sábado, 21 de diciembre de 2013

LA HERRERÍA DE LA CIUDAD DE OAXACA: FUEGO VIVO

El Cronista de la Ciudad de Oaxaca nos ofrece este fin de año 2013 su más reciente libro salido de las prensas de Carteles Editores: FUEGO VIVO La herrería de la Ciudad de Oaxaca, cuya portada es la siguiente:


Don Rubén Vasconcelos Beltrán publicó ese libro que todos quisiéramos publicar, profusamente ilustrado, con entrevistas a los herreros contemporáneos y por supuesto con todo el contexto histórico y social del oficio de la fragua y la forja en la virreinal ciudad de Oaxaca.

No obstante nuestro Cronista no se queda en un periodo histórico sino que abarca hasta el presente, dándonos cuenta de cada barandal, cada ventana, cada reja, cada balcón... haya sido forjado a mano o fundido industrialmente. 


Para entrar en materia hay que atravesar esta ilustración...

Reproduciremos enseguida el índice del libro para que el lector pueda tener una idea completa de los alcances de esta investigación de campo y su aderezo teórico:

INDICE:


Prólogo
Sergio Spíndola Pérez-Guerrero
9

Presentación
Rubén Vasconcelos Beltrán
Arq. Elí E. Pérez Matos
19

Presentación
Fuego Vivo. La herrería en la Ciudad de Oaxaca
Rubén Vasconcelos Beltrán
23

Introducción
27

Antecedentes
35

Imágenes de la ciudad 
41

El hierro en la decoración
57

Algo de historia
67

Historia de la herrería
73

¿Qué es el hierro?
99

Algunos testimonios

Darío Santos Paz ~ 109
Arturo Barriga Alvarado ~ 110
Faustino Castellanos Pérez ~ 112
Manuel Hernández ~ 114
José Tomás Escobar Ramos ~ 119
Gonzalo Jacobo González Contreras ~ 121

La herrería en el ambiente urbano
125

Características sobresalientes
135

Paneles horizontales ~ 146
Paneles vericales ~ 157
Remates o copetes ~ 166
Zoclos ~ 181

Nuestra ciudad
187

A manera de conclusión
207

Aquí metemos otra página ilustrada de Fuego Vivo:


Ojo, lector, no son imágenes sacadas de libros, sino tomadas de puertas y portones del viejo Centro Histórico de Oaxaca. 
Pasemos ahora a la Introducción del libro adornándola con unas cuantas de las muchas ilustraciones que tiene y que hacen la lectura ágil, amena y desafiante, pues tras leer tal o cual párrafo invariablemente cerramos los ojos para trasladarnos a tal cuadra o a tal casa para rememorar la presencia –o ausencia– de la obra de herrería cuyos valores artísticos e históricos la hicieron merecedora de incluirse en estas páginas.


INTRODUCCIÓN



La ciudad de Oaxaca es una de las más hermosas de la República Mexicana y capital del estado del mismo nombre, situado éste al sureste del territorio nacional, sumamente agreste y con casi noventa y cinco mil kilómetros cuadrados de extensión; el territorio estatal se ha dividido en ocho regiones que responden más a lo político-administrativo que a sus características costumbristas, etnográficas o de otro tipo, pero en cada una de ellas encontramos múltiples expresiones que nos permiten sentirnos orgullosos de su acervo patrimonial tangible e intangible.


La ciudad capital lleva el nombre de Oaxaca de Juárez, por decreto del 10 de octubre de 1872, con el fin de rendir homenaje al más grande de los hijos de esta tierra. Muchos se preguntan ¿por qué se le llamó Antequera a esta nueva comunidad española?, se afirma que fue porque alguno de los primeros soldados españoles que arribaron a este valle le encontraron una gran similitud con la Antequera española, pero los artistas, los poetas, la llaman la Verde Antequera, por el color verde de su piedra de cantera con la que se construyeron sus casas señoriales, edificios públicos, templos y conventos, la cual se transformó en una de sus características más relevantes.


Lo anterior se observa en cada uno de sus espacios arquitectónicos desde los más bellos y monumentales hasta los más humildes; en el centro de la ciudad se ven edificios con balcones, barandales, ventanas y claraboyas enrejadas, y casas que fueron construidas hace muchos años recién remodeladas, se distinguen por el portón de madera con chapetones, ángulos y llamador; pórtico, un patio cuadrado rodeado de corredores con pilares y arcadas, y una fuente en el centro, hay macetas con geranios, conchas, azucenas, palmas, muchas ocupadas por oficinas, restaurantes u hoteles, algunas con sendos faroles que cuelgan en la entrada.


En las casas, se acostumbraba que las habitaciones del primer piso se destinaran para la sala, el comedor y la recámara del jefe de la familia —con el fin de vigilar el movimiento de la casa—, y en la planta alta las de los hijos; un segundo patio, casi siempre paralelo, servía para la entrada de la servidumbre, el carruaje y las bestias, y un tercero o trasero para los servicios de la casa, casi siempre había un pozo de agua con brocal de hierro forjado. En la ciudad de Oaxaca, todavía existen algunas casas-habitación cuyo diseño arquitectónico responde a las observaciones anteriores, a otras con el paso de los años se les ha cambiado su fisonomía con acabados para nuevos destinos. Sabemos que en el siglo XVIII Oaxaca llegó a su máximo esplendor productivo y financiero y esto en gran parte se debió a que los hombres pudientes nunca perdieron sus contactos en su ciudad de origen o porque visitaban Europa con alguna frecuencia, lo que les permitía conocer las últimas novedades trasladándolas a su lugar de residencia.


Los observadores y estudiosos de la historia, de la antropología, de la etnografía, del costumbrismo, afirman que al caminar por las calles de la ciudad se percibe una gran armonía quizás porque la altura de las edificaciones no pasa de dos pisos, pero también se debe al diseño de sus puertas y ventanas, al color del cielo, a la transparencia de la luz, a la brillantez de los colores del entorno, parece como si fuese un libro abierto pletórico de imágenes, no es la carga de dibujo, es la elegancia del elemento, la simplicidad más que lo innecesario; cualquier detalle nos transporta a un mundo lleno de recuerdos, de observaciones, de acontecimientos, que son parte sustancial de la vida comunitaria y que se recrean a nuestro alrededor con admirable facilidad.

Es cierto, presenta diversas o múltiples caras, en el centro la Plaza de La Constitución y la Alameda de León, dos espacios monumentales, únicos, concurridos siempre por miles de personas, en donde se puede caminar, platicar, admirar la belleza del Palacio de Gobierno, de la Catedral, de la casa Museo de los Pintores, Correos y Telégrafos de México, el Palacio Federal, el centenario Instituto de Ciencias y Artes del Estado (hoy Facultad de Derecho de la UABJO); todos con características propias y luciendo puertas y ventanas, balcones de hierro forjado o colado, bellas expresiones que representan momentos distintos, percepciones y gustos diferentes, evolución y funcionalidad.


