sábado, 24 de septiembre de 2011

INDIGENAS OAXAQUEÑOS VISTOS A TRAVES DE VARIOS LIBROS

Una serie de libros acaban de salir de nuestros talleres. Hechos por diversos autores, auspiciados por distintas instituciones, tienen en común el sujeto de sus enfoques: los indígenas oaxaqueños.
Las visiones de estos interesantes libros abarcan desde la perspectiva jurídica de los Derechos de los Pueblos Indios (del mundo, no solamente nuestros) reconocidos por la ONU, el estudio de los Códices prehispánicos desde nuevos enfoques, sus usos y costumbres de los pueblos chocholtecos en el siglo XIX y el papel de muchos indígenas ilustrados que conformaron las distintas legislaturas locales, desde que se fundó el moderno estado de Oaxaca, con su Constitución de 1825.


Reproducimos con el consentimiento de sus autores y editores las razones que hicieron posible cada una de estas ediciones salidas de los talleres de Carteles Editores. Estos textos introducen al lector en los contenidos de cada libro.


Libro de formato pequeño, de bolsillo, la edición consta de 5000 ejemplares para poder distribuirse a una gran cantidad de poblaciones oaxaqueñas que tienen interés en sus derechos en tanto indígenas. El tema es de actualidad y reviste una concepción totalmente nueva y muy congruente respecto a esos derechos y valores que tienen todas las etnias del mundo. Los Derechos de los Pueblos Indios es uno de los temas que abordamos ya, quizás como primicia, en la edición de "Oaxaca y sus patrimonios naturales y culturales", libro de texto que ya empezó a circular en las escuelas secundarias.


La idea de publicar este compendio es de Benjamín Maldonado, notable intelectual especializado en el estudio antropológico y sociológico de nuestras comunidades. Dejaré que él mismo presente su más reciente edición, auspiciada por la Secretaría de Asuntos Indígenas del gobierno estatal.


PRÓLOGO



Por BENJAMÍN MALDONADO ALVARADO
DIRECTOR DE ESTUDIOS SUPERIORES DEL CSEIIO



Con el objetivo de iniciar un conjunto de actividades en torno al estudio y difusión de la Declaración de las Naciones Unidas sobre losDerechos de los Pueblos Indígenas, el Colegio Superior para la Educación Integral Intercultural de Oaxaca (CSEIIO) y la Secretaría de Asuntos Indígenas del gobierno del estado de Oaxaca publican la presente antología en torno a dicha Declaración. Como se verá, ambas instituciones están ahora encabezadas por dos oaxaqueños que son destacados activistas en la promoción y defensa de los derechos individuales y colectivos de los indígenas.

La antología inicia con un texto escrito en septiembre de 2007 por el abogado ayuuk Adelfo Regino Montes, con sus primeros comentarios acerca de la Declaración recién aprobada en ese entonces. Adelfo Regino es integrante de los grupos internacionales de trabajo que en las Naciones Unidas lucharon por lograr la redacción de la Declaración y su aprobación. Antes que él, otro destacado activista e intelectual ayuuk o mixe, Floriberto Díaz, había participado en dichos grupos. El licenciado Adelfo Regino es miembro del Consejo Directivo de nuestro Colegio y actualmente es el Secretario de Asuntos Indígenas del Gobierno de Oaxaca.

Sigue una exposición del proceso de formulación, gestión y aprobación de la Declaración, que fue elaborada por el actual director general del CSEIIO, Saúl Vicente Vázquez, zapoteco del Istmo de Tehuantepec, quien también participó en los foros internacionales de la ONU, promueve activamente el derecho a la soberanía alimentaria de los pueblos del mundo y es miembro del Foro Permanente de las Naciones Unidas para las Cuestiones Indígenas (periodo 2011-2013). En su texto, Saúl Vicente hace un útil y documentado recuento de los trabajos que durante décadas impulsaron numerosos representantes indígenas, académicos comprometidos y funcionarios honestos para lograr que la gran mayoría de los Estados agrupados en la ONU aprobaran la Declaración. Después viene el texto de la Declaración, aprobado por la Asamblea General de la ONU el 13 de septiembre de 2007.

Finalmente, reproducimos el Manual Básico sobre la Declaración que publicó el año pasado en Quito una de las más importantes organizaciones indígenas del continente, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador. El manual fue elaborado por la Conaie junto con la Fundación Tukui Shimi con el apoyo de la fundación española IPES-ELKARTEA de Navarra. En la introducción a ese importante manual señalan acertadamente lo siguiente:

Consideramos que la única forma que las naciones, nacionalidades y pueblos indígenas pueden defender sus derechos es conociéndolos en su integridad. Por ello creemos importante saber qué derechos reconoce la Declaración y qué significa cada uno de los grupos de derechos… Conociendo que los derechos son indivisibles, y con el propósito exclusivo de facilitar la comprensión de cada uno de los artículos que contempla la Declaración, se ha procedido a dividir en grupos temáticos los derechos reconocidos en dicho documento internacional.

Esperamos que esta antología facilite la comprensión de la importancia y utilidad de la Declaración de la ONU y que su lectura, estudio y difusión tanto en los 30 bachilleratos integrales comunitarios y la recién creada licenciatura que el CSEIIO tiene en Oaxaca, como en otras escuelas y en diferentes organizaciones y municipios, movilice a la población indígena en pos de la defensa organizada y el aprovechamiento de sus derechos alcanzados.






El siguiente libro se presentó recientemente con gran éxito de público. Tan bueno resultó que el autor ya está programando nuevas presentaciones para dar a conocer sus tesis. 
Estudioso de nuestro pasado, se entrega a él no solamente con espíritu académico, sino en cuerpo y alma, literalmente, al grado de publicar su libro con el título DOS VIENTO DE LLUVIA. Este nombre es el que le corresponde por la fecha de su nacimiento, así es que dejó de lado su "nombre cristiano", que es Juan Carlos Díaz Aragón y adoptó, castellanizado, el que le toca, según los antiguos "tonalámatl".


Su portada es la siguiente:

 Y dejémosle la palabra: (Si el lector tiene interés en contactar directamente al autor, éste es su correo: dosvientodelluvia@hotmail.com

Introducción

Por Dos Viento de Lluvia (Juan Carlos Díaz Aragón)
Llamo pueblos “originarios” a aquellos pueblos antiguos de lo que hoy es México que nos dieron origen y originalidad. Es cierto que ahora somos una mezcla de las creencias antiguas y la intromisión española, sin embargo, nuestras raíces más profundas están formadas por aquellos pueblos antiguos.

El sentido etimológico nos da la razón: Origense deriva del verbo latino oririque significa ‘surgir, levantarse’. O bien del griego ornýnai, ‘despertar, empezar’. Entonces, nuestro “amanecer”, el inicio de nuestra civilización, surgió de la mezcla de los diversos pueblos antiguos que compartían ideología, conocimientos y costumbres; y que nos dan originalidad por ser pueblos distintos y únicos entre todas las demás civilizaciones.

