sábado, 22 de diciembre de 2012

IMÁGENES DE UNA IDENTIDAD. UNA COLECCION REVELADORA

Se presentó el pasado 29 de octubre de 2012 la colección completa de Imágenes de una Identidad, edición que consta de 8 tomos. Una velada muy agradable en el antiguo Casino del Teatro Macedonio Alcalá. Al tiempo que se leían las presentaciones se proyectaban las fotos que hacen de esta edición una obra reveladora y emotiva de nuestro transcurrir por el siglo 20.

Daniela Traffano y Salvador Sigüenza me invitaron a hacer mis comentarios al respecto y éste que publico aquí fue el texto que escribí celebrando su aparición. Es un tanto largo, por eso le iré metiendo unas cuantas fotos para hacerlo menos tedioso, fueron tomadas de los libros, sin mayor orden... Sin más preámbulo, empezamos.

Niña mixteca estrenando libro escolar.

IMAGENES DE UNA IDENTIDAD.
EL JUEGO OAXAQUEÑO ENTRE LA GEOGRAFÍA Y LA HISTORIA EN EL SIGLO XX. 

1.UNA LECTURA PERSONAL.

8 Libros coordinados editorialmente por Daniela Traffano y Salvador Sigüenza Orozco. Editados por el CIESAS, el FONDO MIXTO CONACYT y el GOBIERNO DEL ESTADO DE OAXACA.

Al oaxaqueño se le facilita mucho identificarse con las condiciones geográficas donde Dios lo trajo al mundo, a las que se refiere como “su tierra”. He notado que le gusta pues le colma el alma sobre todas las cosas. “Su tierra” es la mitad de su identidad, la mitad inmutable, la mitad sosegada, su patrimonio. La otra mitad de “su tierra” la ocupa una historia “redonda”, compuesta por la biografía personal y la de sus padres formando las dos caras de una misma moneda. Al contrario de la geografía, “su historia” está en perpetuo cambio. Se vuelve el escenario de sus anhelos y pasiones. Es agitada y parece marchar siempre a paso veloz hacia algún lado. La geografía de “su tierra” es, en cambio, silenciosa y portátil. Puede verla hasta con los ojos cerrados aunque se encuentre a cientos de kilómetros. Le ofrece además una ventaja definitiva al oaxaqueño: será el sitio preciso de su última morada. La letra de la popular Canción Mixteca (de José López Alavés) nos estrujará el alma porque de manera sentimental describe siempre el destierro al que nos condena la Historia, pero sin ésta, nada de lo humano tendría sentido. La geografía regional es pues, la llave innata que emplea el oaxaqueño para abrir las puertas de la historia, la personal y la de su patria chica.

Un viajero del siglo 17 (Thomas Gage, irlandés y dominico) describió a Oaxaca como el lugar en donde Dios amontonó las montañas que le sobraron después de que terminó de crear al mundo. Muchos siglos antes de que se pudieran captar imágenes por medios óptico-mecánicos, nos obsequió esta indudable primera “fotografía aérea” de nuestro estado.

Así mismo empiezan estas monografías, describiendo el paisaje común que da rostro diferente a cada región cuyos nombres, sin excepción, aluden a sus características geográficas. Dentro de las múltiples maravillas que me ofreció esta colección está una enorme cantidad de fotografías inéditas que me permitieron como lector observar detenidamente cómo han interactuado las regiones con la naturaleza que les rodea y como ésta determinó su desempeño en un periodo particular de nuestra historia nacional: el del auge y decadencia de la Revolución mexicana institucionalizada.

Vista de Tehuantepec.

Los 8 tomos de la colección “Imágenes de una Identidad” suman más de 500 páginas. La edición consta de 8000 libros, mil por cada región. Fueron impresos en el papel idóneo para que las fotos ofrecieran el mayor número de detalles al lector, aunque algunas son demasiado pequeñas para mi gusto. En estos libros los textos convencerán y las imágenes emocionarán y conmoverán al oaxaqueño. La coordinación editorial es de los doctores en historia Daniela Traffano y Salvador Sigüenza Orozco, ambos académicos del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social –CIESAS– Unidad Pacífico Sur. El diseño es de Judith Romero, que es también fotógrafa. La impresión y la encuadernación son de Carteles Editores.

