Le correspondió la "Letra Q" dentro de la segunda serie de esta Colección bibliográfica universitaria. Como verá el lector, le pusimos un "copete" punk porque Guadalupe Ángela vivió con intensidad en sus años mozos este movimiento social y cultural. Una silueta de pestaña en el lado derecho enfatiza su condición de mujer. La cromática negro y gris plata obedecen al mismo estilo estético de aquel movimiento contracultural.
Introducción
Margarita V. Salazar Canseco
Jorge Pech Casanova
Carlos R. Sánchez Silva
Mucho más
allá de mi ventana
mi esperanza jugaba
a una flor, a un jardín,
como esperando abril
Silvio Rodríguez
I
Algunos acontecimientos del año de 1969 causaron tal efervescencia social que iban a definir el sentido de la historia durante muchos años subsiguientes. A la escritora Guadalupe Ángela Ramírez Victoria le tocó nacer en los primeros días de aquel año, el 4 de enero. La hija de Lázaro Manuel Ramírez Cortés y Guadalupe Tomasa Victoria de Ramírez no se enteró, pero antes de dos semanas de su primera respiración, la banda creadora del Heavy Metal, Led Zeppelin, había concluido su primer disco, que aparecería el 12 de ese mes. Tampoco sabían John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr, que estaban por concluir el mes con el último concierto de los Beatles en Londres, improvisando un escenario sobre el techo del edificio Apple. La cultura del mundo también fue transformada ese año por dos sucesos: la llegada del primer vehículo tripulado por seres humanos a la luna, el 31 de julio, y un par de semanas después, del 15 al 18 de agosto, el festival de rock de Woodstock, donde el canto desgarrado de Janis Joplin iba a permanecer en la memoria de la multitud junto con las melodías ácidas de Jimi Hendrix y la inesperada secuencia de la ópera rock Tommy, de The Who, en los mismos días en que resonaron las voces de Joan Baez y Joe Cocker ante los miles de hippies reunidos en los campos.
En la tranquila ciudad de Oaxaca de Juárez, la niña Guadalupe Ángela no se enteraría de esos sucesos sino hasta años más tarde. En su casa del barrio de La Noria, en los confines del centro histórico, ella y sus tres hermanos han de haber crecido con la música tradicional, si acaso con el rocanrol en español, edulcorado, que la radio privilegiaba en la década de 1970.
La educación de la niña Ramírez Victoria comenzó en la escuela primaria “Vicente Guerrero”, muy cercana a su hogar, donde estudió del primero al tercer año. Ahí la conoció su futura amiga Vilma Huerta. Sin embargo, la niña Guadalupe se cambió de escuela en el cuarto año, y concluyó la primaria en el recién construido colegio urbano federal “27 de Septiembre”. La escritora consideraba que en esa escuela comenzó su formación literaria, gracias a su profesor Enrique Ramírez, a quien le dedicó el cortometraje Sí a la poesía, que ella escribió y cuya dirección confió al realizador Alex Sérbulo en 2017. En ese video documental, la poeta recordaba que cuando ella tenía doce años murió su hermana mayor, lo cual devastó a su familia. Alguien le recomendó a su padre que enviara a los hermanos sobrevivientes, Lázaro, Guadalupe y María del Carmen, a un curso de psicología que la Universidad Benito Juárez abrió para el público en general. La adolescente y sus hermanos sólo asistieron al curso unos meses, pues su padre, al enterarse de que el instructor era en realidad “esoterista” y enseñaba a sus estudiantes cosas como la magnetización de objetos, prohibió a sus hijos acudir allí. Sin embargo, animada por aquel instructor, Guadalupe Ángela comenzó a leer un libro que consiguió prestado con una vecina: Papillon, la crónica de Henri Charrière sobre sus experiencias en una colonia penitenciaria francesa, aparecida el mismo año en que nació la niña Ramírez Victoria.
