miércoles, 29 de diciembre de 2010

Oaxaca entre el Liberalismo y la Revolución

La perspectiva del sur (1867-1911)
por Francie R. Chassen-López
Premio Thomas McGann por "Mejor libro publicado sobre América Latina" por el Rocky Mountain Council for Latin American Studies, 2004.

Primera edición en español. Oaxaca, México, 2010.
15.5x23 cm. 780 páginas.
Impreso por Carteles Editores.

Editores: Instituto de Investigaciones en Humanidades de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca; H. Congreso del estado de Oaxaca; Teatro Macedonio Alcalá; Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa y University of Kentucky.

Edición coordinada por Carlos Sánchez Silva, conmemorativa al año del Bicentenario de la Independencia nacional y al Centenario de la Revolución mexicana.
Para contactar con su editor: yalina2003@hotmail.com
Para contactar con su autora: Francie.Chassenlopez@uky.edu 

Para beneficio de los lectores, con autorización del Editor, reproducimos a continuación las primeras páginas en donde se encuentran los Reconocimientos y motivos que expresa la autora y el Prefacio, por Carlos Martínez Assad (ISS-UNAM). Todo ello con un afán meramente divulgativo.


RECONOCIMIENTOS
Este estudio ha estado en preparación durante largo tiempo y
estoy agradecida por la generosidad y la asistencia de muchas
personas, aunque todos los errores sean exclusivamente míos.
Todo comenzó en una tarde muy calurosa en diciembre de 1969 en el barrio de Santa María en Tehuantepec, Oaxaca. Descansando en la casa de la familia Escobar poco antes de una boda familiar, conocí al eminente sociólogo oaxaqueño Jorge Martínez Ríos. Después de enterarse de que yo tenía una licenciatura en historia, él comenzó una campaña personal para persuadirme de que investigara la historia oaxaqueña. Jorge sirvió como mentor hasta su muerte prematura en 1974. Mi amigo y primo Eloy García Aguilar se unió a la campaña de Jorge durante los años que estuvimos juntos en la UNAM. Pero no elegí a Oaxaca como tema
de estudio hasta 1982, cuando Eloy arregló que yo pudiera llevar a mis estudiantes de la Universidad Autónoma Metropolitana (en la ciudad de México) a Tlacolula para organizar su increíblemente rico archivo municipal. Quedé prendida desde entonces.
Desde mi primer viaje a Oaxaca, Tía Tila, la madre de Eloy, Rutila
Aguilar, me recibió en su casa en Tlacolula con la mayor hospitalidad y con mucho cariño. Gran parte de lo que conozco del Oaxaca rural y de la vida en los pueblos proviene de cuando la acompañaba por los mercados, molinos y campos. Me traducía las expresiones zapotecas y con infinita paciencia me enseñaba a cocinar al estilo oaxaqueño. Yo me había casado con Moisés López Garnica, ahora mi ex esposo, en octubre de 1969, y les debo mi amor por Oaxaca también a él y a mi ex suegra, Emilia Garnica Díaz, quien relataba a la familia historias maravillosas
de su infancia en Tehuantepec, Yautepec y Tlacolula.
Pero fue el Dr. Enrique Florescano el que me alentó para que
trabajara sobre el Porfiriato como estudiante de posgrado, cuando este tema era extremadamente impopular en la UNAM. Me convenció de que era tiempo de reevaluar este período. Fue mi mentor y dirigió mi tesis de doctorado. Estoy profundamente agradecida por el extraordinario asesoramiento intelectual, generoso apoyo, sabios consejos y amistad que disfruté en estos años.