Los contenidos textuales son objetivos y la redacción es eficaz. La estructura compositiva es unitaria, aunque cada autor le da su personal toque. Todas las piezas calzan unas con otras ofreciéndonos una visión de conjunto razonada y clara. Pero el peso del sentimiento, exactamente donde radica la identidad del alma, se lo dejaron a la fotografía y ésta lo hace de modo contundente. Muchos de sus lectores diremos al leerlo yo conocí a esta persona... mi padre estuvo en ese sitio... así era mi pueblo. Por este hecho resulta un esfuerzo editorial innovador (financiado por el Conacyt y el Gobierno del Estado de Oaxaca).

La fotografía causó furor en Oaxaca desde los años treintas del siglo XX, aunque llegó hacia los años de 1870. Aún nadie ha escrito su historia. Las fotografías de estos libros provienen de archivos institucionales y particulares. Ha sido un rescate que merecería ampliarse hasta llegar a crear una fototeca que recoja para su conservación y estudio las imágenes que aún sobreviven al tiempo y al olvido. La tecnología actual lo puede hacer a un bajo costo.

II.EL OAXAQUEÑO CONTEMPORÁNEO MIRA CON INDIFERENCIA AL SIGLO XX.

Parte de nuestro prejuicio viene del rechazo al viciado estilo que caracterizó al partido que por décadas acaparó el poder político en todos los rincones de la nación.

Pero aquí cada autor ha puesto el énfasis en el pueblo, aquel protagonista idealizado de la utopía de la Revolución mexicana. Aquí no hallará el lector los retratos del poderoso sino los de las masas rurales tal como las hallaron las primitivas cámaras fotográficas del siglo XX. Más primitivas aún eran las condiciones materiales en las que vivían nuestros ancestros hace apenas cien años. La anterior fue la centuria de las hambrunas y las pestes. Las fotos nos muestran a indios andrajosos aferrados a la vida. Pero lo realmente interesante es la enseñanza que nos deja esta obra en su conjunto: quiénes, dónde y cómo se construyó la utopía revolucionaria en Oaxaca. A lo largo de estas páginas el lector podrá ver aquellas condiciones materiales en las que vivieron los no tan antiguos oaxaqueños y los esfuerzos que hizo por redimirlos un estado nacional surgido tras una larga guerra civil. Así transitaremos de la utopía redentora de un José Vasconcelos hasta el eclipse total de sol en Miahuatlán que en los años setentas del siglo pasado fue el augurio simbólico del fin del nacionalismo revolucionario.
Indios mixtecos.


El paisano José Vasconcelos, acaso la mejor herencia que nos dejó la “bola” en Oaxaca, fue el único constructor de utopías de largo alcance. Por utopía debe entenderse la conjugación de situaciones ideales en un territorio igualmente ideal. Su filosofía le permitió ver claramente nuestro problema: aislamiento geográfico, analfabetismo y olvido del pasado propio. Este miserable tríptico de atavismos formaron el escollo que como enorme roca en medio del camino, nos impedía siquiera ver la forma de la ruta que nos esperaba más adelante, pero eso no quitaba que la nuestra fuera una raza cósmica capaz de expresarse a sí misma con enorme dignidad y con inigualable belleza si tan solo se le dotara de las herramientas intelectuales del saber en las ciencias y el hacer en las artes. No otra cosa está en la base del lema de la Universidad Nacional que él fundó: “Por mi raza hablará el espíritu”.

Hallaremos las fotos del motor vasconceliano que transformaría radicalmente situación tan lastimera: las escuelas. Se debe a que los coordinadores obtuvieron varias imágenes de los archivos fotográficos de la Secretaría de Educación Pública, fundada por Vasconcelos precisamente para enseñar a escribir, leer y hacer operaciones básica de aritmética a los niños mexicanos.
Aula en la Mixteca.

