miércoles, 22 de abril de 2015

Jorge Vila Díaz, mecánico del corazón de Carteles Editores


In memoriam por don Yorch


Usted no se imagina cómo se descomponían antes las máquinas de imprenta.
Uno ojea y hojea el libro, la revista o el calendario y enseguida ve una prensa trabajando y piensa que esa armonía máquina-hombre es feliz y eterna… ¡pero no! 

Nos ocurrió infinidad de veces e infinidad de veces le entró a su reparación don Jorge Vila Diaz (1928-2014). Esta es una breve semblanza de aquel espléndido mecánico, inteligente y paciente, que mantuvo produciendo nuestros talleres cuando “tronaba” un mecanismo. El 24 de abril de 2015 hubiera cumplido 87 años, aunque lamentablemente falleció el pasado 26 de diciembre de 2014 en ésta su tierra natal. 

Carteles Editores, ya convertida a imprenta comercial a partir de marzo de 1988, heredó maquinaria vieja de cuando solo se dedicaba a imprimir en una mezcla de tipografía y offset el diario Carteles del Sur (1965-1987), del cual toma su nombre, y que fue fundado por el periodista don Néstor Sánchez Hernández (1918-2001). 

Eran esencialmente prensas americanas de la marca Harris Intertype de 36 y 72 pulgadas, de un color, fabricadas por los años cincuenta del siglo XX. Había también guillotinas Harris Seybold de 36 pulgadas de luz y Challenge modelo Diamond, de 30 pulgadas, que usamos hasta el 2010. Ambas eléctricas, pero la primera había sido fabricada hacia 1900 y aun conservaba en su diseño industrial aires Art Nouveau… Teníamos un Linotipo Modelo 5, una extraña máquina en su forma, pero una maravilla de sincronización y resistencia. Se usaba para escribir renglones y fundirlos en plomo, así que tenía matrices (moldes miniatura) de cada letra y un crisol relleno de plomo derretido que inyectaba en las matrices formando una línea de texto. Luego de hacer la “linea de tipos” o “línea de letras”, es decir el renglón que en inglés se escribe más o menos así: line on type, un brazo articulado bajaba hasta el crisol y elevaba las matrices hasta su depósito original desde donde el operador las volvía a bajar formando palabras a las puertas del crisol mediante un teclado de máquina de escribir (en realidad más complejo).  

Linotipo. Obsérvese lo atildado del linotipista...
Contábamos con una fotomecánica moderna de la marca americana NuArc comprada hacia 1977. El offset se distinguía de la tipografía en que usaba medios fotoquímicos para reproducir texto e imágenes, por lo que una cámara de 24 pulgadas de tamaño era indispensable para reproducir en película ortocromática planas enteras del periódico “tamaño sábana” o estándar… 

Le complementaba un marco de vacío de los llamados “hechizos”, es decir hechos por algún balconero equipado con una modesta planta de soldar… La intensa luz que se necesitaba para fijar la imagen se conseguía mediante un arco formado por electrodos de carbón. Completaba el taller el área de “regraneado”, un truco mecánico para borrar las placas litográficas usadas por medio de la fricción de canicas o balines de acero en un lodo de arena sílica. El proceso consumía mucha agua, producía mucha suciedad y no garantizaba una buena reproducción de imágenes, que era nuestro anhelo. Con el tiempo compramos placas nuevas, presensibilizadas, cuando su costo se hizo accesible.

Para ofrecer mayor calidad resolvimos vender las Harris y comprar una prensa usada alemana, marca Roland, modelo Praktika 00, que imprimía en tamaño doble oficio con gran precisión  y calidad.  Fue la escuela de todos mis prensistas y de mí mismo, pues llegué a dominarla y aunque era de un solo color, imprimíamos a todo color con 4 pasadas, pero con gran calidad. Era cansado y lento, pero esa pequeña máquina hecha de aluminio ayudó a cambiar la historia nuestra y la de las artes gráficas en Oaxaca, donde no se imprimían trabajos a todo color con calidad. Se tenía que mandar a la ciudad de México el trabajo que lo requiriera. Con ella como punta de lanza de nuestro proyecto, dimos otro paso pequeño comprando una prensa offset 4 oficios italiana marca Aurelia 60, modelo fabricado a principios de 1960… Aguantadora pero imprecisa y fea. El historiador Paco Pepe Ruiz Cervantes la primera vez que la vio ya instalada se tiró una sonora carcajada y exclamó.

–¡¡¡¿Y ese tanque Sherman?!!!