Durante las últimas dos décadas he tenido el privilegio de trabajar
con un maravilloso grupo de científicos sociales oaxaqueños: Anselmo Arellanes Meixueiro, Víctor Raúl Martínez Vásquez, Francisco José Ruiz Cervantes y Carlos Sánchez Silva. Son mi familia intelectual, que me han prestado invaluables materiales y con quienes he pasando innumerables horas en reuniones y comidas (y cantinas) discutiendo la historia de Oaxaca. Estoy eternamente agradecida con ellos porque se han convertido en los hermanos que nunca tuve. Héctor Martínez colaboró con nosotros en varios proyectos y aprecio su apoyo durante esos años. Ángeles Romero Frizzi y Manuel Esparza han sido generosos con su amistad, fuentes y críticas. Víctor de la Cruz también ha estimulado mi trabajo sobre Oaxaca. Lucero Topete, primero como directora de los archivos estatales y después como directora del INAH, Centro Regional
Oaxaca, ha sido una maravillosa amiga y un apoyo intelectual desde el primer día en que llegué a hacer mi trabajo de investigación.
Para mí fueron inapreciables todas aquellas tardes que pasé
charlando en el patio con el Lic. Luis Castañeda Guzmán. Don Luis
pródigamente compartió sus ideas, conocimientos y materiales de sus archivos personales. Don Ángel Taracena (y su hija, doña Mercedes) y don Basilio Rojas también compartieron generosamente sus archivos personales y su tiempo. Durante su mandato como oficial mayor del gobierno del estado, el Lic. Heliodoro Díaz Escárraga me dio un apoyo total para investigar en los archivos del estado.
Estoy agradecida con muchas personas, muchas de las cuales han
desaparecido, que de diferentes maneras ha contribuido en la realización de este proyecto durante años. Por su ayuda en tantos aspectos de esta investigación agradezco a las siguientes personas de diversas localidades: en la ciudad de Oaxaca a Manuel Castro Rivadeneyra, Guillermo Villa Castañeda, Augusto García Moguel, el ex gobernador Manuel Zárate Aquino, Roque Carrasco, Cecil Welte, Fidel López Carrasco, doña Gloria Larumbe, Claudio Sánchez y Guillermo Rangel Rojas. En Tlacolula, a Hilario López Antonio, Justo Aguilar y Francisco Irigoyen. En Tuxtepec, a la familia Rodríguez Lemus y especialmente a Francisco Javier Rodríguez Lemus, al Dr. Salvador Ruiz y María Refugio Prats de Herrera. En Ojitlán, a Eva Ortiz y Alberto Ortiz. En Valle Nacional, a Bartolo Javier Avendaño. En Pinotepa Nacional, a
Herón García, Ángel Noyola, Francisco Carmona y Carmen Martínez López. En Tehuantepec, a Juana Moreno Romero Vda. de Salazar y César Rojas Pétriz. En la ciudad de México, a Rafael Ruiz, Norberto Aguirre Palancares, Graciela Zayas, Herón García (hijo) y especialmente a Alejandro Méndez Aquino y a la Asociación de Escritores Oaxaqueños.
Tengo la suerte de contar con un grupo increíble de amigos en
Oaxaca cuya hospitalidad, amistad y apoyo han sido vitales: Martina Escobar de Aguilar y el Lic. Edgardo Aguilar Morales, Dolores Palacios Vda. de García, Sara Martha Náñez de Aguilar y el Ing. Miguel Ángel Aguilar, Marbel Moreno, Bety Sánchez, Rocío Blancas, Paty López, Rosalba Montiel, Eva León, Leticia Martínez Medina, Olga Medina, Martha Martínez Medina e Irma de la O Medina. Nunca podré agradecer realmente a la familia Arellanes Cancino, Tuty, Anselmo, Nimcy, Yaaye y Eliet por llevarme al calor y alegría de su hogar, mi casa oaxaqueña.
Estoy igualmente en deuda con Alicia Valdés Kilian por su continua hospitalidad, apoyo e invaluable amistad en Coyoacán. También en el Distrito Federal, por su duradera amistad, camaradería intelectual y hospitalidad: Luz María Uhthoff, Guadalupe Zárate, Dolores Pla, Andrea Sánchez Quintanar, Fela López Portillo y Félix Zurita.