Lo que yo veo en algunas de estas fotos es la construcción de la utopía nacionalista hasta en los últimos rincones de Oaxaca. ¿Cómo hacerles saber a estos miserables paisanos que tuvieron un pasado culturalmente glorioso? ¿Cómo hacerlos sentir la pertenencia a una patria común; cómo enseñarlos a criticar su presente y cómo convencerlos para innovar acciones colectivas que rompieran las cadenas que les ataban al mal comer, a la insalubridad y a la explotación?

Vasconcelos imaginó que los libros harían tal trabajo. Fue más lejos aún, hasta la fuente misma donde se hallaba la energía que movería todos los obstáculos teniendo sus libros en las manos: la maestra y el maestro. Hoy ya es historia. A aquel impulso acudieron por cientos hombres y mujeres. Con más voluntad que medios materiales arribaron a pie a lugares remotos a divulgar el nuevo evangelio revolucionario. Toda la nación estaba empeñada en tan vigorosa tarea. Ya lo olvidamos, por supuesto. Nos queda la ironía de la historia que hizo que el gran Vasconcelos se estrellara una y otra vez frente al pistolerismo “revolucionario”... Pero aquí es donde las fotos de estos libros son tan útiles, porque nos recuerdan que ya lo hicimos antes, que un lejano día tuvimos coraje y fuimos con nada más que los brazos y el corazón a ayudar en donde más se necesitaba.
Reparto de útiles escolares en la Mixteca.

Los gobiernos revolucionarios, influenciados por los ideales comunistas, socialistas y anarquistas –tan fuertes en la época– impusieron una dura batalla contra las lacras sociales. Emprendieron campañas contra el alcoholismo; debatieron con quienes se oponían a que las escuelas fueran mixtas; obligaron con todos los medios a su alcance a los padres para que no solo enviaran a sus niños a la escuela sino también a sus hijas. Buscaron la manera de darles libros y útiles escolares y más tarde se propusieron como meta darles de desayunar en la escuela. No pudo la patria mantener ese ritmo, pero sí pudieron la Sabritas y la Coca Cola llegar y surtir su mercancía hasta el último rincón de nuestra geografía. Los gobiernos trataron de combatir la violencia doméstica tanto como los juegos de azar. El trabajo era una cosa muy seria y el ocio debía ocuparse en tareas de cultura general y esparcimiento sano. El presidente de la república era el primero en decir que estaba entregado al “trabajo fecundo y creador”... Un gobernador de ideas socialistas imponía su credo: “démosle al indio la razón aunque no la tenga”... Había rumbo, había metas, había ideales que habían costado sangre. La nación se multiplicaba al tiempo que el paternalismo aumentaba.

Obregón bajo la sombra del árbol del Tule.

Una vez abiertos los caminos, pensó el nuevo régimen, el comercio fluirá y los precios bajarán y los “coyotes” y acaparadores se esfumarán... Cuando esto no sucedió, pisó el acelerador para inventar monopolios estatales: Inventó la Conasupo para controlar los precios de los alimentos en las zonas rurales y urbanas marginales. Ahora es Wal Mart el referente de los precios bajos... Inventó el INMECAFE para comprar el grano a “precio justo” a los pequeñísimos productores pero por poco acaba con ellos; inventó PEMEX para que la nación administrara en el nombre de todos una riqueza sin fin... hoy es un náufrago a la deriva... a los paisanos sin tierra les inventó una Reforma Agraria estilo Peter Pan; cuando los campesinos se quejaron de que sus campos estaban agotados inventó FERTIMEX; cuando solicitaron leche para sus hijos inventó Liconsa... cuando el obrero se quejó de explotación, inventó las corporaciones obreras que ayer los defendían y hoy los esquilman... Aquel fue un periodo de esfuerzos colosales que se ahogó años después en el fondo de una colosal corrupción. Aquí hay una enseñanza de la historia reciente ante la cual no podemos cerrar los ojos. Las lacras del paternalismo, de la demagogia y del compadrazgo siguen viviendo, sólo cambiaron los colores de sus chaquetas, de tricolores a azul con amarillo y anaranjado.

