martes, 29 de septiembre de 2015

ELEGÍA A LA MUERTE DEL COFRADE VÍCTOR DE LA CRUZ



... DE ERRORES Y ERRATAS. –VÍCTOR, EL ALBACEA DE SU CULTURA. –TRANSICIÓN HACIA LO DIGITAL. –ELVIS JIMÉNEZ, EL ALUMNO. –VÍCTOR, EDITOR. –LA VELACIÓN. –DESPEDIDA DE COFRADES. –EL CORTEJO. –EL REFINAMIENTO DEL COFRADE GASTRÓFILO. –LA BIBLIOTECA DEL COFRADE. –MONSIVAIS, EL HERALDO NEGRO.

Por Claudio Sánchez Islas

Cometió el error de morirse mi cofrade Víctor y yo el de desorientar a su alma de la carne liberada por el infarto. Ambos errores son mínimos –si se les mira bien– porque De la Cruz había alcanzando antes la “inmortalidad” el 28 de agosto de 2012, al ascender al senado de la Academia Mexicana de la Lengua, Elíseo de la patria que premia al hombre literariamente productivo, al inspirado y al riguroso. Vale recordar que filósofos importantes del siglo XX consideraron más patria a la lengua que al territorio... Pude haber cometido pues un error “de imprenta” en la esquela que le publiqué en la página de la Cofradía del Mole y el Mezcal. Pero ¿hay algo en este mundo que no se pueda arreglar con “photoshop”?

Sin embargo he dudado en corregir tal errata, porque ese error solo es cultural y no “de imprenta”, luego entonces “photoshop” no me sirve de nada. Escribí tras el nombre del cofrade: “...Ha emprendido el camino hacia el Poniente... Que sus Dioses zapotecas le reciban con regocijo mientras las musas lloran... como nosotros”.

Debí haber escrito que sus pasos de difunto se dirigirían ya hacia el Sur, no hacia el Poniente. No fue mi intención distraer su alma recién despojada de la materia, ni mucho menos extraviarla, aunque por otro lado, por ser zapoteca del Istmo –pero sobre todo por ser Víctor– sabría él mejor que nadie que debía comenzar a bajar hacia el fondo del mundo. El Sur es la ruta hacia el Mictlán istmeño-zapoteca. No hay error. No podría haberlo. Es el suyo el color negro, inconfundible. Mi pifia debió haberle arrancado una sonrisa, más bien.

La razón de mi equívoco cultural –que no lo es del todo– es que aprendí de un vecino de Teotitlán del Valle, durante el funeral del también cofrade fundador Arnulfo Mendoza Ruiz –pintor y tejedor finísimo–, una escueta lección mesoamericana sobre la orientación del Universo zapoteca contemporáneo, el visible y pequeño y el inasible e infinito.

... DE ERRORES Y ERRATAS.

La esquela equívoca...



Estábamos despidiéndonos de él en el panteón de Teotitlán del Valle (marzo 9 de 2014). Marcus Winter –arqueólogo– y yo veíamos caer las paletadas de tierra sobre la fosa y un campesino que nos miró contritos y sin mezcal nos soltó este relámpago inolvidable: “Los zapotecas en Teotitlán dormimos con la cabeza hacia el Oriente y nos entierran con la cabeza hacia el Poniente”... que es del color amarillo cempasúchitl. Es rumbo a ese lugar hacia donde el alma del binnizá debe dirigirse siguiendo al último destello solar, antes de sumergirse en el absoluto negro o escura cosa, como la tradujo del zapoteco al arcaico castellano el fraile Juan de Córdova en su célebre Diccionario del siglo XVI, que Víctor se sabía de memoria.

Víctor –en mi mente– en aquel momento en que escribí su esquela, había dejado la mundanidad para tornarse amarillo triste, el tono con que nos deja impregnados el vals Dios Nunca Muere... Arnulfo y Víctor son zapotecas, pero la zapotequidad no es un monolito, como yo creía. He aquí una diferencia radical que yo no sabría explicar. Sólo la dirimo para alegar que no cometí el error cultural que antes dije, aunque sí lo cometí.

Adorné tal epitafio digital –hecho con “photoshop”– con una urna zapoteca de Pitao hallada no hace mucho en Atzompa, suburbio de Monte Albán. La elegí por funeral y por su cromática roja de cinabrio asociado al complejo rito mesoamericano de la muerte. Arnulfo y Víctor tenían cada uno mucho de indio y mucho de mestizo y otro mucho de cristiano viejo. Sus funerales fueron así de pomposos, si bien el de Víctor mucho menos pues careció del rito de la misa de cuerpo presente –y seguramente del de la confesión y otros protocolos– pues era público que no comulgaba con religión ninguna, excepto la de su cultura madre. Una cuestión ideológica le hizo rechazar a priori aquello a él, pero no a su familia ni a sus vecinos ni a quienes pensamos diferente. Si él creía que se iría sin bendiciones y sin ruegos a Xunaxi Doo, la Virgen de la Soledad, se equivocó.

VÍCTOR, EL ALBACEA DE SU CULTURA.

Verónica Ruiz Martínez, Víctor y Mavis Martínez Chiñas,
en Bellas Artes.



Los zapotecos del Istmo son menos antiguos que los del Valle. Una tribu de Zaachila emprendió hacia aquellas tierras su conquista armada. Aquellos fértiles territorios pertenecieron antes a los zoques, mixes, huaves y chontales y a todos derrotaron y se apoderaron de sus planicies y aguas, dulces y salobres. Pero como son de suyo extremadamente diplomáticos, pronto la guerra olvidaron imponiendo sus fiestas, danzas y ritos... hasta que la riqueza de la región llamó la atención de los aztecas imperialistas y les llevó a nuevas guerras y epopeyas, hasta que alguien se acordó del viejo truco del amor y promovió la boda entre el Señor de Tehuantepec y la Princesa azteca y reinó la santa paz... hasta que llegó Cortés el ambicioso y viendo los árboles inmensos de Chimalapas les halló la talla de palos mayores que sus barcos deberían tener para seguir “su” conquista del Nuevo Mundo austral. Fue entonces que llegó el cristianismo, tanto con cruces y biblias como con espadas y tormentos. De aquellos prolongados dimes y diretes culturales quedaron resabios ideológicos y rituales ceremoniales sincréticos. Víctor, abogado por la UNAM, llegó a ser una suerte de albacea de tan complejo legado que administró como una trágica herencia. Los folios infinitos en que está escrito y hablado ese patrimonio los leyó, escuchó y los volvió a leer y a escuchar cada vez mejor. Tuvo la llave áurea del zapoteco que lo condujo a estar muy por encima de tantos y tantos intelectuales que han dado Oaxaca y el Istmo: era un sabio etimológico en sus dos lenguas, hombre enciclopédico, el Diderot juchiteco. Por eso Víctor Cata le preguntó ante su féretro:

Ahora que ya no estás, Víctor, ¿quién va a corregirnos?, ¿quién va a aclarar nuestras confusiones?...