El tanque "Sherman" de la Aurelia 60 al fondo y 
la rotativa Mergenthaler produciendo, en primer plano


Como se verá el taller tenía muchas máquinas antiguas y necesitaba reparaciones intensivas. Le vendimos esta máquina a una empresa de Tapachula que hacía periódicos. La despedimos echándole nuestras bendiciones, pues significó, sin duda, un adelanto tecnológico para nuestro taller en aquel momento. Don Jorge llegó a meterle mano cuando el “fider” se atoraba, patinaba o no se sincronizaba con lo demás.  Palancas, engranes, poleas, ajustes del motor, lo que necesitara para volver a funcionar, se encargaba don Jorge de ir a rogarle a sus viejos colegas mecánicos Eloy Martínez Vigil o los torneros y soldadores del Taller Santa Elena, de don Erasmo Medina Ángeles, para que se pulieran y lo hicieran a la brevedad. En ese taller tenían un maestro soldador que en realidad era Maestro con mayúscula, llamado Lauro, que se sabía todos los trucos posibles en autógena y eléctrica. Siempre nos echaron la mano en nombre de la amistad de juventud que tuvieron con don Jorge. Fueron compañeros en el primer taller mecánico que Ford instaló en Oaxaca (¿fines de los 1940s quizás?), donde tuvieron tornos, cepillos, soldadura y demás. Así pues, en tiempo récord don Jorge resucitaba a nuestras carcachas gracias a sus antiguos camaradas…

El señor Vila tuvo una mente envidiablemente lógica para la mecánica. Veía una máquina, la analizaba y deducía qué estaba fallando, dónde estaba el problema y cómo resolverlo, ¡pese a que nunca había estado en una imprenta! Su fuerte fue la mecánica automotriz y recibió capacitación muy buena de unos técnicos americanos que vinieron a montar aquel taller Ford en la esquina de Melchor Ocampo y Avenida Independencia, en esta ciudad de Oaxaca. Le tocó al joven Vila reparar motores de camiones y autos, diesel y gasolina en una época en que el gobierno americano promovía la apertura de carreteras que atravesaran el estado de cabo a rabo. Luego vinieron gobernadores que construyeron cientos de kilómetros de caminos secundarios, brechas y terracerías que rompían el aislamiento de pueblos alejados.

El mal estado de los caminos, las sierras ásperas, los climas extremosos, requerían motores y camiones a su altura: esos Ford, International y Willys que por poco se volvían eternos: aguantadores y nobles, también se quedaban tronados a medio camino. Cuando eso sucedía le mandaban al joven Vila que fuera a traerlos, o a repararlos donde se quedaban varados y tras su reparación volvían otra vez a circular por las carreteras oaxaqueñas…

La comunidad de mecánicos y choferes era pequeña entonces. Se formaron las primeras cooperativas acorde a la época –que las tenía por organizaciones obreras mutualistas y nobles. Así surgió “La Solteca”, que comunicaba a Oaxaca con Zimatlán y Sola de Vega, en las estribaciones de la Sierra Sur; la “Estrella del Valle”, que iba hacia las mismas montañas, pero por el lado de Ocotlán, Ejutla y hasta Miahuatlán, donde terminaba el camino. La “Oaxaca Pacífico”, la “Oaxaca Istmo”, cuyo final estaba en Chahuites, frontera con Chiapas; interconectaba a la capital con Salina Cruz, Tehuantepec, Juchitán, Totolapan, Camarón, y una serie de pueblos chontales e istmeños. Por el lado del litoral existió la “Chontales del Pacífico”, recorriendo la costera. La “Fletes y Pasajes”, fundada si no me equivoco por Cirino Alonso, comenzó a meter rutas en todas direcciones y por décadas fue la que más autobuses y corridas tenía, ampliándose a viajes fuera del estado. Hubo otras líneas alimentadoras que no cruzaban por la ciudad de Oaxaca, por ejemplo la “Diaz Ordaz” que intercomunicaba a los puertos de Coatzacoalcos con Salina Cruz. En aquella trabajó varios años don Jorge Vila Díaz.



Este era el estilo de camiones con que don Jorge recorría las 
carreteras oaxaqueñas al principio de su carrera...