La doctora Vilma Huerta, amiga de Guadalupe Ángela desde la infancia, recuerda que se reencontró con su compañera de la primaria en el Colegio de Bachilleres de Pueblo Nuevo. Las dos jóvenes, junto con Araceli, la hermana de Vilma, fueron muy unidas y frecuentaron juntas las escasas diversiones que había en la ciudad: patinar en el paseo Guadalupe-El Llano (el parque más amplio de entonces, donde llegó a haber un pequeño zoológico) y recorrer las calles del centro en bicicleta. Guadalupe Ángela, retadora, usaba para esos paseos una camiseta en cuya espalda había pintado el letrero “Sígueme”. La doctora Huerta recuerda que por entonces su amiga comenzaba a dar muestras de una inconformidad con la vida provinciana que la llevó a adoptar el atuendo “rocker”: portaba chamarras con estoperoles, mallas de red y botas altas de grueso tacón.
Incitadas por Guadalupe, las hermanas Vilma y Araceli gustaban de acudir con ella a una fuente de sodas donde adquirían cerveza de raíz y, fingiendo que contenía alcohol, la bebían ostensiblemente para retar la vigilancia policíaca, cuyas reprimendas evadían luego con burlas. Otra diversión preferida de las jóvenes era acudir a los bailes del salón “Candela” y a la discoteca “Jockey”, en la cual estaban instaladas unas jaulas elevadas en cuya altura exhibían las tres muchachas sus habilidades dancísticas.
Por entonces, la joven Ramírez Victoria concibió la inquietud de viajar por el mundo. Entendió que su medio para lograrlo era aprender lenguas extranjeras, por lo cual se inscribió junto con sus amigas al Centro de Idiomas de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. Fue el comienzo de la relación que la autora sostendría toda su vida con ese centro de estudios. En ese ámbito, Guadalupe Ángela decidió que para aumentar sus conocimientos necesitaba hablar con personas del extranjero; por eso animaba a sus amigas a visitar el zócalo de Oaxaca, donde conversaban con los visitantes que allí concurrían, sin importarles que las llamaran “Gabacheras”. Querían saber del mundo más allá de la provinciana Oaxaca.
Las muchachas iban acercándose a la vida adulta. Un signo de su cada vez mayor audacia fue sustituir sus bicicletas por motonetas, gesto inusual para las jóvenes en esa época: Guadalupe Ángela conducía una Vespa Ciao, y su amiga Vilma, una Chispa Carabela. Después de los bailes, de madrugada, daban una vuelta por el zócalo con sus motos antes de retirarse a dormir.
Desde esa época, recuerda la doctora Huerta, Guadalupe Ángela era una lectora ávida. Por ello, no era fácil ser su amiga, pues exigía que sus amistades adoptaran sus inquietudes intelectuales además de acompañarla en sus diversiones. A la joven Vilma, Guadalupe la encauzaba en la lectura de las obras de Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre y Carlos Fuentes. También recomendaba con entusiasmo los libros de Henry Miller; entre sus lecturas favoritas también se contaban El lobo estepario, de Herman Hesse, y Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Otro libro atesorado por la futura autora fue El tambor de hojalata, de Günter Grass, obsequio de un visitante alemán.
Al concluir la preparatoria, Guadalupe Ángela se fue a la ciudad de Puebla a estudiar la licenciatura de Enseñanza de Lenguas Extranjeras en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Allí compartió habitaciones con otra joven oaxaqueña, María Azcona. A Oaxaca regresaba en las vacaciones para refugiarse en el mar, en Puerto Escondido, pues, como le subrayaba a su amiga Vilma, “cuando voy a la playa, vivo al cien”.
Mientras Guadalupe Ángela estudiaba en Puebla, su hermano Lázaro, más inquieto aún, se fue a vivir a Chicago. Allí se estableció, trabajando sin papeles en bares y sitios afines. Al igual que su hermana, Lázaro disfrutaba los viajes, y su trabajo en Estados Unidos le permitía ahorrar lo suficiente para satisfacer sus anhelos. Además, se había relacionado con el ambiente bohemio de la ciudad, en el cual probaba sus dotes artísticas. No tardó en invitar a su hermana para que experimentase la vida en el extranjero, y así, Guadalupe Ángela pudo cumplir una de sus metas: vivir en el país vecino.