Don Miguel León Portilla y su alumno Víctor.

Salvaguarda de su lengua materna, antigua y moderna, hizo otro tanto con el castellano. La lista de su obra escrita es muy larga, pero no fue su cantidad sino la calidad de la misma la que hizo que la Academia Mexicana de la Lengua le reconociera como par en 2012, nada más ni nada menos que en el Palacio de las Bellas Artes de la Ciudad de México. Forjó un gran estilo literario que empleó para enriquecer su prosa y su retórica. Respecto a su ideario político bastará al lector con que le recuerde que era un lector fiel de La Jornada.

En ese litigio que fue intelectualmente su vida entera la hizo de poeta, traductor, decodificador de glifos y lienzos, arqueólogo, etnógrafo, periodista, editor de revistas, fundador de la Casa de la Cultura de Juchitán, ideólogo, izquierdista, musicólogo, lingüista, gastrófilo y teólogo. Todo en conjunto parece un galimatías, pero no. En efecto, era un cascarrabias de “lengua viperina”. Cuando criticaba algo o alguien, lo hacía contundentemente. Pero tenía la gracia del poeta y la des/gracia de Diógenes. Era imbatible como el pícaro de Francisco de Quevedo. Su ingenio y su genio le hacían repartir fuetazos a sus destinatarios, les gustaran o no. Pobre de ti si no le conocías sus modos pues si te ofendías le declarabas la guerra, lo que era un error táctico que lamentarías mucho tiempo. Dialogar con alguien como De la Cruz requería de humor negro e ingenio para esquivar sus embistes. Si había copa de por medio chisporroteaba Víctor a la par una sabiduría profunda, expresión hermosa de verdad y humor negro negro negro. Esquivar exitosamente su primera trompada era el boleto para disfrutarlo. Era un fajador verbal, pero no un “peleador callejero”. Jamás le oí una vulgaridad, ni siquiera majaderías ni mentadas de madre. No las necesitaba. Le recordaré siempre como uno de los más ricos charlistas que he conocido y confieso que en mi vida de reportero he conocido muchos, de diversos calibres.

Me benefició conocerlo hacia 1984 cuando retorné a Oaxaca, pero en aquel entonces no coincidíamos sino en el laboratorio fotográfico de Javier Sánchez Pereyra y Luis Madrigal Simancas, ya fallecido. Allí recuerdo haber visto el inicio de algo parecido a una parranda, pues llegó su “Sancho Panza” Guillermo Petrikosky que quién sabe con qué vara mágica encontró una guitarra por allí y se pusieron a cantar, pero yo entonces tenía la obligación de llevar la redacción y dirección del diario Carteles del Sur y tuve la excusa perfecta para abandonarla cuando apenas empezaba...

TRANSICIÓN HACIA LO DIGITAL.
Ya cerrado el periódico Carteles y convertido en imprenta y editorial le hice algunos ejemplares de la célebre Guchachi Reza, revista que apenas ayer él convirtió en digital. Me lo hizo saber con este correo que transcribo:

Claudio: Como ya hice de tu conocimiento, nuestro proyecto para un diplomado en el Istmo no fue del agrado de la burocracia neoliberal del CIESAS, la que se ocupa sólo de asuntos de los cambios estructurales que sirvan al capital extranjero. Eso hizo revivir a la revista Guchachi Reza (Iguana Rajada) en la red como el Ave Fénix de sus cenizas, la puedes visitar en la siguiente dirección:

Para los números impresos del pasado, en los cuales fuiste mi cómplice en los atentados contra el diseño gráfico, si eres valiente visita la siguiente dirección: http:issuu.com/guchachireza/stacks

Que dios tenga de nos misericordia por lo que hicimos.
Víctor.

Una pregunta le hice que nunca me contestó, a raíz del correo mentado arriba:
¿De qué dios llamas con tanta alarma su misericordia? ¿Jesús o Cocijo?...



El altar doméstico acoge a Víctor. Su hermana se despide de él.

ELVIS JIMÉNEZ, EL ALUMNO.

Desde aquella lección de teología del zapoteca de Teotitlán del Valle, a cada pueblo que voy pregunto en qué dirección entierran a sus difuntos porque quiero saber de una buena vez por cuál rumbo debo irme cuando me vaya.

Elvis Jiménez, arquitecto, fue ayudante de campo de Víctor. Le conocí apenas en el velorio que se desarrollaba en la 5a. Sección de Juchitán y le tuve que soltar mi pregunta luego de ir a rendir mis respetos ante el cadáver del cofrade.

Éste tenía una casa que sostenía era un paraíso en Laollaga, donde hay un manantial precioso, pero cuando paraba en Juchitán se iba a la casa paterna, que acabo de conocer. Ésta está orientada de norte a sur. Su fachada mira hacia el norte. La casa zapoteca tiene una tipología que obedece antes a la cosmovisión religiosa que al clima. Elvis se encargó de darme una explicación tan amplia que le animé a que escribiera con detalle todo lo que me dijo, pues es arquitecto y aprendió de Víctor un sinfín de teología zapoteca.

Es demasiado compleja para un periodista como yo, por eso solo diré que el altar doméstico juchiteco, que siempre es una mesa pequeña, se encuentra en el poniente, mirando hacia el oriente. En la casa paterna de nuestro poeta difunto San Vicente Ferrer está en el lugar más elevado. Las imágenes forman una cruz sobre el muro que tiene en el centro a la Virgen de Guadalupe. A sus lados están retratos de sus padres, Na Feliciana y Ta Daniel. En el pie del palo vertical el Cristo de Esquipulas tallado, pieza clásica del recuerdo de alguna peregrinación que hicieron. El techo es de dos aguas y tiene una viga maestra a la que llaman beedxe o jaguar, en relación al poderoso dios zapoteco Pechetao. Un tercio de esa sala es el lugar sacralizado de la casa zapoteca del Istmo. En ese espacio colocaron a Víctor, con los pies orientados hacia este altar que acabo de describir. Sólo a los niños o a los que no tuvieron hijos se les coloca con la cabeza reposando hacia el poniente.

La casa paterna en el momento de la despedida

Coronas y flores rodeaban la modesta sala repellada con cal y pintada de un tono azul agua. Más de cuatro velas encendidas rodeaban su ataúd, que estaba abierto y con unas cuantas flores y semillas marchitas encima del vidrio. Su mortaja era blanca. En esa sala solo estaban mujeres dolientes. Los varones nos debimos agrupar en el patio. La viuda no debe abandonar esa sala por nada, me dijo Elvis. Si hay algo qué hacer o qué servir o atender, lo hacen parientes y vecinos, pero no ella, que no debe separarse de ese lugar mientras esté el cuerpo velándose.

