaparición de periódicos de tal o cual signo político, como en el siglo antepasado. Frente a esa realidad un tanto volcánica, circulan en los de mayor circulación nacional los mejores artículos de fondo, extraordinarias caricaturas, fotografías oportunísimas, notas documentadas, con evidencias, etc, pero éstas a veces no las genera el periodista profesional, sino el artesanal, el ciudadano que es testigo fortuito de hechos y los sube a sus redes sociales, que se convierten así en periodismo auxiliar de imágenes, datos y sucedidos. En la prensa de provincia no quedó sino el editor rico y poderoso y el reportero y el articulista abandonados a su suerte. Esto se acentuó mucho en el siglo XX, en la época del alemanismo priísta, pero, cosa digna de estudio, se ha ahondado bajo los gobiernos “de izquierda”. ¿Por qué?
La lectura del libro de la investigadora de la Universidad de Princeton equivalió para mí a romper el espejismo empañado de “actualidad”. Me lo convirtió en el lente de aumento del siglo XIX donde las correlaciones entre la prensa y los gobernantes de entonces definieron lo que hoy somos como sociedad, pude advertir la perspectiva con una nitidez que otros libros de la misma temática que he leído no me habían permitido reflexionar tan a fondo, ni ver las curvas tan peraltadas de viaje histórico tan trágico como poco útil para una nación latinoamericana que busca estar entre las desarrolladas.
Mientras esté en funciones un neo-totalitarismo que crea que gobernará bien si antes elimina al cuarto poder, o lo ningunea compulsivamente, está condenado a remar en círculos con un solo remo. No saldrá jamás del estancamiento general. Es una lección que comprendí con otros datos, nombres, fechas y circunstancias al leer el libro Con las uñas llenas de tinta. Acabamos pareciéndonos, o padeciéndonos, tanto al venerable siglo XIX… pero no hizo sino preguntarme con más intensidad: ¿Cuándo empezará a tener un rumbo positivo la correlación prensa–poder político–sociedad del siglo XXI?
Si vemos el presente tecnológico, es obligada la desaparición de la prensa impresa en papel, pero eso no significa la desaparición del periodismo profesional, sino que supone su evolución conforme el paradigma del internet y la IA amoldan los comportamientos del lector, las necesidades expresivas del periodista de hoy y las tentaciones manipuladoras de las élites con poder, sean las constitucionales o las fácticas, pues el internet y la IA están a la disposición de uno y otros.
El pseudo periodismo de las “redes sociales”, por su novedoso formato y su versatilidad, no ha mejorado al oficio ni sus fines; solo ha agrandado el “vecindario” donde suena y resuena, sin deveras marcar ningún rumbo, porque su finalidad es la trivialización de toda clase de rumbo, porque la manipulación de lo que se sube sigue siendo una de las herramientas más obsesivamente empleadas desde los poderes mismos, el constitucional y el fáctico. Aunque no se diga con claridad en otros libros, el rol de la prensa que refleja los hechos acaecidos, suele en el enfoque o en el análisis moldear una opinión pública que irá decidiendo sus destinos, pero esa toma de conciencia individual no suele reflejarse homogéneamente en el colectivo, a causa de uno de los valores del liberalismo: el peso de las mayorías y la representatividad de las minorías, cuando son aceptadas; el funcionamiento objetivo de las instituciones republicanas tanto en los frentes educativos, como en los asistenciales, los alimentarios, los culturales, los económicos, los del ocio, etc. En suma, la labor de goteo de la prensa puede influir en un sentido o en otro, pero no está eximida de apasionamientos y yerros. En cambio la masa que se nutre solamente de las “redes sociales”, sus extremismos no la conducen al yerro, por su anonimato, sino a la distorsión de la realidad común al cuerpo social o a su anecdotario, de manera pungente y sarcástica, pero con resultados inocuos, puramente recreativos y peligrosamente “auto-anarquistas”, simplemente porque sí. Es el kínder de barrio a donde los adultos suelen ir a “vivir” sus mejores horas del día.
