Es un tomo que mide 30.5 x 23 cm, el tamaño que se estila de las partituras para colocarlo en un atril. Para su mejor manejo va engargolado, así que es fácil manejarlo mientras se interpreta. La ilustración de portada alude a una banda de conejitos hecha en barro rojo de Tavehua, en la Sierra Norte.
Enseguida vamos a colocar el índice, para que el lector tenga el panorama completo y más abajo la introducción que hace la misma Editora. Al final, un texto con que lo presentamos al público en la Casa de la Cultura Oaxaqueña el pasado 5 de septiembre de 2018.
INTRODUCCIÓN
Este libro de transcripciones de la música regional oaxaqueña fue inspirado por el descubrimiento de que los órganos tubulares históricos de Oaxaca podían sonar como una banda de viento interpretando música folklórica. Ello no resulta tan sorprendente puesto que el órgano es también un instrumento de viento, de hecho es el más grande y versátil de todos, y sus numerosos tubos pueden producir sonidos parecidos a los de flautas, trompetas y trombones. Pero fue la entusiasta respuesta del público al escuchar selecciones de la música oaxaqueña tocadas en el órgano lo que nos alentó a crear un programa entero del repertorio folklórico.
La mayoría de las piezas fueron seleccionadas del repertorio de la Guelaguetza, el festival anual oaxaqueño de música y danza folklórica, en función de su valor musical como piezas de concierto, independientemente de su coreografía, su vestuario o su letra; también se incluyeron algunas canciones sin danzas relacionadas. El percusionista Valentín Hernández agregó instrumentación para capturar el pulso y el espíritu de las bandas de viento. Desde 2010, hemos presentado este concierto en los diez órganos restaurados del Estado durante las celebraciones de la comunidad y en 2013 se hizo una grabación del programa.
El disco ha demostrado ser especialmente útil como tarjeta de presentación del Instituto de Órganos Históricos de Oaxaca (IOHIO) en pueblos con órganos no restaurados y a menudo abandonados, donde la gente ya no guarda ningún recuerdo del uso original del órgano ni mucho menos de su sonido. Las autoridades en los pueblos han quedado asombrados al escuchar por primera vez esta música tan conocida tocada en un instrumento desconocido, permitiéndoles imaginar cómo sonaba el órgano de su comunidad. Esperamos que este material ayude a despertar el interés local para preservar y proteger los órganos, funcionen o no funcionen.
El siguiente paso fue transcribir las improvisaciones y los arreglos existentes de nuestro programa de concierto con el fin de publicar las partituras y así difundir el repertorio oaxaqueño más ampliamente. Si bien las interpretaciones fueron concebidas con el sonido del órgano tubular en mente, pueden tocarse en cualquier otro instrumento de teclado, ya sea piano, clavecín, órgano electrónico o teclado electrónico.
La música seleccionada para este libro tiene una historia interesante. Se originó en los siglos XIX y XX en base a la tradición de tonalidades y formas europeas, como valses y marchas; se tocaba en instrumentos importados, principalmente de Francia, o en réplicas hechas localmente. Desde entonces, los bailes y el acompañamiento de la banda de viento se realizan en los pueblos durante las celebraciones especiales. Las piezas originalmente eran cortas y con muchas repeticiones; tenían títulos como El Guajolote, El Atole, El Palomo o El Toro y generalmente se referían a las etapas previas a una boda. Estas piezas posiblemente no hubieran evolucionado o incluso hubieran desaparecido, si no fuera por el interés y el compromiso de músicos locales –incluyendo a los “organistas” (que por lo general tocaban los armonios)– que visitaban comunidades en la región para transcribir y recopilar su música. Estos “etnomusicólogos” locales unieron las piezas en una sola obra más extensa, como es el caso del jarabe, que es una danza alegre y exuberante, y generalmente fueron nombrados según su región, como el Jarabe Mixteco o el Jarabe del Valle. Finalmente las transcripciones fueron arregladas para bandas de viento con el fin de dar mayor difusión a la música.