Ocurría todo esto para hacer posible lo que se llamó “el milagro mexicano”, pero ¿cómo se reflejaba esto en el interior de las montañas de Oaxaca? No solamente se trató de enseñar las primeras letras sino de superar de una vez por todas las causas del dolor nacional que dejan la ignorancia y los tabús.

Una jornada en el patio escolar podría comenzar entonando el Himno Regional Socialista para enseguida entregarse al entonamiento físico del cuerpo. Hacer gimnasia sueca significaba varias cosas, pero de entrada la participación colectiva al unísono: coordinación motriz, disciplina, ritmo, trabajo en equipo, oxigenación óptima de la sangre, aspirar-contener-exhalar y como consecuencia una felicidad grupal inexplicable. “Mente sana en cuerpo sano” fue la divisa para educar integralmente a nuestros padres. Estas ideas las arrumbamos hasta ahora que el mismo Estado ha tenido que declarar que sufre nuestra infancia una epidemia de obesidad y prediabetes y que está pensando seriamente desempolvar la vieja calistenia en las escuelas...
Escolares de la Costa haciendo gimnasia sueca...

Quienes pueden pagan una membresía en un gimnasio particular que es más un centro social que deportivo pero dentro del cual nos aislamos conectados a los audífonos de nuestro smart phone. ¿Quién ignora que hacer ejercicio estimula las endorfinas que esparcen la química semilla de la felicidad en el cuerpo? Hoy “el chemo y el churro” son una alternativa barata y masiva para ingresar a una felicidad parda donde por lo menos se olvida momentáneamente el hambre.

Decenas de niños y niñas aparecen en estas fotos haciendo sus tablas gimnásticas, en sus calzones de manta como uniformes deportivos; descalzos pues los tenis marca “Náic” (Nike, en inglés) se inventarían décadas después. En el fondo de estos nuevos contenidos educativos que fomentaba la Secretaría de Educación Pública estaba una leyenda universal que los hijos de la Revolución mexicana triunfante deberíamos estar prestos a replicar: la del soldado griego Filípides, inspirador del maratón olímpico.

(ESTE TEXTO ME LO SALTÉ EN LA LECTURA. ES OPCIONAL PARA EL LECTOR DE ESTE BLOG) Quizás les diga algo más si abundamos brevemente. La historia es cinco siglos anterior a Jesucristo. Los persas, unos bárbaros desde el punto de vista de la historia occidental, eran un ejército imbatible y habían anunciado que irían sobre Atenas, la ciudad más hermosa de la antigüedad. Les amenazaron que harían suyas a sus mujeres, que esclavizarían a sus niños y que no dejarían piedra sobre piedra. Todos los griegos que pudieran sostener una espada en sus brazos salieron a hacerles frente en la planicie de Maratón. En Atenas solo se quedaron las mujeres y los niños. Rezando todas. Habían convenido con sus esposos, hijos y padres, que si perdían la guerra se suicidarían en masa antes que caer cautivas de los enemigos. Para eso necesitaban que el último de sus soldados con vida les avisara el resultado del choque militar de inmediato, pero si esto no ocurría el mismo día, significaría el fin y antes de que se ocultara el sol se matarían todas. La batalla fue sangrienta y larga y triunfó el pequeño ejército de Atenas, pero el tiempo se acababa y con él la tarde. Filípides, el soldado, corrió muchos kilómetros sin parar hacia la plaza de Atenas. Al fin, frente a la multitud de mujeres, antes de que le reventara el corazón por el esfuerzo realizado, pronunció una sola palabra: Niké... es decir, triunfamos. Niké se pronuncia hoy “naic” y como todos sabemos es una marca gringa de ropa deportiva y es el ideal de los tenis que desean nuestros jóvenes, indígenas o no. Pero lo importante en el México de los años treintas era la moraleja: te sacrificarás por los tuyos, por eso deberás preparar tu mente tanto como tu cuerpo. Eso es lo que te hará sobrevivir a todo.