A su regreso de Estados Unidos, Guadalupe Ángela conoció a un joven de Oaxaca que se convertiría en uno de sus mejores amigos: Boris Loredo, quien regresaba de estudiar arte en la Ciudad de México. El encuentro ocurrió hacia 1991 e impulsaría la creatividad de ambos. Por entonces, Guadalupe Ángela dibujaba, escribía y confeccionaba objetos que decoraba con su escritura y dibujos. Más tarde, cuando la joven pudo viajar a Berlín con una beca, la asidua correspondencia que sostuvo con Boris Loredo y su pareja de entonces, Eduardo Garza, no sólo constaba de cálidos mensajes y descripciones de sus viajes, sino incluía casetes con la música que llamaba la atención de Guadalupe Ángela, y sobre todo, elaboradas postales que ella confeccionaba, dibujaba y decoraba con impresos, fotografías y otros objetos recolectados en Berlín, donde trabajaba y estudiaba, así como en algunas ciudades de Portugal que visitó durante sus vacaciones. Cuando estuvo de vuelta en Oaxaca, el primer texto que Guadalupe Ángela publicó en una revista local –el cuento titulado Corazones pintados– fue una narración en torno a la vida de su amigo artista.
Boris Loredo conserva esas misivas y ha permitido reproducir las más significativas en este volumen. Con ellas podemos conocer un aspecto poco difundido de la creatividad de Guadalupe Ángela, quien a lo largo de su vida eligió definirse como poeta, sin embargo, también experimentó con otras artes como las visuales o inclusive la escultura, como lo prueba una urna en cerámica que le obsequió a su amigo Boris.
Durante la década de 1990 Guadalupe Ángela estudió, viajó y disfrutó de la vida cuanto pudo. Para finales de ese decenio ingresó a trabajar en el Centro de Idiomas de la UABJO a invitación de la académica Ángeles Clemente, como profesora de español para extranjeros. El trabajo le permitió conocer a diferentes personas a quienes más tarde visitó a su vez. La joven profesora mantenía su existencia bohemia y era conocida por su apego a la bicicleta como medio de transporte, en la cual iba y venía por la ciudad. En 1996, tuvo uno de los encuentros más significativos de su vida: comenzó su relación con la poeta Rocío González. Guadalupe Ángela lo narró así en un texto que le dedicó muchos años después, cuando su amiga y mentora estaba a punto de fallecer por un tumor canceroso:
Conocí a Rocío en 1996, en la Casa de la Cultura de Oaxaca. Dirigía un taller de poesía y de creación. […] Fue mi primera maestra de estudios literarios. Aunque no estuviéramos en una universidad o escuela, ella nos describía detalladamente el panorama de la literatura mexicana, así como los gestos del lenguaje literario que intentábamos reproducir en nuestros primeros textos.
La amistad entre Guadalupe y Rocío se extendió durante los 23 años que le restaban de vida a la poeta nacida en Juchitán en 1964. Así lo demostró Guadalupe Ángela al organizarle un homenaje en el año 2019, cuando la poeta Rocío estaba a punto de ser derrotada por el cáncer. En esa ocasión, Guadalupe rememoró otra de sus experiencias formativas en el taller de poesía de Alberto Blanco, a quien el escritor Manuel Matus Manzo invitó a impartir un taller en el Instituto de Investigaciones en Humanidades de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. En el taller (que resultó decisivo para muchos autores oaxaqueños) Guadalupe Ángela y Rocío González coincidieron de nuevo.
En 1998 Guadalupe Ángela participó en otro taller de poesía que se impartió en el Instituto de Investigaciones en Humanidades de la UABJO, bajo la conducción de Jorge Pech Casanova. Al finalizar ese curso, la autora convenció a sus compañeros para publicar una plaquette de poemas con la cual fundó un proyecto que iba a retomar en diferentes épocas, a fin de dar a conocer su obra poética: Editorial A Mano. El delgado folleto verde, como su nombre lo indicaba, impreso mediante fotocopias, fue encuadernado con cartulina por sus propios autores. Desde su época de viajera en Portugal, la autora había participado en ediciones colectivas, como lo muestra la página de un libro que envió a Boris Loredo desde Algarve, en el cual publicó dos breves y bellos poemas en portugués.