Las recopilaciones regionales se fusionaron posteriormente en un repertorio estatal, que fue presentado durante el “Homenaje Racial” en los 1930s y más tarde en la Guelaguetza en los 1950s. Desde entonces, estos arreglos se han formalizado y sofisticado de acuerdo con el avance tecnológico y los estándares internacionales para el turismo. Las bandas se enriquecieron con instrumentos mejorados y directores mejor capacitados. Los pasos de baile tradicionales –los hombres y las mujeres por lo general bailaban en líneas separadas, uno frente al otro pero sin tocarse ni mirarse– a menudo fueron modificados o reemplazados por coreografías más complejas y deslumbrantes y un vestuario más elaborado para coordinarse con la evolución de la música. De hecho, algunos bailes y trajes fueron inventados específicamente para el evento. Actualmente la Guelaguetza ya no es solo un evento oaxaqueño o incluso nacional, sino que se presenta en todo el mundo por oaxaqueños, mexicanos y no mexicanos; además se le puede ver en el internet. Por otro lado, las comunidades todavía sienten un vínculo especial por su propia música que sigue predominando en sus celebraciones.
Las bandas de viento son las principales transmisoras de la música regional, pero se toca también con mariachis, conjuntos de guitarras, grupos corales, cantantes, marimbas, bandas de rock y ahora, órganos tubulares. En Oaxaca donde se cree que un pueblo sin banda es un pueblo sin alma, las bandas tienen una presencia más fuerte que en cualquier otra parte de México. Éstas tocan en todo tipo de celebraciones: bodas, graduaciones, cumpleaños, días de santos, mayordomías, ceremonias gubernamentales e inauguraciones. No hay una distinción clara entre la música festiva y la música religiosa, donde las bandas siempre acompañan las procesiones religiosas en sus recorridos por las calles de la ciudad o del pueblo más pequeño. Las bandas también tocan dentro de las iglesias en misas especiales, desde los tonos tristes de una misa fúnebre hasta la alabanza alegre de un santo o a la Virgen María. Por ejemplo, los bailarines interpretan la Danza de la Pluma para el Señor del Rayo en la Catedral, el Jarabe del Valle para la Virgen María en la Basílica de la Soledad y el Rosario Oaxaqueño para la Virgen del Rosario en del Templo de Santo Domingo de Guzmán. El IOHIO ha encontrado numerosos manuscritos e instrumentos de banda del siglo XIX en las iglesias de áreas remotas de Oaxaca, escritos por compositores locales para fiestas religiosas específicas de sus comunidades.
Siglos atrás, los órganos portátiles acompañaron las ceremonias religiosas al aire libre. Los pequeños órganos “procesionales” de mesa que se importaron a la Nueva España en el siglo XVI fueron claves como apoyo musical en la evangelización de los pueblos. Podían cargarse alrededor del atrio o la capilla abierta de la iglesia y colocarse en el punto de parada de una procesión para acompañar los cantos durante un bautismo colectivo, a menudo para cientos de personas, o para la veneración de un santo o un ritual dominicano. A medida que las iglesias se ampliaron y se consolidaron para satisfacer las necesidades de una población en crecimiento, los órganos estacionarios más grandes reemplazaron a los órganos portátiles y desde entonces, su función litúrgica fue similar al de los órganos europeos.
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Este libro está dedicado a los compositores, recopiladores y arreglistas de la música folklórica oaxaqueña. Las obras que carecen de una autoría, se citan simplemente como sones tradicionales que afortunadamente fueron conservados a través del tiempo por su relevancia en las comunidades. Al momento en que se escribieron estas obras, todavía estaban en uso algunos órganos tubulares oaxaqueños. Estoy segura de que los compositores nunca imaginaron que su música algún día podría escucharse en un órgano, y solo espero que les hubiera caído como una bonita sorpresa.
Cecilia Winter
Agosto de 2018
La contraportada es esta:
Finalmente viene esta semblanza literaria de la autora y su trabajo musical:
Cuando
imaginamos
a Oaxaca como solo la
puede ver un pájaro desde el cielo, no podemos dejar de arrobarnos
con la belleza geográfica de su Valle. A cuanto espíritu sensible,
a cuanto extranjero ha llegado hasta aquí, le ha cortado el aliento.
Se cuentan por
decenas las citas que podríamos hacer de los testimonios que nos
dejaron escritos los cronistas desde el siglo XVI. Era tan bello, tan
luminoso, tan lleno de potencia este
lugar donde vivimos, que Hernán Cortés, maestro de las mañas como
era, a los primeros pobladores de este
valle, sus mismos
paisanos españoles y los mandó a vivir
sobre el comal ardiente que es Tututepec. Allí
los mandó a que se los comieran vivos
los mosquitos, mientras él reclama como
de su propiedad particular el Valle de Oaxaca, sus montañas y sus
cielos. Pero aquellos
primeros conquistadores ni tardos ni
perezosos, empacaron lo que pudieron y emprendieron el veloz regreso
a este Valle nuestro de
Oaxaca y prefirieron soportar el
incendio de echar pleito largo y ruinoso
contra Cortés, pero quedándose a vivir
en esta templada planicie
que de tarde en tarde se solaza viendo atardeceres de película y
así, Cortés no volvería jamás a ver
el cielo azul de su marquesado.