Nuestros ancestros originarios eran observadores metódicos de su entorno, independientemente de la comunidad a la que pertenecieran (olmeca, maya, zapoteca, etc.). En una argamasa de admiración, respeto, devoción, miedo e incertidumbre, los científicos originarios se dedicaron a conocer tanto la tierra cambiante que pisaban, como el cielo cíclico que los cubría. Estas observaciones les permitieron descubrir la interrelación que tienen todos los seres del Universo.

Ante la carencia de alimentos silvestres, surgida por el aumento de la población, los estudios del entorno se volvieron necesarios para conocer el clima y así poder predecirlo; con ello se benefició la agricultura.
Conforme los datos obtenidos iban en aumento y el pensamiento humano se hacía más complejo, nuestras civilizaciones inventaron diversos sistemas de escritura que quedaron plasmados en piedras esculpidas, joyería o en una especie de “libros originarios” doblados como biombo, que eran hechos en piel de venado o en papel amate. Para distinguir a estos “libros” de entre los escritos de otras civilizaciones, tradicionalmente se les llama “códices”.1

Existen dos temáticas principales en los lienzos originarios: 1)La historiografía mítica y 2)el conocimiento “sagrado” que alcanzó nuestro pueblo. Esta última temática la encontramos en los documentos que explican el Calendario Adivinatorio de 260 días; gracias a este tipo de documentos sabemos hoy en día que la naturaleza, la agricultura y la civilización iban juntas, tomadas de la mano, y que conjugadas hacen la cosmovisión religiosa antigua, que lejos de ser una creencia surgida del miedo que no desea responder con certeza las dudas, es una religión “científica” que sólo es religión por el sentido devocional, mítico y simbólico con que expresa los conocimientos obtenidos en meticulosas observaciones.

Desafortunadamente, los invasores católico-españoles destruyeron el gran acervo literario de nuestros pueblos, del que nos quedan muy pocos códices y lienzos originales, que en su mayoría fueron robados y luego vendidos a museos extranjeros.

Por otra parte, los estudios realizados acerca de la escritura originaria se han llevado a cabo principalmente por arqueólogos e historiadores que, a pesar de ser estudios importantes por difundir los textos originales y marcar la pauta de futuras interpretaciones, tienen la limitante de aplicar sólo las técnicas interpretativas de su disciplina, dejando a un lado el adecuado desciframiento lingüístico que debería esperarse por tratarse de documentos escritos. Adicionalmente, al ser en su mayoría autores extranjeros, no tienen los conocimientos que se heredan inherentemente a través de la cultura materna.
El encono que me produce haber leído estudios fantasiosos y absurdos; aunados con el desconocimiento general que aún persiste acerca de los escritos originarios, me hizo adentrarme en ellos con una férrea voluntad de conocerlos hasta su médula más íntima. Algunos estudios más afortunados me intrigaron al percibir sus dudas y pequeñas imprecisiones. Así comprendí que quienes escribieron los códices son de una civilización muy avanzada que fue capaz de inventar una escritura plenamente expresiva por sí misma, y que merecen ser conocidos en sí y por sí mismos, sin las manchas que los invasores impusieron con sus interpretaciones. Esto lo podemos lograr si aplicamos las herramientas científicas pertinentes.
Surge entonces este libro, en el que presento cuatro textos originarios, los cuales me permiten corregir algunas ideas erróneas respecto a la cosmovisión antigua, principalmente en lo que respecta a los mal llamados “cuatro puntos cardinales” y que yo en este libro les doy el nombre de Cuatro Trayectos. Sin embargo, el análisis detallado de estos escritos nos permite conocer muchísimo más de lo que la simple vista contienen, tal como me sucedió al realizar mi investigación. Al inicio de este proyecto, este texto iba a ser una serie de artículos para una revista; pero no pude explicar en pocas líneas un tema casi desconocido, además de que surgía constantemente nueva información, toda entrelazada y de las más diversas temáticas (astronomía, mitología, escritura, poética, gobierno, etc.) hasta formarse literalmente un pequeño cosmos, que es en realidad una parte de la cosmovisión originaria.

El análisis que hago de los cuatro escritos que presento aquí, dista demasiado de las interpretaciones canónicas, pues aplico la técnica interpretativa con que nos auxilia la lingüística; además, mi especialidad en ciencias del lenguaje me permite desmenuzar los símbolos y metáforas usados antiguamente. Pero mi mayor reto fue basarme exclusivamente en los documentos hechos por nuestros pueblos, sin influencia de los invasores católico-españoles. Rebasé así la perspectiva establecida, no me anidé en el nicho de confort que proponen los autores reconocidos y doy un giro a lo que se creía era la visión antigua respecto al Universo. Es cierto que retomo mucha información reconocida; incluso algunos de estos escritos que analizo están muy difundidos; pero haberme basado en los documentos por sí mismos me permite aclarar errores y haber hecho descubrimientos, como que nuestros pueblos originarios concebían que la Luna atravesaba dos fases Crecientes y dos fases Llenas en un solo mes.
Si para algunos cientificistas puede parecer decreciente el uso de la subjetividad, a mi entender, es mi experiencia profesional y mis cualidades personales las que hacen que yo sienta mis análisis como una disección que, por mucho, raya en la epifanía.

De manera íntima y personal me mimetizo con los científicos originarios. Conjuro a los dioses, pido permiso a mis antepasados y así, en una especie de rito chamánico, he podido desentrañar la realidad que subsiste en estos y otros de nuestros escritos.

Sin embargo, soy también un hombre de análisis y profundas reflexiones; por lo que, a pesar de que me distancio del conocimiento estandarizado y del conocimiento evangelizador respecto a los códices, justifico mis conclusiones y menciono detalladamente las referencias que permitan al lector confirmar y juzgar mis observaciones.

Cabe aclarar que al referirnos a la lectura de los escritos originarios, debemos comprender que el concepto de lectura que en la actualidad tenemos, dista mucho de la idea que se tenía acerca de recibir el mensaje de los códices. Las palabras en español más adecuadas serían “asimilar, comprender o interpretar”. Al parecer había textos orales que los maestros decodificadores de códices aprendían e iban ilustrando con los documentos. Empero, ahora sabemos que la expresión gráfica originaria es un sistema de escritura,2 por lo que requerimos adaptarnos a su sistema de decodificación.

Los códices tienen la cualidad de poder ser explicados con distintas palabras, pero siempre basándonos en un mismo documento. No podemos entender el mensaje si no es con la base gráfica expuesta en ellos.
Sólo imaginemos a un maestro intérprete explicando el augurio a una persona común: El escriba extiende su códice y con el dedo señala lo que dice su recitación; pero a esa “cita textual” que debía aprender de memoria, sucede una explicación más particular y extensa. El maestro intérprete conocía el significado de cada pictograma y, con base a ello, ahondaba en las relaciones simbólicas que los rasgos gráficos le evocaban.

