sábado, 28 de septiembre de 2013

Mardonio Morales: Un legendario activista de Chiapas. Antecedentes del levantamiento zapatista de 1994


El historiador Manuel Esparza nos ofrece en esta ocasión sus buenos oficios de compilador. Reúne y publica en un tomo los manuscritos de un antiguo colega suyo recientemente fallecido: Mardonio Morales, modesto jesuita misionero de Bachajón, Chiapas, desde muchos años antes del levantamiento del ESLN.

El nombre del jesuita quizás no diga gran cosa a los que somos profanos en el tema, pero su visión del Chiapas indígena es tremendamente clara y directa. Es contundente al hacer el diagnóstico del “problema” chiapaneco. También es autocrítico del rol de la iglesia y su burocracia entre los indígenas, tanto los de hoy como aquellos que conoció el dominico Bartolomé de las Casas.

Llegó a esas tierras siendo un sacerdote muy joven y entre las primeras cosas que aprendió fue la lengua nativa, con esa herramienta conoció a fondo la región no solo en su geografía, que le tocó recorrer a pie siempre, sino a través de la interminable historia de abusos y omisiones que el Estado nacional mexicano ha tenido con Chiapas y su población originaria.

Su pluma es valiente y fidedigna. Ha abrazado al indígena según su apostolado, pero también ha aprendido de él su reproche respecto al monopolio de la Eucaristía de parte de la burocracia clerical. Es, pues, un jesuita por los cuatro costados...

Para mí en lo personal los textos de Mardonio Morales me enderezaron la visión que yo tenía del "problema indígena de Chiapas". No solo eso, sino que me dieron la perspectiva que me estaba haciendo falta sobre el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional que declaró la guerra al Estado mexicano el 1 de enero de 1994, emprendiendo combates reales entre su informal infantería y usando, como nunca antes, el internet para propagar sus motivos.

El Estado nacional envió a sus tropas regulares, tanto de infantería como de artillería, a hacerle frente a la insurrección. Bombardeos aéreos y una lluvia de obuses causaron gran mortandad entre las filas indígenas. Se salvó "Marcos" quien –me parece– se mantuvo en la retaguardia combatiendo no con balas sino con proclamas y cartas.  

El libro tiene en portada un retrato del elusivo Mardonio Morales, mexicano "anónimo" entregado a su misión y cronista al servicio de la razón indígena, no porque fuera indígena, sino porque la conoció honesta y llena de verdad. Con el permiso del historiador Esparza he escogido para este blog dos textos de Mardonio Morales incluidos en este libro. En el primero que abordará el lector no dudo que piense que quien escribe la crónica circunstanciada del testimonio de una masacre desde la voz de los vencidos, sienta que se trata de una crónica del siglo XVI de Sahagún o de Bernal Díaz del Castillo o de Fray Bartolomé de Las Casas. Lo que Mardonio Morales hace es traducirnos el sentir del indio, su modo de expresar su dolor y su ternura ante la muerte de sus hijos y la matanza de que ha sido víctima y testigo ¡en pleno México del siglo XX!; El alma entera se plasma en este testimonio escrito primeramente en la lengua nativa –porque así lo expresan los sobrevivientes– y luego traducido al español, pero sin sacrificar la intensidad de su visión de vencidos y humillados...





El lector comprenderá de qué trato de hablar y porqué este tomo resulta indispensable fuente para conocer la historia de México y su relación con sus pobladors originarios. Ignacio Morales, quien colabora en el texto,  es hermano de Mardonio y, también como él, misionero jesuita.


Va pues íntegro el capítulo 9:


9

COMUNICACIÓN

QUE HACEN LOS CAMPESINOS EXPULSADOS DE WOLOLCHÁN, 

Y REFUGIADOS EN EL EJIDO DE TACUBA 

AL LIC. JOSÉ LÓPEZ PORTILLO, JULIO, 1980.



MARDONIO E IGNACIO MORALES 


Testimonios recogidos el jueves 10 de julio de 1980. En el Ejido Tacuba, donde se han refugiado muchos de los tseltales que huyeron de Wolochán el domingo 15 de junio próximo pasado: se trata de testigos oculares de los sucesos acaecidos en Wolochán, municipio de Sitalá, Chiapas, de las 17 a las 20 horas del domingo 15 de junio de 1980. (Traducción al español de Ignacio Morales).

1. TESTIMONIO DE PETRONA GUTIÉRREZ LUNA

La matanza sucedió en medio de la lluvia; estaba yo rodeada de los seis menores. Al empezar la balacera, nos tiramos pecho a tierra, debajo del fogón, debajo de la cama, y así permanecimos y al mismo tiempo iban llegando mujeres empapadas bajo una lluvia tropical y gateando por el lodo. Y bajo el estruendo aterrador y ensordecedor de la balacera, las balas atravesaban las débiles casas provisionales que ocupábamos (Esto lo dice dos veces, entre sollozos); los niños aterrorizados se nos pegaban. La ropa se pegaba al cuerpo de tan empapada que estaba la gente.

¿Y quién comenzó la balacera?
Los mismos soldados, a una con los finqueros.
¿No únicamente los soldados?
No, de ninguna manera, con los finqueros y también con tseltales: José Araujo, tseltal, ahí estaba José Araujo, peón de la finca Wololchán. Los mismos tseltales, compañeros nuestros en lo campesino, ahí estaban y se veían revueltos con ellos (sollozo).
¿Quiénes eran los finqueros?
Los mismos dueños de las fincas que se reunieron de muchos lugares; hay finqueros que yo no conozco; puros mestizos.
¿Reconociste a algunos?
La mitad de ellos los conocía (sollozo).
¿Cómo se llama Ud.?
Petrona Gutiérrez.
¿Y los hombres de ustedes dónde estaban, por qué no respondieron a la agresión también con bala?
Ahí estaban nuestros hombres, a la orilla, no esperaban esta agresión a bala, y por eso los tomó por sorpresa y muchos quedaron ahí muertos. Muchos fueron los victimados.
¿Y ustedes que habían entrado en la casa, cómo es que no murieron, si eran muchos?
Pues en mi opinión es que Dios detuvo las balas y les quito su filo mortal. Porque era una lluvia tremenda de balas.
¿Usted es Petrona Gutiérrez Luna, la de San Caralampio?
Soy yo esa misma (sollozo), y mis hijitos estaban ahí tumbados, era muy grande su pena; en medio de ese desorden, otros niños trataban de salir a rastras.
¿Y ustedes estaban en medio de la balacera?
– Pasaban zumbando por dondequiera. Y bajo el fragor de la balacera, muchas personas comenzaron a huir, y muchos fueron heridos por la espalda al ser sorprendidos en su huida.

2a. TESTIMONIO DE ALICIA GONZÁLEZ DE LÓPEZ

Yo me llamo Alicia González de López y mi declaración es así:
Un día domingo, llegaron los soldados disparando con ametralladoras, con metralletas, con grandes cañones; ahí dispararon contra nosotros una balacera que fue tremenda, cuando dilató como tres horas; yo encerrada en la casa con mis creaturas; lo que hice fue ponerme boca abajo, pecho a tierra, para que no les tocara una bala a mis creaturas, con tres niños chiquitos y yo encerrados en la casa, cuando vi que los soldados ya empezaban a quemar las casas –no se conformaron solo con que mataron a mis compañeros, sino que hasta quemaron las casas, cuando yo vi que ya las casas estaban agarrando fuego, lo que hice fue salirme gateando por la puerta, echarme atrás de la casa, y salir corriendo por el monte con mis hijitos; eran las nueve de la noche y yo no encontraba salida, no encontraba posada para mis hijitos. Sí murió mi cuñado, que se llamaba Domingo López Sánchez: los perros lo comieron, señor (sollozos): ¡Qué triste fue una gran desgracia! Qué triste fue esa gran desgracia que háigamos tenido. Yo lloraba, lloraba el cielo y la tierra sin consuelo de nadie, que eran horas de noche y yo me encontraba acosada con mis hijitos; lo que hice fue encerrarme con todas mis compañeras en una ermita; encontré el grupo de mujeres que lloraban y gritaban que las esperara en la obscuridad. A las nueve de la noche llegué yo en la posada, señor. Entonces, al otro día me dijeron que se había muerto mi cuñado, y que habían muerto muchos compañeros. Por díceres después ya supimos que los comieron los perros no sabemos, señores, si lo enterró, si lo enterraron o lo acabaron de una vez los animales.