As córes
Recolhes o azul de madeira do mar
tarde da costa alta
o branco mexe meu vestido
olho-te
construir teu próprio barco
a neblina apaga o horizonte
partes no cinzento
e chove.
Correio
Roda a chave da minha existéncia
o moinho de ansiedade
abre os envelopes de teu siléncio
Tu voz, o sonho duma Caixa de prata.
Los colores
Recoges el azul madera del mar
anochece en marea alta
el blanco mece mi vestido
te oigo
construir tu barco
la neblina apaga el horizonte
partes al ceniciento
y llueve.
Correo
Gira la llave de mi existencia
un molino de ansiedad
abre los pliegues de tu silencio
Tu voz, el sueño de una caja de plata.
Un gran cambio aconteció en la existencia de Ángela con el inesperado nacimiento de su hija Abril Artemisa Kurzmeyer Ramírez en 2003. El suceso transformó a la escritora y profesora. Abandonó la vida bohemia para concentrarse en el cuidado de su hija y en la escritura, como lo prueba la publicación, al año siguiente, de su primer título individual de poesía: Hiedra de luz, bajo el sello de Editorial A Mano, creado por ella seis años antes.
En los años que restaban de esa década, Guadalupe Ángela combinó sus tareas de madre con sus estudios. Desde 2001 había ingresado a la Maestría en Literatura Mexicana que se impartió en el Instituto de Investigaciones en Humanidades de la UABJO, y egresó con la primera generación que se graduó en 2004. La autora se tituló varios años después con una tesis sobre Incurable, de David Huerta, para la cual contó con la asesoría de la poeta Rocío González. Posteriormente, en 2011 y 2012, Guadalupe Ángela sería profesora invitada en la licenciatura de Humanidades que hasta la fecha sostiene el IIHUABJO, como docente de la materia de Comprensión y Traducción de Textos en Inglés.
En los años en que estudiaba la Maestría, la escritora experimentó con otras manifestaciones artísticas. En 2003 colaboró con la cantautora Ana Díaz y el músico Julio García para componer la canción “Aquí”, incluida en el disco La vida que comienza, de Ana Díaz. Al año siguiente, la poeta y la cantante compusieron la canción “Nubes de junio”, incluida en el disco del mismo nombre. Pasaría más de una década para la siguiente y última colaboración de Guadalupe Ángela con Ana Díaz: la canción “Sauces llorones”, que forma parte del disco La ruta de los peces, de 2017.
A partir de 2007 y hasta 2012 la poeta se sumó a la dirección colectiva de la revista oaxaqueña de reflexión y arte Luna Zeta, junto con Abraham Nahón, Juan Carlos Cruz, Judith Romero, Gerardo Escalante y Jorge Pech Casanova. Uno de los muchos resultados del trabajo conjunto fue la publicación de la antología Oaxaca. Siete poetas, en coedición del colectivo Luna Zeta con la editorial Almadía, recopilada por Pech Casanova, a la que contribuyeron la propia Guadalupe Ángela, Abraham Nahón, Gerardo Escalante, Efraín Velasco y Luis Amador, entre otros. El volumen alcanzó dos ediciones, con presentaciones de Raúl Renán y Rocío González. Mientras tanto, Guadalupe Ángela siguió escribiendo poesía hasta conjuntar en 2009 su volumen Conchas donde guarda la jacaranda sus semillas, que imprimió en ese año la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Oaxaca. El libro destaca no sólo por la solvencia poética de su autora, sino por el homenaje que le rinde a su hermano Lázaro, quien falleció en 2005 en la ciudad de Oaxaca. En 2009, asimismo, la poeta se reencontró con el editor Jesús Rito, a quien había conocido en el taller del IIHUABJO en 1998. En el sello Pharus, de Rito, Guadalupe Ángela difundió su breve compilación cuchillitos, minicuentos –cuya portada la ilustra una fotografía del artista visual Boris Loredo–. Con ese volumen comenzó el cultivo de la minificción, que después la llevaría a escribir relatos más extensos.