No es posible, entonces, comprender el contenido de un códice, sin seguir la secuencia de imágenes que nos presentan; tal como es imposible leer sin seguir las letras de un escrito fonético. Por este motivo he anexado al final de este libro una serie de diagramas que numeran las imágenes de los códices a las que haré referencia. Estos diagramas pueden ser recortados del libro para que con mayor comodidad se siga la lectura al relacionarla con la imagen.

El diagrama A pertenece al documento Diosa-Luna Naciente. diagramas I, II, III, IV y V pertenecen a Los Cinco Trayectos de Sol y Luna. El diagrama B es la Lámina J’ del Códice Porfirio Díaz. Los diagramas i, ii, iii, iv y v son de la Página 1 del Tonalámatl Pochteca.

Al final del capítulo 1, presento en formato a color los cuatro documentos que analizaremos. Éstas y todas las ilustraciones que están en este libro son un esfuerzo enorme que hice para exponer claramente los resultados de mi investigación; por lo que cabe aclarar que las imágenes de este libro las realicé bajo el derecho de Dominio Público.

Los pueblos originarios eran trabajadores, fuertes; es cierto que muy testarudos y en su mayoría sanguinarios; pero conocer los códices que nos dejaron como fruto de su trabajo e inteligencia, nos permite saber hasta qué punto nosotros mismos, como sus sucesores, tenemos esa misma sangre de fortaleza, de inteligencia, de ingenio, de amor a la vida, de aceptación a la muerte, y de deseo de verter esa sangre con auténtica verdad devocional.

1 En el deseo por encontrar más textos originarios, se han llamado “códices” también a los escritos que tratan temas de nuestros pueblos y que fueron hechos en la época colonial. Esos en realidad son libros, pues las imágenes que presentan NO mantienen las reglas gramaticales de la escritura originaria. Nuestra escritura antigua es muy compleja y rebasa el mero uso ilustrativo.
2 En mi tesis de maestría Escritura y Literatura en Mesoamérica y la Literariedad en el Códice de la Realidad Sagrada, México, 2009, analizo con fundamento lingüístico los motivos por los cuales las representaciones gráficas en los códices son escritura y NO pinturas como se creía en los siglos pasados. Brevemente, algunos aspectos son: 1) Es un lenguaje gráfico que es capaz de comunicarse explícitamente, sin ambigüedades. 2) Tiene estandarización de signos que norman el uso de significados. 3) Es capaz de organizar y reorganizar estos mismos signos para crear significados distintos. 4) La importancia de sus pictografías (significantes) radica sólo en su expresión significativa, independientemente de su estilización y belleza visual. 5) Tiene una disposición lineal determinada y específica que rige la secuencia de lectura e interpretación. Los signos no se exhiben y organizan arbitrariamente como en la pintura. 6) Los signos evocan imágenes mentales extraliterarias, en este caso evocan a las cosas a las que se refieren (en la escritura fonética se evocan sonidos). 7) Es un sistema de signos gráficos que están normados con la finalidad de comunicar específicamente lo que un usuario desea trasmitir.



El siguiente libro "Municipios, cofradías y tierras comunales. Los pueblos chocholtecos de Oaxaca en el siglo XIX", está basado en la tesis doctoral que presentó ante el Colegio de México su autor, J. Édgar Mendoza García, un miembro de la etnia chocholteca, quien gracias a sus dotes intelectuales nos entrega este espléndido tomo de 472 páginas coeditado por el Instituto de Investigaciones en Humanidades-UABJO, que dirige el doctor en historia Carlos Sánchez Silva, la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco y el CIESAS.
Su estudio nos aclara cómo se adaptaron las repúblicas de indios a las legislaciones liberales, a sus modelos fiscales, a sus políticas públicas, a sus costumbres religiosas, a las nuevas legislaciones emanadas tras la Independencia de México y en suma al aparato burocrático, administrativo, eclesiástico y económico-fiscal en el muy agitado siglo XIX. Resulta ser un libro revelador, pero dejaré que el mismo autor nos explique sus motivos y circunstancias.
Ésta es su impactante portada:




Introducción


Por J. Édgar Mendoza García.

El levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en el estado de Chiapas, en 1994, colocó nuevamente en el escenario nacional e internacional la situación de las comunidades indígenas en el contexto de la nación mexicana. Desde entonces, los medios masivos de comunicación, intelectuales, antropólogos, indigenistas y políticos se han encargado de analizar en numerosos reportajes, ensayos, discursos, artículos y libros, el origen del conflicto, la historia de los actores, las condiciones de pobreza, la explotación, el racismo, los usos y costumbres y la autonomía de los pueblos indígenas.

El debate sobre el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas se puso de moda y la autonomía en tela de juicio. Las opiniones vertidas sobre el asunto llegaron a los extremos; desde visiones positivas y románticas, que argumentaban que el reconocimiento de un territorio indígena con su propio gobierno llevaría a las comunidades a la unidad y propiciaría su progreso y desarrollo; hasta visiones negativas y fatalistas, que presagiaban que una reforma a la legislación federal afectaría la soberanía del país y daría lugar a una “balcanización”. En este libro se corrobora que ambas visiones son inexactas. En primer lugar, porque las comunidades indígenas no han sido igualitarias ni tan democráticas como se ha dicho, sino que, como toda sociedad, son complejas y dinámicas, y en segundo lugar, porque durante la época colonial y el siglo XIX muchos pueblos y municipios indígenas gozaron de cierta autonomía política y económica, sin que esto implicara su separación territorial de la Corona española o del sistema federal mexicano.1 Esta relativa autonomía tampoco significaba que estuvieran al margen de la ley. De ahí que el análisis histórico sobre la situación de los pueblos de la región de la Mixteca Alta del estado de Oaxaca durante el siglo XIX resulte fundamental para entender las contradicciones del presente.

Desde esta perspectiva, el libro tiene el propósito de explicar los cambios y las continuidades que generaron tanto la independencia como las reformas liberales en la estructura social, política y económica de los pueblos chochos o chocholtecos ubicados en los exdistritos políticos de Coixtlahuaca y Teposcolula.2 La hipótesis central consiste en mostrar que pese al embate de las políticas liberales del siglo XIX, los pueblos chocholtecos mantuvieron cierto poder político y económico que se manifestó en el control del ayuntamiento, el nombramiento de sus funcionarios tradicionales, la administración de sus recursos comunales, la construcción de obras públicas y el financiamiento de conflictos por la defensa de los límites. Este poder local se explica por factores externos e internos. Durante las primeras décadas del México independiente el precario Estado nacional no pudo borrar las formas de organización del antiguo régimen y cuando empezó a afianzarse en la república restaurada todavía tuvo que negociar con los pueblos y las élites regionales, y dejar en sus manos las funciones sociales y políticas que no era capaz de solventar. Por ello no es extraño que en las constituciones locales del estado de Oaxaca de 1825 y 1857 prevalecieran formas políticas y económicas de bagaje colonial. Por tanto, los intentos de centralización no tuvieron un éxito completo, pues al menos en esta región, todavía a fines del siglo XIX, se observan pueblos vigorosos que mantenían cierta autonomía.3 Desde esta óptica, no se puede generalizar la situación municipal y sostener que las políticas liberales hicieran del gobierno local sólo una institución administrativa, dependiente del distrito político y carente de autonomía política y económica, como sugieren algunos estudios que han abordado la historia institucional del siglo XIX.4