La Plaza de La Constitución (Zócalo) es especial, en las casas de alrededor se han instalado tiendas, galerías, restaurantes cuyos propietarios colocan mesas y sillas en los portales y banquetas para que la clientela disfrute del entorno, todos los que acuden al Zócalo disfrutan del ir y venir de la gente, de la vestimenta, de la expresión de su rostro, del vendedor de dulces, de juguetes, del marimbero, del flautista, del vendedor de globos, de las calendas y convites, de las marchas de protesta y de los plantones, de los conciertos dominicales de las bandas de música o la presentación de artistas, y los árboles maravillosos que lo pueblan. En todas las casas del Zócalo vemos el barandal, los vestigios del parasol, la reja, el balcón, el farol.


Pero a medida que se va uno alejando del centro a la periferia entramos al mundo de los barrios con casas de una sola planta y estilos diferentes pero resaltan las que conforman los llamados asentamientos más antiguos como la Trinidad de las Huertas, los Siete Príncipes, Jalatlaco, Xochimilco y el Marquesado, por sus calles empedradas, porque se han conservado algunas de las características de la arquitectura vernácula como es el adobe, la teja roja, los acabados en paredes, puertas de entrada, patios y vecindades, el tipo de vegetación que las adorna, parece que en ellas se detuvo el tiempo a pesar de las exigencias de la dinámica de la vida contemporánea, tránsito, contaminación por ruido, gases, polvo, pero es admirable que los pobladores luchen por preservar lo que les ha dado identidad, aunque se ven cosas nuevas, elaboradas con materiales industrializados cuya acción es arrolladora por su funcionalidad y costo pero no la belleza que suele caracterizar los tradicionales.


El mundo contemporáneo plantea otros problemas, otras necesidades, otros puntos de vista y otras expectativas, ¿quién iba a imaginar hace cincuenta años que alguna vez el hombre pisaría el suelo lunar?, que se pudiese llegar a Selene nuestra eterna acompañante en busca de agua, que se viese en la pantalla de la televisión a unos cuantos metros de distancia una explosión solar, o los anillos de Saturno, o lo que pasa casi al instante en el más intrincado rincón del globo terráqueo, o que pudiésemos comunicarnos tan fácilmente con la gente que nos rodea u obtener información sobre cualquier aspecto de la vida del planeta tierra o del universo vía Internet, que nos pudiésemos trasladar de un lugar a otro con la facilidad que ahora lo hacemos o que se hubiesen llegado a disponer de sustancias, materiales, equipos, maquinaria, para construir pequeñas casas, edificios multifamiliares o altísimos rascacielos, en unos cuantos días o meses, sí todo esto y más se ha logrado no cabe duda, pero lo que no se ha podido cuidar es la intercomunicación humana, cercana, participativa, solidaria, que nos permitían aquellas viejas formas de vida; ahora cada vez estamos más lejos uno del otro. Los rascacielos que se construyen ahora uno casi junto al otro no dejan espacios para la circulación vehicular, menos para estacionamientos, para zonas verdes, para el esparcimiento, para la convivencia, para el acercamiento con la naturaleza. Los grandes centros comerciales rompen abruptamente con el paisaje, sus estructuras metálicas, sus formas y dimensiones, es algo a lo que todavía muchos no nos acostumbramos, pero siguen adelante, sin miramientos sólo por funcionalidad.


A pesar de lo que acontece en nuestro mundo, el diario trajinar en una ciudad como la de Oaxaca sigue adelante; la luz, el viento, la lluvia, los truenos y relámpagos, los temblores y terremotos, la hacen despertar a su llamado, la hacen verse más hermosa cada vez que nuestra mirada se posa en alguna de sus partes o le ofrecemos un suspiro lleno de recuerdos. Los arquitectos y los artesanos llámense lapidarios, albañiles, orfebres, hojalateros, herreros, alfareros, carpinteros, ebanistas, yeseros, siguen tan cercanos a nosotros en cada una de sus expresiones, aunque la cotidianeidad nos hace indiferentes y olvidarlos, pero ahí están presentes ocultos si se quiere, en el anonimato, pero finalmente han sido los generadores de belleza y seguridad a nuestras viviendas, adornando nuestras casas y nuestras calles.


Este libro ya está a la venta en las librerías de la ciudad de Oaxaca, pero también puede conseguirse en las conferencias personales que hace don Rubén de sus temas oaxaqueños en distintos foros.

Las ilustraciones se deben algunas a su propia pluma y a su cámara fotográfica o a la colaboración del arquitecto Sergio Spíndola Pérez-Guerrero. 

Es un arduo trabajo de campo que se corona ahora con esta bella edición, tras años de laborioso acopio de información. Seguramente nos servirá para mirar estas notables piezas que son obra del refinado gusto, del ingenio y de la destreza manual de los modestos herreros locales, gremio nacido desde el siglo XIV y cuyas obras –algunas– aún las podemos ver, por ejemplo, en la monumental escalera del ex convento de Santo Domingo, como barandales y como balcón, que se incluyen en este libro...







sábado, 14 de diciembre de 2013

ENRIQUE OTHÓN DÍAZ, AUTOR DE "EL NITO" (1904-1967) VUELVE A PUBLICAR

La ya célebre colección bibliográfica "Las Quince Letras" que promueve el Instituto de Investigaciones en Humanidades de la UABJO, presentó la tarde del 13 de diciembre de 2013 en su sede, el volumen correspondiente a las letras "E" y "F". 

Se trata del rescate bibliográfico del escritor oriundo del barrio de Xochimilco don Enrique Othón Díaz Melo, de quien se publicó la segunda edición –facsimilar– de su "Ensayo de novela La Montaña Virgen", cuya bella portada es la siguiente:


La ilustración es una letra capitular del alumno de Bellas Artes/UABJO Daniel Salzar, 
pero las ilustraciones originales de la primera edición son de Mariano Paredes.

Enseguida pondré el texto introductorio –sin las notas– escrito por el historiador Francisco José Ruiz Cervantes y enseguida el texto que yo escribí y que leí durante la presentación de esta nueva edición. Incluiré fotos de los diarios "Carteles del Sur" y "Oaxaca Gráfico", así como de la revista "Síntesis Gráfica" cuando reseñaron el fallecimiento del poeta, más otras que aparecen en este volumen de "Las Quince Letras".