Cuando llegó alguien a rezar pregunté a Elvis si se trataba de un rosario, pero me dijo que no, no al menos como se practicó en el caso de Arnulfo. Eso no le hubiera parecido a Víctor, pero ya no estaba él para decidir nada trascendental que le incumbiera. Estaba su cultura madre, su pueblo, sus vecinos y paisanos implorando ante el altar por su alma rebelde. De pronto la habitación se llenó de sillas y hombres y mujeres siguieron la letanía del rezador, que saludó en zapoteco, recitó en español arcaico y salmodió en latín una larga letanía que todos respondían también en latín. Víctor se fue envuelto en las plegarias zapotecas, castellanas y latinas: la tradición oral en coro haciéndole la servidumbre de encaminarlo adecuadamente ante Dios.

Observaba yo con respeto y curiosidad todo eso, teniendo en mente el ritual de príncipe zapoteca que le hicieron a Arnulfo Mendoza. Mi recuerdo iba y venía entre los arcaicos ritos zapoteca y cristiano que, gentiles, trataban de acoger en ese momento sublime el alma atea y discutidora de mi amigo. No entendía cabalmente las frases del rezador, pero sí el “ora pronubis” de los orantes y su solicitud, su ruego, su imploración reiterada circularmente ante la Virgen de la Soledad por mi cofrade... Como soy devoto de La Soledad, me sumé entonces a trompicones a una de ellas musitando en el coro.

De no haber sido por Elvis no habría reparado en mi garrafal error de la esquela que le hice en “photoshop” ni en la letanía en latín. El zapoteco del Istmo cuando muere no se va al inframundo por el Poniente –como en Teotitlán– sino se va por el Sur. El inframundo está allá. El Sur equivale a Abajo. Tal rumbo es representado por el color negro, la escura cosa o “infierno”, como lo llegó a traducir el monje católico Juan de Córdova, a quien se me ocurrió encomendarle el alma rejega del más brillante de sus lectores, el gramático De la Cruz.


VÍCTOR, EDITOR.



Lo consideré mi autor siempre. Hace unos tres años me habló para decirme que había el interés de volver a imprimir el Vocabulario en Lengua Zapoteca –de Juan de Córdova– publicado originalmente en 1578. Le entusiasmaba la idea de que lo hiciéramos en Carteles Editores porque viviendo aquí le ofrecía la comodidad de irle corrigiendo los errores y las omisiones que se colaron en re-ediciones pasadas. Estaba hablando de páginas enteras suprimidas quién sabe porqué y palabras casi borradas por defectos en las reproducciones subsecuentes. La edición que tenía en mente sería facsimilar, por supuesto. Fantaseamos juntos con la idea de irnos un mes a Viena a retratar las páginas faltantes que se conservan en alguna biblioteca de Vindobona. En la mañana nos entregaríamos a trabajar y en la tarde a comer y beber lo más aristócratamente que pudiéramos en la vieja ciudad imperial... ¿Tiempo? ¡Nos sobraba entonces!

Pero no. Un día llegó una señora y un joven del IAGO a decirme a mi oficina que sí querían el libro, pero en un plazo cortísimo “porque viene el día de las lenguas indígenas y queremos presentarlo”... Los mandé a volar. Publicó CONACULTA esa nueva edición pero ¿contempla todo el rescate lingüístico que planeaba el doctor De la Cruz, convencido de que había que hacer por fin la edición perfecta para la posteridad?

Víctor debió ser un pequeño ganadero, heredando el oficio paterno, pero el hecho de ser escuálido y haber casi perdido un ojo al irse un día al cerro a pastar su hato, nos lo volvió alumno aplicado, niño prodigio siempre premiado en sus escuelas. Medía 1.60, acaso; de tez morena acentuada, muy bien afeitado y talqueado y propio en el vestir pero sin lujos; delgado en su juventud y muy gordo hacia el final de sus días. El accidente en el ojo le dejó en su mirada un desliz asimétrico al modo de Jean Paul Sartre. Veía a través de una sombra con aquel ojo dañado, pero eso nunca le impidió leer y leer sin agotarse. Carirredondo y de perfil con una nariz gruesa y ganchuda en la punta que, cuando le observaba yo, me parecía que le daba un aire de glifo prehispánico. Sus rasgos físicos eran absolutamente zapotecos.


Recibiendo el diploma de "inmortal"...


Le publiqué en Carteles Editores el Discurso con que ingresó a la Academia de la Lengua Mexicana. Si en París bautizan como “inmortales” a los elegidos de su Academia Francesa de Artes y Letras ¿qué los nuestros van a ser menos inmortales?... También incluí la respuesta que le ofreció don Miguel León-Portilla, árbol grandísimo que le brindó su protectora sombra. Tituló aquel texto así: Las literaturas indígenas mexicanas y este es su arranque:

Cuando niño, poco creyeron que alcanzaría el sexto grado de educación primaria; pero gracias a que después seguí el consejo del dicho popular mexicano que reza: “El que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”, miren ahora en dónde estoy y en qué compañía...” (Carteles Editores, julio de 2014)

Aquel Discurso es su testamento lingüístico, pero antes le publiqué un pequeño opúsculo titulado “Libaana”. Llegaba a mi oficina Víctor de la sexta calle de Colón “tirando bala” y blandiendo su bastón. El istmeño entra en las casas que visita alzando la voz desde la puerta, que casi nunca permanece cerrada. Refunfuñaba que en esta tierra no había editores inteligentes y me desafió a que si yo me consideraba tal conociera su más reciente investigación y se la publicara. No sabía yo nada del tema, he de confesarlo, pero al leerlo me pareció interesante y afín a mis gustos barrocos. El libaana es el “sermón” que se pronunciaba para los novios en los fandangos matrimoniales. Reúne en unos cuantos párrafos lecciones de ética y tradición religiosa que deben perpetuarse para bien de la raza. Tras la conquista, el cristianismo se volvió el vehículo de los antiguos sentimientos religiosos mesoamericanos, se fusionaron y siguieron vigentes, sin que nadie reparara en el estudio lingüístico de su profunda raíz dual. Eso les llevó a la casi extinción. Víctor de la Cruz hizo el re-descubrimiento del tema y lo abordó desde su propia ventaja de ser hablante del zapoteco, pues han sobrevivido siglos en esa lengua. Me contó que los había escuchado muchas veces, musicalizados, hasta que le llamaron la atención ciertos pasajes. Entonces se puso como loco a buscar las letras y sus distintas versiones. Un día su padre –Ta Daniel– le dijo algo así: “¿Y por qué no me habías preguntado a mí si tanto te interesan? ¡Yo me sé uno de memoria! Ahí te va...”.
Ahora Víctor Cata también está estudiando el tema a profundidad al igual que la inglesa Nancy Farriss.