Si bien en ciertas partes del país el municipio perdió sus facultades políticas y económicas en detrimento de su autonomía,5 aquí sostendré que, en términos generales, los pueblos chocholtecos lograron retener sus tierras comunales y algunos bienes de comunidad en la institución municipal, lo que les permitió tener solvencia económica y ser relativamente autosuficientes. Para demostrar el poder político y la fortaleza económica de estos pueblos durante el siglo XIX, que por cierto se sintetiza de manera contundente en el epígrafe, se analiza la trayectoria de la institución municipal centrando la atención en tres cuestiones fundamentales: el funcionamiento del gobierno, las finanzas municipales y la tenencia de la tierra, que constituían las piedras angulares sobre las cuales descansaba el gobierno local, también llamado el “cuarto poder”.6 Pero cabe aclarar que no se trata de un estudio político o económico, sino más bien el análisis se orienta hacia la historia social.

Las ideas de que el liberalismo y los intentos de centralización no afectaron gravemente la estructura y la autonomía de los pueblos chocholtecos constituidos en municipios, solamente se explican si consideramos las condiciones muy particulares de esta región. En primer lugar, se muestra que en esta zona no hubo un desarrollo de la hacienda, debido a la baja calidad de las tierras. Por tal razón a los comerciantes foráneos sólo les interesó apropiarse de la producción indígena, porque resultaba más redituable que invertir en bienes raíces. Esta situación permitió una mayor preservación de la propiedad comunal y de formas de organización política y económica tradicional. Por tanto, los conflictos más intensos por la propiedad de la tierra se dieron entre pueblos colindantes o bien entre individuos y grupos de las mismas localidades. En segundo lugar, y a diferencia de otros estados, en esta zona de Oaxaca las cabeceras y la mayoría de los sujetos de tronco colonial aprovecharon la constitución estatal de 1825 y se convirtieron en repúblicas municipales y luego en municipios.7 Dicha legislación erigió dos tipos de municipalidades: ayuntamientos en localidades de 3,000 habitantes y “repúblicas” en pueblos que contaran con un mínimo de 500 habitantes, pero los atributos y obligaciones de ambos eran prácticamente los mismos.8 En este sentido, pretendemos aclarar que fueron los estatutos relativos al gobierno local de la constitución estatal de 1825 y 1857 los que confirmaron la fragmentación del territorio y coadyuvaron a la proliferación de municipios durante el siglo XIX.9

Sin embargo, pese a que los pueblos y municipios controlaron sus tierras y bienes comunales, tampoco se debe soslayar su paulatina subordinación ante las autoridades superiores. Finalmente, para sustentar las ideas centrales de este trabajo, indagamos aunque parcialmente, otros aspectos como estratificación social, caciques pueblerinos, contribuciones, gobiernos intermedios, producción y comercio. Lo que permitirá explicar el impacto liberal sobre estas actividades y la participación de los actores sociales.
En suma, se toman en cuenta dos niveles: “desde arriba” observamos la legislación estatal referente al gobierno municipal, las tierras y las cofradías; “desde abajo”,10 se detecta con detalle la respuesta de los pueblos a las políticas liberales, para finalmente dilucidar los mecanismos de resistencia legal e ilegal que les permitieron transformar o adaptar los antiguos preceptos colectivos y los nuevos conceptos individuales en el municipio constitucional de la segunda mitad del siglo XIX.


El enfoque

Para explicar el poder y la fortaleza de los pueblos chocholtecos durante el siglo XIX, decidí utilizar el concepto de “la doble legalidad” de Mauricio Merino. Pero a diferencia de Merino considero que los municipios de la Mixteca oaxaqueña no perdieron completamente sus capacidades de decisión y acción.11 Según este autor, en la formación del sistema político mexicano hubo una doble legalidad; “una que ha servido para legitimar el poder, y la otra que ha permitido ejercer el gobierno”.12 Este concepto explica la enorme distancia que existió entre las normas constitucionales y la práctica política, y también la contradicción entre las mismas leyes de la constitución oaxaqueña.

En efecto, el concepto de legalidad tiene una doble dimensión político-jurídica. Por un lado se refiere al sustento jurídico de la titularidad del poder, es decir, a su legitimidad, y por otro, un segundo nivel que atiende al ejercicio del poder y de ahí a la gobernabilidad.13 También conviene diferenciar entre el concepto de Estado y el de gobierno; el primero se puede entender como el cuerpo político caracterizado por ser una organización dotada de la capacidad para ejercer y controlar el uso de la fuerza sobre un pueblo asentado en un territorio determinado y sustentado en un sistema jurídico.14 En cambio, el término gobierno se puede definir como el conjunto de instituciones y de funcionarios de un Estado, así como a las prácticas políticas.15 Asimismo, consideramos que la doble legalidad ejercida por parte del gobierno federal para consolidar el Estado nacional también se encuentra en el ámbito del gobierno local, donde las autoridades municipales, al mismo tiempo que cumplieron las leyes vigentes, también salvaguardaron las tradiciones de sus pueblos. Es decir, hubo una legalidad hacia el exterior que legitimaba su poder y otra hacia el interior que permitía la gobernabilidad local y por lo tanto, la reproducción de sus formas de organización y su combinación con los nuevos preceptos municipales.16

Por otra parte hay que señalar que la debilidad del Estado retrasó la centralización. De acuerdo con Luis Aboites este proceso sólo se inició a fines del siglo XIX y se consolidó durante el siglo XX.17 Sin embargo, en Oaxaca, desde la primera mitad del siglo decimonónico existen algunos intentos de centralización, como fueron la creación de prefecturas y el reconocimiento de una multitud de municipalidades. Asimismo, la ley de desamortización de 1856 y la constitución estatal de 1857 restaron poder al gobierno local y disminuyeron sus prerrogativas políticas y económicas al ordenar la privatización de las tierras comunales y prohibir a los municipios poseer bienes raíces. Según Aboites, “la centralización/ federalización se entiende sobre todo como un proceso sostenido de enajenación de facultades de organizaciones sociales e instancias gubernamentales locales, por parte de una instancia de poder público”, lo que conlleva a la ruptura de autonomía local en el manejo de los recursos productivos.18 Además, como manifiesta Miño Grijalva, existe una doble centralidad: una centralización se organizó en la esfera de la federación y otra fue la que se produjo en el seno de los estados frente a sus municipios.19 El presente estudio toma en cuenta estos dos ámbitos, pero en la práctica centra su análisis en el segundo.