INTRODUCCIÓN

Una caja de sorpresas: Enrique Othón Díaz,
intelectual oaxaqueño 

Un “nito”
Cada año, durante las llamadas fiestas del Cerro, que se celebran en la ciudad de Oaxaca los dos últimos lunes del mes de julio, el nombre que encabeza la página se menciona regularmente, ya que se le recuerda como el autor de la letra de una célebre canción vernácula titulada “El Nito” que inevitablemente se interpreta en esos días pues identifica a la ciudad de Oaxaca.
“Por vida de Dios que soy puro nito, nacido y criado en este lugar/Oaxaca es mi tierra, mi barrio el Peñasco y si alguien lo duda que avance nomás”. Así inicia esa canción que acompañada de la música pegajosa compuesta por el también oaxaqueño y músico Samuel Mondragón, nos invita a recorrer una ciudad cercana a los relatos de Manuel Toussaint, pues nació en los años veinte del siglo anterior cuando desde el gobierno estatal se buscaba crear una “identidad oaxaqueña”. Su letra nos habla de una ciudad de la que quedaban algunas huellas por allá de junio de 1967, cuando el cuerpo de Enrique Othón Díaz Melo regresó al solar nativo para el descanso definitivo. 
Una canción cuya letra, me atrevo a escribirlo, resulta ajena a la mayoría de quienes hoy la escuchan sin prestarle mayor atención en el barullo de la veraniega fiesta multitudinaria. Cosas del tiempo, de los cambios que la urbe oaxaqueña ha experimentado.
Pero quien relacione exclusivamente a Enrique Othón Díaz con esa canción se quedará con la idea de un autor costumbrista, que lo fue parcialmente en un periodo de su vida, pero estará dejando de lado su aportación como poeta, novelista, ensayista, dramaturgo y periodista de denuncia, además de soslayar sus incursiones por el cine documental de factura nacional. En las siguientes páginas vamos hablar de todo lo anterior para mostrar a este oaxaqueño como un hombre polifacético, una auténtica “caja de sorpresas”.