Tengo una profunda deuda con muchos profesores y colegas
cuyo trabajo ha sido una inspiración y cuyos incomparables consejos y valiosas ideas me han guiado. Carlos Martínez Assad, Julia Tuñón e Ignacio Sosa han sido inspiradores intelectuales y magníficos amigos. A riesgo de ser injusta con otros, le doy las gracias a Bill Beezley, Raymond Buve, Manny Campbell, Brian Connaughton, Romana Falcón, Heather Fowler-Salamini, Ellen Furlough, Moisés González Navarro, Charles Hale, David Hamilton, John Hart, Peter V. N. Henderson, Gil Joseph,
David LaFrance, Linda Lewin, Hernán Menéndez, Mark Overmyer-
Velázquez, Rodolfo Pastor, María Emilia Paz, Piedad Peniche, Karen Petrone, Jeremy Popkin, Gabriel Popkin, Pablo Serrano, Gerardo Sánchez Díaz, Kristin Stapleton, Gretchen Starr-Lebeau, Mark Summers, Ann Twinam, Paul Vanderwood, Mary Kay Vaughan, Abelardo Villegas, Mark Wasserman, Allen Wells y Héctor Zarauz López. En las primeras etapas de esta investigación recibí estímulo y orientación intelectual de Ron Spores, John Chance, Florencia Mallon, John Monaghan, Bill Taylor y Steve Stern, por lo cual les estoy muy agradecida. Siento mucha gratitud con aquellos que me tendieron la mano cuando regresé a los Estados Unidos en 1986, entre otros con Steve Stein y Howard Rock en Miami y Ray Mohl, Fritz Schwaller y el Departamento de Historia de Florida Atlantic University que me dieron la bienvenida y me integraron en su vida intelectual.
Durante mis estudios de licenciatura en Vassar College a finales de
la década de 1960, William Gifford despertó mi pasión por la literatura y me estimuló para que me dedicara a la historia latinoamericana. Aunque ya se había jubilado cuando yo llegué, Charles Griffin fomentó este interés y gentilmente leyó y comentó mis trabajos. En mi último año de estudios, David Schalk llegó como nuevo profesor y me despertó al mundo de la historia intelectual. Ha sido una inspiración y un mentor desde entonces.
Estoy muy agradecida con otras dos notables instituciones. La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México me dio una beca en Estudios Latinoamericanos, lo cual me permitió hacer mi doctorado. La década de 1970 que pasé en la UNAM fue un tiempo increíble. Me sentí profundamente honrada en 1976 cuando empecé como catedrática en esta facultad, la más antigua universidad de toda América. En 1981, me cambié a la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Durante los trimestres de primavera de 1982 y 1983, la UAM-I generosamente me comisionó para trabajar en Oaxaca en la organización y clasificación de los archivos estatales y municipales, con base en un acuerdo tripartito con el Archivo General del Estado de Oaxaca y el Archivo General de la Nación. Huelga decir que mis colegas, y sobre todo mis estudiantes, de ambas instituciones me han ayudado
inmensamente a comprender el pasado y el presente de México.
Muchas gracias a mis espléndidos asistentes de investigación. En
Oaxaca, Nimcy Arellanes me ha dado su tiempo pródigamente. En la Universidad de Kentucky, Hayward Wilkirson, Renee Lazard y el Cap. Kevin Gibson me asistieron en diferentes ocasiones. Muchas gracias a Matt McCourt, quien trabajó incansablemente en los mapas e hizo un trabajo fantástico. También estoy en deuda con Sallie Powell y los compañeros que trabajan en el University of Kentucky Medical Arts and Photography Laboratory, que han hecho maravillosas reproducciones de algunas de las fotos. Además, estoy agradecida por haber recibido permiso para publicar fotos del Archivo General de la Nación, del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca y de la Biblioteca Bancroft, de la Universidad de California en Berkeley.