Pese a sus logros literarios y académicos, la autora estaba insatisfecha con su desarrollo profesional. Así que para 2011, aprovechando que era tiempo de elecciones académicas, Guadalupe Ángela formó una planilla para organizar una campaña electoral con la que se presentó como candidata a directora en 2012. Su campaña imaginativa, honesta y renovadora la colocó en la dirección de la instancia educativa. A partir de su ingreso a la dirección de la Facultad, la maestra Guadalupe Ángela, en los cuatro años que la dirigió, creó la maestría en Lengua, Literatura y Traducción, sentando las bases para el doctorado en Estudios Críticos del Lenguaje que ella misma habría de cursar hacia el final de su vida. Además, fundó la revista de la Facultad Blanco y Negro, cuya publicación han sostenido sus sucesores en la dirección del centro de estudios.
Durante su gestión, la escritora atrajo a la Facultad a destacados académicos-escritores, además, fomentó las artes visuales al encomendar al colectivo de pintores Bicu Yuba la creación de murales en los edificios de la Facultad. Y con tan intensa actividad en la institución, Guadalupe Ángela se dio tiempo para publicar con la editorial Pharus el libro virtual Cartas a Santiago, en 2012. Además, en 2015, Guadalupe Ángela se unió a los autores Alba Miranda, Efraín Velasco, Adam Sederlin, Jorge Blancas Moreno y Jorge Pech Casanova para crear la revista digital de arte, literatura y psicoanálisis Kaballinsky.
La académica creyó que su desempeño al frente de la Facultad de Idiomas la haría una candidata natural a la rectoría universitaria. No contó con que las componendas que afectan a la UABJO desde 1977 la descartaban para ocupar ese puesto. Intentó presentar su candidatura al cargo, pero la imposición de un candidato oficial, sumada a la falta de apoyo de su propia Facultad, la decepcionaron. Decidió alejarse de la pugna universitaria por el poder, para concentrarse de nuevo en sus estudios, en la educación de su hija Abril y en la enseñanza, tanto en la Facultad de Idiomas como en el Instituto de Investigaciones en Humanidades. Comenzó sus cursos y talleres en que divulgó la literatura contemporánea escrita por mujeres de todo el mundo. En este esfuerzo se atrajo el apoyo de la Biblioteca “Andrés Henestrosa”, dirigida por el bibliotecólogo Freddy Aguilar Reyes, y el del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca fundado por Francisco Toledo. En esa etapa, la poeta consolidó su propia escritura: en 2011 publicó una plaquette de versos infantiles, ¡Cuidado! ¡Te cae la nube!, en Editorial Pharus; en 2012 dio a conocer la plaquette A lápiz, haikús, publicada por la Secretaría de las Culturas y Artes de Oaxaca. Al año siguiente, 2013, publicó la primera de sus obras de madurez: Poemario de las vírgenes, ilustrado por la pintora Siegrid Wiese, con el sello personal de la poeta, Editorial A Mano. Además, Ángela y Siegrid colaboraron con los videoastas Tarick Gracida y Paul Mijangos, y con el compositor Julio García, para realizar ese mismo año el cortometraje Poemario de las vírgenes.
En 2014 Guadalupe Ángela se encontró con quien sería su compañero por el resto de su vida, el profesor universitario Jesús Antonio Martínez Carrasco. Como directora de la Facultad de Idiomas, ella impulsaba en el Departamento de Español para Extranjeros un proyecto para hacer un libro de español como segunda lengua. En ese departamento trabajaba el profesor Jesús Antonio. Al siguiente año, en mayo, Guadalupe Ángela y Jesús Antonio comenzaron su relación. Testimonia la importancia de ésta uno de los poemas más personales de la escritora el cual carece de título y va dedicado sencillamente “Para Antonio”. Dicho poema apareció publicado en La alquimista, de 2015, libro ilustrado con collages del escritor, artista visual y cantante de ópera César Mayoral. Guadalupe Ángela compuso ese volumen de poesía mientras continuaba con sus cursos y proyectos académicos. Imprimió el libro la empresa 1450 Ediciones, de Mario Lugos y Cuauhtémoc Peña, que en 2019 editaría el último de los volúmenes individuales de la poeta.