2b. TESTIMONIO DE ALICIA GONZÁLEZ DE LÓPEZ

Por eso quisiera pedirle encarecidamente al Presidente de la República de México, quisiera yo con todo mi corazón que él nos hiciera la justicia: de hacernos justicia, que él siquiera pusiera su mano en su corazón: volver por estos pobres, pobres gentes que somos nosotros que estamos acá en esta colonia Tacuba, aquí estamos refugiados bajo los árboles, en los corredores, en cuartos, aquí con mis compañeros, donde el gobernador nos manda poco maíz, poquito maíz –quieren que comamos con diez kilos de maíz, con dos kilos de frijol– ¿qué vamos hacer, señor con tanta gente que habemos acá, refugiados aquí en la Colonia Tacuba? Bendita gente que se ha vuelto mucho a nosotros; pero ellos también están en esta lucha de hambre: que no hay maíz, no hay frijol en esta bendita colonia, mucho hicieron con cooperar con poco de pozol, con las tortillas para nosotros; así es que el gobernador nos ha mandado poco de maíz, pero no ajusta, señor, con diez kilos, no ajusta con dos kilos de frijol, ¿qué vamos hacer, señor?
Vamos a morir de hambre acá en este lugar, principalmente las creaturas: ya quemaron una creatura por el hambre, señor se arrimó esta creatura a pedir su comida en el fogón, muriendo de hambre, y le arrojaron un balde parece que de frijol, encima de la creatura; se quemó todo el cuerpo, pobre creatura, y aquí esté en la colonia, aquí estamos. Por eso le pido de corazón al Presidente de la República que él volviera por nosotros que somos pobres, que le ordene al gobernador, si es que él intentó de malo para nosotros –mandarnos molestar, acabar estas creaturas, acabar estas gentes, que los hayan comido los perros: no sabemos si los comieron los perros, si los enterraron, si los quemaron; los soldados no nos dejaron entrar, ocho días los estuvieron cuidando en la colonia.
Señor Presidente de la República, le pido con todo mi corazón que Ud. haga esta justicia, que Ud. ponga su mano en su corazón: Quisiera yo ver, señor, que al menos Ud. nos hiciera favor de considerarnos, de mandarnos alguna cosa: quedamos sin ropa, quedamos sin casa, quedamos sin dinero, sin cómo comprar nuestra comida, sin trabajo los maridos, sin trabajo los hijos. Así que no sé qué vamos hacer, señor: es lo que te pido con todo mi corazón, que Ud. hiciera la justicia por estas pobres personas que están acá, ya que el gobernador no pone empeño en nosotros, queremos pedirle, Señor Presidente de la República, que vuelva a nosotros, las personas que estamos acá y queremos pedirle con todo el corazón que ahí donde acabaron nuestros compañeros, en el poblado de Wolochán, allí donde comieron los perros a nuestros compañeros, ahí queremos nosotros volver a regresar para poder fundar, para poder prosperar, para poder trabajar. Lo que queremos nosotros es tierra para nuestros hijos, tierra para nuestros maridos. ¿Qué le vamos a hacer, señor, si somos gente pobre y nuestros esposos son agricultores, son trabajadores; ellos saben agarrar el machete, ellos saben cosechar el maíz, cosechar el frijol. Lo hacemos por nuestros hijitos –que tengo a mis hijos chiquitos– muriendo de hambre, muriendo de necesidad señor. Es lo que le pido con todo el corazón al Presidente de la República que vuelva por nosotros, y que vuelva por los compañeros que murieron –muchos compañeros acabaron en el poblado Wolochán, es la única declaración y ver las cosas que quemaron, el dinero que quedó, que robaron los soldados: robaron dinero, robaron muchas cosas los soldados ahí en Wolochán, señor; no quedaron conformes con haber quemado las casas, señor: sino hasta robar todavía, señor, los únicos quintos que teníamos guardados para la comida de nuestros hijos: entraron y robaron los soldados, señor. El primer cabecilla fue Pedro López, que es del mismo Wolochán: lo vistieron de soldado, señor, para que él mostrara las veredas, así fue como entraron los soldados acompañados con los finqueros, señor. Es mi declaración. Gracias.


3. TESTIMONIO DE MARIO HERNÁNDEZ GUTIÉRREZ

Mi nombre es Mario Hernández Gutiérrez, y así fueron los hechos: En este día domingo, pues. La primera vez llegaron los policías, no los meros federales; y llegaron los policías en pleno día domingo, porque querían acabar con los campesinos, pero no llegaron hasta Wolochán, sino que se regresaron de las orillas y al estarse regresando los policías, de repente comenzaron desde la orilla a balacear a Wolochán. Así mismo, el otro grupo de hombres que estaban ahí oyeron que los policías se habían puesto a balacear; así se regresaron los policías al pueblo de Sitalá, y estaban mezclados con los finqueros, ahí mismo se encontraba el presidente municipal de Sitalá, Gabriel Díaz.
Y en la otra fecha, de nuevo llegaron así los meros soldados, los meros federales, y entraron al poblado a las cinco de la tarde y duró la balacera tres horas ahí en Wolochán, y así murieron mis compañeros, y los que murieron son los siguientes: Juan Pérez Méndez, Domingo López Sánchez, José Hernández Nuñez, y una mujer también murió de nombre Petrona Pérez López y otras más, en total, doce los que murieron. Son dieciocho los heridos que fueron seriamente alcanzados por las balas, y ahora ya fueron llevados a curarse, a ver si se reponen.
Así fue lo que sucedió, y los compañeros de los soldados fueron así mismos los finqueros que nosotros llamamos mestizos, que están en cada una de las fincas, y que acompañaron en esta matanza a los soldados. Es grande nuestra pena, que nos alcanzó: quemaron todas las casas, y ahora no tenemos casa, ni pertenencias: nada pudimos sacar, todo se quemó con la casa. Y así estamos en la pobreza más desesperada y así hemos recibido una calamidad, nosotros los campesinos del municipio de Sitalá.

4. TESTIMONIO DE LA SRA. HERNÁNDEZ

Los que dispararon bala fueron traídos por el mismo presidente de Sitalá, y les sirvió de guía para que cubrieran todas las salidas del poblado de Wolochán, y les fue explicando detenidamente qué lomas eran las más estratégicas, y cuando caímos en la cuenta, nos encontramos ya rodeados y a una invadieron el poblado; así no pudieron huir los pobres campesinos, y en medio de una lluvia torrencial y en el lodo salimos huyendo y tuvimos la contrariedad de que el río venía lleno y no nos consta que todos los pequeños hayan sobrevivido el paso del río crecido. Balacearon igualmente a los pequeños con sus padres, sin hacer distinción. Mi hermano menor recibió una bala que le causó una herida profunda, y su mujer hasta la fecha está perdida, no sabemos dónde se encuentre: no sabemos si feneció o no, pero los soldados estaban en las casas. No sabemos cómo pudieron huir los demás, sólo Dios sabe. Muchos fueron heridos al tratar de huir, ahora son atendidos médicamente. Sólo Dios sabe si se curarán, y todos los que murieron son los siguientes: mi compadre Juan Pérez; mi hermano menor, José Hernández; muchos otros hermanos míos murieron al salir huyendo.
Los que empezaron la balacera estaban todos tranquilos comiendo, estaban confiados en sus casas, así que esto fue lo que sucedió allá y hasta acá vine a parar yo. El sábado por la mañana llegué yo huyendo hasta aquí, únicamente Dios sabe cómo fui guiada hasta aquí. Eso es todo lo que tengo que decir.