La autonomía se refiere no sólo a la solvencia económica interna de los pueblos y municipios sino también al control que ejercían sobre sus decisiones políticas para nombrar a sus funcionarios tradicionales y emprender obras públicas y religiosas.20 Lo mismo podemos decir del término pueblo que tiene varias acepciones, desde nación o población hasta localidad o poblado.21 De acuerdo con Leticia Reina el concepto de pueblo en Oaxaca tiene tres significados, sirvió “para designar tanto a una entidad político administrativa, como a un tipo de unidad productiva, o a un agrupamiento poblacional con la misma etnicidad”. La primera acepción tiene un registro documental, pues de esa forma se menciona en la constitución estatal y en las memorias de los gobernadores.22 Así, durante el siglo XIX el término pueblo era casi sinónimo de la república y después de municipio, y por lo tanto todavía tenía el significado de una identidad corporativa.23 En contraste, utilizaremos el término poblado o localidad para referirnos a un asentamiento de población determinado.

El periodo seleccionado se sitúa entre los estatutos municipales establecidos desde la constitución estatal de 1825 hasta una ley de ayuntamientos de 1889, pero considera los antecedentes coloniales y la influencia de la constitución de Cádiz. Sin embargo, en el amplio proceso de municipalización y de centralización del Estado nacional se observan dos momentos significativos: el primero tiene como telón de fondo la constitución de 1825 y las leyes del régimen centralista. El segundo momento se inicia a partir de la ley de desamortización de 25 de junio de 1856 y la constitución de 1857. Esta última etapa se caracteriza por la creciente intervención del gobierno estatal en los asuntos locales y por el intento de socavar la economía corporativa. Tomando en cuenta esta coyuntura, se observarán los cambios y continuidades que generaron las leyes sobre el gobierno local, los propios y arbitrios, las cofradías y la transferencia de la propiedad a lo largo del siglo XIX.

El libro tiene tres grandes apartados. El primero lleva por título, “La organización política municipal” y se divide en dos capítulos, uno trata los años que van de 1825 a 1856 y el otro de 1857 a la década de 1890. En ambos se intenta resaltar las consecuencias que generaron las políticas liberales y la legislación estatal relativos a la organización del gobierno local. El segundo apartado, “Cofradías y finanzas municipales”, al igual que el anterior se divide en dos momentos: el tercer capítulo aborda la importancia que adquirieron las cofradías en las tesorerías municipales, en las festividades religiosas y en el comercio regional; en el cuarto capítulo se observan las transformaciones que provocaron las leyes de desamortización en el sistema de cofradías de república y los fondos municipales. El tercer apartado centra su atención en la segunda mitad del siglo XIX y su objetivo es comprender los cambios generados por las reformas liberales en la tenencia de la tierra y la desamortización de la propiedad, para finalmente dar cuenta de la estratificación social y las actividades productivas de estos pueblos. En suma, la hipótesis que engarza estos tres ejes temáticos consiste en mostrar que a pesar de los intentos de centralización y el proceso de desamortización, varios municipios chocholtecos retuvieron cierto poder político y económico sustentado en la doble legalidad y el control de sus recursos comunales.

La investigación se respaldó en fuentes primarias y secundarias. En especial centró su atención en los documentos de la época que se localizaron en los archivos municipales: actas de cabildo, correspondencia con autoridades superiores, padrones de capitación, censos de población, correspondencia entre pueblos, libros de cofradías, listas de cooperaciones para las fiestas patronales, conflictos por límites, reparto de tierras, cuentas comunales, ingresos y egresos municipales. Cabe decir que el acceso a las fuentes primarias presentó ciertas dificultades. En un principio los archivos municipales no estaban ordenados y clasificados. Afortunadamente durante el trascurso del año 2002 conté con el apoyo del AGN y se ordenaron los archivos municipales de Concepción Buenavista, Tequixtepec, Suchixtlahuaca, Tepelmeme y Santa María Nativitas. El trabajo consistió en la limpieza de los documentos, su protección y clasificación por año y en los siguientes ramos: época colonial, presidencia, tesorería, justicia y registro civil. También se consultaron parcialmente los archivos de Teotongo, Tlacotepec y San Miguel Astatla. Así, el estudio se sustenta en la documentación de ocho archivos municipales que son representativos para ofrecer una imagen de la situación de los pueblos chocholtecos durante el siglo XIX. Además, la información se complementó con otros datos localizados en el Archivo General del Estado de Oaxaca, Archivo Histórico Judicial, Archivo del Registro Público de la Propiedad del Estado de Oaxaca y el Archivo General de la Nación. De la misma manera, tuvo relevancia la consulta de la legislación estatal, las memorias de los gobernadores y bibliografía secundaria.


El espacio y los pueblos chocholtecos

Para reconstruir el proceso histórico mediante el cual los pueblos se reprodujeron, influyeron o respondieron a las políticas del Estado, elegí al grupo étnico chocho o chocholteco ubicado en la Mixteca Alta oaxaqueña.24 Son varias las razones que me llevaron a seleccionar este espacio para mi investigación. En primer lugar, la historiografía ha prestado muy poca atención a esta región de Oaxaca durante el siglo XIX,25 en segundo, porque los pueblos chocholtecos, si bien tuvieron un desarrollo cultural paralelo a los mixtecos con los que estuvieron emparentados política y económicamente, se distinguieron por su capacidad de conservar sus formas de escritura y por adaptarse muy pronto a los requerimientos del sistema colonial.26 No obstante, los estudios sobre Oaxaca frecuentemente confunden a los chocholtecos con los mixtecos.27 Tales pueblos, tampoco participaron en rebeliones; por el contrario, se caracterizaron por su insistente defensa legal. De ahí que resulte interesante abordar esta región aparentemente apartada de los centros de poder político y económico del estado de Oaxaca. Asimismo, estas características nos permitirán observar las diferencias y similitudes con otras zonas del país y de Oaxaca durante este mismo periodo.

El espacio de análisis se ubica casi exclusivamente en los municipios chocholtecos que se establecieron en el siglo XIX y que han perdurado hasta el presente. En el periodo prehispánico este territorio formó parte del señorío de Coixtlahuaca y con la conquista española los asentamientos quedaron divididos en tres encomiendas y posteriormente en tres pueblos de indios con su respectiva cabecera.28 Por tanto, durante el periodo colonial la mayoría de estas localidades se constituyó en barrios y pueblos sujetos. Bajo la cabecera de Coixtlahuaca permanecieron Santiago Plumas, Santo Domingo Tepenene, La Concepción, Magdalena Jicotlán, San Miguel Astatla, San Mateo Tlapiltepec, Santa Cruz Calpulalpan, San Cristóbal Suchixtlahuaca, San Francisco Teopan, San Jerónimo Otla, Santa María Nativitas. Bajo la jurisdicción de la cabecera de Tequixtepec sólo quedó Santiago Tepetlapa, en tanto que Teotongo y Tulancingo pasaron a formar parte de la cabecera de Tamazulapan, la que también estaba constituida por pueblos mixtecos.