Brigada médica en la Mixteca.

En el repaso de imágenes lo que se revela aquí en conjunto es que México tenía claro a dónde llegar, pero no podía. Se ve en el conjunto de fotos un esfuerzo gigantesco por construir caminos, escuelas, costureros, clínicas, etcétera. Cientos de hombres salen picos y palas en mano a hacer sus caminos, las vías de acceso a la educación, a la salud, al comercio. El periodo que reseñan estos libros está marcado por un ímpetu imbatible de acabar con el aislamiento geográfico. Es el siglo de las escuelas y carreteras. Por ellas sacarán sus productos e ingresarán bienes de consumo más variados y quizás más económicos. Esas serán las rutas que los llevarán a la migración masiva hacia las grandes capitales y al norte. Las que en sentido contrario les llevarán campañas de higiene personal, pues las epidemias son un problema que causa mucha mortandad; les enseñarán los empleados del Instituo Nacional Indigenista a rasurarse la cabeza, asiento de piojos y liendres. Los maestros les enseñarán el uso de letrinas alejadas de sus chozas, a hervir el agua, a asearse las manos, la boca, el cuerpo. Las enfermedades como el tifo, el paludismo, los males gastrointestinales y la influenza española diezman a la población y la hacen tan débil que para la Revolución resultan un estorbo inadmisible. Brigadas médicas y de salubridad recorren a pie las serranías y cañadas, pero la ignorancia y el fanatismo prevalecientes rechazan sus campañas de vacunación. Una y otra vez vuelven hasta que los convencen. Para estimular el cambio de mudas de ropa esas carreteras de terracería tan angostas les llevarán máquinas de coser y maestras que les enseñarán corte y confección a las mamás. Es muy importante para la salud colectiva lavar la ropa, hervirla para erradicar las pulgas y los ácaros. Para eso se necesita vestimenta nueva y barata que la mamá pueda hacer y adaptar fácilmente según van creciendo en tallas los hijos.

La matanza de chivos en Huajuapan de León, mitad artesanía, mitad industria.

Los empresarios de entonces llevan sus capitales a las regiones más remotas y sistematizan la pequeña mecanización de sus tierras. El esfuerzo resalta más por su indomable presencia que por el impacto de desarrollo económico que acarrearán. Las aeronaves sobrantes de la Segunda Guerra Mundial son las únicas que podrán comunicar las agrestes serranías, aterrizando en campos aéreos más bien propios para acrobacias suicidas. Pero eso no detiene al oaxaqueño. El enfermo sale hacia su hospitalización desde su remota población y comparte el fuselaje con chivos en pie, piscadores de pescado seco y sacos de café. El supremo gobierno le manda a sus autoridaes y profesores a que enseñen en los lugares más recónditos a cultivar huertos escolares y familiares. Le urge que sus habitantes mejoren su dieta, los hagan más fuertes y resistentes a enfermedades y trabajos. Los primeros camiones de pasajeros se adaptan a las exigencias. Adentro viaja el pasaje y en el techo, sus mercaderías. Es frecuente que se bajen todos a empujar y desatascar del lodo al viejo Ford. Las campañas de castellanización se esparcen. La Revolución no tiene más tiempo que perder y exige unificar el idioma para que todos por fin nos entendamos de una buena vez. La construcción de la Carretera Panamericana es un parteaguas en la historia de Oaxaca. Por primera vez habrá un camino pavimentado que la cruza de lado a lado. En vez de convoyes militares americanos circularán pasajeros, turistas y mercancía. Se vuelve el motor de toda nuestra economía. A partir de ella a todas las comunidades les urgirá conectarse con su ciudad capital. También por primera vez el turismo organizado comienza a llegar. Ya no solo son escritores y aventureros sino agentes comerciales, representantes de firmas nacionales e internacionales que llegan a las regiones de Oaxaca a trabajar, comprar y vender. Algunos de ellos fundan familias y éstas se quedan a vivir para siempre aquí. Las grandes oleadas de migraciones asiáticas, del Medio Oriente y de Europa llegan a este territorio. La guerra cristera hace ruido en la Costa pero es finalmente apagada. Queda mucho por hacer para desfanatizar al indígena. La clave de la educación popular está en un socialismo romántico. Los muralistas de México hacen visible y además “legible” el mensaje de la vanguardia de la humanidad. Se pide que el puerto de Salina Cruz vuelva a funcionar. El Papaloapan insiste en que se venza a las montañas y se le comunique con la capital, las Sierras se desangran por la migración de sus hombres que se van al norte y sus mujeres que llegan a la ciudad como sirvientas. En Oaxaca se aceptan como mozos a sus hijos, a cambio de alojamiento y comida pero especialmente a cambio de poder ir a la escuela. Hay un frenesí por remontar los lastres.