5. TESTIMONIO DE PETRONA HERNÁNDEZ LUNA

Nosotros vivimos huyendo a través de los barrancos hasta aquí, y así fueron enormes nuestros problemas y dificultades, puesto que nos acompañaban los pequeños al ir huyendo entre lodazales e ir arrastrando a los niños por el lodo, ir arrastrándonos entre piedras y zarzas, y llevar colgados a los niños de pecho. Parecíamos animales en esta huida. Salimos con los pequeños: y los niños se nos pusieron azules por el frío de los lodazales; no sabemos cómo no perdimos a nuestros niños en los barrancos. El sufrimiento de los niños era enorme al quedar suspendidos de los arboles entre espinos, a medianoche, sin tener hachones de ocote para guiarnos. El aprieto de los niños era lo que rompía nuestras almas, y su hambre: al salir huyendo, no pudimos agarrar ni una bola de pozol, ni un trozo de tortilla; no había nada que darles, ni un trozo de manta. Hasta el presente, nosotros con los pequeños. No tenemos nada, no tenemos blusas ni ninguna clase de ropa y llegamos así hasta la Colonia Tacuba. Es enorme la contradicción que hemos padecido, ni un centavo de dinero traemos, ni nada para cobijarnos de la lluvia y del frío. Nuestro despojo es total; nuestros animalitos todos fueron sacrificados. Teníamos ropas buenas en nuestras casas, y para ocasiones especiales; nuestro dinero guardado, nuestras cubetas y demás enseres domésticos. Todo se perdió. Al presente, es enorme nuestro problema y lo que nos apura ahora es con que vamos a cubrir mañana, pasado mañana a nuestras creaturas Nuestras lágrimas nos acompañan todos los días, desde que salimos huyendo de nuestro paraje. Hace apenas una semana que empezamos a caer en la cuenta de la realidad desde que llegamos aquí. Nos da la impresión de que lo único que ha salido vivo de todo el desastre es nuestro corazón: nuestra carne está muerta completamente.
Nuestro peor enemigo fue el lodo, cuando salimos de dentro de nuestras casas ya habían llegado los soldados a la puerta de mi casa: “¿Qué no van a salir?” –Dijeron. “Sí vamos a salir, pero no me mates a mis hijos; aquí están mis hijos no me vayas a matar; no vayas a despedazarlos, señor: voluntariamente voy a salir” –les dijimos a los soldados. “Ándale, pues hija de la chingada” –decían, de pie en la puerta de la casa. No sé cómo salí, por un segundo, por no salir al momento, iba a comenzar otra balacera, y salí temblando de pavor con los pequeños (sollozo). Y así, con gran humillación mía, salí huyendo de mi propia casa (sollozos). Es lo que más me dolió todo, al salir. No tengo tranquilidad, no entra en sosiego mi corazón, el choque de este encuentro perdura hasta ahora (Sollozo). ¿Cómo va a tener reposo mi corazón, si no poseemos ya nada? (Sollozo). (Sigue llorando mientras habla:) Y me sentía como animal ante la mirada de los soldados (sollozo). ¿Y cuál es la causa de todo este pesar? El ser pobres no es porque queramos ser ricos, sino por causa del hambre que nos cerca, porque carecemos de todo (sollozo). Si tuviéramos nuestras tierras, carecemos absolutamente de todo por causa de la gran indigencia en que estamos, porque somos bien pobres: no tenemos ahora siquiera un poco de dinero, por eso estamos como estamos.
Ahora fíjese bien, carecemos absolutamente de todo, fíjese cómo quedaron nuestras casas; todas las quemaron con sus pertenencias: teníamos nuestro maíz, nuestro frijol; lo quemaron. Todas nuestras pertenencias fueron quemadas y robadas, nada tenemos, todo quedó convertido en cenizas: nuestras ropas son cenizas, ahí había marimba, había máquinas de coser (sollozo), todo se terminó en un momento, y la máquina misma se acabó por eso. Estamos enajenados por esta gran miseria que nos sobrevino ante nuestros propios ojos. Si así lo quiere Dios, ojalá que poco a poco se vaya arreglando.
Nosotros ahora, los campesinos, no estamos denunciando ante el juzgado estos hechos. En cambio los finqueros son de naturaleza asesinos. Quieren pleitear, no quieren entrar en diálogo derecho, sino únicamente desean asesinar, asesinar. Eso es lo que afirman en todas partes. Eso es lo que nos sucedió.
Los pobres como nosotros mismos, en este caso, estábamos en paz y en buena conciencia, y no nos esperábamos este ataque salvaje, este asesinato salvaje; cuando menos lo pensamos, nos tenían enteramente, en la mitad de nuestro poblado de Wolochán, con los niños dignos de lastima, y sólo porque fue voluntad de Dios no morimos, y Dios nos protegió de las balas perdidas. Únicamente te digo esto.

6. TESTIMONIO DE LA MAMÁ DE UN NIÑO ASESINADO

Es digno de lástima cómo murió mi hijo. José Cruz ciertamente terminó: se acabó el musiquero, se acabó el joven. Digno de lástima es él, porque la bala entró por el hígado y entre grandes dolores y sufrimientos se apagó lentamente su vida, y a este dolor inenarrable, se suman los otros, no menos crueles, de los que salimos huyendo el domingo en la noche, de Wolochán: Los niños tuvieron que soportar la lluvia toda la noche, a la intemperie, que para reposar sus cuerpecitos sólo tenían el pasto humedecido; así pasó para nosotros esa obscura y lluviosa noche; no había un lugar seco que ofrecerle a la abuelita de los pequeños. Es digno de lástima el que pasó así una noche con sus pequeños, lo mismo que con los mayorcitos. ¿Qué les podíamos ofrecer a nuestros hijos? Sólo la ropa empapada que llevábamos puesta: así fue como nos echaron para afuera con mi hijo.

–¨Pequeñito, hijo mío, que quedaste ahí tirado nada más¨: sólo Dios sabe cómo salí con mi hijo herido del poblado. Acabando de salir de la casa, fue herido por la espalda, a la orilla del matorral. Dos veces fue alcanzado por la bala. Es digno de lástima lo que nos sucedió a todos nosotros. Y esto sólo porque somos los más pobres y miserables de la región. No tenemos nada ni a nadie, no tenemos con que alimentarnos. Y esta desgracia nos fue proporcionada por los ricos. Mi hijo fue herido. Ya no volveré a ver a mi hijo, ya que desapareció de mi vista.
– Señora, ciertamente no hay nada parecido a su dolor, de madre afligida.
– Dice Ud. la verdad. Mi suegra tuvo grandes dificultades y problemas para salir huyendo de la casa. Su nieto, mi hijo, era catequista. No duró mucho en su trabajo de catequista; era su primer año de catequista. No sé si soporte mi corazón tanta pena.
“Es mejor que descanses y ya no te atormentes más hermana” – Dijo entre lágrimas la mamá del asesinado.

7. TESTIMONIO DE MARINA GÓMEZ LÓPEZ

Así es ciertamente: Hay varios que murieron. (En grabación, se escuchan voces que le piden hable más fuerte). Fueron muchos nuestros trabajos. Veamos: estuve a punto de perecer incinerada por los soldados. Quemaron mi casa estando yo adentro, y fui obligada a abandonar mi casa; el soldado quemó mi casa y fui despreciada por el soldado al ser obligada a abandonar mi hogar, por sufrir allanamiento de morada. “– Sal” – me gritó, y yo le respondí dos o tres palabras: “Está bien, Señor, puedo yo salir de mi casa, puedo salir voluntariamente, pero no de esta manera atropellada; tengo orejas y no soy infante, ya está harto mi corazón”. Únicamente esto le dije, y salí , y antes de que cayera en la cuenta, ya estaba en llamas mi casa, y en un momento se incendió todo el techo, todo el tapanco, de manera que era imposible sacar nada, y como él tenía bala, no puede defender mi casa.
Las demás personas decían: “No podemos oponernos al soldado, ya que ellos tienen armas y nosotros únicamente tenemos criaturas, y los que se han opuesto a los soldados lo han pagado los pequeños. Los que enseñaron el camino a los soldados son los mismos que están en Wolochán, no son otros; ahí está, por ejemplo, Pedro López”.
Las criaturas, según rumores, muchas se han ido por la crecida del río, otros pequeños, huyendo por los pastizales, fueron victimados por la bala de los soldados. ¿Cómo podríamos nosotros ir a socorrer a estos niños, dispersos por la pradera? La actitud de los soldados era matarnos y tratarnos como animales. No hay perdón para esa gente. Señor Jesucristo, grande fue nuestro sufrimiento.
Así lo afirmo yo, y de todas las personas que nos acogieron fue esta colonia de Tacuba. Los ejidatarios de la Colonia Tacuba nos proporcionaron de su pobreza, ropa, de la que estábamos tan necesitados. Vinieron de otras rancherías de alrededor a aliviar un poco nuestra gran indigencia. Hubo varias personas que durante dos días no probaron alimentos, y las criaturas, hasta que llegaron a la colonia Tacuba recuperaron su vida. Nos amó la gente pobre de Tacuba.
Ciertamente nos socorrieron los ejidatarios de la colonia Tacuba, y nunca ceso de dar las gracias a Dios por eso. Los niños que no tienen todavía uso de razón ciertamente hubieran perecido todos sin ayuda cualificada de los pobres de Tacuba. Y así como están diciendo la mitad de las personas de la Colonia Tacuba que ha aparecido el rumor de que los finqueros van a venir a victimarnos aquí en la colonia Tacuba, y nosotros estamos con pena de que también le sobrevenga una calamidad grande a la Colonia Tacuba por causa nuestra; y en mi pensamiento yo digo que no tenemos derecho de hacer correr el riesgo a la colonia Tacuba. Así digo y lo afirmo, pero sin embargo, Dios no lo quiera, que eso suceda, únicamente él lo sabe es Dios nuestro Señor: así decimos todos nosotros.
Los rumores son múltiples: unos dicen que nos van a emboscar; otros, que de aquí mismo en la colonia, nos van aniquilar, y así vendría una gran calamidad para los propietarios de la colonia Tacuba, y entonces volveremos otra vez a huir y nos acorralarán hasta terminar con nosotros. Que Dios no quiera que así suceda; no sabemos en absoluto si así suceda o no. Y esto es así ciertamente no sabemos nada, dije yo. No lo sabemos. Ya está dicho todo nuestro sufrimiento, de que cada uno nada más tiene la ropa que lleva puesta, y el pueblo de Tacuba nos ha socorrido. Así estamos, así estamos por causa de nuestra gran indigencia, por causa del hambre en nuestros estómagos nos encontramos en estos aprietos.
¿Por qué me incorporé a Wolochán? Por la sencilla razón de que no tenía tierra, no tengo dinero, yo soy de la gente más pobre, yo soy una viuda en la actualidad. ¿Tengo bienes aquí en la tierra? De ninguna manera, todas mis pertenencias se quedaron allá, no pude sacar absolutamente nada, así me encuentro ahora. Así está mi corazón oprimido; no hay ninguna mentira en lo que han dicho mis compañeros, yo todo lo ratifico, así estoy: pobres de nosotros. Y cada día nuestro corazón está así. ¿Qué fue lo que hicimos para que llegáramos a esta pobreza extrema? Así salimos, quedamos pobres, pero libres. Esta es mi declaración. 