En junio de 2017, Guadalupe Ángela tuvo que lidiar con un cáncer que amenazó su vida. Con gran entereza sobrellevó el tratamiento hasta apartar la enfermedad. Pese a la dolencia, había logrado alcanzar una etapa de gran productividad literaria y académica. En esos años comenzó a escribir su tesis de doctorado, que concluiría en 2019: “El misterioso mar, el lenguaje poético de Edward Hirsch”, investigación académica con la que obtuvo el grado de Doctora en Estudios Críticos del Lenguaje por la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca.
Fiel a sus principios, se trasladaba por la ciudad en bicicleta, y le gustaba vivir en sitios con historia. Vivió muchos años en el barrio de Jalatlaco, en una pequeña privada que compartía con la cantante Ana Díaz y otros artistas; luego rentó un departamento en la calle de El Punto, en el barrio de La Soledad. Mientras fue directora de la Facultad de Idiomas, vivió en una casa de la colonia Pintores, detrás de la antigua estación del ferrocarril. Y al final de su vida, en una casa de la Cerrada de la Calzada Porfirio Díaz, en la colonia Reforma. Antes de fallecer, la poeta legó su biblioteca con más de mil títulos a la Facultad de Idiomas que la vio crecer.
Continuando sus viajes por el mundo, en parte para reponerse del duro tratamiento anticancerígeno, en 2017, en Portugal, Guadalupe Ángela entró en contacto con la traductora Ángela Massotti y un grupo de artistas visuales para preparar su obra más ambiciosa: Zarpamos, antología personal, que tuvo dos ediciones bilingües: la primera en español e italiano, en 2018, y la segunda en español y alemán, en 2019. Ambas fueron publicadas por el centro cultural Cento Lumi, en Italia y se presentaron en la Embajada de México en Roma. Ilustraron la publicación las artistas mexicanas e italianas Gilda Genis García, Mercedes López, Ivonne Kennedy, Giorgia Madiai, Paola Marchi, Argelia Matus, Gloria Medina, Renata Otfinowska, Francesca Pieraccini, Magdalena Rantica, Paola Reséndiz, Sandra Rigali, Beatriz Russek, Caterina Salvi, Ana Santos, Soledad Velasco y Siegrid Wiese.
El año 2019 fue crucial para Guadalupe Ángela: el 25 de febrero organizó una lectura homenaje para la poeta Rocío González, a quien se le había agravado el tumor cerebral cancerígeno hasta causarle la muerte en abril de ese año. Poco antes, en marzo, falleció repentinamente, también de cáncer, otro de sus grandes amigos y colegas, el poeta guanajuatense José Molina, radicado en Oaxaca, con quien Guadalupe había impulsado cursos y talleres de poesía latinoamericana en la Biblioteca “Andrés Henestrosa” y en la UABJO.
El 26 de noviembre Guadalupe Ángela dio a conocer otro libro de poemas: Autorretratos de una joven bailarina, ilustrado por ella misma con dibujos y acuarelas, que apareció con el sello de 1450 Ediciones. Por esa época, la escritora instaba a los grupos con los que trabajaba en diversos proyectos, a apresurarse en las publicaciones previstas. Pocos podían adivinar que su apremio provenía de saber que sus días en la tierra estaban por culminar. Por ello, en julio de 2019 había cumplido la defensa de su tesis doctoral, aprobada con mención de honor. Enseguida, se embarcó en un nuevo proyecto de colaboración, el libro de artista La niebla en el jardín, una caja de maderas preciosas labradas por el artista Aureliano Cruz Sánchez, conteniendo poemas de Guadalupe Ángela, Gerardo Escalante, Efraín Velasco y Moisés Villavicencio, en diálogo con la obra gráfica de Mercedes López, Argelia Matus, Cristóbal Montoya y Ángel Velasco. Esta obra colectiva fue curada por la editorial Yutun Nui (Mano Creativa), al cuidado de Fernando Mondragón y Duneschka Calderón Ramírez. Aunque el proyecto sufrió demoras imprevistas en su realización, quedó concluido en los últimos días de enero de 2020. Por ello, la poeta, a inicios de febrero, pudo conocer la que sería su última publicación en vida, el micropoemario Dos obreros.