Una vida por descubrir
De acuerdo con la semblanza que escribiera el abogado Manuel Zárate Aquino, Enrique Othón, como se le conoció familiarmente, nació en 1904 en la capital oaxaqueña y murió en la ciudad de México a mediados de 1967. Por su adscripción cronológica forma parte de lo que en su momento llamé la generación del “medio siglo” para identificar a un nutrido grupo de oaxaqueños dedicados por afición y vocación al ejercicio de la pluma en sus diversas manifestaciones. Cohorte generacional que incluyó, entre otros, al precoz Alfonso Francisco Ramírez, al prolífico historiador Jorge Fernando Iturribarría, a los bibliófilos Basilio Rojas y a don Luis Castañeda, ambos historiadores y en determinadas circunstancias, hombres de acción política. Pero a diferencia de ellos, varios momentos de la vida de Enrique Othón Díaz permanecen todavía en la penumbra para no decir que son desconocidos. Un par de ejemplos basten, cuando en la edición diaria de Carteles del Sur, se dio cuenta del deceso de Díaz en la ciudad de México, en una nota se afirmaba que nació en el barrio del Peñasco, tal vez para estar a tono con la letra de “El Nito” y en el editorial luctuoso, se le ubica nativo de Xochimilco, en cuyo panteón por cierto fue sepultado. En el sitio de internet “http://hablandoconfantasmas.com/revolución-mexicana/bibliografía-literaria” se afirma que el arriba mencionado fue militar y que participó en la fundación del Partido Nacional Revolucionario (PNR) y en la del cardenista Partido de la Revolución Mexicana(PRM). 
Así que bien miradas las cosas, Enrique Othón Díaz Melo se nos aparece como una especie de “sombra de la sombra” cuyo recuerdo a medida que el tiempo pasa se va diluyendo con rapidez. Y la ocasión para hacer un poco de luz sobre su vida y obra se vuelve propicia, ahora que la letra “E” de la colección universitaria oaxaqueña de “Las quince letras” incorpora la obra que él subtituló como “ensayo de novela”: La Montaña Virgen.
Hurgando en los pocos datos escritos disponibles, el futuro escritor nació en el seno de una familia modesta en las postrimerías del porfiriato. En ese entonces, su ciudad natal vivía un momento de prosperidad económica derivado del “boom” minero y comercial, consolidado por la presencia avasallante del ferrocarril por los rumbos del Marquesado. Por el Ferrocarril Mexicano del Sur llegaban con frecuencia personas de diversas nacionalidades, ingleses, estadounidenses y franceses dispuestos a hacer negocios; se descargaba maquinaria para trabajar las zonas mineras de los valles centrales y se recibían muebles, telas, instrumentos musicales, ropa de lujo y demás mercaderías para los aparadores de las tiendas del primer cuadro.
La ciudad crecía en extensión y El Marquesado antigua población vecina a la capital, se incorporaba administrativamente como barrio al municipio de Oaxaca de Juárez. Como símbolo de la bonanza porfirista, el teatro “Luis Mier y Terán” (hoy “Macedonio Alcalá”) se construía y se inauguraba en 1909. Siendo niño, Enrique Othón debió estar al lado de su familia en los festejos por la coronación de la Virgen de la Soledad y en alguna de las celebraciones que el año del Centenario trajo consigo para solaz y orgullo de los oaxaqueños de ese tiempo.
De acuerdo con lo escrito por el antes citado Zárate Aquino, el futuro escritor fue inscrito en el Colegio del “Espíritu Santo” institución educativa local, fundada a fines del siglo diecinueve y dirigida por el presbítero Carlos Gracida. En ese establecimiento educativo el niño Enrique realizó sus estudios elementales. En el colegio del padre Carlos como se le conocía, Enrique Othón debió alternar con Fernando Iturribarría, apenas dos años mayor. El nivel de los estudios que ahí se ofrecían era tal que lo ahí aprendido fue la base escolar con la que el vástago de la familia Díaz Melo contaría para su formación posterior, pues en el Pequeño diccionario y en los textos de los periodistas Néstor Sánchez y Arcelia Yañiz, se destaca su formación autodidacta.
Como al resto de los niños de su generación y en general a la totalidad de los “nitos”, la segunda década del siglo veinte les deparó sorpresas no siempre agradables. La agitación política se asomó y se quedó en los hogares oaxaqueños luego de la renuncia del último gobernador de la era porfirista: Emilio Pimentel, para dar paso a las reñidas campañas políticas que enfrentaron a Félix Díaz, sobrino del ya depuesto presidente y a Benito Juárez, hijo del matrimonio Juárez Maza, disputándose la gubernatura del estado. Luego, las cosas subirían de tono y mientras Enrique Othón iba a la escuela ubicada en la segunda calle de La Libertad (hoy Manuel García Vigil), escuchó las balaceras que los serranos ixtepejanos soltaron por los rumbos de San Felipe del Agua y la Hacienda de Aguilera cuando intentaron en varias ocasiones tomar la ciudad de Oaxaca en el año de 1912.
Al igual que su contemporáneo Iturribarría, Enrique Othón fue testigo de los diversos pasajes de la revolución en la capital oaxaqueña, entre los años de 1914 y 1920. Se enteró siendo niño aún del frustrado intento del constitucionalista Luis Jiménez Figueroa por apoderarse del gobierno, pues las clases en el establecimiento del padre Carlos se suspendieron varios días. Sobrevivió a las epidemias de tifo e influencia española que asolaron a la ciudad de Oaxaca en 1915 y 1918 y dejaron muchos hogares con su cauda de “angelitos” y padeció, como muchos oaxaqueños, los rigores del hambre en el fatídico 1915.
El fin de los estudios primarios de Enrique Othón coincidió con la llegada de las tropas carrancistas de la “División 21” que ocuparon la ciudad de Oaxaca y dieron paso al establecimiento de un cuatrienio de gobiernos militares, designados directamente por el llamado “Primer Jefe” Venustiano Carranza, para mayor humillación de los oaxaqueños de la época. En esos años no escasearon los amagos a la ciudad por parte de los rebeldes serranos que dirigía Guillermo Meixueiro. Aunque los rumores sobre inminentes combates que nunca llegaron, se difundían por calles y mercados. No distraían lo suficiente para olvidar las carencias en que se debatía la mayoría de la población.
 No obstante que la relación de simpatía y animadversión con los fuereños se mantuvo viva, se creó la Federación de Sindicatos Obreros (FSO), y alentados por los propagandistas de la Casa del Obrero Mundial que venían en la fuerza constitucionalista, se fundaron los primeros sindicatos y se celebró el día internacional de los trabajadores; se promovieron los repartos de tierra por los rumbos del valle de Etla; hubo familias que emigraron a otras ciudades del país y profesionistas que tuvieron que esconderse o salir a “mata caballo” siguiendo al gobierno “soberanista” del abogado José Inés Dávila que, como fuerza beligerante al constitucionalismo armado, se estableció temporalmente en Tlaxiaco, el “París chiquito” de la época. 
Los cambios derivados del nuevo orden de cosas no solamente se quedaron en el ámbito político sino que llegaron a los hogares y tomaron forma de distintas maneras de acuerdo a las circunstancias. Cuando el general Jesús Agustín Castro dispuso la clausura del Instituto de Ciencias y Artes, contados fueron los estudiantes que pudieron proseguir sus estudios fuera de la entidad, mientras que la mayoría buscó tempranamente un empleo o una ocupación para llevar recursos a sus hogares y el agro fue un espacio socorrido. Igual pasó con los alumnos del Colegio seminario que fue cerrado sin contemplaciones y hubo algún exseminarista de “ojos negros” que se dio de alta como obrero en los ferrocarriles del Mexicano del Sur que volvían a circular entre atentados dinamiteros por los rumbos de la región de La Cañada. 
En general, la situación económica de la ciudad no mejoró con la llegada de los norteños constitucionalistas y la gente del pueblo continuó sobrellevando la situación, como lo venía haciendo antes. La élite local, luego de un desconcierto inicial, se organizó en una Liga de productores para negociar con el nuevo gobierno preconstitucionalista. Por los testimonios de la época sabemos que no se realizaron protestas públicas, aunque en forma velada, el movimiento soberanista, en particular la fuerza serrana tenía una red de espionaje y de comunicación en la capital y en varias poblaciones de los valles centrales.
 De acuerdo con lo escrito por Zárate Aquino, el futuro propagandista político siendo todavía un niño hubo de abandonar el colegio y ponerse a trabajar. Mas las nuevas responsabilidades de llevar el sustento a casa no le impidieron que continuara leyendo y como esforzado autodidacta adquirir “una vasta cultura”. En este punto encuentro una semejanza con la situación que enfrentó Fernando Iturribarría, pues en ambos casos no regresaron a la escuela, aun cuando el Instituto de Ciencias y Artes se reabrió en 1917 como “escuela libre”. Iturribarría abrevó de la biblioteca familiar sin que sepamos cuál fue el acervo que nutrió intelectualmente a Enrique Othón Díaz.
El paso de Díaz por la juventud y su arribo a la edad en que se confería la ciudadanía está velado por la falta de información. Es cuando la denominación de “sombra de la sombra” adquiere mayor vigencia. Sin duda fueron años de aprendizaje, de acercamiento a posturas ideológicas difundidas en medios obreros como se puede ver en el documento que el grupo “Rebeldía” del que fungió como secretario él mismo, lanzó, en 1929, anunciando su constitución como entidad organizada afiliada a la Confederación de Partidos Socialistas de Oaxaca (CPSO) y reivindicando su cercanía ideológica con la tesis de la lucha de clases. Eran los tiempos del “socialismo romántico” puesto en boga por el gobierno de Genaro V. Vásquez (1925-1928) y que continuó más pragmáticamente en la administración del abogado Francisco López Cortés (1928-1932).
En la declaratoria constitutiva del grupo “Rebeldía” era manifiesta la crítica que se hacía de la política oaxaqueña seguida durante la década revolucionaria, que —a su decir— se había “distinguido por su reaccionarismo, por su espíritu prejuicioso y retardado”. Que para contribuir un cambio de ruta era necesario el concurso de la juventud que rompiera con las viejas ideas anquilosadas. Por lo tanto se enfocarían en el aspecto económico y en el espiritual. Organizar a la clase laborante, pugnar por el reparto agrario, reivindicar el derecho a la educación en el marco de modernas teorías pedagógicas (la “escuela de la acción”); luchar por detener la decadencia física de la raza (combatiendo el consumo del alcohol), por el establecimiento de pequeñas industrias, base de la rehabilitación económica de las masas indígenas.
En el aspecto literario, el grupo “Rebeldía” afirmaba repudiar a la literatura erótica por intrascendente y cobarde y también a la que caracterizaba como burguesa, por las ideas de sumisión y servilismo que predica a las grandes masas. Se pronunciaba en cambio por la práctica de “un arte sencillo, vigoroso y rebelde” que fustigara a las tiranías e injusticias; “una literatura eminentemente socialista y humana que combatiera todos los prejuicios y todos los fanatismos; un arte revolucionario, agitador y orientador”, intérprete fiel de las aspiraciones colectivas de las masas explotadas.
Me detengo en esta parte del discurso porque los temas que postula el grupo “Rebeldía” para ser desarrollados en su accionar así como los que abordaría el joven Díaz, en los siguientes años, a través de la prosa y el verso, tendrían como tema de atención “la fábrica y el campo”; se volcaron a la exaltación de la tradición y la costumbre vernácula que constituyeran “vitalidad, educación, ejemplo y personalidad propia”; al fomento del arte folklórico, fuerte y relevante, ajeno a “toda influencia manida” y el manifiesto se pronunciaba que tanto como organismo colectivo como en lo individual cada uno de sus integrantes se mantendrían ajenos a “todo malabarismo inútil de palabra”.
Para concluir con el siguiente párrafo:

La renovación social no puede aplazarse impunemente, y es nuestro deber responder al llamado angustioso de la época, constituyéndonos en paladines de la transformación que extiende sus abanicos luminosos en el horizonte magnífico donde apunta una aurora esplendente de justicia social.