Metido en ese ajo, no tardó en aprender a manejar un camión. Era muy corpulento y le distinguió siempre un espeso bigote, lo que dio pie a su apodo entre “la tropa”: “El bigotón… Si algo le gustaba era comer rico y abundantemente. Para el alcohol fue malo. Para la chamba extenuate fue muy bueno; él solito se imponía no comer hasta dejar arreglada la reparación… Se hizo fuerte al castigo como el de ir tras un volante horas y horas por carreteras de brechas, lodos, derrumbes, baches y accidentes. Sus clientes eran indígenas las más de las veces monolingües, pero él tenía una innata habilidad para aprender su lengua y comunicarse con ellos aunque fuera de manera rudimentaria. Le escuché saludar gente en mixe y en zapoteco del Istmo. Curiosamente esas personas lo tomaban como su paisano.

Esa “escuela de la vida” que fueron los caminos oaxaqueños le enseñó a ser sacrificado, paciente y solidario. En ese medio se ayudaban los choferes, me contaba. Si el camión de uno se descomponía, el que venía atrás se paraba a ayudarlo en la reparación o iba al pueblo vecino, le compraba la refacción y se la iba a dejar. Si se accidentaba un chofer o pasajero, era llevado por sus colegas al médico más cercano, pues no había ambulancias ni comunicaciones más que el propio camino… 

La siguiente anécdota recuerdo que me la contó don Jorge: Una vez camino del Istmo subieron varios hombres de aspecto rudo y militar, pero vestidos de paisanos iban sin hablarse entre sí. En el camino don Jorge recogió a un compañero chofer que se había accidentado. Lo acostó en el pasillo para ir a entregarlo moribundo en el primer hospital que hallara, para que le dieran auxilio. No había avanzado mucho cuando un policía federal le alcanzó con su patrulla, lo detuvo pese a llevar al herido grave echado en el piso de su camión. El pasaje estaba a la vez atento, asustado y preocupado por lo que atestiguaban. Le dijo el policía de caminos que se diera por preso porque estaba cometiendo un delito y ya se lo jalaba al bote, sin importarle el estado de gravedad del herido que venía con él, cosa indignante… Cuando el federal “celoso cumplidor de su deber” o desalmado truhán disfrazado de autoridad lo llevaba a su patrulla detenido, el tipo rudo que venía detrás del chofer, don Jorge, dio una orden corta y tajante y al instante se pararon otros cuatro o cinco hombres y detuvieron al federal. Todos venían armados. El que había dado la orden se identificó como Jefe de la Zona Militar y lleva soldados de escolta, todos de civil. Les ordenó que detuvieran al federal y lo metieron al bote, por abuso de autoridad, además de que le puso una regañada tremenda… Su colega chofer ya no pudo salvarse, pero el corazón solidario de don Jorge, que sabía que era contra la ley lo que estaba haciendo, actuó con el alma, de buena fe y ante la emergencia ¿Acaso la “ley” iba a enviar ambulancias por su amigo herido cuando la más cercana estaría a 100 km de distancia?… Así de compañero era don Jorge y además siempre con el espíritu positivo. Le llamábamos de cariño “don Yorch”, como en inglés su nombre, pero pronunciado a la oaxaqueña….


Viajó por carretera por muchas partes del país. 
Aquí una foto de él ante un barco de la Armada mexicana...

Antaño los camiones llevaban a sus pasajeros junto con sus compras de los días de plaza, por eso era frecuente ver la canastilla sobre su techo repleta de canastos, gallinas, guajolotes, cerditos y chivos, así como costales, cajas con medicamentos, herramientas de campo, etcétera. El camión de motor sustituyó las recuas con 30 o más animales de los comerciantes que bajaban o subían nuestras sierras. Pero había que subirles y bajarles la carga. Eso a la larga acabaría con su dos rodillas.

Don Jorge también llegó a manejar camiones “troceros”, los que transportaban madera en rollo. Un accidente en uno de esos armatostes le hizo pasarse definitivamente a los autobuses de pasajeros. Con ayuda de pequeños empresarios del transporte, como don David Bielma, pudo juntar dinero y comprar a plazos su primer autobús propio, con el que se hizo socio de la entonces empresa fuerte Fletes y Pasajes, que aprovechaba las concesiones de rutas exclusivas hacia los cuatro puntos del universo. En los noventas se “liberó” esta práctica y eso cambió en definitiva el modelo de negocio, en el que estuvo unos cuantos años más, hasta el final de sus fuerzas como chofer a bordo de unidades grandes. Sin embargo desde muy chamacos sus hijos Martín y Eduardo se incorporaron a la chafireteada heredando sus habilidades.