Le publiqué también una Antología de Literatura de Oaxaca, ya agotada y de la cual no conservé ni un solo ejemplar. Y también hicimos algunos número de la revista Guchachi Reza, algo feos estéticamente hablando, pero sus contenidos son los que la hacen valiosa y no nuestro pobre trabajo de imprenta.

Ingresando al Elíseo nacional.
Miembro condecorado con la Venera de la
Academia Mexicana de la Lengua.


Editar la revista –en diferentes épocas– le agotaba últimamente. Debía definir temas, invitar autores a que dieran su tequio, conseguir imágenes, coordinar correcciones, galeras, diseño y nuevas correcciones, luego cargar los paquetes salidos del taller y salir a distribuirla a puestos de revistas, librerías, bibliotecas, mandar foráneas, empaquetar ejemplares para distintos pueblos istmeños o el D.F., recibir correspondencia y reclamos, en fin, una talacha que hacía casi solo y sin dinero, pero lo importante era hacer circular la edición. Hasta que un día mandó esa penitencia periodística a volar, harto. La retomó meses antes de morir y cometió el acierto de volverla digital y la puso disponible en la red. Publicó ya el primer número de la nueva era cibernética pero Elvis Jiménez me confirmó que dejó dos números más muy avanzados. Es deseable que él mismo pueda redondearlos y subirlos al ciberespacio para concluir su plan.

LA VELACIÓN

Homenaje luctuoso en la Casa de la Cultura de Juchitán.

Las mujeres del Istmo, siempre entusiastas de los colores chillantes, se presentan vestidas de negro y plata; es la etiqueta funeral. Un rebozo negro cubre sus cabezas. Son muy expresivas. Llegan y le hablan al difunto en su lengua. Sus maternales ademanes sobre el ataúd me dicen que tratan de explicarle algo que quizás no entiende. La repetición de sus frases y gestos forman un círculo que gira y gira sobre su propio eje. Lo único que llegaba yo a entenderles era la palabra “papá”.

Los varones no visten de luto. Un cantante solitario rasga la noche triste con su lira. No hay mesas ni chocolate ni tamales servidos. No se estilan en Juchitán. Un joven da vueltas y vueltas con una botella de mezcal en la mano izquierda y una copa, una sola, en la derecha. Sirve al doliente quien bebe de un trago el sorbo y entrega la copa que otro a su lado se llevará a los labios enseguida y luego el de junto hará lo mismo. Igual hacen en Teotitlán.

El calor húmedo es agobiante aunque ya son más de las ocho de la noche. No hay cervezas ni agua. El mezcal no cumple otra función que ser parte de la retórica del luto, la mortificación, la penitencia por el alma del tendido. No es momento de gratificar al paladar, sino de recordarnos lo áspero del Valle de Lágrimas. El “vallisto” que soy rechazó el trago de mezcal, pero no la plegaria. Además a esas alturas ya me mortificaba mucho haber equivocado la dirección de los pasos que debía emprender Víctor en ese momento supremo de la vida que es su término. Pensé en recurrir cuanto antes al “photoshop” para arreglarlo en un santiamén, pero también pensé que no era necesario enmendar mi error de imprenta pues ¿qué daño puede hacer una modesta esquela equivocada ante este ritual de siglos y siglos?

DESPEDIDA DE COFRADES

Jaramillo, Gardel, Chu Rasgado para despedir al cofrade en Xadani.

Manuel Matus Manzo –escritor–, Carlos Sánchez Silva –historiador– y yo emprendimos en mi auto la carretera hacia Juchitán el jueves 10 de septiembre. Los tres cofrades fuimos a despedir al que acababa de adelantarse. Llegamos a la vela a una casa antigua de la calle Melchor Ocampo, de la 5a. Sección. En el camino Carlos compró seis litros de mezcal chontal –exquisito– con su amigo Zeferino y luego compró otro garrafón para otro ritual funeral de 40 días al que deberá asistir con Marbel –cofrade– en ocho días, pero éste en Tapanatepec. Así pues cuando llegamos entregamos a la viuda Chabela Blas la bebida y un poco de dinero para enfrentar los gastos. Luego hallamos amigos que hacía tiempo yo no veía: Emilio López Jiménez y Vicenta, su esposa; Paty López, Francisco Monterrosa, Víctor Cata de quien solo conocía sus libros y Elvis Jiménez, quien se hallaba meditabundo, seguramente recordando a su maestro. Como Víctor ya no podía caminar debido a su sobrepeso, Elvis le subía y bajaba por las zonas arqueológicas a donde le acompañaba para que hiciera sus exploraciones, le tomaba dimensiones a las ruinas y fotos. Desde arriba le iba describiendo en voz alta lo que veía. Víctor le preguntaba y él era sus ojos, sus piernas y sus manos. A Elvis le gustaba eso porque aprendía con el maestro de su enorme conocimiento de las culturas prehispánicas. A su vez De la Cruz había sido “lazarillo” de otro gran maestro, don Miguel León Portilla, así que la cadena de transmisión era eficiente, envidiable y divertida para el joven Elvis. Le pedí que escribiera todo eso pues me abrumaba con datos e interpretaciones en una noche sofocante y triste.

Los tres cofrades nos retiramos hacia las 23 horas. Empezó a irse a esa hora la gente. Hay una psicosis de inseguridad en Juchitán. No saben los vecinos en qué esquina les matarán. Qué mototaxista les asaltará hasta echarlos desnudos en algún oscuro callejón de los mil que tiene ciudad tan abandonada como medieval. Es mejor irse no tan noche. Así le hicimos. Llegamos desfallecientes de calor al hotel Santa Cecilia. Para fortuna nuestra Emilio nos llevó en su carro. Mientras transitábamos veía un Juchitán amolado. ¿Dónde está el brillo cultural de esta raza? “Se apaga un lucero de Juchitán” cabeceó El Imparcial ese día. Sí. Coincido. Esta comunidad es un arcón de luceros culturales, pero por alguna razón su pueblo no lo refleja materialmente...

EL CORTEJO



Este es el momento de la despedida, así le dicen aquí... me susurró Matus al oído cuando llegó la hora de que el cortejo partiera el viernes 11. Se integró él al grupo de jóvenes que portando un pañuelo negro en el cuello y un moño del mismo color en el brazo izquierdo alzaron el féretro. Ante su propio altar, tras discutir en zapoteco, le giraron de modo que lo que primero abandonara esa sala fueran sus pies. Fue entonces que la banda rompió con un tango viejo:

Adiós muchachos compañeros de mi vida 

barra querida de aquellos tiempos 

me toca a mí, voy a emprender la retirada 

debo alejarme de mi buena muchachada...