8. TESTIMONIO DE ABELARDO CRUZ PÉREZ

¿Cómo fue la catástrofe de Wolochán? A las cinco de la tarde los finqueros se pusieron los uniformes, así como los uniformes de los policías del estado. El mismo presidente municipal: los soldados lo obligaron a cambiarse los vestidos por el uniforme de los policías del estado. Cuando llegó el cabildo, traía su vestido; al salir, lucía el uniforme de los policías del estado, obligado por los soldados, ellos mismos lo despojaron de sus ropas, y al salir, iba vestido con el uniforme de la policía del estado, y venía portando el arma. Así hicieron cuando vinieron a matar a nuestros compañeros en Wolochán. O sea, que yo mismo lo vi con mis propios ojos, a todos los que venían vestidos con el uniforme de policía del estado. Les voy a decir quiénes son éstos:
Adonay Ballinas, Enrique Díaz, Rigoberto Molinas, Rutilio Ramos, Eugenio Ramos, Amet Ramos y Clemente Ramos Durán; Romeo Monterrosa, Atilano Díaz y a todos estos los hicieron uniformarse y lucir como policías del estado. Los hicieron, y cuando llegaron, llegaron igualmente con los soldados.
Traían arrastrando un cañón, yo mismo lo vi con mis propios ojos; el cañón que vinieron arrastrando, y cuando empezó la balacera, llegó hasta las casas una bala que parecía una mazorca ya desgranada que se esparcía a nuestro lado. Pero los pobres niños y las mujeres no sabían cómo era que sucedía esto de la balacera, y necesariamente hubo compañeros que perecieron mujeres también, niños, porque era nutrido el tiroteo ante nosotros y así, huimos a las orillas del monte alto, huyendo, arrastrándonos sobre el vientre porque las balas eran abundantes.
Desde que empezaron los soldados, duró el tiroteo tres horas sin interrupción. Entonces toda la gente huyeron despavoridos al monte; Había heridos, otros durmieron en el monte alto dos días; hay un niño que fue herido en el monte alto; de cuatro años; su nombre es Mario Hernández; el pequeño niño estuvo trece días abandonado en el monte, y tenía en su cuerpo la bala incrustada y fue mucho su penar. Este niño vive, y fue enviado a Tuxtla para que lo curen. Esta fue la tragedia que sufrió el poblado de Wolochán, causado por los finqueros, que estaban uniformados juntamente con los soldados.
Así, el nombre de los que murieron y fueron heridos: doce murieron, dieciocho fueron heridos, y los heridos están llenos de deudas por causada de las medicinas, y esto se suma a la imposibilidad física causada por la herida. Hay una persona que quedó coja, porque entró gusano en su herida.
Entonces, ésta es la tragedia que sucedió el 15 de junio, a las 5 de la tarde. Esto es lo que yo le quiero decir, Señor Presidente de la República, acerca de la tragedia que sobrevino sobre nosotros, del poblado de Wolochán, de tal manera por motivo de carecer nosotros de todo, y por no tener comida y carecer de tierra donde hacer nuestras milpas, por eso fuimos a un poblado en Wolochán: porque hace muchos años, he estado trabajando en la finca de Wolochán, y desde pequeño supe de la solicitud de tierra agraria.
Hace mucho. Yo era muy pequeño cuando comenzó la dotación de ellos en el poblado de Chabec’lum y Santa Cruz y Wolochán, como también la ampliación de Tacuba. Y hasta ahora no ha llegado a solucionarse nada: no llega a su trabajo la Agraria, no cumple con su función institucional, artículo 27: así como dice, que tiene derecho el campesino a tener tierra, veinte hectáreas. Pero la Agraria, con sus diferentes épocas, no cumple con la Constitución, no respeta la Constitución, pero nosotros sabemos ya perfectamente que está vivo nuestro problema; hemos soportado innumerables vejaciones: mozos, ¿y por culpa de quién? Por culpa de la Agraria, que todo lo que ha sucedido aquí en Wolochán es por culpa única y exclusivamente de la Agraria. ¿Por qué? Porque no les arregló, en el tiempo prefijado por la ley, la tenencia de la tierra: han dejado pasar muchos años de lucha por la tierra. 
No es que no tengan la tierra los finqueros, que han abarcado grandes extensiones de terrenos. Por eso el campesino despojado esté en su tragedia, pasa hambres: hasta se les niega el derecho a trabajar en los ranchos. Aquí es donde comenzó esta tragedia de Wolochán: por eso yo quiero decirte, Presidente de la República, para que se resuelvan estos problemas concretos de los campesinos, ya que hay dónde hacer todas estas dotaciones empezadas: ya que al momento empiece a hacer efectivas las resoluciones de dotación de tierras, porque el campesino sufre toda clase de humillaciones.
Así es como yo resumo nuestra tragedia: el día 15 de junio; llegaron los soldados y los finqueros. Y así, éste es el problema que nos ha seguido hasta aquí, el poblado de Tacuba. Aquí nos están prestando corredor para cuidarnos a nosotros mismos, y no exponernos a más represiones. Esto es lo que nosotros queremos, Señor Presidente de la República, que se arregle el actual problema, porque nuestros despojados compañeros campesinos están pereciendo de hambre, no tienen ropa, al salir no se trajeron nada consigo; los soldados les quemaron sus casas, todo lo quemaron, hasta los puercos se llevaron: los soldados estuvieron comiendo carne el día mismo que se produjo este problema en Wolochán, los soldados comieron vaca y puerco y gallina, todos los alimentos que dejaron los despojados campesinos de Wolochán, los aprovecharon los soldados. 
Esta tragedia de Wolochán nos afecta tremendamente, ya que no pudimos hacer nada de nuestras pertenencias. Por eso te queremos pedir, sin dilación, se arreglen estos problemas que se encuentran en la actualidad en el poblado de Wolochán. Sólo esto era lo que quería testificar.

9. TESTIMONIO DE PABLO CRUZ NÚÑEZ

Yo soy Pablo Cruz, Señor Presidente López Portillo. Estamos en problemas, ya que encontramos un gran problema ahí en Wolochán; estamos en grande necesidad, hambre y también en cuestión de ropa no contamos con nada. Así mismo, no tenemos dinero, estamos desposeídos en absoluto. Nos quedamos sin machetes, y así no podemos ponernos a trabajar, a buscar qué comer trabajando por sueldo, pues de este hecho salimos miserables.
Los hombres, las mujeres, los pequeños, toda su ropa se quedó en casa; no pudieron sacar nada, y no podemos tener el dinero para comprarla, ya que no contamos con machete para ponernos a buscar trabajo y pobres de nosotros que nos encontramos en este apuro y tristeza.
Esto fue lo que vino a suceder en Wolochán, y por eso te queremos decir, Señor Presidente, que venga una ayuda cualificada por favor, porque este es un problema y una tragedia de campesinos por causa y motivo exclusivamente de buscar nuestra supervivencia. Para tener dinero, nos es necesario trabajar en los ranchos, por tanta humillación que tenemos que soportar en nuestro trabajo, ya que somos muy explotados, pues los finqueros nos pagan $15.00 al día: trabajamos tres días a la semana, y en cafetal trabajamos toda la semana, y así yo no puedo ver mi milpa: el finquero no nos permite que búsquenos nuestro maíz cuando no lo tenemos. Lo que quiere es que le cumplamos con nuestro trabajo, pero sólo el finquero cree que sólo él come, pero a nosotros no nos da cabal lo nuestro, no nos concede días libres para que trabajemos en nuestras milpas. Lo que le interesa únicamente es que se cumpla con el trabajo y él es el único que se alimenta muy bien, pero a nosotros los campesinos, no nos conceden días suficientes. El finquero nos paga $15.00 al día, y por cortar café, solamente diez pesos. Este finquero se llama don Ramiro Hernández.

– ¿Y cómo se llama la finca?
– Pues no, no sé (bajando mucho la voz).