El primer día de febrero, en la biblioteca “Andrés Henestrosa”, los amigos de Guadalupe Ángela celebraron una lectura para desearle pronta recuperación. Sin embargo, siete días más tarde, el 8 de febrero de 2020, Guadalupe Ángela Ramírez, la poeta, la pintora, la académica, la promotora cultural, falleció en la casa que rentaba en la colonia Reforma de la capital de Oaxaca. El 4 de enero había cumplido 51 años de edad. El concierto-lectura del 16 de febrero que habían organizado Ana Díaz, Siegrid Wiese y Óscar Javier Martínez a beneficio de la poeta, sirvió para pagar su funeral. Se convirtió en el primer homenaje luctuoso que ella recibió de la comunidad artística de Oaxaca.
II
El Instituto de Investigaciones en Humanidades busca con la presente publicación dejar una sucinta constancia de la obra y la vida de una autora, Guadalupe Ángela Ramírez Victoria, quien a pesar de sus muchas producciones, creaciones y viajes, mantuvo una discreta presencia en la ciudad que modeló su vida. El constante ir y venir que caracterizó a la poeta Guadalupe Ángela dificulta el recuento de sus días en la tierra, pero los textos reunidos en este volumen quieren servir como primer memorial de su legado literario.
Los compiladores de este libro hemos dispuesto su contenido respetando, en la medida de lo posible, una primera selección realizada por la misma Guadalupe Ángela y facilitada por su pareja, Antonio Martínez Carrasco. A esa primera compilación hemos sumado el que muy probablemente sea su primer cuento publicado: “Corazones pintados” –lo suponemos porque aun firmaba con su nombre completo, lo que indica que aún no se asumía como la creadora que llegó a ser–. Cuento dedicado a su amigo el artista plástico Boris Loredo, quien amablemente lo facilitó para esta publicación. Cabe señalar que sólo guarda el recorte de este texto, por lo que no sabemos la fecha ni el nombre de la revista donde fue publicado. Asimismo, Boris Loredo nos facilitó el poema titulado “El número 33”, que es un mecanoescrito de la autora, e igualmente, dedicado a su amigo el día que cumplió los simbólicos 33 años de edad. Así también, incluimos en este compendio, la letra de las tres canciones que hizo en colaboración con Ana Díaz: “Aquí”, “Nubes de junio” y “Sauces llorones”.
De igual forma, hemos dividido esta antología en cinco secciones para mostrar un mejor acercamiento a la obra de Guadalupe Ángela. La primera sección, titulada “Vida y Obra” contiene dos testimonios biográficos: uno de Vilma Huerta y otro de Boris Loredo, quienes revelan pormenores desde su primera infancia hasta sus últimos días. La sección II. “Ensayos Críticos”, la conforma un conjunto de textos académicos que permiten asumir una mirada crítica a la obra literaria de la autora. El doctor Raúl Eduardo González realiza un recorrido por la poesía de esta autora mostrándonos la poética de Guadalupe Ángela y da cuenta de cómo “A veces de manera directa, a veces en la alegoría o en la divagación surrealista, sus experiencias, recuerdos y meditaciones aparecen en sus versos, de modo que, más allá de la variedad formal y de tono que desarrolló, su obra muestra una singular unidad, en íntima relación con su vida. […] Sin duda que no le resultó fácil: […] legando una obra en la que el gozo del lenguaje, la celebración de la belleza y las tribulaciones de la condición humana encuentran un digno lugar, en virtud de la dedicación, la sensibilidad y el conocimiento”.
En su análisis de un libro central de Guadalupe Ángela, Poemario de las Vírgenes, la maestra Margarita V. Salazar Canseco y la doctora Diana Isabel Hernández Juárez demuestran cómo la autora “concibe, en sus veintiséis vírgenes, a un yo poético que le permite transitar y trasmitir libremente, con un alto sentido del humor, […] [además de] configurar una poética con características feministas, por la exploración y libertad que recrea para las mujeres en sus versos, por el canto a la vida, al amor y al desamor, con un elevado nivel de la subjetividad, que incluye el consciente y el inconsciente, que permite un juego de desplazamientos entre la representación y la diferencia; la presencia y la discontinuidad; la autenticidad y la simulación. Así sus poemas son una invitación a las mujeres para disfrutar, para reír de los sufrimientos y para estar siempre en movimiento”.