La puerta por la que fue sacado se abre hacia el sur...

El cortejo estuvo acompañado de marchas fúnebres, igual que lo acostumbran en Teotitlán. Una breve pausa, pero muy simbólica, se hizo en la Casa de la Cultura. Allí recibió el homenaje de sus pares istmeños Vidal Ramírez Pineda, director de la Casa de la Cultura, Saúl Vicente –presidente municipal– y Marcial Cerqueda, lingüista y poeta. Martha Toledo le expresó: “Es la última hora que le canto a la vida”, de la melancólica melodía Guendabianni... Cerrarán esta crónica dos de aquellas elegías.

Partimos luego bajo el sol abrazador juchiteco hasta el cementerio ubicado en el extremo opuesto del río a cuyo margen se fundó. Al dirigirse hacia el Sur, Víctor deberá encontrar un sauce llorón erguido que le indicará sin lugar a dudas que su alma ha llegado al Río, el cual deberá cruzar. Esa es la señal. Más allá está el Sur profundo. Entonces deberá caminar por todo su labio Sur. Así es como debe de ser.

El cementerio de Juchitán se parece a un conjunto habitacional del Infonavit. No son tumbas, sino casas. Casitas pintadas de todos colores abiertas de par en par. Por todo ornamento hay cruces insignificantes, imágenes religiosas y fotos de sus moradores. La calzada de los muertos está resguardada por docenas de árboles de cerezos rojos en plena maduración. Sus racimos son espesos como uvas y caen sus frutos al suelo de tierra que al ser pisados adquiere una coloración morado–rojiza. El aire huele a su aroma fermentado por el calor de los días sin lluvia. Ofrecen miles de cerezas al aire pero nadie las come. Ni los pájaros. No se han enterado que son ricos en antioxidantes y que, paradójicamente puesto que están en el panteón, han sido llamados “fuente de la eterna juventud” por los nutriólogos... Nos dan a los dolientes una sombra restauradora que vale oro a esas alturas.

El lingüista Víctor Cata pronuncia una última elegía en zapoteco... Florentino Toledo de la Paz, trovador popular, le canta así nomás en las dos lenguas. Todos nos despedimos del poeta y cofrade. Estará junto con su padre, Ta Daniel, muerto dos años atrás. Un paño blanco cubre su ataúd, se retiran y guardan las semillas y pétalos secos que vi encima la noche anterior y es bajado a su última morada. Nuevamente observo que sus pies están en la dirección del Sur... Para entonces el benévolo sol ya ha cruzado el ecuador del cielo y dirige sus pasos calcinantes hacia la media noche. La banda clausura la presencia de Víctor de la Cruz Pérez en este mundo al compás del tango que, sin necesidad de abrir la boca, todos cantamos en un coro marchito:

Acuden a mi mente

recuerdos de otros tiempos,

de los bellos momentos

que antaño disfruté

cerquita de mi madre,

santa viejita,

y de mi noviecita 

que tanto idolatré...


¿Se acuerdan que era hermosa,

más bella que una diosa

y que ebrio yo de amor,

le di mi corazón,

mas el Señor, celoso de sus encantos,

hundiéndome en el llanto me la llevó?



Es Dios el juez supremo.

No hay quien se le resista.

Ya estoy acostumbrado
su ley a respetar,

pues mi vida deshizo
 con sus mandatos
al robarme a mi madre

y a mi novia también.



Bebemos un marrazo de mezcal en el cementerio Domingo de Ramos. Carlos, Matus y yo abrazamos a Jorge Magariño y a Memo Petrikowski para despedirnos. Petri reclama una última “perrada” de Víctor entre bromas punzantes y carcajadas. Ellos eran los veteranos de la aludida “barra querida”... Nos dirigimos luego a recordar a Víctor como cofrades: en la mesa suntuosa de Xadani, en el restaurante de Na Vicenta.

Matus saca un litro de mezcal chontal –excelente– que consiguió con Zeferino. Estaba el destilado de espadín azul a la altura de las circunstancias. Pedimos copas y Bohemias, pero nos sirven las cervezas que tienen. Elevamos el primer mezcal a la memoria del cofrade Víctor y recibimos las jaibas en chilpachole, los camarones con ensalada de pepinos, cebolla, lechuga, tomate y la liza horneada. Todo viajero que cruce el Istmo debería cantarle a la vida como lo hacen los zapotecos cuando gozan de ella. No hay mejor método para conseguirlo que parar con Na Vicenta. Allí se puede constatar el esplendor gastronómico que alcanzó esta cultura. En toda la región no tiene rival. Hace que uno vea con otros ojos su geografía y su clima. Víctor conocía mucho de la gastronomía popular istmeña. Recetas, especias, estilos, épocas... en fondas, cantinas y hogares las probó y las disfrutó.

Una vez que en la Licenciatura en Gastronomía de la UABJO una profesora negó que existiera la sal como especia o condimento antes de la conquista le pedí ayuda para rebatir aquello y me llevó personalmente fotocopias de sus libros donde desde antaño se registran las cosechas, comercio y mercados de sal que hubo en tiempos prehispánicos. En otra ocasión hablamos de San Pedro Huamelula y su famosa boda entre la Princesa Lagarta y el Presidente Municipal. Él había propuesto una nueva interpretación del glifo toponímico, pues su dominio del zapoteco le facilitaba decodificar lienzos y glifos, pero no había él reparado en el “banquete de la boda”, así que lo ilustré. Sin embargo hablamos ampliamente de la importancia de la sal en la región, ingrediente mineral abundante y fino. Con aquella boda mitológica terminaron sus guerras contra zapotecas y aztecas que, como los españoles más tarde, buscaron apoderarse de sus salinas. La sal en tiempos prehispánicos fue esencial para sazonar alimentos y para conservarlos. Con la Nueva España se convirtió en materia prima para la purificación metalúrgica de los metales preciosos.

En su libro El pensamiento de los binnigula´ sa: Cosmovisión, religión y calendario con especial referencia a los binnizá. [Ediciones de la Casa Chata-CIESAS. México, 2007.], en la página 319, él recuperó el uso prehispánico del chile chilhuacle entre los “binnigula sa” o zapotecos precortesianos, tomado del cronista dominico Francisco de Burgoa [Geográfica descripción... 1674]. Esta cita también me ayudó a sostener documentalmente la antiguedad de tal chile cuicateco como alma del mole negro de Oaxaca, lo que nos llevó a llamar su atención ante su inminente extinción en 2009. El gobierno “del cambio” se hizo el sordo, pero cocineras y chefs entraron a su rescate desde entonces. Nuestro mole famoso sí tuvo vida antes de que llegaran las especias de Oriente y la manteca a perfeccionarlo. Antes de que el cristianismo le bautizara como el guiso suntuoso dedicado a los fieles difuntos, los zapotecas prehispánicos lo empleaban ya para confeccionar las ofrendas de tamales a sus muertos.