Entonces, ésta es nuestra tragedia, y así, ayúdanos a salir de este apuro que encontramos en el poblado de Wolochán. Estamos buscando tierras que sean nuestras, por eso así nos encontramos, y somos peones de rancho. Esta es nuestra tragedia: ahora vivimos sin salarios. Cuando salimos a buscar nuestras tierras, nos estuvieron fastidiando los finqueros, y ya no nos daban trabajo, y ya no nos prestaban baldíos, como son de ellos las tierras; y además porque nosotros pertenecemos al partido PST, esto no lo soportan los finqueros. Dicen los finqueros que tampoco lo ve con buenos ojos el gobierno.
Así nos sobrevino una tragedia de proporciones insospechadas, de consecuencias desastrosas para nosotros, por la sencilla razón de que somos pobres y carecemos de influencias. Esto lo declaro yo, Pablo Cruz Núñez. Y añado, además, que en mi casa de Wolochán se quemaron nuestros instrumentos musicales: guitarra, violín, guitarrón, los quemaron ellos junto con otras muchas pertenencias nuestras. Así, dentro de nuestra pobreza, quedamos más miserables aún.
Y así Señor Licenciado José López Portillo, ayúdenos, por favor, para reponernos de todo lo que hemos perdido ya que es parte también. Y todas las consecuencias desastrosas de nuestra huida, especialmente para nuestros pequeños: los tuvimos que llevar en medio de lluvias torrenciales, durante toda la noche, y nuestro único refugio eran las breñas. No había más lugar donde guarecernos, y así mismo, los soldados estuvieron en guardia constante en Wolochán sin permitir la entrada a nadie. Se quedaron como una semana, cuidando, y ahuyentando a toda persona que se asomara por ahí, a base de balazos. Esta fue la misión a la que enviaron al ejército nacional.
Esto es lo que le digo, Señor Lic. José López Portillo: que nos ayude por causa de esta tragedia que se abatió sobre nosotros, campesinos, sobre gente pobre y por causa de ser pobres hemos padecido. Esto lo digo también, ya que veo lo que padecen los pequeños, las muchachas, las ancianas, que han tenido que sufrir el azote de tanta lluvia sin estar bajo techo. A muchos se los llevó la crecida del río. Y todo esto como consecuencia de la acción del ejército nacional.

10. TESTIMONIO DE ROSA MÉNDEZ LÓPEZ

No tengo blusa, no tengo falda. Toda la ropa se me quedó; me quedé sin nada: sin falda, sin ropa; soy una viuda, con mis dos hijas. El papá de estas jovencitas hace tiempo que murió. Las dos jovencitas quedaron así mismo sin blusa y sin falda, sólo tienen la blusa y la falda que trajeron puestas. En gran pobreza nos vivimos, no tienen más pertenencias. En suma indigencia nos hallamos. En la fecha que íbamos a ser victimados era domingo. Y el lunes me di una vuelta para observar; creía que ya no se encontraban los soldados, y me ahuyentaron a balazo. Me fui de bruces y se me rompió mi mano y varias costillas quedaron lesionadas. Al recuperarme, me levanté y me acomodé así como pude mi mano rota. Era como un animal acorralado que no se cuida del lodo, que se arrastra por el lodo; así me libré de ser asesinada, ya que las descargas de fusil se sucedían ininterrumpidamente a mi espalda. 
¿Pero quién fue el guía y el que mostró los lugares estratégicos a los soldados? Pedro López y Mariano López fueron los traidores que nos entregaron. Ellos estaban pide y pide soldados en el cabildo de Sitalá: cada día, cada día pedían soldados «–Que vengan los soldados, para que den su correctivo a la gente”. Cada día por la mañana, por la tarde, se iban a Sitalá sólo para pedir, para pedir soldados, hasta que consiguieron los soldados. Pero fíjese que sólo vinieron para asesinarnos, y así sobrevino la tragedia que por igual afectó a toda la población civil, a menores de edad y a jovencitas. Y todo esto en medio de una lluvia que nos caló hasta los huesos y no había ningún lugar un poco seco cuando se cernió sobre nosotros la tragedia; andábamos huyendo, arrastrándonos como animales por las breñas, de noche y con la lluvia encima y todo esto por culpa de Pedro López y del hijo de Atilano, el Presidente Municipal, que fue el que se hizo amigo de ellos, junto con todos los demás. Todos ellos conjuntamente son responsables. Tenían sus consignas comunes, reunieron suficiente dinero, y así pudieron ellos lograr que vinieran los soldados, y así vino sobre nosotros la tragedia.
Pero ni siquiera una blusa, ni siquiera una falda, ni siquiera un plato, pero ni siquiera un vaso, ni una bola de pozol pudimos traer nosotros. Cuatro días estuvimos huyendo por el breñal. Cuatro días de llanto, y llanto. Llevo ya diez días de llorar y llorar, que ya me muero. Se acabó mi resistencia, mi energía, mis fuerzas. Pero ¿por qué? Porque se está escapando la vida de mi corazón: vi cómo todo se acabó por el fuego. La gente endemoniada me obligó a huir a punta de bala con sus rifles, me despeñé, mi mano se me rompió. La mano parece que no se quiere componer. Esa es la tragedia nuestra. Esa tragedia sobrepasa nuestra imaginación.
Es demasiada la contradicción que nos hicieron soportar, y la pena hace que llore, llore, llore, llore desde hace diez días, porque no tengo ropa, no tengo nada. Salí en gran indigencia, con mis dos hijas, y no tienen padre, son huerfanitas. Por causa de nuestra miseria, porque queremos nuestro maíz, porque queremos un puñado de frijol, por eso vinimos a Wolochán. Pero no supe que me iba a encontrar con gente tan malvada. Los pobladores de Wolochán yo creí que era gente buena, yo creía que eran de buen corazón. No pensé que fueran a traer al ejército mexicano para que nos asesinara y nos exterminara. No lo preví, no lo supe.

11. TESTIMONIO DE VICENTE RUIZ, ACERCA DE LA VIOLENCIA 

POR PARTE DE LA POLICÍA DEL ESTADO, EN UN MITIN POLÍTICO DEL 

PST, EL 1º. DE JUNIO DE 1980.

Yo Vicente Ruiz, voy hablar a dos o tres palabras con respecto al mitin que tuvimos en Yajalón el 1º de junio. Vea lo que nos sucedió en el camino. No nos dejaron entrar en Yajalón. Nos estaban aguardando, es aguardando, esperando con bala, en el Rancho San Luis. Llegamos hasta mero San Luis, en el camino nos encontramos con dos policías del estado que nos decían: “Señores, ustedes no pasan de aquí”. Pero nuestras compañeras mujeres no supieron interpretar la orden (dada en español), y siguieron avanzando. Querían hablar con los policías. Después les arrojaron bombas lacrimógenas, que producen muchos gases que ahogan al reventar. Las mujeres no se veían en medio de tanta humareda, y después que se les acabaron las bombas, empezaron a usar sus rifles, disparando muchas balas contra el camino. Al momento vimos que algunos fueron alcanzados por las balas: una señora y un niño murieron al momento.
Quién sabe cómo se llame la señora, yo no la conocía. Nada más digo que murió, pero me era desconocida la señora, pues venía de Aurora, no de Tacuba, pues era originaria de Aurora la difunta. El joven venía de Horizonte. Murieron dos señoras de Aurora, y otra que venía de Niwactic, y otra de Santa Cruz el Palmar: ahí murieron. Y los que fueron heridos también murieron.
¿Cuántos murieron? Siete fueron muertos, cuando regresábamos de Yajalón. En Yajalón, la gente estaba copada, en peligro inminente de ser asesinada. Por poco todos morimos en la balacera. Y en la confusión, perdieron sus objetos y mi compadre de aquí de la Colonia Tacuba fue también herido de bala, y vino por su propio pie a pesar de estar gravemente herido. Y este mi compadre es de aquí de Tacuba. Todos veníamos de regreso atemorizados. Todos regresamos del camino, ya que estaba copada la vereda, nos era imposible asistir al mitin. Por eso, todos llenos de miedo, así no entramos a ver el mitin de Yajalón.

12. TESTIMONIO DE NICOLASA LÓPEZ PÉREZ, ACERCA DE WOLOCHÁN.

Yo quiero hablar de mis impresiones de lo que el gobernador nos dijo. Nuestros corazones han perdido toda la confianza en el gobernador, ya que cuando el gobernador fue a visitarnos, llenó nuestros corazones de esperanzas con las promesas fundadas que nos hizo: que no iba a matar que no iba a permitir que entraran el exterminador en nuestras casas; y así cuando vino el ejército, no recogimos nuestra ropa, y no metimos en el seno los dos o tres pesos, y no recogimos nada de nuestra casa, ya que acababa de ir el gobernador a darnos esperanza a nuestros corazones. Fue a nuestras casas el gobernador para que nuestro corazón estuviera confiado, y yo decía: “es verdadera la palabra del gobernador,” y yo ni me imaginaba, ni sabía para qué estaban ahí los soldados. Hasta el presente no hemos visto el rostro del gobernador, y por haber confiado en la palabra del gobernador, estamos en gran miseria, dentro de nuestra pobreza general. Vino a darnos seguridades el gobernador, pero no sabemos ahora hacia donde nos dirigimos, qué cosa hacer, ya que en donde se cimentaba nuestra confianza, se derrumbó. 
Los niños están sin ropa que mudarse, nuestras pertenencias están convertidas en ceniza, todo fue devorado por las llamas; los instrumentos de cocina, la marimba, todo, todo fue destruido por las llamas, molino, platos, no tenemos nada que comer, no me imagino por qué actuó así, tan perramente, el gobernador, porque necesariamente él tuvo que dar el permiso, estoy sumamente decepcionado.