Extrayendo con indomable coraje la riqueza cafetalera a la Sierra Sur...



Istmeñas bañándose con sus hijos

Al leer estos tomos vino a mi memoria aquel poema que recitábamos en grupo a todo pulmón. ¿Lo recuerdan?...

México, creo en ti,
como en el vértice de un juramento.
Tú hueles a tragedia, tierra mía,
y sin embargo ríes demasiado,
acaso porque sabes que la risa
es la envoltura de un dolor callado.

El garbo de la tehuana...


No hay poema más a tono con la época que éste del vate yucateco Ricardo López Méndez. Estrofas que vibraban entonces en nuestros infantiles pechos, pero hoy inflaman nuestra indignación y apocamiento.

Había una sola misión nacional. 1917 a 1970 es un periodo en que gracias a la fotografía impresa en diarios y revistas de todo el país y al cine se construye una identidad nacional: El “Indio” Fernández como director y Gabriel Figueroa como fotógrafo crean la estampa nacional idealizando a la raza de bronce. Los roles del charro y la china se subliman. Ellos son apuestos, valentones y aunque borrachos, honorables. Ellas son sencillamente divinas: almácigo de virtudes y buenas para el zapateado. Es un México rural con un pie en lo real y otro en el sueño. Lo hacen tan artísticamente que estas imágenes invadirán al mundo entero con enorme éxito.
Boda... fiesta... ilusión...

III. FULGOR DEL REGIONALISMO

La respuesta oaxaqueña a este nacionalismo fue la exaltación del regionalismo en la voz de poetas y trovadores como Francisco Hernández Domínguez, Efraín Villegas Zapata y Juan G. Vasconcelos.

Lo que la sociedad oaxaqueña construyó en este periodo fue, por su origen popular y su autoría colectiva, un símbolo maravilloso de identidad: la guelaguetza. Fue entonces que el carácter regional comenzó a tener una fisonomía propia que lo distinguiría de las demás regiones. Todo se volcó en esa búsqueda dentro de uno mismo y descubrimos, cuando no inventamos, nuevos trajes regionales donde las formas, el color y las telas tomaron lo mejor de éste o de aquel poblado. La música no se diga. Se citó al son, al jarabe y al zapateado. Se adoptó como general una imagen de felicidad, cuando no de picardía y sensualidad. Se presumieron frutos de cada tierra y sabores de cada rincón. Cada quien habló en su lengua y se coincidió en un solo lugar, en una sola fecha para hacer de la identidad una fiesta general. El cerro del Fortín era el triunfo simbólico contra el aislamiento geográfico, se convirtió en un faro que orientaría nuestro devenir: unidad, esfuerzo, frutos de la tierra y cantos salidos del alma compartidos entre todos: la identidad oaxaqueña había por fin comenzado a materializarse.
Mujeres de la Chinantla... Sus hermosos trajes lucen a través de "Flor de Piña"


Citemos un solo ejemplo de esta visión de nosotros mismos que no requirió expertos en marketing.

Costa, canción y caricia
borrascosa como el mar,
donde vivir sin amar
la vida se desperdicia.

La costa es pasión que asfixia
tiene el vicio de bailar,
se entrega toda al amar
como una ingenua novicia.