Pero,
si esto es un regalo para la vista, ¿cómo debería sonar este
paisaje visual? ¿Qué notas, qué melodías, que instrumentos
deberían ser los colores que le engalanen? ¿Y cuántos sentimientos
debería un músico arrancarse del fondo de su alma para que entre su
ser interior y el Oaxaca que le circunda se armonicen, inspirados?
No
hace falta esforzarse demasiado porque ese mural ya ha sido pintado.
Basta poner atención a los cuetes que anuncian las fiestas
patronales de los pueblos, sus
fandangos, porque allí, de seguro, sonará la música y se expandirá
por ese cielo en que el pájaro vuela.
El
corpus musical oaxaqueño es muy amplio y viene sonando desde siglos
atrás.
La
maestra Cecilia Winter ha emprendido el viaje hacia el big bang de la
música oaxaqueña. Primero buscando órganos destartalados con la
misma pasión que su esposo Marcus Winter se ha puesto a buscar
restos arqueológicos en las entrañas de Monte Albán. Enseguida,
una vez hallados sus restos fosilizados en coros de iglesias muy
antiguas y señoriales, se ha propuesto
devolverles la
vida, el aliento.
En el trayecto ha rescatado antiguos libros con partituras. Luego nos
ha llevado de paseo a conocerlos, que no es otra cosa que verlos,
contemplarlos, poderlos palpar, imaginar su época de esplendor y
luego nos ha hecho escucharlos. Yo no sé quién ha palpitado más
intensamente, si ha sido el órgano de Jalatlaco o el de Tlacolula o
ha sido mi corazón al escuchar la música sacra salir volando desde
las bocas de sus mil tubos.
Lo
que sí sé, es que Cecilia Winter no pierde el tiempo volando como
un ave sino que lo gana aterrizando
proyectos como éste que nos reúne ahora. La publicación de su
libro de partituras titulado “Música Regional Oaxaqueña de Ayer y
Hoy, transcripciones para órgano y piano”, lo
ha complementado con breves semblanzas históricas de cada una de las
piezas y de los autores, cuando se conocen
sus nombres y se saben sus significados.
Pero
es en este punto
en que el ave, que antes surcaba majestuosa los cielos de Oaxaca, se
posa ahora en un vulgar cable de luz. La vista, en ese momento,
cambia radicalmente si la mirada es la de un musicólogo o un
historiador. Son varias las causas que nublan esta visión de cerca,
a ras de suelo, siendo
la principal de ella la escasa cantidad y calidad de información
sobre la vida y obra de quienes pintaron este mural musical de que he
hablado metafóricamente.
Es
verdad que en nuestras comunidades abundan los músicos, pero cómo
desearíamos que abundaran también los teóricos, los cronistas
musicales, los periodistas especializados y los historiadores
formales de este cuadro colectivo que, forjado en el yunque de los
siglos, hacen que bailemos, cantemos y lloremos al son de sus notas.
Pero
nunca es tarde. He aquí ya un modelo que propone Cecilia Winter para
que otros
sigan la
receta:
Tecnología,
entusiasmo de los jóvenes músicos y apasionada entrega.
Cecilia,
creo que ya
estaba escrito todo esto en tu
destino. No
sé en cuál clave musical ha sido,
pero seguramente fue la
de sol, porque tus
padres te
bautizaron
con el nombre de la santa patrona de los músicos: Cecilia... y
he aquí, como se dice en mi barrio, ya traías la “música por
dentro”...
Muchas
gracias, maestra,
por sembrar esta nueva semilla
musical en
el luminoso
valle de Oaxaca que, pase lo que pase,
luce y suena feliz cuando
canta, baila y llora.
Claudio
Sánchez.
5
de septiembre de 2018.
Soy Willy Rex y estoy comentando en este sitio web porque ando haciendo la tarea posdata Andrea del T. C. is the love of mi live
ResponderEliminarpero madre mia willy que haces aqui
EliminarDisculpe las partituras solo son para instrumentos de viento o hay algún arreglo para piano. ?
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