EL REFINAMIENTO DEL COFRADE GASTRÓFILO

Víctor llevó un poema de Gutiérrez Nájera, publicado en
Guchachi Reza y pidió que Matus lo leyera 
en un banquete de cocina francesa.

En un gesto muy zapoteco de gratitud por haberle publicado su Libaana a Martha y a mí nos dio un banquete de bizaa dxima, una variedad de frijol que los zoques siembran en la selva de Chimalapas y que se sirve en caldo espeso, con huevo frito tiernamente y desmenuzado. ¡Aquella vez lo hizo acompañar de champaña! Era un gourmand, por eso y por el enorme conocimiento que tuvo de la cocina de su cultura madre, pertenecía a la Cofradía del Mole y el Mezcal.

Pese a mis ruegos no nos dejó –quizás sí, en apuntes inéditos en su biblioteca– ensayos específicamente sobre gastronomía antigua del Istmo, que algo tendría de judía y otro tanto de andaluza. Ya se las había olido porque sin saberlo yo, él por su lado –y yo por el mío, sin habérnoslo dicho– estábamos averiguando si la cocina judía conversa novohispana fue la causa de ciertos detalles que saltan en nuestro horizonte gastronómico, tanto el zapoteca del Istmo como el mexicano de corte popular. Elvis me compartió esas curiosidades de Víctor. Él debe conocer mejor este punto pues lo platicó con aquel y aun le escuchó decir que, a juzgar por ciertos hábitos alimentarios del istmeño, se podría presumir cierta huella de aquella misteriosa raíz sefardí en el devenir de la cocina de Juchitán.

La Cofradía, tras aquel memorable menú del 5 de septiembre de 2014.


Había planeado en 2014 que nos agazajáramos con “gallina de res” en su casa de Laollaga, un día de la fiesta patronal de Santo Santiago, pero problemas en la imprenta nos impidieron a Martha y a mí asistir. El banquete sí lo hizo. Tuvo una cocinera excepcional, quien le guisaba en algunas ocasiones, pero Víctor era el que le daba las recetas y checaba que la preparación fuera ortodoxa. Andaba explorando esos mundos que parecen fútiles al común, pero Víctor era muy refinado. Tanto que había incluído por primera vez al estudio de la gastronomía istmeña en un coloquio que planeó hacer en 2015 en Juchitán, con el respaldo académico y financiero del CIESAS, donde trabajó. Los afanes de cocina, mesa y mercado se pondrían al tú por tú –desnudos de folclor y leyendas– con la arqueología, la lingüística y la historia. Se requería ver con ojos de científico social el complejo sistema de alimentación zapoteco que, por ser un hecho cultural, tiene no una sino varias historias, todas muy barbudas. Me encargó esa misión y hube de confesarle que era mucho pedirme, pero que haría con gusto buenos reportajes del tema. Deberíamos empezar –sugerí– por reflexionar sobre la cocina de hoy y a partir de allí ir profundizando en sus ingredientes, técnicas, ceremoniales, influencias europeas, asiáticas, de Medio Oriente y demás. El Istmo fue un cuatrocaminos desde tiempos de Mesoamérica y todo ello fue cocinando a fuego lento su actual –y poco explorado– discurso gastronómico. Habría que hacer un taller para las cocineras o sus familiares para que ellas mismas redactaran sus recetas, sus costumbres, sus símbolos asociados y todo lo que recordaran respecto a sus guisados. Eso fue lo que le dije. O bien, enfatizaríamos ante sus propios periodistas e intelectuales para que enfocaran sus intereses en la gastronomía local. Hay muchos géneros que se pueden hacer: reseña, reportaje, entrevista, crítica y reflexión sobre porqué llegó a ser su mesa como es. Si no lo hacen los propios lugareños pasará en ayuno forzado el tema otro medio milenio. A todo este horizonte de saberes se refería en el correo que me envió, pero que al CIESAS no le interesó el Diplomado que tenía en mente. Por desgracia, tras la muerte de Víctor, eso abre la puerta al olvido.

LA BIBLIOTECA DEL COFRADE
Su desaparición me lleva a proponer abiertamente a quien quiera escucharme que el CIESAS adquiera de sus deudos su biblioteca –muy basta– sus apuntes, sus manuscritos, su hemeroteca, sus fotos y su enorme fonoteca donde recogió toda la música vernácula regional. Víctor era un sabio malgeniudo y sarcástico, pero ¿por qué no dejar de lado su lado oscuro –si es que eso es ser oscuro– y recuperar el brillante, el del curioso historiador? Menos mal que pudo ver coronado su voluntarioso esfuerzo por digitalizar la valiosa revista Guchachi reza, acopio de conocimientos y sentimientos oaxaqueños.

En la mesa de Xadani salieron ésta y otras ideas entre los cofrades Carlos y Matus. Ya no participará el doctor De la Cruz en “el banquete de las especias de Oriente”, que la Cofradía está preparando para el 30 de octubre de 2015... pero tuvimos la suerte de tener un trío del pueblo al que pedimos que nos cantara en su recuerdo. Carlos pide para Víctor Sombras, teniendo en el recuerdo la voz de Julio Jaramillo:

Cuando tú te hayas ido
me envolverán las sombras
cuando tú te hayas ido
con mi dolor a solas...

Por mi parte, solicito de Gardel, Adios muchachos...

Dos lágrimas sinceras 

derramo en mi partida

por la barra querida

que nunca me olvidó

y al darles, mis amigos,

mi adiós postrero,

les doy con toda mi alma

mi bendición...

Adiós, muchachos, compañeros de mi vida,

barra querida de aquellos tiempos.

Me toca a mí hoy emprender la retirada,

debo alejarme de mi buena muchachada.


Adiós, muchachos. Ya me voy y me resigno...

Contra el destino nadie la talla...

Se terminaron para mí todas las farras,

mi cuerpo enfermo no resiste más...


En efecto, su cuerpo enfermo ya no resistía más tras casi 67 años. Lo usó para la vida bohemia como un vehículo anfibio y todoterreno. Lo mismo para huir a Chiapas cuando un gobernador de Oaxaca –el general Jiménez Ruiz– le mandó pistoleros por criticarlo, que para enamorarse y disfrutar la vida. Sin embargo, como dice el tango bebió –abundantemente– en la copa de dolor... pero nadie comprendía que si todo yo lo daba en cada vuelta dejaba pedazos de corazón...