Otro rasgo que se analiza en este volumen es la composición de haikús que realizó la poeta. Al respecto, la maestra Natalia de la Luz Romero Castellanos nos indica en su estudio: “es mediante su creación poética como Guadalupe Ángela nos enseña distintos modos de apreciación de lo tradicionalmente entendido como artístico, y en este sentido es que reside el concepto de libertad […]: la poesía se transforma en un escape gozoso, directo, fluido e incluso divertido y alegre hacia la libertad. Por tanto, un cuerpo puede convertirse ahora en un pedazo de papel, y la luz en la autora que busca plasmar sobre la piel que lo recubre las sensaciones que ella misma experimenta cada día, con el nacimiento del sol hasta el atardecer”.
Por su parte, la doctora María Guadalupe Flores Grajales presenta un acercamiento a la obra narrativa de Guadalupe Ángela. La contribución de esta académica al presente volumen nos deja observar que “lo que caracteriza y le otorga valor estético a la poética narrativa de Guadalupe Ángela es la representación de una poética vital, original y sin dejar de lado el poder de asombro que genera en sus lectores. [...] textos cuyos componentes creativos se basaron en la concepción lúdica espacio-temporal, en el manejo del lenguaje poético, metafórico, lleno de alegorías, alusiones, paradojas y finales fractales y polisémicos”.
La sección III está formada por la “Antología de poesía y prosa”, que es el centro de esta compilación. En este apartado se incluye parte de los poemas, narraciones y canciones que la escritora reunió en libros, revistas y ediciones electrónicas. La poeta se ocupó de difundir muchas obras suyas en medios electrónicos, lo cual facilita por una parte su localización, pero dificulta establecer en qué fecha y lugares los realizó y publicó originalmente.
En la siguiente sección, la IV, se reúnen cinco testimonios de amistad de las creadoras y editoras Araceli Mancilla, Enna Osorio, Siegrid Wiese, Zinthia Fuentes y Duneshka Calderón, quienes nos ofrecen su cálida remembranza de la poeta, mentora, promotora cultural y feminista que fue Guadalupe Ángela. Y, por último, la sección V incluye un dossier iconográfico proporcionado por Zinthia Fuentes, Antonio Martínez Carrasco y por el artista visual Boris Loredo, quien nos dio acceso a un invaluable archivo epistolar, fotográfico y artístico que posee sobre la poeta y del cual sólo podemos reproducir una brevísima muestra.
Asimismo, agradecemos la contribución solidaria de las artistas Ivonne Kennedy y Siegrid Wiese, y del escultor Luis M. Acuña, sin cuya generosa aportación este volumen no tendría contenidos imprescindibles que, gracias a su ayuda, fue posible integrar. También agradecemos a Isabel Martínez Tello la transcripción de las entrevistas que constituyen la sección “Vida de poeta”.
Cierto es que la muerte de Guadalupe Ángela nos ha reunido para hacer este libro. Cierto es también que su muerte ha sido el pretexto para analizar, valorar y acercarnos a su obra. Tan cierto es como el hecho mismo de que esta autora con sus escritos pasó a formar parte de la vida intelectual, cultural, artística y académica de Oaxaca, y que ahora nos congregamos a homenajearla. Y, cierto es también que Guadalupe Ángela fue la ciclista incansable, la dedicada madre de Abril Artemisa, la lectora apasionada, la profesora de tantas maneras de crear, la viajera, la dibujante, la poeta, la amante de la vida, la mujer. Para rememorarla nos afianzamos en sus poemas y narraciones, atestiguando que su vocación creativa permanece en sus letras, en sus imágenes y en nosotros mismos.
Oaxaca de Juárez, año de la pandemia, 2020.
No hay comentarios:
Publicar un comentario