La zona en la que se asientan estos pueblos se caracteriza por su accidentada orografía que va aproximadamente de los 1,100 a 2,850 msnm, predominando el clima de frío a templado donde se encuentran varios nichos ecológicos con una variedad en su flora y su fauna. La mayor parte del terreno lo constituye montes de agostadero (bosques de coníferas) y lomas áridas (matorral xerófilo) en donde las parcelas de cultivo son pobres, pero también existen tierras fértiles en los pequeños valles y riveras de los ríos.29 El régimen de lluvias es variable y a veces extremoso; hay años de sequías y heladas, seguidos por otros con lluvias torrenciales y granizo. El régimen pluvial, junto al excesivo pastoreo del ganado, ha contribuido a erosionar la zona.30 Estos factores naturales probablemente frenaron el interés de los peninsulares y criollos por apropiarse de las tierras y conformar haciendas; más bien, su interés se centró en acaparar la producción local y en arrendar las tierras comunales pertenecientes a los pueblos de indios para que pastara su ganado de matanza.31

Durante el periodo colonial y el siglo XIX, tanto las corporaciones como los individuos sustentaron su economía en la sericultura, grana cochinilla, ganadería, cultivo de trigo, maíz, frijol y cebada, además del comercio y la venta de productos artesanales como las frazadas de lana y sombreros de palma. Después de la independencia, los pueblos chocholtecos quedaron bajo la jurisdicción del departamento de Teposcolula. Éste era el mayor productor de trigo del estado, y en la producción de maíz, frijol y cebada sólo era superado por los Valles Centrales.32 Lo mismo sucedía en la producción de ganado mayor y menor; en 1856 poseía 155,396 cabezas de chivos y ovejas, los Valles Centrales tenían 177,634, en tercer lugar se encontraba el departamento de Huajuapan con 45,575.33

Los valles y llanos de Nochixtlán, Tamazulapan y Coixtlahuaca eran los principales productores de trigo de la Mixteca y los pueblos chocholtecos se distinguían por su abundante producción de cabras y ovejas.34 Así, podemos decir que los chochos del partido de Coixtlahuaca ubicados en el departamento de Teposcolula, con todo y sus diferencias sociales internas, eran de los más opulentos de la Mixteca Alta, ya que desde el periodo colonial estaban vinculados con las corrientes del comercio regional.35

La independencia y las reformas liberales provocaron cambios en la estructura política, social y económica de los pueblos chocholtecos, pero también se perciben continuidades. Durante la segunda mitad del siglo XIX, hubo un notable aumento de la población, pero al mismo tiempo se dio un acaparamiento de tierras lo que acrecentó las diferencias sociales y económicas internas. La élite dominante compuesta principalmente por arrieros y comerciantes controlaron la producción de lana, pieles, sombreros de palma y ganado, la que transportaron a las ciudades de Tehuacán y Puebla, asimismo, explotaron a campesinos, jornaleros y pastores. También consolidaron su posición social y política controlando el ayuntamiento y entablando la defensa de los bienes comunales. A fines del siglo decimonónico, la región chocholteca de producción tradicional estaba vinculada al mercado regional y nacional a través del intercambio de sus productos y su mano de obra con las zonas colindantes de producción capitalista como la Cañada y el Valle de Tehuacán, que durante el porfiriato fueron receptoras del capital extranjero, el arribo del ferrocarril y el crecimiento de sus fincas azucareras y cafetaleras.

Por último, cabe reiterar que los municipios decimonónicos han sido abordados en determinados periodos y bajo diversos enfoques. Algunos resaltan los ámbitos administrativo, político, territorial, otros destacan temas específicos como las elecciones, la ciudadanía, la representación y la jerarquización política. En cambio, este estudio de larga duración es una aportación original en varios aspectos, ya que a partir de la legislación estatal y los archivos locales da cuenta de los cambios y continuidades que generaron la independencia y las reformas liberales en la conformación política y territorial del municipio, la economía corporativa, el sistema de cofradías, la organización de las fiestas patronales, la acumulación de la propiedad, los conflictos cotidianos y la estratificación social de un grupo étnico del estado de Oaxaca.