Aprecio profundamente la atención y la paciencia de muchos
bibliotecarios y archivistas, especialmente de mis cuates del Archivo General del Poder Ejecutivo del Estado de Oaxaca. En el Archivo General de la Nación, estoy muy agradecida por el apoyo de Juan Manuel Herrera, Armando Rojas y muchos otros. Estoy en deuda con la Colección Porfirio Díaz de la Universidad Iberoamericana, especialmente con María Eugenia Ponce, por permitirme investigar y citar los papeles de Porfirio Díaz. Igualmente estoy agradecida con el Fondo Manuel Brioso y Candiani (por la amable ayuda de Cristina Jarquín cuando estaba en la Escuela de Derecho), y el personal de la Hemeroteca y la Biblioteca Francisco Burgoa del Convento de Santo
Domingo de la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca,
especialmente con la directora, mi inestimable y querida amiga, María Isabel Grañén Porrúa, también con la Hemeroteca Pública de Oaxaca, especialmente con Néstor Sánchez, la Biblioteca y Hemeroteca de la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, el Centro de Estudios de Historia de México Condumex, la Biblioteca del Colegio de México, la Biblioteca y Hemeroteca del Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Biblioteca de la Dirección de Estudios Históricos del INAH, la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y la Biblioteca Bancroft de la Universidad de California en Berkeley. En Kentucky, tengo una
deuda enorme con Judy Fugate de Collection Development por toda su generosa ayuda al buscar materiales durante años. Muchas gracias a nuestro increíblemente eficaz y cordial Inter-Library Loan Department de la biblioteca de la Universidad de Kentucky.
También les doy las gracias a mis dos lectores anónimos por sus
atentos comentarios. Y le envío un agradecimiento especial a Sandy Thatcher, directora de la editorial “Penn State University Press”, por su constante apoyo, paciencia y comprensión a través de algunos tiempos muy difíciles.
En 1988 me mudé a Lexington y he recibido un generoso apoyo de
la Universidad de Kentucky. El University of Kentucky Research Fund y la Escuela de Graduados han financiado numerosos viajes a México para continuar mi investigación. Mis colegas del Departamento de Historia, del Programa de Estudios Latinoamericanos y del Programa de Estudios de la Mujer han comentado varios artículos y capítulos.