Con el grupo “Rebeldía” y fuera de él, Enrique Othón Díaz fue fiel difusor de las ideas de redención social entre la población oaxaqueña y qué mejor vehículo que la letra impresa. Cuando el antiguo diario Mercurio se transformó en El Oaxaqueño, el joven literato se hizo cargo del suplemento dominical, innovando en contenidos y dando cabida a nuevos exponentes del grabado oaxaqueño como Eliseo Ramírez Belmar. Fue este diario, que contaba con la simpatía de la administración gubernamental, el que organizó un concurso sobre cuento oaxaqueño, certamen que Díaz ganó con el relato titulado “Pedro López se fue a la bola”. En este texto que prefigura a La Espera, el autor —nos dice el colega Víctor Raúl Martínez— describe la vida del barrio de Xochimilco, en particular la difícil condición de sus artesanos del ramo textil, hombres y mujeres. Othón, fiel a los postulados del grupo “Rebeldía”, denuncia la condición de explotación que pesa sobre los tejedores, hombres y mujeres. En ese texto, como en otros de los años treinta, la revolución se presenta como la alternativa para romper con las cadenas que los sujetaban cotidianamente.

Portada de uno de sus libros de análisis político.

La cosecha literaria
Fue en la década de los treinta del siglo pasado cuando la pluma de Enrique Othón Díaz adquirió madurez y su presencia en los medios escritos se fortaleció al pasar de las páginas de la prensa a los folletos y a los libros. En 1931 publicó Canto ingenuo. La escuela rural, ilustrado con viñetas del ya célebre grabador Leopoldo Méndez. Dicha obra se publicó en la capital del país como una edición del Bloque de Obreros Intelectuales. Dos años después, en 1933 publicada en Oaxaca apareció el poemario Madre tierra. Poemas al Ejido, con 189 páginas, ampliamente ilustrado en interiores y en la portada. Ese libro lo dedicó Othón Díaz al llamado “Jefe máximo de la revolución”, Plutarco Elías Calles. Llamo la atención sobre la relación que Díaz había establecido más allá de las fronteras estatales, por un lado la colaboración del artista grabador Leopoldo Méndez, de definida convicción socialista en El canto ingenuo y el escrito salido de la pluma del “agorista” Sergio Ortiz Hernán que cerraba los poemas al agro. Dos años después, La Espera, ya publicada en la ciudad de México. 
La coyuntura política en su estado natal, el reacomodo de fuerzas que se enfrentan en el ámbito nacional y que se expresaban también a escala estatal, en la representación en el poder legislativo federal propiciaron que Othón hiciera un paréntesis en su vertiente de creador con preocupaciones sociales y diera paso al analista político que, utilizando el concepto de lucha de clases, daba un punto de vista de la evolución de la vida pública en la entidad oaxaqueña. Y si en los poemas al ejido la dedicatoria era para el llamado “Jefe Máximo” en Ante el futuro de México, denunció los excesos de los antiguos soberanistas subidos al carro de la revolución y también a los revolucionarios apoltronados. Así, no obstante haber colaborado con la administración de López Cortés no vaciló en criticarlo fuertemente. En ese momento Díaz se identificó con la corriente cardenista y al parecer se estableció en la capital del país de manera permanente.
En ese mismo 1934, el escritor oaxaqueño publica un opúsculo comentando la reforma del artículo 3º constitucional que le otorgaba a la educación pública el carácter de “socialista”. Acorde con el espíritu “jacobino” de la época, Othón demanda, como en 1906 lo postuló el Partido Liberal Mexicano, la desaparición del sistema de escuelas particulares, asumiendo el Estado de manera irrenunciable la responsabilidad de impartir educación pública, gratuita desde la educación primaria, la secundaria, la normal e incluso la universitaria. Otra novedad de esta publicación fue la de haber sido impresa como parte de las ediciones del grupo “En Marcha”, integrada por intelectuales pro cardenistas. La vinculación con ese agrupamiento político cultural se vio reforzada en los años posteriores pues tanto La Montaña virgen como Protesta. Seis aguafuertes (1937) y S.F.Z. Escuela. La novela de un maestro (1938) fueron editadas bajo el sello de publicaciones del grupo “En Marcha”.
Antes de abordar al texto de La Montaña virgen, publicada en 1936, vale señalar que justamente, a fines de ese año, tomó posesión del cargo de gobernador de Oaxaca, el coronel Constantino Chapital, mandatario vinculado con la corriente cardenista en la entidad, mientras que y en relación con los acontecimientos ocurridos en la ciudad de México, la fuerza política estatal ligada con el callismo, a la que asociaba al gobernador saliente Anastasio García Toledo, perdió fuerza y fue desplazada de las posiciones que ocupaba en la representación legislativa y en la administración pública. A principios del siguiente año, el presidente Lázaro Cárdenas realizó una gira por la entidad suriana como respaldo al recién electo mandatario y a través de un “Mensaje al pueblo oaxaqueño”, dio a conocer un plan de acción para mejorar la condición de la población estatal, mayoritariamente vinculada con los grupos indígenas que hoy llamamos originarios.
Pues bien en el año de 1936, impresa en los Talleres Gráficos de la Nación, ilustrada por Mariano Paredes, fue publicada la novela de Enrique Othón Díaz, La Montaña Virgen. Ensayo de novela. En la portadilla se lee “Ediciones del grupo En Marcha”. Esa obra y las que publicara en los años del cardenismo, por su carácter de denuncia le valió que su autor fuera calificado localmente como el “Balzac oaxaqueño” se ubica en lo que algún estudioso de la literatura mexicana contemporánea llama “literatura de contenido social” y por ser los protagonistas integrantes de los pueblos originarios, forma parte de la corriente denominada como narrativa indigenista en México. Con respecto a la primera denominación, el Maestro José Luis Martínez sostuvo que en la llamada literatura de contenido social, el realismo se ponía al servicio de una causa política, “servirse de ella para inculcar en el pueblo el ideario socialista”. Con relación a la narrativa indigenista, para sus cultivadores, el problema del indio es uno de los de mayor calado de los existentes en México. Al igual que la literatura de contenido social de tema obrero, lo que se trata es denunciar la opresión, el olvido, la marginación económica, social y cultural del indígena oaxaqueño. Y en tales carriles se movió La Montaña Virgen (1936).