1 Desde el siglo XVI hasta principios del siglo XIX, los asentamientos de indios con su respectiva división interna fueron formalmente reconocidos por el gobierno virreinal como “pueblos de indios”, y no como “comunidades indígenas”, que es un término que surge en los estudios antropológicos del siglo XX.
2 Este grupo pertenece a la familia lingüística del tronco Otomangue. Según María Teresa Fernández, el chocholteco es uno de cuatro idiomas que integran la familia popoloca, junto con el popoloca, el mazateco y el ixcateco. Los estudios antropológicos y los documentos coloniales confunden frecuentemente el idioma chocho de Oaxaca y el popoloca de Puebla, lo que indica que son dos variantes dialectales de una misma lengua. En mayo de 1995, en el contexto de las políticas indigenistas que promueven la conciencia étnica, se reunieron en el municipio de Santa María Nativitas, Oaxaca, escritores y hablantes de ambas variantes y lograron intercomunicarse. Desde entonces, tanto unos como otros han cuestionado los “nombres impuestos” con que fueron y son conocidos. Los chocholtecos buscan ser reconocidos como ngigua, y los popolocas ngiba. Sin embargo, en los documentos coloniales y del siglo XIX, incluso en los escritos locales, ellos se nombran de varias formas: chochos, chuchones, chochones, chocho-popoloca, etc. En este caso, utilizamos el término chocholteco, que surgió en el siglo XX, y dejamos de lado el de chocho que se utilizaba en el XIX, y que desde el punto de vista de varios escritores nativos tiene una connotación peyorativa. Véase FERNÁNDEZ DE MIRANDA, Glotocronología de la familia popoloca; GROSSER, El que habla nuestra lengua, pp. 23-24; JACKLEIN, Un pueblo popoloca.
3 En este caso nos referimos al poder que ejercía el municipio en representación del pueblo, no sólo sobre los asuntos políticos internos sino también sobre la administración de los recursos patrimoniales; tierras, ganado, huertas, molinos y otros bienes de cofradías.
4 OCHOA, El municipio y su evolución, p. 235; MERINO, Gobierno local, pp. 14 y 211; L. MEYER, “El municipio mexicano”, p. 237; MECHAN, “El jefe político”, p. 154; GUERRA, México. Del antiguo régimen, tomo 1, pp. 58, 253 y 278; LIRA, “Las opciones políticas”, p. 158; PASTOR, Campesinos y reformas; HERNÁNDEZ CHÁVEZ, México breve historia, pp. 284-285.
5 RODRÍGUEZ KURI, La experiencia olvidada.
6 El municipio del siglo XIX ha sido considerado como el “cuarto poder”. Véase HERNÁNDEZ CHÁVEZ, La tradición republicana, p. 25; DUCEY, “Indios liberales”, pp. 112-115.
7 Por ejemplo, en el Estado de México, varios pueblos se unieron para alcanzar la cifra de población requerida y formar un ayuntamiento y posteriormente constituir una municipalidad o un municipio. SALINAS, Política y sociedad. También véase ESCOBAR, “De cabeceras a pueblos sujetos”, donde describe que en la región huasteca fueron principalmente los antiguos pueblos cabecera los que se constituyeron en ayuntamientos y continuaron controlando la vida social, política y económica de sus sujetos, lo que trajo consigo mayores problemas entre los pueblos indios y mestizos.
8 Constitución del Estado de Oaxaca 1825, capítulo XVIII “De la administración de los departamentos y pueblos”.
9 En 1803 había 873 pueblos en la Intendencia de Oaxaca. TANCK, Pueblos de indios y educación, p. 274. No todos estos pueblos tenían el rango de cabeceras, una gran parte no tenía gobernador, únicamente contaban con un alcalde o dos o tres regidores, es decir, todavía tenían la categoría de sujeto, pues estaban bajo la autoridad de una cabecera. Sin embargo, con la constitución estatal de 1825 muchos de estos pequeños pueblos lograron emanciparse de su cabecera, constituir su república municipal y consolidar su territorio.
10 Una buena síntesis de la historia “desde abajo”, puede verse en MALLON, Campesino y nación, capítulo 1, “Historia política desde abajo”, pp. 77-108; DUBE, Sujetos subalternos, pp. 43-50.
11 MERINO, Gobierno local, pp. 211- 257. Para este autor, en la medida que el gobierno federal se iba fortaleciendo y centralizando su poder, los municipios fueron reduciendo sus funciones y a fines del siglo XIX estaban muy debilitados y sólo eran unidades administrativas. Véase el capítulo VI. La derrota municipal.
12 MERINO, Gobierno local, pp. 241 y 263. Según este autor la clase política dirigente entre los gobiernos de Juárez y Díaz manifestaron una incongruencia entre los mandatos constitucionales y sus formas de hacer política. No sólo se desobedecía la letra de la Constitución, sino incluso se aprobaban leyes que la contradecían de manera explícita.
13 SALAZAR, Léxico de la política, p. 389.
14 BOBBIO, Estado, gobierno y sociedad, p. 128; CANCINO, Léxico de la política, p. 222.
15 FERNÁNDEZ, Aportación al estudio semántico, p. 70.
16 Según Ducey, los ayuntamientos necesitaron de la organización política tradicional para mantener el “buen gobierno” de los pueblos, asegurar el cobro de los impuestos y mantener el orden social. DUCEY, “Indios liberales”, p. 125.
17 ABOITES, El agua de la nación; ABOITES, Excepciones y privilegios.
18 ABOITES, El agua de la nación, p. 14. Este proceso de centralización y fortalecimiento estatal se manifestó en la cuestión hidráulica, la educación, el sistema fiscal, la minería, etc. Sobre la federalización de la educación véase LOYO, “Los mecanismos de la ‘federalización’ educativa”; sobre los recursos hidráulicos, ABOITES, El agua de la nación; sobre la minería, LUDLOW, “La construcción de un banco”; sobre el sistema fiscal, MARICHAL y MIÑO, El primer siglo de la hacienda; MARICHAL y MARINO, De Colonia a nación.
19 MIÑO, “Fiscalidad, Estado y Federación”, p. 25.
20 MENDOZA, Los bienes de comunidad, p. 20; REINA, “La autonomía indígena”, pp. 335-350.
21 Véase GARCÍA MARTÍNEZ, “Introducción y notas”, en Relación eclesiástica, p. XXIII.
22 REINA, Caminos de luz y sombra, p. 113.
23 Por ejemplo, durante la segunda mitad del siglo XIX cuando se creaba un nuevo municipio, la constitución especificaba “Se erige en pueblo..” y no dice se erige en municipio. Colecciones de leyes, vol. 4, “Decreto de 14 de marzo de 1868”, p. 467.
24 En esta investigación, decidimos abarcar solamente a los pueblos de lengua “chochona” ubicados en el estado de Oaxaca, aunque existen estudios que manifiestan que este grupo étnico también habitaba la región sur de Puebla, donde es conocido con los nombres de chocho popolopoca o popolocas. Sobre este asunto véase JACKLEIN, Un pueblo popoloca, y del mismo autor “Apuntes sobre la historia prehispánica”, pp. 194-211. Otra razón para considerar esta separación entre chocholtecos de Oaxaca y chochopopolocas de Puebla se debe a que geográficamente están separados, y porque además, las constituciones de ambos estados no son las mismas cuando se refieren al establecimiento de municipios.
25 Los estudios que se refieren a esta zona durante el siglo XIX son: RINCÓN, “Man and the Environment in the Coixtlahuaca Basin”; MENDOZA, Los bienes de comunidad.
26 DOESBURG y BUREN, “The Prehispanic History”, pp. 104-105. Actualmente se conocen doce códices o lienzos del siglo XVI que provienen de la cuenca de Coixtlahuaca, además de una apreciable cantidad de escritos en lengua chochona y en náhuatl. Véase también RINCÓN, “Man and the Environment”, pp. 27-55.
27 PASTOR, Campesinos y reformas; CARMAGNANI, El regreso de los dioses; FLORESCANO, Memoria mexicana.
28 Véase RINCÓN, “Man and the Environment”.
29 ÁLVAREZ, Geografía general, pp. 154 y 162.
30 ÁLVAREZ, Geografía general, pp. 88-91.
31 Sobre la ceba de ganado cabrío, véase ROMERO, Economía y vida de los españoles, pp. 188-217; MENDOZA, “La matanza de chivos”, pp. 14-20.
32 REINA, Caminos de luz y sombra, pp. 113-114. Los pueblos de Teotongo y Nopala pertenecieron al partido de Huajuapan en determinados años, pero a fines del XIX regresaron a formar parte del distrito político de Teposcolula.
33 El departamento de Ejutla tenía 35,203 cabezas; Teotitlan, 13,113; Jamiltepec, 12,940; Villa Alta, 6,095; Tehuantepec 4,000. REINA, Caminos de luz y sombra, pp. 128-133. Con base en las memorias de los gobernadores de Oaxaca de 1827, 1856 y 1902, Reina elabora unas gráficas que muestran la producción agrícola y ganadera del estado.
34 HUESCA, ESPARZA y CASTAÑEDA, Cuestionario del Sr. don Antonio de Bergoza y Jordán,
pp. 4-10; LAVRÍN, “Rural Confraternities”.
35 ROMERO, Economía y vida de los españoles, p. 92.