Todos mis estudiantes de la Universidad de Kentucky pueden localizar a Oaxaca en cualquier mapa y muchos de ellos la han visitado y se han enamorado de mi patria chica. Su vivo entusiasmo ha sido mi inspiración.
En Lexington he tenido la suerte de ser parte de un grupo de
personas que se han convertido en mi familia. Han sido un apoyo
y un estímulo excepcional y han aprendido a disfrutar la comida
mexicana y a Oaxaca. Me han ayudado en los días más oscuros con
buen humor y extraordinaria atención. Gracias a Mary Anglin, Joanna Badagliacco, Dwight Billings, Paola Bacchetta, Kate Black, Dave Block, Joan Callahan, Lisa Cligett, Pat Cooper, Lisa y Miguel Contreras, Deb Crooks, Raphi Finkel, Kathleen Fluhart, Beth Goldstein, Kathi Kern, Thomas Hakansson, Rosalind Harris, Deb Harley, Sandra Kryst, Felisa Lucero, Lisa Markowitz, Dianna Niebylski, Abbey Poffenberger, Chris Pool, Kathleen Pool, Suzanne Pucci, Ellen Riggle, Bob Tannenbaum, Karen Tice, Monica Udvardy, Sherry Velasco, Gil Ware y Linda Worley.
Y por supuesto, muchas gracias a mi hija Bobbi López quien ha vivido con esta investigación sobre Oaxaca casi desde que nació. Por todos esos artículos periodísticos que copió para mí y las entrevistas con las que me ayudó, ésta es su herencia. Nada es más gratificante para mí que su amor por Oaxaca.
Para la versión en español, agradezco profundamente a las
instituciones que han hecho posible la publicación de esta obra
en español: la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca,
en particular el Instituto de Investigaciones en Humanidades, la
Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, el H.
Congreso del Estado de Oaxaca y la Comisión Centenaria del Estado de Oaxaca. No podría haber sido posible sin el excelente y arduo trabajo de traducción hecho por Mario Brena y Javier Puerto, por el cual estoy profundamente agradecida. También, agradezco el trabajo sumamente profesional de Claudio Sánchez y Carteles Editores por la bella edición en español y el gentil prefacio con que me ha honrado Carlos Martínez Assad. Y para Carlos Sánchez Silva y Francisco José Ruiz Cervantes, me faltan palabras suficientes para agradecer debidamente todo su apoyo, ayuda y amistad a través de tantos años.