La prensa profesional del presente es en cambio un imán para mentes diversas, por lo general preparadas académicamente, todas pertenecientes a una élite estudiada. Un periódico está compuesto por especialistas de secciones, así sean las frivolidades del espectáculo o las notas de sociales. Pero cada día más su fuente primaria de información son las redes sociales, no las fuentes clásicas, las oficiales, básicamente porque estas se han cerrado a todo tipo de escrutinio. Entonces ¿cómo se irá formando una opinión pública de ahora en adelante?
Los capítulos del libro que reseñamos son los siguientes, a los que he añadido solo uno de los varios subcapítulos que analiza, los que más me han interesado:
1.Introducción. La reconsideración de la libertad de imprenta y la cultura política por medio de la producción de impresos.
2.La política de la lealtad. La reforma de la imprenta y la reforma del imperio.
3.La responsabilidad a juicio. El panfleto de Gutiérrez Estrada: la publicación de materiales políticamente sensibles.
4.El escándalo de la venta: Misterios de la Inquisición. El debate de los límites de la autoridad religiosa.
5.El negocio de construir una nación. El patrocinio de la imprenta en medio de los bandazos en tiempos de la Reforma (1853-1863). La política de imprenta de Maximiliano y la Imprenta del Gabinete (1863-1867).
6.Los obreros del pensamiento. Un espécimen de tipos como tratado: el drama político de México escrito desde abajo.
7.La criminalización de la imprenta. La prensa como “cuerpo del delito”: ¿prueba o iconoclasia?
EL CASO OAXACA
He pensado si puede ser útil para la historia del periodismo local escribir lo que me tocó vivir de las relaciones prensa–poder–sociedad de los años que fui reportero, fotorreportero y director en Carteles del Sur: 1975-1987, fundado por mi padre en 1965.
Una vez que he leído el bien diseñado libro de la Dra. Corinna Zeltsman he hallado tantas similitudes y correspondencias entre la prensa impresa, los editores, los periodistas y el público de entonces con el que me tocó vivir. Sí, el tiempo pasa lento. O no pasa. O pasa en círculos. Eso es lo que me ha intrigado desde que terminé su lectura. Pero parece que un proyecto de esa envergadura es tarea harto compleja y de tiempo completo, que ya no tengo. La prensa local de antes, después y ahora clona los contenidos facciosos de la prensa de la Ciudad de México porque aunque la realidad local se comportara un tanto distinta, las facciones de allá y las de aquí prácticamente eran las mismas. Las elites “nacionales” se nutrieron en buena medida del Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, así como de los seminarios eclesiásticos de diversos estados del país, pero donde estaba el núcleo de la intelectualidad era en las logias masónicas y éstas, como hoy el internet, acaparaban a la “opinión pública”, la que ofrecía su “versión de los hechos” y su análisis de las consecuencias. La realidad podría ser lo de menos. No faltaba un caudillo que nos dictara cómo era y punto. Pero antes que nada el cabecilla ponía en duda la honestidad de la prensa contrincante y aun les destruía sus máquinas, cuando no atentaba contra sus vidas, fuera con juicios amañados, con multas impagables o con destierros y/o entierros. No es algo exclusivo de México, pero sí de América Latina, hasta hoy en día.
En la época en que ejercí, el gobierno era vertical, de partido apabullante, que respondía como una sombra el más mínimo movimiento desde arriba hacia abajo. Ello generó lugares comunes y soluciones de manual. También una concordia elemental y automática alrededor del presidente, quien en realidad era un emperador de facto, pues elegía a su sucesor, retiraba a sus malquerientes y pasaba por alto a los disidentes, saliendo “lavado y planchado” ante la historia. Eso creyeron, sí. Se reprodujo una sociedad que respondía a esos estímulos previsibles con similares respuestas de manual. La realidad era un guión ya escrito que había que seguir. Pero había dos vías para expresarla. Una de ellas era pragmática; la otra, idealista. Pesaba mucho más esta última en el ánimo de la prensa porque permitía un margen de permisibilidad acotado por los “usos y costumbres” forjados a lo largo de lustros de priismo. Era una rendija que permitía hacer breves correcciones, pero no cambios de rumbo. Mucho menos de personajes, ya que eso se decidía desde arriba. Había que desarrollar cualidades argumentativas y de estilo para lograr expresarse lo más duro posible sin despojarse de los guantes de terciopelo a la hora de escribir, denunciar, exigir, sugerir, etc. Los límites no eran muy anchos pero sí funcionales porque el Estado no apartaba ojos ni oídos a lo que aparecía en la prensa y en consecuencia actuaba en un sentido definitorio, fuera en público o en privado.