Don Jorge llegó a Carteles Editores cuando las máquinas tronaban muy seguido, pero eso empezó a cambiar cuando adquirimos maquinaria nueva, moderna, muy confiable, como son las prensa offset de la marca japonesa Sakurai. Tuvimos también una Heidelberg de dos colores modelo SORM/Z, alemana, también un “caballito de batalla”, pero no tan eficiente como las Oliver Sakurai 72 EII y la SIP 466, una maravilla de prensas que siguen produciendo como si nada. La alemana la vendimos. Era muy buena, pero las japonesas resultaron mucho más productivas.

Desde entonces don Jorge se aplicó a la mecánica de las otras máquinas de la imprenta: las pegadoras de libros marca Horizon, japonesas; las guillotinas marca GW, modelos WK92 y X92, ambas hidráulicas, pero a las que había que engrasar, cambiar baleros, bandas en V, desmontar sus cuchillas, afilarlas y montarlas y calibrarlas de nuevo… operación riesgosa pues equivale a manipular una navaja de acero que pesa cerca de 10 kilos o más, y más largas que un metro, con un filo que pone los pelos de punta cuando uno las “cala” pasándoles encima la yema del dedo (método mexicano para checar si tiene o no filo…)

Otras máquinas más atendió: la cosedora de libros JMD, la doblador china marca Purple Magna y la prensa adaptada como barnizado UV, la Harris modelo L129A, de 30 pulgadas.

Cuando todo el taller funcionaba a la perfección, se empeñaba en ayudar en encuadernación. No esperaba el trabajo, ¡lo buscaba!

Don Jorge, nuestro veterano, 
rodeado de compañeros tipógrafos en el taller. 
Aparecen su hija Martha, y Eduardo y Martín
conservando la tradición del bigote espeso...

Basado en su conocimiento y dominio de TODAS las carreteras estatales, nos tocaba ir cada mes juntos a traer 3 bobinas de papel para la rotativa. La planta estaba en Sebastopol, Tuxtepec, y había que atravesar la Sierra Madre Oriental, lo que nos tomaba más de 4 horas de ida y unas 5 de regreso. Él conducía una pick up Ford 150 y allí el montacargas nos ponía los rollos acostados para que no se deslizaran al subir ni bajar las empinadas montañas. Los tapábamos con lonas pues en la sierra siempre llueve. 

Salíamos de madrugada. Una vez nos tocó enfrentar una tempestad tremenda, con relámpagos y casi sin visibilidad a causa del recio aguacero. Apenas íbamos subiendo a Guelatao. Me entró el pánico y le dije que nos regresáramos, que al día siguiente volveríamos. Me respondió que me calmara, que íbamos seguros… Me mordí uno y tragué saliva. Eran unas friegas espantosas y peligrosas, pues a veces se patinaba el vehículo. Lo único bueno era que de repente comíamos rico en las fondas camineras. Por años hicimos ese trayecto en un solo día. Teníamos de cliente entonces al semanario comercial “Zona Libre” que circulaba en Tapachula, Chiapas. La rotativa era un dinosaurio viejo que compramos a los Hermanos Mejía de Guadalajara. La fueron a hallar en Los Ángeles, destinada a imprimir libros de bolsillo, y desde allí se trajo en un trailer y se instaló aquí. Era de la marca Mergenthaler, de ancho simple, ideal para periódicos diarios y tenía 3 unidades más su doblador, adoptado de la King Press. Verla producir era hermoso, pese a su antigüedad.

La edad se le vino encima a don Jorge pero no faltó un solo día al trabajo, excepto cuando se sentía muy mal. Trabajó con nosotros hasta una semana antes de fallecer, cuando contrajo una fuerte gripa. No muy de su agrado se quedó en su casa a recuperarse, pero ya ansiaba volver al taller, a donde ya se habían integrado años antes a trabajar sus hijos Martha Vila, Gerente General; Lalo Vila, jefe de taller y Martín Vila, guillotinista.

Sus otros hijos son Diana, médico, y Jorge, ingeniero mecánico. Le sobrevive su esposa, doña Elba, nietos y nietas. Sus hermanos Jesús y Rodolfo, fallecieron antes que él. 

Nació, trabajó, amó y fue muy amado en esta ciudad de Oaxaca. 

Curiosamente descansan sus cenizas en la iglesia de San Felipe Neri, a un costado de los restos del Padre José María Idiáquez, aquel maestro tipógrafo del siglo XIX que puso su modesta imprenta al servicio de la causa insurgente de José María Morelos y Pavón cuando conquistó Oaxaca.

Lo extrañaremos siempre, mi querido suegro. 
Descanse en paz don Jorge Vila Díaz, el incansable. (CSI)

Don Jorge y Martha, su bella hija.