PREFACIO
Carlos Martínez Assad (IIS-UNAM)
A la doctora Francie Chassen, autora de este libro, le ha sucedido lo
mismo que a otros nativos de otras tierras que se han acercado
a Oaxaca y no logran escapar a su luz, a su vida, al sortilegio y a
su historia. Esa tierra ejerce una extraña atracción porque los binigulaza son los “primeros zapotecos que se dispersaron después de una danza a vivir en el exilio dentro de una cueva a esperar que pasara el extranjero, que cesara la destrucción del mundo”, según contó Andrés Henestrosa.
Y cómo pasar desapercibidos a ese pueblo que hablaba el “lenguaje de las nubes”, a los mixes del “lenguaje sagrado”, a los chatinos de “la tierra de la palabra”, a los mixtecos del “lugar donde llueve”, o los triques de “la palabra completa” que resistieron al orden colonial impuesto por los conquistadores españoles.
Los viajeros abundaron porque escucharon hablar de esa tierra a la
que era necesario peregrinar; en 1859 Charles Brasseur dijo que los rayos del sol no podían penetrar las copiosas ramas de los árboles y David H. Lawrence los vio salir entre los resquicios de las nubes en 1923. Francie Chassen llegó al país hace casi cuatro décadas y como estudiante de posgrado en la Universidad Nacional Autónoma de México pronto se vinculó a Oaxaca atraída por el reto que la llevaría a realizar una rica actividad académica y develar los misterios de la historia oaxaqueña, como parte integral de su vida. En esas cuatro décadas realizó innumerables viajes y como profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana
en el Departamento de Historia en Iztapalapa, se dedicó al estudio de los archivos estatales y a la conducción de grupos para compartirles su interés. Del romanticismo de los primeros escritores que describieron esa región conserva el amor pero tiene otra intención: desentrañar y entender la difícil vida de los indios de diferentes pueblos que le han dado sentido a la sociedad local con sus enormes diferencias sociales.
Los más afamados mexicanos, Benito Juárez y Porfirio Díaz,
contradicen varios de los lugares comunes de la historia de México,
como el de la educación elitista y conservadora del XIX que la autora quiere desterrar. Aunque en parte fueron esas sus características, se trató también de un sistema que auspició la formación de personas procedentes de diferentes clases sociales, aún de los sectores más marginales, como el de los indios. No solamente ellos, muchos de los liberales tuvieron una formación educativa semejante pasando por las aulas del clero y, sin embargo, contaron con los instrumentos para romper con el orden político e ideológico establecidos. Véase, si no, las biografías de la estatuaria del Paseo de la Reforma en la ciudad de México, para entender los diferentes orígenes sociales de los liberales y, aún así, ser capaces de una gran propuesta cultural. El mismo Juárez, contra las ideas de mantener el paternalismo español y la desigualdad entre las “razas”, buscaba con los liberales, la construcción de una
República de ciudadanos que debían su “lealtad principal a la nación” y no a un poblado, comunidad, corporación o cuerpo privilegiado, nos recuerda la autora.
Nada más radical y revolucionario que esas ideas a mediados del
siglo XIX, compartidas por el liberalismo romántico fundamentado en la ilustración y los valores republicanos de los derechos individuales. Con ese armamento ideológico se propusieron “transformar la realidad y modelar la identidad nacional” y, con todos los graves problemas, lo lograron. Porfirio Díaz fue el último de los liberales, aun cuando al pasar del estadista que fue a asumirse como autócrata en los últimos años, provocó que prevaleciera su lado negativo y John Kenneth Turner documentó la intolerancia y el racismo como fundamento de dominio cuando visitó Valle Nacional entre 1908 y 1909. Pero lo importante para este libro es demostrar que tanto Juárez como Díaz se involucraron en la modernización de su estado, contradiciendo la idea prevaleciente de Oaxaca como “un lugar estancado y olvidado durante los gobiernos liberales”. Juárez, por su parte, debió enfrentar las difíciles condiciones que conocía de la profunda etnicidad de su estado que, por lo demás
coincidía con la de otros estados del sur y por todo el país. Y para los críticos los pueblos indios fueron obstáculo para la modernización del Estado. Por eso lo que pretende la autora es regresar al indio su verdadero rostro, algo solo posible a través de las nuevas metodologías aportadas por la historia subalterna y por la historia regional, disciplinas entre las cuales se ha movido la autora en su rica obra académica. Sólo así es posible entender las consecuencias de los drásticos cambios en la tenencia de la tierra, lo que significaba la posesión ancestral de tipo corporativo hasta la propiedad individual. Se trataba de transformar la tierra en mercancía que fuera liberada de las ataduras. Así en el estado
se dio un impulso privatizador entre 1889 y 1903, vinculado a la acción de las compañías deslindadoras y luego al auge de los rancheros sobre la hacienda. Prevaleció la producción para la exportación del café, del tabaco, del hule, del algodón, del cacao y del añil sobre la minería que había tenido también importancia.
Así se sitúa la autora, con su gran experiencia, en la construcción
de una historia libre de híbridas recetas interculturales y cuestionando muchas de las aseveraciones de la historiografía sobre México que, por ejemplo, se empeña en mostrar que el Estado-Nación fue una construcción desde arriba y no de las disputas sociales que albergaron territorios como el de Oaxaca y que atravesaron la Sierra Juárez, los Valles Centrales, Ixtlán y las tierras bajas de Tuxtepec y Choapan, y el Istmo de Tehuantepec, Juchitán y todas sus particulares regiones.
El optimismo porfirista desplegado por todo el país alcanzó
a Oaxaca y se expresó a través de las comunicaciones desde que el
Ferrocarril Mexicano del Sur se construyó en 1892. A veces se olvida que en el ideario de la época la superación del pueblo estaba tanto en la educación, en lo que más se ha insistido, como en las comunicaciones.
Se debía disminuir el escandaloso porcentaje de analfabetas pero
también construir el ferrocarril, carreteras y puentes si se quería
integrar al territorio y reforzar el sentido de la identidad nacional
entre los mexicanos. No es entonces coincidencia que la última gran obra de infraestructura del Porfiriato hubiera sido la construcción del Ferrocarril Transístmico para unir al Océano Atlántico con el Pacífico en 1907, para lo cual también fue necesario construir el Puerto de Salina Cruz y modernizar Puerto México.
Se dio así una recomposición de clases semejante a la del resto
del país porque también habían surgido redes urbanas indispensables para conseguir en ese afán capitalista entre Tehuantepec, Salina Cruz, Juchitán, Ejutla, Miahuatlán y entre Tlaxiaco, Huajuapan y Valles Centrales. Entonces se configuró la vallistocracia, la élite oaxaqueña de las familias coloniales, los políticos liberales y alguno que otro extranjero, junto con otros sujetos cuya existencia y las acciones que desempeñaron sólo pueden entenderse con el enfoque de la larga duración que se
maneja con rigor en este libro. Así puede explicarse la historia por
venir con la Revolución Mexicana, para cuestionar igualmente la falsa aseveración de que fue un estado conservador y porfirista.
Francie Chassen ha roto como dice Scott Cook “los grilletes
conceptuales” para darnos una obra destinada a convertirse en
clásica por la madurez con la cual ha sido concebida, por su profundo conocimiento de la teoría de la historia y por su vasta información de México y de la región estudiada. Ha encontrado entre los historiadores oaxaqueños a sus más importantes interlocutores, con quienes ha mantenido un profuso diálogo que, a diferencia de otros colegas, le ha permitido romper la distancia y formar parte ya ese grupo que ha dedicado su vida a comprender la historia de tan magnífico y complejo estado como lo es Oaxaca.

1 comentario:

  1. Buenos días quisieras saber donde podemos tener un ejemplar de este magnifico libro ya que lo tenia el centro de documentación del h. congreso y un usuario lo perdió dondel lo puedo adquirir
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