Pero ocurría que políticos del mismo clan, pero deseosos de hacerse del predominio del poder, financiaban desde debajo de la mesa una prensa a su servicio, de modo que fuera su vocero, su escalera y su garrote contra la prensa de sus “enemigos”. Había una tercera opción, una prensa pueblerinamente anárquica a la que se le conoció como “periódico de combate”, o “de ataque”, según el opinante. Era camaleónica, porque se daba muchas veces el caso cínico que expresaba su hacedor: “Mi periódico no se vende, pero yo, el director, sí”. Es decir, plumas de alquiler que se inclinaran hacia donde fluía la canonjía, el chayote, la promesa, o la exculpación de “cuentas por pagar”.
Siempre el mayor peso de la prensa provinciana radicó en la nota política. El lector oaxaqueño tenía una predilección en mis tiempos: leer entre líneas lo que se informaba de fuentes oficiales, fuesen estas gubernativas, universitarias, empresariales, culturales, etc. Ese “leer entre líneas” de vena popular ya había alcanzado su mayor grado de sofisticación, creatividad y gracia con Cantinflas, un personaje inequívocamente “pueblo”. Pero si éste la hizo un arte mayor, el resto de la población de provincia la hizo morralla del día. La jerga que le permitía ser “políticamente correcto”, u “oportunistamente audaz”. Como fuera, era difícil hallarlo fuera de la jugada que estaba en ciernes, coronándose o viniéndose abajo –la jugada– él recuperaba el punto medio exacto y se alistaba a la siguiente vuelta de la fortuna. Cambiaba de “chaqueta”. Fácil. Era parte del escalafón saber cuándo aplaudir, cuando ponerse de pie y aplaudir o cuando “reprobar” a hechos y personajes incómodos del momento. Curioso modo de autosobrevivencia socioeconómica en un mundo que, sin embargo, evolucionaba bajo leyes que escapaban aun de las habilidosas manos de la presidencia de la república, que para ello tenía un omnipresente y poderoso ministerio especial: el de gobernación, que nos recordaba que “en este país no se mueve la hoja de un árbol sin que lo sepa el señor presidente, bla, bla, bla”.
Por ello digo que el libro Con las uñas llenas de tinta me indica que la prensa que conocí fue así, porque así fueron sus antecedentes rastreables desde el siglo XIX, esta vez por una académica multipremiada: “Murdo J. Macleod”, de la Southern Historical Association y el premio “Howard F. Cline, por el mejor libro en ciencias sociales). Es imparcial, por ser norteamericana (Universidad de Duke y profesora en Princeton). Es descendiente de tipógrafos, además. Sabe que en Estados Unidos la prensa no pudo ser tan diferente, creo, de la nuestra en el siglo XIX, si bien más tecnologizada.
Baste por el momento esta conclusión que ata los hilos entre el periodismo y el dueño del medio de información, que no son lo mismo. Uno busca la verdad de los hechos, el otro, el negocio y muchas más de las veces de lo que imaginamos, busca el poder político apalancado con su propio medio de difusión. Eso ni siquiera las redes sociales norteamericanas lo han cambiado. Se han cuadrado a ambos intereses. Es interesante leer análisis de esta seriedad, pues nos ofrece verdades que a veces no quisiéramos saber, pero que constan con tinta y papel. Dejaron una marca visible “bajo las uñas”.
El libro fue traducidopor Mario Zamudio Vega y tuvo la revisión técnica de Marina Garone Gravier, quien ha sido una asidua estudiosa de la imprenta mexicana, con una extensa lista de libros publicados. Puede conseguirse en librerías o directamente en el catálogo de www.granodesal.com

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