La contribución oaxaqueña a la narrativa indigenista mexicana
Cuando Enrique Othón Díaz publicó la novela que enseguida comentaremos, Gregorio López y Fuentes había dado a conocer su texto titulado: El Indio (1935). La escritora María del Carmen Millán escribió que el tono de la obra de López y Fuentes fue pesimista, coincidiendo con el adoptado por otras novelas del ciclo de la Revolución Mexicana. En el caso de la obra del oaxaqueño se denuncia la opresión, la explotación y el racismo de la sociedad hacia el indígena pero me parece que hay una posibilidad de cambio, débil pero factible.
Al revisar la obra de Díaz, de sus Apuntes Folklóricos Oaxaqueños, a los Poemas al Ejido y a La Montaña Virgen, percibimos una radicalización política; se ha dejado el costumbrismo de los años veinte, el canto ingenuo y se privilegia la denuncia, el reclamo hacia la actitud prepotente y racista de los habitantes de la ciudad capital para con sus vecinos indígenas del interior de la entidad oaxaqueña. La ciudad y sus habitantes se muestran voraces arrebatando los pocos frutos que zapotecos, mixtecos, mixes llevan a vender, robándoles de muy diversa manera. 
En el texto, el inspector del mercado, el gendarme, el cantinero, el agente del ministerio público, el dueño del mesón, los marchantes citadinos; todos se hacen uno para arrebatarle a Juan Pablo y a su mujer e hijos, los personajes del texto, los escasos productos que llevan a vender. Han abandonado su lugar de origen, “Santiago Cuatro Venados” en el ex distrito de Zimatlán a fin de comprar lo que les ha correspondido aportar para la fiesta titular del pueblo, para lo cual tomaron el camino que lleva hacia el valle en donde está la “ciudad grande” a fin de vender sus contadas pertenencias. El pueblo en donde nació Juan Pablo y familia no es un edén a pesar de lo alejado, de lo “virgen” que pueda parecer, el cura, el cacique, la autoridad municipal, dominan a los indígenas y les obligan a proporcionar trabajo gratuito para el servicio del templo, la obra pública, para arreglar los caminos. Haciéndose eco de las ideas de su época, los servicios que consideramos “usos y costumbres” son vistos con ojos críticos, como prácticas que se convierten en canal para la expoliación de los débiles. 
En el ensayo de novela como la subtituló el autor no abundan los diálogos, la acción transcurre contada por una tercera persona, ¿quiso Díaz con ese recurso hacer más enfática la exclusión a que eran sometidos los indígenas, en particular los de la familia protagonista, por no saber hablar y entender “la castilla”? De la idea del “homenaje racial”, de 1932, en donde los habitantes de las regiones llevaban sus presentes en el onomástico de la capital, concepción a la que el autor no fue ajeno, en La Montaña Virgen, no queda rastro de esa visión romántica sino al contrario, la ciudad se constituye en un ente “enemigo” de los indígenas de los pueblos vecinos. Al abrir la obra, el autor vuelto sociólogo apunta nervioso:

Oaxaca, al sur de la República […] mosaico de pueblos aventados a puños sobre la faz de la tierra, prisioneros entre una apretada madeja de dialectos, costumbres, economías y problemas. Razas aborígenes al margen de todo signo civilizado, en una doliente procesión étnica rumbo a un ocaso incierto, pero próximo. Vida primitiva de bestias y esclavos.

Así inicia la narración que en círculos concéntricos nos acerca a ese girón de suelo oaxaqueño, la descripción del paisaje estuvo muy bien lograda, siguiendo sus palabras uno puede seguir el sinuoso trayecto entre torcidos senderos y profundas cañadas, percibir el sonido del agua entre los pliegues rocosos, los volúmenes agrestes de la serranía. Tocar la vegetación, sentir el paso del viento a través de la narración del autor es algo que no debe pasar desapercibido para un futuro lector. Y lo mismo en la ciudad capital, el ingreso por el sur luego de cruzar el río Atoyac, las calles, los tipos humanos, los sentimientos, el miedo, la humillación, la lengua extraña, el despojo, el alcohol… el maldito alcohol. Los abusos del poder a diferentes niveles hasta llegar al gobernante que construye al norte de la ciudad, un palacete a cuenta de los contribuyentes.
De regreso luego de la pesadilla que fue el arribo y la estancia en Oaxaca incluido el encarcelamiento del indígena Juan Pablo, se imponía el paso por la iglesia de la Soledad para postrarse a los pies de la patrona de los oaxaqueños. Luego a la salida y pasando entre una multitud que escuchaba a un orador que mencionaba las palabras: “revolución” y “camaradas”, los integrantes de la familia agobiada partieron “como si los fuesen persiguiendo”. 
Concluye el autor:

Y atrás quedaba la ciudad, la jauría feroz e inquieta, el despojo organizado, el virus que había contaminado los organismos montañeses, la civilización, la revolución en marcha!...
¿Llegará esta última alguna vez a la montaña virgen y olvidada?

Al cerrar las páginas del texto original, no puedo menos que recordar la novela de Federico Sodi La Ciudad Tranquila, (1919), escrita años atrás pero emparentada por la crítica a la ciudad y su contexto y la nueva lectura me hace preguntarme abiertamente cuál fue el impacto que tuvo su lectura en los oaxaqueños de los años treinta. ¿Se distribuyó en Oaxaca y en dónde? Preguntas que no puedo contestar todavía. Sin embargo esta relectura me convence de la necesidad de profundizar en el estudio de las atmósferas culturales que trajo la revolución hecha gobierno en los años treinta para la capital oaxaqueña y también en el rescate urgente de la generación de intelectuales locales que como en el caso de Enrique Othón Díaz siguen siendo “sombra de la sombra” pero que al examinarlos en forma individual, cada uno se va transformando en una auténtica “caja de sorpresas”.


Tomada de la revista "Síntesis Gráfica", dirigida
por Arcelia Yañiz, de julio de 1967.




OBRA, VIDA Y OLVIDO DEL "BALZAC OAXAQUEÑO": ENRIQUE OTHÓN DÍAZ.

TRÍPTICO.

La Montaña Virgen, viñeta de Mariano Paredes que ilustró la portada original


1.OBRA.
"La Montaña Virgen" es una novela trágica que aborda nuestro ya conocido “problema indígena”. Juan Pablo es un indio anónimo que vive aislado en la comunidad serrana de Santiago Cuatro Venados (1). Que subsista lejos del "progreso", no le resta el agobio de pagar sus impuestos, los diezmos y las contribuciones en especie para la inminente fiesta del santo patrón. Por ello decide venir al día de plaza de la ciudad de Oaxaca a vender tablones que cortará en el monte comunal. Tensan este drama por un extremo la tríada del cacique, el cura y el recaudador de rentas –que tienen en común que todos le exigen dinero– y por el otro el alcoholismo, la superstición y el analfabetismo, trío que tiene en común que le hacen perder a Juan Pablo el poco dinero que llegue a ganar en su vida. 

La geografía de Oaxaca seduce y acongoja a quien la recorre por primera vez. No puedo dejar de citar aquí una lejana descripción de la misma Sierra Madre Occidental donde Othón Díaz desarrolla su drama, pero la siguiente es del inglés Aldous Huxley y data del mismo periodo de la novela (1934): “Nuestro camino serpenteaba a través de vastas montañas, desnudas y completamente secas: los emblemas grandiosos de una desesperanza perfecta. Un paisaje magnífico, pero al que se contempla con el corazón encogido. Hay algo profundamente terrible en este inmenso e indefinido no-estar-allí del paisaje mexicano” (2).

En la "Montaña Virgen" el primer párrafo dice así: "Oaxaca, al sur de la República, con noventa y cuatro mil kilómetros de extensión territorial.” La frase no tiene verbo y lo cuantitativo de ella parece anticipar que algo que es tan grande tendría que ser necesariamente muy rico… pero no. Enseguida el autor escribe una línea que suena a ríspido contraste:  “Geografía y sociología kaleidoscópicas: mosaico de pueblos aventados a puños sobre la faz de la tierra, prisioneros entre una apretada madeja de dialectos, costumbres, economías y problemas”…(p. 11).