...

Se puso luego un fandango,
un violín y un bajo quinto,
cantaba el negro más pinto
una chilena de rango,
yo la zapatié en un pango
y hasta cimbraba el recinto.


Era la inspiración de Efraín Villegas Zapata. Nadie ha inventado cosa mejor que aquella fiesta. Esto se lo debemos al siglo XX, al periodo de estudio de estos libros cuya música sinfónica de fondo podría ser elHuapangode Pablo Moncayo y se trata de algo más cercano y popular podrían serTortolita Cantadora,Sarape Oaxaqueño,La Lloronay elAndariego...
La imagen de la istmeña inspiró a los muralistas, fotógrafos,
poetas, músicos...



Pero no todo es miel sobre hojuelas. Hacia 1970 se agudizó la decadencia del “sistema”. Junto con el saldo positivo de estas imágenes tenemos que ver aquellas que hoy nos chocan. En estos libros aparecen también, pues son parte de nuestra “identidad”. Me refiero a la fotografía al servicio de los usos y costumbres políticas: los baños de pueblo en giras electorales, los mítines de acarreados y las “masas” sombrerudas apoyando a sus gobernantes que les inauguraban obras públicas, aún cuando éstas nunca se hicieran o se quedaran a medias. Lo importante era el ritual político.

Protestas populares contra el gobierno de Mayoral Heredia
en la ciudad de Oaxaca, en los 50s...

Manifestación estudiantil en la UABJO, en los 70s...



IV.EL SENTIDO DE LAS PORTADAS

Las portadas de la colección son una cátedra por su síntesis gráfica de lo que los autores quisieron mostrarnos como fruto de su propia visión de nuestra historia y geografía.

Para la Costa eligieron una imagen de bonanza. Miles de sacos de café son llevados a un barco para su exportación. Es el momento del triunfo del hombre con su trabajo y es el momento del triunfo de la naturaleza domesticada que rinde abundantemente. En el interior de este libro el lector verá fotografías de heroicos camioncitos cargados de sacos de café desafiando a los rápidos ríos costeños.


La portada de la Sierra Nortesuenacomo suele sonar el gusto de la vida en aquellas remotas montañas. El fotógrafo captura el instante en que una banda mixe saluda a la aurora con sus alientos mientras también el sol saluda a sus hijos ayuuk brillando intensamente en los arcos de latón de sus instrumentos musicales.



En la portada de Sierra Sur se despliega el matriarcado zapoteca. La presencia femenina se expresa con las tres edades de la mujer: niñez, juventud y vejez... Vestidas pulcramente brinca en la imagen el contraste de la desnudez de sus pies que sin embargo no les impide disfrutar un torneo popular al que asisten. El fotógrafo supo ver esta muestra de dulzura maternal que vemos a la izquierda. La mujer ha extendido su olán blanquísimo sobre el piso de tierra para que su pequeño hijo, semidesnudo y también descalzo, esté más cómodo que ella.



La portada de la Mixteca parece un salto a su pasado mesoamericano. Las rudas montañas han sido terraceadas por sus moradores para extraerles maíz aunque el cielo parece regatearle sus nubes de lluvia. Chozas y surcos siguen la ondulante sinuosidad de sus niveles. Despoblada la región desde el siglo 16 por las mortales epidemias, esta portada se vuelve una imagen propia de la literatura de Juan Rulfo. Naturaleza e historia parecen permanecer unidas aquí en silencioso y perpetuo matrimonio, acostumbrado a hacer frente a la adversidad. Dice tanto del carácter mixteco como el espíritu de la letra de la Canción Mixteca: vivir aquí, sobrevivir a esta geografía, podrá ser un trabajo duro, pero es la tierra del sol que alivia al sentimiento.