13. TESTIMONIO DE CARMEN LÓPEZ CRUZ

Nos encontrábamos como en día domingo, todos reunidos en familia, cuando empezó la balacera, quisimos salir afuera y las balas nos cerraban el camino del matorral. Yo tomé a mi hijo y quise salir huyendo, y la balacera arreció de tal manera que tuve que arrojarme a la zanja para que no me alcanzaran las balas, junto con mi hijo. Después quise regresar para recoger el poco dinero que teníamos guardado, pero me fue imposible pasar, por lo nutrido del fuego y ahí me quedé en el zanjón a esperar la noche, con mi hijo; nos empapamos toda la noche. Al amanecer, quise regresar a mi casa para darle algo de comer a mi hijo. “–Se fueron ya los soldados” –dije, y volví a pesar que ya se habían ido los soldados. Estaba calada por la lluvia, tenía urgencia de mudarme de ropa, pensaba revivir el fuego del hogar para calentarnos, pero me encontré que todo estaba incendiado, el maíz, el frijol, y toda la casa convertida en cenizas. La ropa y las gallinas no aparecían, y así quedamos en el mayor desamparo e indigencia mi hijo y yo. Únicamente esto es lo que quiero comunicar al Señor Presidente.
En verdad hasta el presente no me he mudado de ropas, es mucha la tragedia y no tengo qué mudarme hasta ahora. Nosotras estábamos dentro de la casa, y el que guió a los soldados fue Pedro López, y yo vi personalmente a Pedro López incendiar casa, y mi casa la quemó Pedro López. Pedro López fue el traidor que introdujo a los soldados y que personalmente estuvo también quemando casas. (Esto último lo dijeron varias señoras).

14. TESTIMONIO DE MATEO CRUZ DÍAZ, PAPÁ DEL MUCHACHO ASESINADO

Ahora vengo de decir y dar constancia de que el joven que tristemente murió, el santo niño murió, murió. El nombre del muchacho es José Cruz Gutiérrez, es el joven tristemente feneció. Al segundo día de su fallecimiento, entré al poblado para verlo: estaba tirado en la tierra. El pobre muchacho estaba ahí tirado no me imaginaba que todavía no lo hubieran enterrado. Al segundo día fui a ver como estaba el joven, digno de compasión. No sabía que ahí estaban los soldados. Al asomarme, tronó el rifle, y los mismos soldados empezaron de nuevo la balacera. Segundo día en que los soldados volvían a balacear a mis compañeros. Segundo día, Lunes, y no llegué a alcanzar donde estaba tumbado mi muchacho. Es digno de lástima este santo joven: soldados por aquí, soldados por allá, no encontraba donde descansara mi corazón.
Éramos tratados como viles perros; ahí mismo se encontraban los finqueros, ya que los soldados estaban al servicio de los finqueros. El acuerdo era patente. El dinero surtió sus efectos, ya que el dinero fue el que hizo venir a los soldados a Wolochán. Cuando vinieron los soldados, estando todavía a las orillas del monte, empezaron a echar bala y el apuro de las mujeres para proteger con sus cuerpos a las criaturas, y el problema de las mujeres al ir huyendo cargando con las criaturas. Y también nosotros los hombres, no somos criaturas, y por eso esperábamos que los soldados no nos atacaran. Nosotros nos encontrábamos en medio del poblado de Wolochán, y ahí fue donde nos sorprendieron. Por eso muchos fueron alcanzados; por eso no estábamos preparados para proteger a las criaturas. Y así, toda el hambre que vino después es porque no estábamos apercibidos a esta agresión. Pobres mujeres. Pobres criaturas. Son dignos de lástima las mujeres y los niños que perecieron en Wolochán. Es trágico lo que les sucedió a las mujeres y los niños de Wolochán. Pobres mujeres, corriendo por los barrancos escarpados, huyendo por lugares espinosos, por sitios inhóspitos, de serranía. A todos por parejo nos tocó sufrir enormidades. Y así, es necesario que le dé a conocer esta aflicción que sobrevino. Todas las cosas que quedaron encerradas en esas casas terminaron, toda la ropa, todo el dinero desaparecido. Ahí acabó dentro de la casa. Los enseres de la casa desaparecieron. Estaban muy enojados, pero en cambio, para nosotros vino este problema enorme.
La verdad que estamos agobiados. Las lágrimas de nuestros ojos todo el día. Así como recordar a mi hijo, el niño fue incinerado: esto no lo soporta mi corazón, no lo admite el corazón. No vi cómo fue enterrado mi hijo; estaba bien hallado con mi hijo. Juntos íbamos a la milpa, y en la misma casa comíamos, mutuamente nos acompañábamos en los caminos. He quedado en gran desamparo, y así le hablo, Señor Presidente.
Si acaso hubiera alguna manera de que viniera en nuestro auxilio, de que viniera en nuestro socorro, por lo menos para recuperar algo de lo perdido, algo de la confianza, al quedar arreglado el asunto. Que quede arreglado quien fue el autor de este asesinato colectivo, que queden delimitadas las responsabilidades, así como de una manera absoluta estamos aniquilados, destrozados, por la manera como se desarrollaron los hechos aquí en Wolochán.
Esto es verdad, no tiene nada de mentira, es verdad; es nuestra tragedia, y fuimos muchos los que morimos, murieron mujeres y niños, y así Señor Presidente, es necesario que haya alguna manera de que se nos socorra aquí en Wolochán, que haya alguna manera de que queden claros los hechos y de qué manera fuimos expulsados de Wolochán.
Es grande la tragedia. Así fue como murió mi muchacho, José Cruz Gutiérrez allá murió. No sé cómo fue tratado el cadáver. No sé en qué paró su carne. Los rumores son múltiples; unos dicen que me lo quemaron, únicamente Dios es el que sabe en qué paró la carne de mi hijo.
Me fue imposible el penetrar y ver a mi hijo difunto, porque temí a los soldados. Porque el soldado al momento dispara, no entiende de razones, al momento dispara, y estaban dispuestos a empezar la balacera de nuevo. Por eso no fui a ver a mi hijo difunto. Solo por eso. Eso es lo que quiero comunicarle: únicamente hasta donde abarca nuestra tristeza de corazón, cada día hay lágrimas, es imposible que pase la tristeza de mi corazón.
Por eso nada más te digo esto, nada más te explico esto. Es todo.

13. TESTIMONIO DE RAMIRO MONTERROSA GUTIÉRREZ

Voy a explicar los sucesos de Wolochán. Estábamos tranquilos y pacíficos. No estábamos con armas; algunos se habían ido a sus milpas. Después vimos que los soldados instalaban sus aparatos. Nosotros nos preguntábamos para que tanto preparativo, para qué han entrado los soldados. No venían ellos solos, eran llamados, eran invitados por dos de nuestros compañeros campesinos. Los nombres de los dos, residentes en Wolochán, son: Pedro López y Mariano López. Fueron los que estuvieron insistiendo en que vinieran, los invitaron para que fastidiaran a la gente que habíamos entrado en Wolochán. Cuando entraron, empezaron a echar bala desde la orilla del poblado. Las mujeres estaban dentro de la casa. Ellas ciertamente no salieron. Ciertamente ellas estaban ahí.
Y usaron un aparato desconocido para mí, una ametralladora. Una bomba suena y estalla, y así desparramándose por las casas. Es una cosa espantable, y así fue como sucedió. Todos nos dimos a la fuga, porque no respondimos con fuego. Varios compañeros nuestros quedaron muertos, una mujer quedó tendida. Muchos heridos, aun entre las creaturas. Pobres niños y pobres mujeres. Salieron como puercos de sus casas, cubiertas todas de lodo. No había ninguna hermosura en su aspecto, sin ropa, sin sombreros, sin morrales; y nosotros también nos encontramos sin sombreros, sin morral, sin pozol, así nada más estamos, y no sabemos como resolver nuestro problema del hambre, pues ya las milpas están jiloteando, y se me hace que vamos a tener dos años de hambre.
Los finqueros que trajeron a los soldados son: Roberto Ramos, Luis Estrada, Humberto Díaz, Clemente Ramos, Romey Monterrosa, Ruperto Monterrosa, Atilano y todos los Díaz, Jaime Molina, Luis Ballinas: estos eran los que acompañaban introduciendo a los soldados, y estaban conjuntamente con los soldados al entrar a Wolochán.
Los finqueros estaban vestidos de azul, porque estaban igualmente armados como los federales. Cuando entré a mi casa para venirme a Tacuba, todas las mujeres y niños habían huido a los matorrales, y empezó una gran tormenta, y toda la gente estaba empapada hasta los huesos. Al venir el licenciado, todos estamos tranquilos, sosegados dos o tres días, y otras veces, todos salen huyendo y huyen a las rancherías circunvecinas donde les dan pozol y otros alimentos, y así poco a poco se tranquilizan. Los niños lloran constantemente por el hambre, y como son gente muy tierna quedan traumados por el miedo. Al venir huyendo para acá, los niños fueron pasados en brazos en el río crecido. ¿Y hubo quien murió ahogado? Es lo que dicen que un infante se cayó al río.
No sabemos cómo quedaron los cadáveres. Después de que se retiraron los soldados, buscamos los cadáveres, y donde pudieron haberlos enterrado, y no quedaron rastros de ellos. No sabemos dónde los colocaron, o si los quemaron. Ni rastro de ellos, ni trozos de carne en descomposición. Nada, nada quedó. No se les ve removida la tierra. Unos compañeros fueron a buscar sus caballos por allí y no vieron nada. No parece dónde los dejaron. Tal vez los incineraron. El domingo fue la agresión.