Cerramos esta entrada con la edición titulada "Historia mínima del Poder Legislativo del estado de Oaxaca. Sus integrantes rumbo al bicentenario de vida independiente", publicada por Saulo Chávez Alvarado, académico, periodista y también legislador local recientemente.
En este interesante compendio circulan docenas de nombres de diputados que a lo largo de la historia de ese Poder conformaron sus cuadros. Su portada es la siguiente, basada en el nuevo edificio que ocupan en san Raymundo Jalpan, municipio conurbado de la capital del estado.
Ahora dejaré al lector el texto que introduce este libro, firmado por una indígena que cuando quiso ser presidenta municipal de su pueblo, nada más no pudo con los "usos y costumbres" de aquel Santa María Quiegolani (Sierra Sur), que establecieron, desde tiempo inmemorial, que las mujeres no podrían mandar jamás a los varones. Pese a ser de las escasísimas mujeres de Quiegolani que hizo estudios universitarios (es Contador Público), sus paisanos "hombres" le cerraron las puertas y hasta la echaron de su propia tierra... Desde entonces ella se convirtió en un símbolo de la mujer indígena que lucha por sus derechos. Actualmente es diputada local.

PROEMIO
Por Eufrosina Cruz Mendoza.

Hace 205 años nació en San Pablo Guelatao, Oaxaca, un indígena hijo de indígenas. Caminó descalzo sobre la montaña y bebió del agua que brota en hilos transparentes desde el fondo de la tierra. Su lengua fue la misma que la de sus abuelos y la de los abuelos de ellos. Con la voz dulce del cenzontle y la piel dura y rugosa como la del sabino, caminó desde lo alto de la montaña hasta la capital de nuestro estado y de aquí hacia el centro de la República. Con el fuego encendido del humanismo y el puño cerrado de la voluntad inquebrantable avanzó imperturbable hacia el corazón mismo de la historia y sus pasos se escucharon tan profundos, tan firmes, tan seguros, que todavía hoy resuenan en nuestros oídos, como si cruzaran la ladera de la montaña pastoreando un rebaño de corderos; y su voz es el canto que guía nuestra barcaza en medio de un mar abatido por las tempestades.
Nunca el viento ni la vanidad, nunca el alud ni la soberbia, nunca la pobreza ni el miedo, hicieron mella en la voluntad egregia del Patricio. Nunca el hombre ni su crueldad en contra del indio y nunca el desprecio del poderoso en contra del desposeído lastimaron los principios que animaron la vida de Don Benito Juárez.
Por eso y muchas más razones, el Benemérito de Guelatao y de América se distingue como uno de los principales legisladores en la historia de Oaxaca y de México. Su honradez, su apego a los principios democráticos y la profundidad de sus valores humanos lo han convertido en el oaxaqueño más grande en la historia de México y en el mexicano de mayor estatura en la historia universal. El país entero aún está impregnado de los valores, los principios y las instituciones que nos legó aquel indígena zapoteco que acuñó el apotegma más hermoso y más esperanzador de nuestra vida como nación independiente y soberana. 
Hoy, aparece una obra fundamental que nos recuerda justamente la importancia de la vida parlamentaria en Oaxaca y nos permite evocar la figura del Patricio que encarnó como nadie desde la tribuna del Congreso oaxaqueño y de la Presidencia de la República, la defensa de la legalidad, de la unidad nacional y de la convivencia pacífica entre los individuos como entre los pueblos.
Pensar en una “Historia Mínima del Congreso del Estado de Oaxaca”, es refrendar nuestro compromiso con la pluralidad política, con la defensa de la legalidad y con la preeminencia de las instituciones democráticas, para sustentar la democracia nuestra de cada día, en un estado que inaugura una etapa inédita de alternancia y de pluralidad política.
Siguiendo el faro luminoso de estos principios, la obra del maestro Saulo Chávez nos recuerda que ha llegado la hora de la reconciliación y de la paz para nuestro estado y nuestro país, que no son tiempos de resquebrajar la fe y la voluntad de los oaxaqueños en falsas querella políticas, sino que es hora de caminar juntos, hombro con hombro, para rescatar al estado de las garras de la pobreza, del rezago, de la corrupción y de la inestabilidad social y política que han tendido un velo de sombras sobre el destino de nuestra patria chica.
Por muchos años Oaxaca estuvo sumergido en un profundo letargo democrático, un doloroso abandono y una cruel discriminación en contra de sus pueblos y comunidades indígenas y campesinas. Una de las razones que permitieron el encumbramiento de este poder absoluto que asfixió las garantías democráticas, que fraguó el hierro de la violencia y que sirvió de lodo para cubrir de barro las instituciones democráticas, fue la profunda división de los oaxaqueños en torno a proyectos y visiones políticas contrarias. 
Mucho tiempo hubo que esperar para que los opuestos se juntaran y para zanjar las diferencias ideológicas a favor de un proyecto común, un proyecto que impulsara la paz y el progreso tan largamente anhelados. El acuerdo sirvió para fundar un estado sostenido sobre los pilares de la Constitución, el laicismo, la libertad de pensamiento y la igualdad jurídica de todos los pueblos y comunidades. 
Por ello, como mujer indígena y de pensamiento libre, me entusiasma asomar mis ojos a una obra que nos inspira a todos los legisladores oaxaqueños a favor de la causa de la ley y de la vigencia de las instituciones. La historia habrá de poner a cada uno en perspectiva pero el pueblo oaxaqueño sabe desde ahora que solo la verdad y la libertad, que solo las instituciones y las leyes prosperan en un clima de respeto y de colaboración entre poderes. Los tiempos que se fueron ya no deben volver. Caminar hacia atrás sobre nuestros pasos puede tener consecuencias terribles. Cerremos las heridas de esa dolorosa historia que separó familias, que cobró la vida de inocentes y que mantuvo en vilo durante muchos años la tranquilidad y la unidad de los oaxaqueños. Caminemos juntos con la mirada hacia adelante para labrar un futuro de paz y de progreso para nuestros niños y jóvenes. 
Con esta obra, surge también una reflexión: ¿la democracia está hecha para los oaxaqueños? Yo digo que sí, que la democracia es el patrimonio de los pueblos, que es tan natural al hombre como lo es el pensamiento, la palabra libre y la dignidad; tan necesaria como el aire de la montaña para respirar y tan vital como la tierra para sembrar los frutos de la libertad, de la igualdad, del bienestar y de la justicia. 
Sé que la paz es el bien más preciado de un pueblo. Lo aprendí en los libros y en la vida. Hoy es parte de mi esencia indígena y de mi pensamiento social. Pero la paz no debe ser la trinchera ideológica de unos y la barricada política de los otros. No queremos esa paz, queremos la paz duradera, la que se siembra con razón, con diálogo, con respeto y con tolerancia, como los árboles y la mazorcas del campo. A esa paz nos debemos, por esa paz trabajamos. 
Cerremos el paso a la intransigencia política y abramos los surcos de la vigencia del Estado de Derecho, del fortalecimiento de las instituciones democráticas y de la unidad entre oaxaqueños más allá de ideologías o convicciones políticas. 
Alcemos la voz y hagamos de ella un motivo de orgullo y una convicción tan fuerte como la fe, para que se haga realidad esta voluntad del pueblo plasmada en letras de oro en el Congreso Oaxaqueño y para la posteridad universal por el pensamiento de Don Benito Juárez García: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.