El autor es el agudo observador que concede especial importancia al espacio geográfico donde desarrolla su trama. Por un lado el pobre hogar del campesino que es la Sierra Sur, sitio tan escarpado que basta un paso en falso para morir despeñado cientos de metros abajo… y por el otro la Ciudad de Oaxaca de calles rectas y planas donde Juan Pablo "tropieza" con las peores trampas que sus habitantes le ponen. ¡El gobierno municipal le multa por hacer circular a sus burros sobre el pavimento recién puesto sobre la revolucionaria calle 20 de Noviembre!… Juan Pablo y su esposa con un hijo en brazos conservan la vida en un lugar feraz como es su montaña, pero se despeñan en el precipicio urbano de la Verde Antequera, curiosamente el asiento de la civilidad y las leyes, la capital de esos noveintaitantos mil kilómetros donde un palacio de justicia se para el cuello… Oaxaca se convierte en la jungla de la "gente de razón" ante la cual el protagonista pierde hasta la dignidad.

Es difícil para mí recordar en otra obra literaria crítica más radical a los habitantes de esta ciudad y su “abolengo”. Una vez que la “muy noble y muy leal” ciudad ha robado, humillado y encarcelado al indio Juan Pablo, su esposa y sus hijos retornan a su choza, donde otro tanto le torcerán el cuello el cacique, el cura y el recaudador de rentas. Pese a todo, aquella “Montaña Virgen” empobrecida, resulta más humana y más cercana a Dios, mientras que la sociedad y sus instituciones políticas y morales, herederas de la revolución mexicana, tienen un problema: se ha convertido en esclavos de la avaricia del "capitalismo". Es el signo de los tiempos y es lo que critica el autor valiéndose de la literatura.

Othón Díaz es un escritor de ideas socialistas. Eso significa que traslada a la ficción literaria la reivindicación de las masas campesinas y la justificación filosófica de la lucha de clases para romper ese círculo vicioso que es la explotación del más pobre y del más analfabeto, que son el problema de fondo hasta hoy. Un escritor socialista no escribe con ingenuidad ni candor. Busca influir en el rumbo de la educación, de la política y la economía para enaltecer al trabajador por encima del capital y sus leyes. ¿Pensó nuestro autor que los indios de nuestras montañas llegarían a leer sus libros? De manera muy fugaz incluye como personaje a un profesor –quizás él mismo– que sembraría en el insignificante pueblo la semilla de la anhelada redención… 

Para 1936 cuando se publica en la capital del país por “Ediciones del Grupo En Marcha” la primera edición de este libro, el pesimismo oaxaqueño no puede ser peor: el terremoto de 1931 desarticuló la economía, aisló a las comunidades e inició el éxodo masivo de campesinos hacia las ciudades. Sin embargo los intelectuales de izquierda, como lo fue Othón Díaz, ponían sus esperanzas en la llegada al poder de Lázaro Cárdenas y su régimen claramente pro-campesino y pro-obrero. Curiosamente ayer se sepultó el último de sus legados: la nacionalización del petróleo...

Portada de la primera edición de 1936.


2. VIDA.

Me pregunto si el autor lo que quiso escribir en realidad fue el guión de una película al estilo del ruso Sergei Eisenstein y por eso la subtituló con la insólita categoría de “ensayo de novela”. Aunque no sé casi nada de cine sí recuerdo aquella mítica película –inconexa y dionisiaca– que se llama ¡Que Viva México!, estrenados su retazos hacia 1933. Sospecho que nuestro autor más que verla la estudió. Al leer sus párrafos de metáforas esmeradas, donde las frases parecen buscar efectos “cinematográficos”, vino a mi memoria lo que cita en la introducción el Maestro Ruiz Cervantes: el periodista, poeta, novelista y orador Enrique Othón Díaz también escribió, dirigió y filmó películas.

En la primera edición de "La Montaña Virgen" se da cuenta de la bibliografía del autor. 4 publicaciones están agotadas; 3 están en circulación y hay 2 "en preparación"… con razón los intelectuales de Oaxaca le apodaban "el Balzac oaxaqueño", visto el febril ejercicio de la pluma y su aguda observación de la sociedad en todos sus estratos, reflejados tanto en tinta y papel como en celuloide y plata gelatina. Además tenía fama de poeta del pueblo al haber sido suya la letra de "El Nito", a la que puso música Samuel Mondragón.

¿Quién fue este personaje entonces? Sus datos biográficos son escasos, tanto, que en el estudio introductorio esta metáfora le dibuja: es sombra de la sombra…

Mientras platicaba con Pacopepe los pendientes de esta edición volvió a mi recuerdo que el nombre de Enrique Othón Díaz fue siempre una cita de mi padre Néstor Sánchez Hernández en los convivios navideños. Ambos hicieron periodismo y fueron gente de izquierda.
Eso les identificó entre sí e hizo florecer una mutua admiración intelectual pero eso también les colocó el "sanbenito" de "rojos" y "comunistas" entre el amplio sector conservador de esta ciudad capital y los caciques de pueblo. En el manuscrito titulado "50 años de periodismo en Oaxaca", libro de memorias que prepara Carlos Cervantes, aparece este párrafo que leo textualmente: 

AMENAZAS DE MUERTE AL PERIODISTA.
El día 10 de enero del recién iniciado 1966, nuestro director Néstor Sánchez recibió amenazas de muerte por parte de caciques de Sola de Vega que se molestaron por informaciones que los exhibían e incluso contrataron a pistoleros  de oficio. En contraste, en esa misma fecha el Gobernador inauguró la panificadora “Bambi”, en la segunda calle de García Vigil, en el edificio Collada. 
El escritor Enrique Othón Díaz hizo patente su solidaridad con el periodista ante las amenazas. (3) 
Carlos Cervantes fue un joven reportero que se formó profesionalmente bajo las enseñanzas de Néstor Sánchez.

La noche del 31 de diciembre de 1966 Othón Díaz convivió con los reporteros y obreros del diario de mi padre, el "Carteles del Sur", que funcionó en la calle de Independencia 902, donde hoy está el callejón por el que se ingresa al restaurado monasterio de San Pablo… Al filo de la madrugada se apagaron los motores y se encendió el intelecto. El poeta había ido a darles un mensaje de año nuevo mientras la empresa enfrentaba los embates del gobernador de entonces, molesto porque se criticaba su frivolidad. El linotipista José Domínguez Ruiz y el reportero Carlos Cervantes recuerdan aún la apasionada pieza oratoria que les dedicó. Mi padre nunca olvidó sus palabras de aliento. El gran orador que era Othón Díaz había pronunciado un discurso a los obreros, especialmente, pues ya resentían el retrazo en el pago de sus salarios. La elocuencia y el vigor de las ideas de Othón Díaz rendirían frutos pronto. Cuando mi padre se rindió por la falta de ingresos, ellos le ofrecieron trabajar sin cobrar un par de semanas más, mientras veía cómo conseguir para la raya. Así fue como "Carteles del Sur" aguantó las agresiones dirigidas desde el gobierno del estado y el boicot que una parte del comercio le había impuesto excitado por el mismo gobernador del estado, maniobra ridícula que finalmente también fracasó. 