Doy Fe:
Mardonio Morales S.J.

El siguiente texto tiene que ver con las observaciones que hace el jesuita Morales respecto a la sigilosa exploración que manda hacer PEMEX para ubicar y cuantificar la riqueza petrolera de Chiapas. Durante mucho tiempo él observó a estos ingenieros que se internaban en lo más profundo de las selvas para hacer sus exploraciones. De esta manera entendió el juego del Estado y la naturaleza de su "discreción". El siguiente texto es la reflexión de un hombre enterado que cuando habla del color del pelaje es porque tiene los pelos de la burra en la mano. Fue escrito 15 años más tarde que el anterior texto.

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EL PETRÓLEO Y LA SELVA



México, D.F., 24 de mayo de 1995.

Hablar de la situación interna de Chiapas, es una pretensión difícil de cumplir por el complicado espectro de acciones que se entrecruzan. Después del segundo intento de diálogo de San Andrés, se ha confirmado el carácter de guerra de baja intensidad en la que se libran batallas entre ambas comandancias. Están en juego grandes intereses. Por una parte, la vida misma de las comunidades indígenas, no solamente de Chiapas, sino de todo el país, y por la otra, el control irrestricto de las materias primas, que son el sustento del neoliberalismo económico que nos ahoga y que tiene profundas ramificaciones internacionales. 
¿Cuál puede ser mi modesta participación que dé algún elemento que nos ayude al análisis? Sin otra pretensión que la de acompañar a las comunidades tseltales de los municipios de Sitalá, Chilón y parte de Ocosingo desde la Misión de Bachajón, me ha tocado ser testigo, digamos privilegiado, del desarrollo y crecimiento de estas fuerzas que ahora se enfrentan en una lucha a muerte. 
Me voy a fijar en un elemento importante y diría yo rector de la estrategia del gobierno en el Estado y que puede explicar la actual conducta del gobierno que nos puede parecer muy obtusa y cerrada. Este elemento es el petróleo. Voy a hablar de lo que me ha tocado ver. Es un testimonio y no un estudio técnico. Voy a seguir los siguientes sucesivos pasos: localización del petróleo–explotación maderera–colonización–ganaderización–infraestructura (caminos, agua, luz)–exploración y explotación del petróleo.

1. LOCALIZACIÓN DEL PETRÓLEO

En los primeros meses de 1964 hice mi primera gira por las tierras bajas de Bachajón, en el Municipio de Chilón, por entonces totalmente selváticas y con poquísimos habitantes. Llegué a la cañada Sacun, y ahí en un arroyo del río Sacunil, en C’ubwits, me encontré una placa de PEMEX en broce y fijada sobre cemento indicando el año: 1961. Bajando por la cañada, me informaron en Alan Sacun que allí también había señalamiento de PEMEX.
Fue el primer dato que me impactó. Ya desde 1961, en lo más recóndito de la selva, se tenían claras localizaciones del petróleo. A esto se añadió el encontrar que los principales caminos que cruzaban la selva, desde las partes más bajas, hacia Palenque, que subían rumbo a Ocosingo, señalamientos cada 100 metros en pintura roja sobre las piedras del camino o en los troncos de los grandes árboles. Decían EP y tenían un número. Me decían mis acompañantes que periódicamente pasaban “ingenieros” haciendo estas mediciones. En los siguientes años, en mis subsiguientes giras de trabajo, fui viendo cómo estas mediciones se iban ampliando a todos los caminos y veredas. En la sierra más alta, cerca de Coquilte’el, arriba de Ch’ich’, me tocó ver en tiempo de calor, como entre las hendiduras de las rocas del camino salía chapopote. Me comentaban mis acompañantes que el chapopote era fácil de encontrar en muchas partes y que de antiguo ellos lo usaban para ciertas medicinas. Al correr de los años, fui constatando que la actividad de los ingenieros de PEMEX iba aumentando. Llegaron a decirme dónde había más localizaciones, como en Jethá y al borde del río Paxilha. En tiempos de López Portillo, cuando el boom petrolero, llegó a salir en la televisión el dato de estas localizaciones en Jethá.

2. EXPLOTACIÓN MADERERA

Simultáneamente a este trabajo exploratorio, se venía realizando desde los años 50 la intensificación de la explotación de la caoba y maderas duras y suaves –todas ellas maderas preciosas– que desde el aserradero de Cháncala realizaban extranjeros con prestanombres mexicanos. La concesión del gobierno consistía en que podían sacar la madera que encontrara 500 metros al borde de los caminos o brechas que fueran abriendo. Por supuesto que sacaron lo que quisieron. La selva era impresionante. Al principio me tocó caminar días enteros bajo la sombra. No se veía ni cielo ni paisaje. Todo era verde que te quiero verde. Ya en plena explotación de la madera se inició el proceso de colonización. Así la compañía maderera tuvo que entrar en relación con los nuevos ejidatarios, con lo que se inició un curioso consorcio entre ambas instituciones. A los ejidatarios, totalmente ajenos a la técnica y sin asesoría alguna, les convenía que les ayudaran a limpiar de árboles los terrenos que les ofrecía el gobierno para sembrar maíz. Además, las brechas que hacía la compañía maderera eran muy útiles a los ejidatarios para comunicarse entre sí. Con la maquinaria moderna y el gigantesco aserradero en Cháncala, avanzó la destrucción de la selva a pasos agigantados. A esto se aunaba el sistema de roza y quema tradicional que acababa de terminar con los árboles no maderables que quedaban en los ejidos. Así en 10 años vi como avanzaba el despojo.
De 1968 a 1978 la brecha avanzó de las tierras de Tulilha hasta tierras de Pico de Oro. Unos 200 km de largo. Y continúa la explotación maderera. Hace 15 días me dio aventón un inmenso trayler que venía de Mazatlán para llevar caoba de Pico de Oro. Por más denuncias que por instituciones y personas se hicieron ante la opinión pública y ante los gobernantes, este proceso de destrucción ha seguido su curso. La explicación es sencilla: se aprovecha la madera existente y se prepara el terreno para la siguiente etapa de exploración y explotación petrolera.

3. COLONIZACIÓN

A principios de la década de los 60, el gobierno abrió las “tierras nacionales” a los grupos campesinos–indígenas de las tierras altas e incluso a campesinos de otras entidades como Veracruz, Puebla y Guerrero. Mucho se criticó por los especialistas del ramo esta apertura de la frontera agrícola a la selva. La selva no es terreno para sembrar, sino que es terreno de bosque.
Jamás se hizo caso a este reclamo, sino que se entregó irresponsablemente a cientos de ejidos este terreno impropio para la agricultura. La razón estratégica ahora es clara. Se necesitaba por un lado mano de obra barata, y por otro el terminar de dejar a punto el terreno para la exploración y explotación petrolera. Se necesitaba mano de obra barata, es decir gente controlada y controlable que estuviera a la disposición de lo que se iba a venir. Por eso no se planificó cómo organizar los poblados que se iniciaban. Hablando sociológicamente, eran bombas de tiempo. Cada poblado está formado por indígenas y campesinos de diversas procedencias que llegaron hambreados y ansiosos de tierra. 
Al principio los unía la común necesidad; después fueron apareciendo los diversos intereses, costumbres y necesidades. Es muy laborioso organizarlos y siempre habrá quien esté a disposición de los intereses de los poderosos. Es lo que el gobierno necesita: gente controlable y desorganizada. A esto se añadió que a partir de 1975 llegaron en oleadas sucesivas grupos de sectas que han sido fuerte ariete contra cualquier intento de organización.