Investigadores del más alto cenáculo nacional reconocieron su talento nombrándole Miembro Correspondiente en Oaxaca de la Academia Mexicana de la Lengua en 2012. La “vallistocracia” le hizo una reverencia pública al entregarle el “Chimalli de Oro” el diario El Imparcial poco tiempo después. Él creo ese neologismo afortunado y chingativo –“vallistocracia”– para criticar los modos de ejercer el poder político en la capital del estado. Publicó muchos libros. Dictó muchas conferencias. Participó en muchos congresos académicos. Viajó. Tuvo dos hijas –Guiexuuba y Mudubina– y un hijo –Daniel–. Ayudó a las personas indefensas que le pidieron ayuda, me consta... Y fue conmigo un amigo franco y claridoso.

Gloria –su hermana–, sus hijas Guiexuuba, Víctor, 
Chabela –su esposa–, Mudubina y Daniel, su hijo.
La pequeña es su nieta.


MONSIVAIS, EL HERALDO NEGRO.

Contó Isabel, su esposa, que dos días antes de morir la despertó súbitamente sacudiéndola de la cama hacia las dos de la madrugada:

¡Chabela, Chabela! Atiende a Carlos Monsivais que acaba de llegar. ¡Ábrele la puerta!, ¡dile que pase!... le dijo Víctor más dormido que despierto.
Cállate Víctor. ¡Duérmete! ¡¿No ves qué hora es?!, le respondió.

Cuando Chabela le contó esto a su hija Guiexuuba al día siguiente, estando Víctor aún vivo, ella le respondió:

No Mamá, no es Monsiváis. Es la muerte...

Al momento de morir Víctor de la Cruz Pérez había alcanzado la madurez intelectual, el rigor académico y el ameno estilo literario para expresarse y su memoria prodigiosa había descubierto interesantes, profundos y curiosos senderos nuevos por los que emprendía sus solitarias caminatas intelectuales.

Lamento que haya tenido que irse cuando lucía exactamente su palabra el apogeo de su floración.
Descansa en paz, viejo querido.


Oaxaca. 27 de septiembre de 2015.

Cuatro alegres cofrades: Arnulfo Mendoza Ruiz 
con su hijo Teo en brazos, Claudio, Víctor y Martha.

A continuación publicamos dos oraciones fúnebres:


PALABRAS DICHAS POR VIDAL RAMÍREZ PINEDA, EN LA CASA DE LA CULTURA DE JUCHITÁN:

Solo en la agonía de despedirnos somos capaces de comprender la genuina profundidad del cariño, del aprecio, del amor y del vacío que nos deja muerte.

Buenos días a todos, una vez más el luto envuelve nuestros corzones y nuestro guidxi guie´. Hace una semana el cantautor José Sánchez Molina (Pepe Molina) dejó de arañar su guitarra y trascendió al más allá de las fronteras celestiales, hoy en compañía de la comunidad cultural, de familiares y amigos recibimos el cuerpo del Dr. Víctor de la Cruz Pérez, poeta, traductor, investigador, lingüísta, historiador, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y a mediados de los años setentas director de esta Casa de la Cultura. Saber que fuera el segundo oaxaqueño en ocupar una silla en la Academia Mexicana de la Lengua después de don Andrés Henestrosa nos llenó de orgullo.
De la Cruz se asomó a la buena sombra de Miguel León Portilla.
Su paso por las letras lo llevó a publicar más de un centenar de artículos en revistas especializadas y en obras colectivas; algunos de los títulos de sus libros, tanto científicos como de poesía, se tradujeron al inglés, francés, italiano y alemán.

Su estrecha amistad con Francisco Toledo lo lleva a colaborar en la edición de la revista Neza Cubi, la revista Guchachi Reza, además de sus colaboraciones en los proyectos de Ediciones Toledo en la que por primera vez se publicó poesía con las traducciones del poeta y escritor.

Víctor de la Cruz recibió numeroso premios y distinciones entre los que destaca el Premio Netzahualcóyotl de Literatura en Lenguas Indígenas, el Nacional de Ensayo para el Magisterio, el Casa Chata, un reconocimiento al mérito en investigación científica del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) y el Premio Francisco Javier Clavijero.

De la Cruz realizó la licenciatura en derecho y el doctorado en Estudios Mesoamericanos, ambos en la UNAM. Fue profesor de filosofía, historia y redacción en el Instituto Tecnológico del Istmo, profesor del programa de formación profesional de etnolingüistas del Centro de Investigaciones Superiores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), también fue asesor del Centro de Investigación y Desarrollo “Binnizá, A.C.” (Zapoteco del Istmo), y lo era hasta hace dos días del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), en Oaxaca.

En la narrativa destacan “Primera voz, El problema de la validez del derecho, Diidxa' sti' Pancho Nácar y Los niños juegan a la ronda, otros títulos que publicó son Cuatro elegías, Dos que tres poemas, Canciones zapotecas de Tehuantepec, Corridos del Istmo, Las guerras entre aztecas y zapotecas y La rebelión de Che Gorio Melendre. Es autor igualmente de La flor de la palabra, Antología bilingüe de la literatura zapoteca, Aspectos históricos de la educación en Oaxaca, La educación en las épocas prehispánica y colonial en Oaxaca, Jardín de cactus, Antología literaria de Oaxaca. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran La religión de los binnigula' za en coordinación con su entrañable amigo el arqueólogo Marcus Winter, El pensamiento de los binnigula' za, Mapas genealógicos del Istmo oaxaqueño y Ti libana' ga' chi.

Hablar de su trayectoria e intelectualidad es recorrer senderos mágicos.

Sus amigos en las letras como Irma Pineda, Natalia Toledo, Victor Terán, Jorge Magariño, Víctor Cata, Gerardo Parada y muchos otros más han coincidido que ha partido un gran conocedor de la lengua zapoteca. ¡Qué septiembre! Ahora se llevó al Dr. Víctor de la Cruz, se fue un lucero mayor de Juchitán, una luz radiante. Adios Víctor, gracias por todo el oro que nos dejaste, que dejaste a tu pueblo, a tu querido Juchitán, y un sin fin de condolencias.

Víctor fue considerado como la voz de quienes en el Istmo de Tehuantepec han sostenido las palabras indígenas del canto y la poesía, mantenedores de la literatura oral regional, entre los que destacan: Enrique Liekens, Gabriel López Chiñas, Geremías López Chiñas, Pancho Nácar, Nazario Chacón, Enedino Jiménez y Macario Matus.

No solo la literatura y la poesía nos unieron a Víctor de la Cruz, compartimos otros espacios, instantes de amistad en medio de la música, el canto y los sones regionales que tánto le gustaba bailar.