En el extremo opuesto está la portada del Papaloapan. Río majestuoso que hace fértil a la región y que en el siglo pasado hizo prosperar su economía moviendo el “oro verde” de los plátanos hacia los mercados de Europa y Norteamérica. La escena fue común hasta los años setentas. La panga acarreaba de un lado a otro lo mismo medicinas que guajolotes, sacerdotes y aventureros pues la capital regional Tuxtepec, fue un polo económico muy dinámico que atrajo a cientos de extranjeros inmigrantes. Nótese que el techo de la embarcación no solo cumple su función de proteger de los fuertes rayos del sol al pasaje y a las mercaderías sino que carga de todo. Los hombres usan sombreros jarochos, pero las mujeres –que apenas se ven– portan los trajes que por estas fechas adoptarían como identidad regional al diseñar la profesora Paulina Solís su coreografía “Flor de Piña” para la guelaguetza.




Dos fotografías que contienen toda la estética de las películas de la época de oro del cine nacional ocupan las portadas de Valles Centrales y la Cañada. Es ésta la más heroica. El encuadre del fotógrafo sintetiza el espíritu de la época: cientos de hombres con herramientas rústicas abren una carretera a puro músculo. El progreso es notable y puede apreciarse en la curva que hace la columna humana que rasca el fondo de la cañada. Pero parece que han topado con una piedra gigantesca, obstáculo cotidiano al que no tardarán en reducirlo a polvo. Lo inmaculado de sus vestimentas de manta podría estar diciéndonos que se trata de un ejercicio cinematográfico, quizás con intenciones propagandísticas de los gobiernos revolucionarios, pero el fotógrafo ha conseguido una foto impecable.



Este modo de tomar fotografías como la que ilustra la portada de Valles Centrales, fue popular en las revistas de este periodo. Los cineastas explotaron el recurso aprendido del ruso Sergéi Eisenstein que filmó, sin concluirla, la mítica película “¡Que viva México!”. La estética vanguardista de la época marcaba muy bien el rol protagónico de la Historia –con mayúsculas– que desempeñaban las masas, el proletariado, el campesinado. El juego de diagonales ascendentes que hacen los hombres de los que solo vemos sus sombreros, la partición de la sombra de la luz, casi casi en la proporción áurea, hacen del conjunto una vista llena de energía. La masa agrarista se mueve toda hacia un mismo punto haciendo esta toma tan bella en sí misma, independientemente de su contenido político, pues se trata de una reunión con ese carácter de pobladores de Etla. De todos los volúmenes en éste abundan más fotos que nos revelan cómo se fueron construyendo los “usos y costumbres” del decadente folclor político de Oaxaca: el populismo, el acarreo, el “besamanos”, y el consabido “¡Gracias, Señor Gobernador!, más otros que todos ustedes recordarán mejor que yo en cuanto los vean.


Finalmente tenemos la portada para el Istmo. El fotógrafo ha captado a una hermosa y enigmática joven zapoteca. La foto no pudo haber sido una instantánea porque el fotógrafo ha enfocado cuidadosamente su cámara de modo que la actitud de la modelo luzca a plenitud mientras el fondo se difumina y también el primer plano donde están el paztle, la bandeja y los jicapextles exhibiendo su mercancía. La luz brillante del trópico es la mejor aliada del autor de esta toma. La paisana de grácil figura contrasta con la tosca columna en que se apoya. Es un día cualquiera en un mercado istmeño, pero esta chica tiene un aire de Gioconda. Toda la seguridad en sí misma y el carácter desparpajado de la istmeña le brotan con naturalidad. Es la época en que Frida Kalho ha decidido pintarse a sí misma con trajes de tehuana, queriendo, quizás, personificar este sensual aire femenino al que ella aderezó además con su muy personal glamour. 

El fotógrafo ha hecho click en el instante preciso. Mientras la venta llega ella se entrega a la ensoñación ensimismada... quizás enamorada...


V.CONCLUSIÓN
Como dije ante, este es el banquete visual que me ofreció “Imágenes de una Identidad”. Sírvase el potencial lector una copa de mezcal con la botana típica de su región y piérdase entre sus páginas con gusto y sin prisas... Cuando regrese, no seguirá siendo el mismo. Se lo aseguro.

Claudio Sánchez Islas.
29 de noviembre de 2012.