4. GANADERIZACIÓN

El siguiente paso para consumar la total y definitiva destrucción de la selva, era lograr que los ejidos, dedicados al cultivo del maíz, pasaran a ser ganaderos. Para esto, a mediados de los años 70 los bancos oficiales y no oficiales ofrecieron créditos blandos y asesoría técnica abundante. En esto sí, la Secretaría de la Reforma Agraria, que llevaba largos años explotando inmisericorde a los ejidatarios, ofreció generosa asesoría para que el mayor número de ejidatarios se convirtiera en ganaderos. Aquellos que durante los primeros cuatro o cinco años se embarcaron en esta empresa, se convirtieron en ricos ganaderos. Esto hizo que aquellos que no se habían sentido atraídos por la ganadería, acudieran en masa a pedir los créditos. Pero la segunda etapa fue contraproducente para los ejidatarios. Los créditos fueron una trampa hasta llegar a las carteras vencidas que tienen a miles de ingenuos en el puño de los bancos. Ya se había obtenido la finalidad deseada: quien quiera conocer la selva lacandona, ahora sólo se encontrará el gigantesco potrero lacandón. Bastan ver fotografías aéreas actuales de la frontera de México con Guatemala a lo largo del río Usumacinta. La selva de Guatemala que contrasta con la línea árida de México al otro lado del río.

5. INFRAESTRUCTURA

Evidentemente, la explotación del petróleo requiere de una gran infraestructura: caminos, electricidad, agua, poblados con mano de obra barata, centros de abasto alimentario, pueblos que puedan convertirse en lugares de concentración de técnicos y obreros cualificados. Me ha tocado ver cómo se iniciaron los primeros caminos y cómo en unos cuantos años se ha multiplicado la red de comunicaciones. Va uno de sorpresa en sorpresa al ver que se hacen caminos increíbles, mientras otras regiones verdaderamente necesitadas de comunicación se quedan aisladas. Cuando llega la varita mágica de Petróleos, aparecen inmensas máquinas que a la mayor brevedad hacen desaparecer penosas caminatas a pie. Por ejemplo, a todos sorprendió el camino que se hizo a Ch’ich´, cerca de Bachajón, y la construcción del inmenso puente que se hizo para cruzar el río y llegar a la región donde les decía que ví el chapopote a flor de tierra; y lo más llamativo fue que de repente se pararon las obras en cuanto se terminó el puente; no se siguió la obra. ¿Por qué? Por supuesto que a nadie le dan explicaciones. Poco después supimos que la maquinaria se había ido al otro extremo de la selva, a Pico de Oro, donde se iniciaba la apertura de pozos en las colindancias con Guatemala. Por más que políticamente el Gobierno se adorne diciendo que es obra social esta actividad caminera, la realidad petrolera nos da otra explicación. Caminos que se hacen en espera de su utilización oficial; se deterioran, se destruyen hasta en tanto que son necesarios para la obra petrolera. El agua potable fue una batalla de años y años de las comunidades.
Los primeros 15 años de mi acompañamiento, fue una búsqueda constante de financiamientos externos para conseguir tubería; las mismas comunidades hacían el trabajo, pues el Estado no respondía a las solicitudes. De pronto se comenzó a dotar de agua potable a los poblados, como por arte de magia. Conasupo tiene sus bodegas estratégicamente colocadas, de suerte que el abasto sea rápido y eficaz para toda la región petrolera. Pregunten ustedes a la región de los Altos si se da este fenómeno; vean los informes de los que han ido a la zona de conflicto para comparar cuál es la actividad social del gobierno. Acá en la selva, destrucción ecológica y manipulación de los poblados; allá abandono, hambre y enfermedad. Llama la atención la red de luz eléctrica que en el curso de 10 años ha cubierto toda la región. Es sin duda el indicador más claro de la prisa por poner la infraestructura indispensable para la rápida y eficaz explotación petrolera. A todos sorprendió la eficacia con que se ha realizado la telefonía en la región petrolera.
Para nosotros, con años y años de lucha por los servicios más indispensables, es muy clara la estrategia gubernamental en la región. La misma reforma del artículo 27 constitucional, tiene aquí una explicación lógica para vislumbrar lo que nos espera a corto plazo: exploración petrolera. Hará unos seis años comenzamos a ver campamentos provisionales al borde las carreteras de la parte baja, de trabajadores de origen campesino. Eran campamentos de una compañía extranjera a sueldo de Pemex paría iniciar la exploración del petróleo. Estos campamentos se multiplicaron rápidamente, y comencé a encontrarlos en los caminos. Es admirable. Trazaban líneas rectas que partían de un poblado de la parte baja y llegaban a la ciudad de Ocosingo. Un metro de ancho, recorría la brecha montes, cañadas, valles, sin detenerse por obstáculo alguno. Esto ocasionó accidentes fatales en los trabajadores, la mayoría indígenas, que por supuesto jamás se conocieron. Cada 20 metros hacían un pozo, lo dinamitaban y recogían la información con aparatos que los trabajadores cargaban a cuestas por días y meses hasta que llegaban a Ocosingo.
Así cuadricularon el territorio de la selva. Por supuesto que jamás pedían permiso para entrar a ejidos y propiedades. Ocasionaron que muchos nacimientos de agua se perdieran por las explosiones; en el nacimiento del río Tulilha ocasionaron que se murieran todo los peces y contaminaran el agua de todo el cauce que recorre una distancia de unos 80 km, con graves problemas para los ejidos por los que cruza el río; ¿Creen ustedes que sirvieron de algo las protestas, reclamos y exigencias de estos ejidos tseltales y choles? Por las carreteras pavimentadas se veían aparatos complicados y extraños, para nosotros, que hacían mediciones del subsuelo. Estando en esta actividad intensa llegó el 1o. de enero de 94 y con ello la suspensión brusca de toda actividad de exploración. Hace 15 días, después de la reunión de San Andrés, comenzaron a aparecer otra vez estos campamentos por la carretera cerca de Chancalha.

6. EXPLOTACIÓN DEL PETRÓLEO

En la región que camino, aún no me ha tocado ver perforación de pozos. Pero al salir por el camino que pasa por San Miguel a Ocosingo, sí he visto desde el autobús las instalaciones de perforación y los caminos que van a otras instalaciones. Sabemos que en la región de Pico de Oro ha habido muchísima actividad. Ahora por supuesto todo está detenido.
No en balde estamos llenos de ejército, aunque estamos muy lejos de la zona de conflicto. Este testimonio que les doy ahora de lo que he visto desde 1964 a la fecha, y el descubrimiento de la interrelación que hay entre petróleo, madera, colonización, ganaderización e infraestructura, nos da la explicación, creo yo, de la actitud del gobierno tan dura y prepotente. Si busca el petróleo y las riquezas del subsuelo, ¿se podrá llegar algún día a un acuerdo para que los indígenas tengan su territorio autónomo? Teniendo al indígena bajo el concepto de bestia de carga ¿se podrá llegar al acuerdo de respetar su dignidad? 
A modo de conclusión. Dos ideas más para completar el panorama. Primero. Todos queremos la paz y vemos como suicida una guerra contra el ejército y el gobierno apoyado por las fuerzas extranjeras del imperio. Todos sabemos que la guerra contra el indígena, la destrucción de la ecología, la sujeción de pueblos enteros, el hambre, la enfermedad y la muerte prematura son el sustento de la riqueza de unos cuantos organizados bajo las consignas neoliberales y sostenidos por la fuerza de las armas. Sabemos que esto no es de hoy ni de ayer, sino que ha sido siempre. Por eso: ¡ya basta! el 1o. de enero de 94 nos cimbró a todos. Este año y medio no ha hecho sino ahondar esta convicción y ha demostrado que no se trata de algo local, sino que pertenece a la estructura del sistema que a todos nos castiga por igual. Evidente que es un asunto nacional. El reclamo por democracia y por un cambio estructural que haga efectivo el “todo para todos”, va entrando a la conciencia nacional.
Segundo. ¿Por qué en Chiapas y no en Veracruz o Tabasco? La explotación petrolera en Tamaulipas, Veracruz, Tabasco, Campeche, ha destruido selvas, ha desintegrado pueblos, ha terminado con la ecología exuberante del sureste de la cuenca del golfo ¿Por qué en Chiapas se dio el ¡ya basta!. Aquí es donde tiene que ver el rencor profundo del sistema por la diócesis de San Cristóbal y por don Samuel. 35 años de una evangelización concientizadora; 35 años de compromiso con el explotado, el ignorado, el despreciado, el despojado, 35 años de búsqueda de caminos sin temor a equivocarse, con la actitud de constante conversión al marginado por el sistema. 35 años de praxis evangélica en busca de la dignidad y el respeto por estos pueblos milenarios.
El mejor testimonio de esta fidelidad al pueblo oprimido, es la violenta reacción de calumnia y de atropello irracional.
Espero que este testimonio les haya servido de algo.


Mardonio Morales, S.J.
24 de mayo de 1995.





 El Maestro Manuel Esparza nos ofrece en su INTRODUCCIÓN el contexto completo tanto del jesuita Mardonio Morales como de la situación que le toca vivir. Remito al lector al libro, que ya se encuentra en librerías o es conseguible directamente con el compilador en este correo: esparzacamargo@hotmail.com.