 "Carteles del Sur" publica la noticia de su fallecimiento.


El 11 de junio de 1967, en la primera plana del diario "Carteles del Sur" apareció en lugar destacadísimo la noticia del fallecimiento de Enrique Othón Díaz en la ciudad de México.(4) Mi padre le dedicó su editorial en el que dejó ir su pesar: "Cuando deja de existir un hombre–sentimiento, un hombre–pasión, un poeta del progreso social como Enrique Othón Díaz, hay razón para que la tristeza se cargue de luto y para que el Valle de Oaxaca deje de ser transparente y se vista de gris porque el espíritu de lo oaxaqueño se siente lastimado al arrancársele una parte de su propia esencia, al sufrir una desgarradura, al desprendérsele el aliento de uno de sus más connotados representativos"(5). Los otros dos diarios locales "El Imparcial" y , "Oaxaca Gráfico" también le dedicaron primera plana y un obituario tan íntimo como extenso. El siguiente es un fragmento del que le dedicó Arcelia Yañiz: "Luchador incansable, de extracción completamente popular, la parte medular de su vida la entregó a la causa de los de abajo; antes que maestro fue obrero y antes que obrero fue desheredado de la fortuna; pero en él ardía "la chispa divina del Creador". Su estro antes que nutrirse en las fuentes de la cultura se bañó con las experiencias de la vida, que paso a paso obtuvo de sus tareas constructivas de maestro rural. Gran escritor Enrique Othón Díaz, dedicó su mensaje a la clase trabajadora, a la clase media, a la justicia social de la que era un fanático." Tituló su pesar con esta exclamación: "¡Has muerto camarada!" (6)… ¿Cuándo se ha vuelto a leer en los medios locales en primera plana el fallecimiento de un poeta de nuestro terruño?


Oaxaca Gráfico publica este obituario formado por Arcelia Yañiz.


El rescate que promueve el historiador Francisco José Ruiz Cervantes de esta pieza literaria digna de estudios con mayor rigor académico que esta escueta reseña mía, se enriquece con la revisión biográfica de don Enrique Othón Díaz Melo incluida en el amplio estudio introductorio de este libro, pero al leerla nos conmueve la escasez de datos disponibles del autor... y no estamos hablando de alguien del siglo XVIII, sino de un personaje mucho más próximo y nativo de esta ciudad de Oaxaca quien al fallecer suscitó unánime dolor entre sus intelectuales.



3.OLVIDO.

Una vez sepultado en el panteón de Xochimilco, un mar de profundo silencio rodeó su memoria y apagó su voz. ¿Acaso no le sobrevivió nadie? Intrigado llegué a sugerirle al Maestro Ruiz Cervantes que tomásemos el directorio de la ciudad de México y le llamáramos a cuanto Díaz hubiera en él, como si buscáramos el pedazo de una aguja en un pajar inmenso y lejano… Lo absurdo de la idea no me quitaba de la mente el olvido del poeta así que me puse a preguntar y a preguntar y así logré saber que cuando visitaba la ciudad encabezaba unas amenas tertulias en la Botica de don Enrique Pacheco y otras más en la librería "Logos" del poeta Félix Martínez Dolz… Estos dos espacios ya desparecidos, también están esperando la atención de nuestros historiadores contemporáneos, pues revelarán mucho de la historia de la cultura y del pensamiento en el Oaxaca de la primera mitad del siglo XX. Hasta aquellos sitios llegaban sus amigos: Arcelia Yañiz,  Luis Castañeda, José María Bradomín, Guillermo Rosas Solaegui, Alfredo Ramírez "el chapulín", Manuel Zárate Aquino y muchos otros profesores y literatos. Don Gabriel Quintas recuerda que se corría la voz de esta manera en talleres y redacciones: "–Ya llegó el vate oaxaqueño…" y con ese santo y seña se convocaba a la tertulia en casa de quien la dispusiera. Pero también Othón Díaz tenía predilección por la fiesta popular. Se le recuerda asistiendo a una romería ya desaparecida en la Trinidad de las Huertas llamada del "día de resurrección", donde la costumbre mandaba ir a comer empanadas y tomar tepaches.

Me dediqué a preguntar por aquí y por allá y agradezco a don Rubén Vasconcelos, cronista de la Ciudad, haberme dado el nombre de Chelita Aragón y referencias concretas para buscarla.

En Semana Santa Othón Díaz no faltaba por estos lares, a donde venía a ver a amigos y a descansar espiritualmente. "–Yo le ponía en el tocadiscos conciertos de Chaikovski y nocturnos de Chopin y mi tío se recostaba a la hora del crepúsculo en una mecedora en un patio rodeado de helechos y flores y se entregaba a la ensoñación en nuestra casa de la séptima calle de García Vigil…", recuerda emocionada la doctora Graciela Aragón Díaz, quien era el dulce chofer que le traía y llevaba en su auto a las famosas tertulias.

Hasta este momento dos mujeres forman la única rama viva en Oaxaca de aquel frondoso árbol: Graciela Díaz Álvarez y Graciela Aragón Díaz, hija y sobrina de nuestro autor. Me congratulo que con su testimonio puedan ayudarnos a arrancar del olvido la vida de su ancestro, el escritor que sí pudo torcer el rumbo que el destino le tenía preparado, pues debió haber sido peluquero –como era el deseo de su propio padre– aunque no pudo esquivar don Enrique Othón Díaz la tragedia de haber perdido su biblioteca, su correspondencia, sus fotos y sus películas en un irracional incendio.

Tenía razón su personaje el indio Juan Pablo: la ignorancia y la superstición son los mejores amigos del olvido.

Claudio Sánchez Islas.
Ciudad de Oaxaca. 13 de diciembre de 2013.

NOTAS:
1). Un pueblo con este nombre no existe en Oaxaca, pero hay uno por el mismo rumbo donde se ubica esta novela llamado San Pablo Cuatro Venados, en conflicto de límites contra Cuilapan de Guerrero. 
2). p. 213. “Ejutla”, en Más allá del Golfo de México. Aldous Huxley. EDHASA. México. 1986.
3). Manuscrito de Carlos Cervantes Pérez: "50 años de periodismo en Oaxaca”. 
4). La noticia de 8 columnas de ese día 11 de junio de 1967, anunciaba el rompimiento de relaciones entre Israel y la ya desaparecida Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas. Hemeroteca Pública de Oaxaca Néstor Sánchez H.
5). Editorial del diario "Carteles del Sur", del 12 de junio de 1967. Hemeroteca Pública de Oaxaca Néstor Sánchez H.
6). "Oaxaca Gráfico", primera plana del 11 de junio de 1967. Hemeroteca Pública de Oaxaca Néstor Sánchez H.



"Carteles del Sur" reprodujo la letra de su famosa canción emblema
de la antigua identidad del oaxaqueño de la capital.

En próxima entrega daremos cuenta del libro "F" de "Las Quince Letras", titulado "Mercurio Indiano"...