Hoy les damos nuestras condolencias a su esposa la señora Isabel Blas López, sus hijos Daniel, Guie' Xhuuba y Mudubina de la Cruz Blas. Sus hermanas Amelia y Gloria de la Cruz Pérez.

Víctor ha cruzado el río, como diría Víctor Cata, que Xunaxidó', la diosa de la vida y la muerte lo acompañe del otro lado del gran río. Ha cruzado para reencontrarse con su gente, a construir otras historias, seguramente sus padres Ta Daniel de la Cruz y Na Feliciana Pérez lo recibirán en su regazo.
Gracias a todos por haber asistido a esta despedida y poder llevar al gran escritor y poeta al camposanto Yoo ba'a donde reposará por toda la eternidad, porque la muerte es nuestra vida eterna.
Diuxquixepe'laatu.

Gracias.
Vidal Ramírez Pineda.
Director de la Casa de la Cultura de Juchitán
Juchitán, 11 de septiembre de 2015.


PALABRAS DE SAÚL VICENTE VÁZQUEZ

Hermanas y hermanos;
estimados: Isabel, Daniel, Guie'xhuuba', Mudubina:

Si hablar de la muerte es difícil, lo es mucho más cuando intentamos hablar ante la partida de alguien a quien queremos, a quien respetamos, a quien admiramos. Y éste es el caso.

Decir unas palabras en torno a nuestro hermano mayor Víctor de la Cruz, ahora que lo vemos aquí cerca de nosotros, pero ya en otra vida, ya en otro tiempo, ya ido para siempre, me resulta realmente doloroso.

Cómo no sentir dolor, ante la partida del hombre que mucho nos enseñó acerca de lo que somos como herederos de la vieja sangre zapoteca. Cómo no sentir el pecho adolorido ante el cuerpo de quien se hundió en las entrañas de nuestra cultura, de nuestra lengua, para salir con las manos llenas de tesoros y compartir esa riqueza con todos, con todas.

Porque Víctor de la Cruz dedicó toda su vida al amoroso empeño de buscar las respuestas a esas preguntas que se hizo, que nos hizo, en ese poema que debe ser de lectura obligada entre nuestros niños, nuestras niñas, nuestros jóvenes. Hace ya muchos años que lanzó al aire la interrogación que nos llama todos los días: Quiénes somos, cuál es nuestro nombre; tu laanu, tu lanu.

Y la importancia de estas interrogantes es tanta, que el Doctor Víctor de la Cruz no dudó en cerrar con ellas el discurso que ofreció el día que ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua, el 28 de agosto de 2012, donde se refirió a las literaturas indígenas mexicanas, y dijo que el texto de su poema era la conclusión de las diecisiete cuartillas de que constó aquel documento de ingreso.

Y yo firmo que en ese poema se encierran todos los afanes investigativos de nuestro querido hermano; digo que ese poema es como una lámpara, como las antiguas linternas, que le estuvo iluminando el camino durante esos largos años de trabajo. Y fueron esos incontables meses de desasosiego, transcurridos entre la ciudad de Oaxaca, México, Laollaga y nuestro querido Juchitán, los que le llevaron, poco a poco, a reunir todos los conocimientos que después puso a nuestra disposición, a través de libros, artículos, ensayos, gracias a la generosidad de su pensamiento, de su voluntad.

Pero Víctor fue también el hombre amoroso, el observador de la vida, el que se comunicó con nosotros a través de su poesía, aquel que escribió:

El día que con tus ojos busques
ya no me encontrarás,
y dentro de mi corazón
no habrá nadie que te diga
por qué camino me fui
y dónde te olvidé.

Fue el hombre comprometido con su tierra, con su pueblo, el que marchó por las calles en la lucha por la democracia, el que lloró por los caídos en esa lucha, y dijo:

Quién habría armado a los extraños
que te mataron a ti
y a los campesinos paisanos nuestros,
aquella tarde en que obscurecía la tierra
como de los ojos de ustedes se iba la luz
para no volver jamás.

Fue aquel que con otro hermano mayor, el luminoso Francisco Toledo, trazaron el camino para que anduviera la iguana rajada, la revista Guchachi' reza, que en febrero cumplió cuarenta años de mostrar al mundo quiénes somos, cuál es nuestro nombre; una iguana desde la cual hablaron las mejores voces de Juchitán, de Oaxaca, del país; una iguana de la que todavía alcanzó a publicar el primer número en versión electrónica, luego de 60 números impresos. Esta nueva versión y la colección completa de revistas se pueden hallar en la página del Instituto de Cultura Zapoteca, como producto de un acuerdo entre el Doctor De la Cruz y quienes coordinan dicho Instituto, para formar parte de la campaña Gusisácanu diidxazá do' stinu.

Fue el amigo con el que se podía conversar largamente, de quien se podía aprender bastante y con quien se podía mirar lo bello que es la vida o las dificultades que debemos sortear para vivirla; de quien se podían escuchar comentarios críticos, muy críticos, acerca del acontecer político de nuestro pueblo, del devenir de la organización que él miró crecer, y todo desde su exposición clara, de su expresión certera o desde su eterna ironía.

Pero hoy, nuestro querido, respetado y admirado hermano, está ya en el Panteón de los viejos dioses zapotecas, al lado de otros grandes hijos que ha dado esta noble tierra, junto con Macario Matus, Enedino Jiménez, Gabriel López Chiñas, Pancho Nácar, Ret Baxa, Sotero Constantino, Jesús Urbieta, y el recientemente fallecido Pepe Molina, por mencionar solo algunos de los astros brillantes que habitan el cielo juchiteco.

Hoy, nuestro entrañable hermano Víctor de la Cruz seguramente nos mira y sonríe detrás de sus anteojos, desde la inmensidad de sus pupilas, desde su agudo ingenio. Y hasta allá, hasta esa lejana cercanía en que se encuentra le enviamos nuestro abrazo, y decimos con él sus palabras:

Hablar, decir sí a la noche;
decir sí a la oscuridad.
¿Con quién hablar, qué decir
si no hay nadie en esta casa
y tan solo oigo el gemir del grillo?
Si digo sí, si digo no,
¿a quién digo sí, a quien digo no?
¿De dónde salió este no y este sí
y con quien hablo en medio de esta obscuridad?

Hermanas y hermanos; estimados: Isabel, Daniel, Guie'xhuuba', Mudubina: desde esta Casa de la Cultura, que él miró nacer y crecer, acompañado de artistas, intelectuales que mucho lo aprecian, le decimos todos, todas, hasta luego, hermano Víctor de la Cruz, agradecemos tu paso por este mudo, puedes estar seguro de que tus palabras, tu inteligencia, vivirán entre nosotros por siempre.

Muchas gracias.

Saúl Vicente Vázquez.
Juchitán de Zaragoza, Oaxaca. 11 de septiembre de 2015.