miércoles, 22 de agosto de 2012

LA GUELAGUETZA DE LOS LUNES DEL CERRO

He aquí un libro interesante por la calidad de sus imágenes. Con motivo de que se cumplió en este año 2012 ochenta de haberse realizado la Guelaguetza –lo que todo mundo entiende por ella–, se publicó este volumen cuya portada es la siguiente

Las dimensiones del libro son 22.5 cm de ancho por 30 cm de alto. Cuenta con 144 páginas, impresas en papel couché mate. La encuadernación es "a la rústica" y el tiraje es de 1000 ejemplares... en efecto, parecen muy pocos, pero...
El editor fue el gobierno del estado de Oaxaca, a través de la su secretaría de turismo. El autor del diseño gráfico y editorial es el profesor Luis Alonso, quien hizo un excelente trabajo para seleccionar las imágenes y colocar algunas a doble página, lo que hace espectacular al libro, pues se trata de fotos inéditas. Aquí pondré sólo algunas.



Sobre los autores debemos mencionar que los textos los escribió Gustavo Pérez Jiménez, quien ya había publicado antes otro libro con el tema de la Guelaguetza, además de estar dedicado ahora a investigar otros aspectos del folclor y la gastronomía locales. Su nombre aparece en la portadilla.

Pero como hablé de autores en plural, el libro no resaltó al más emblemático de ellos en este libro, el fotógrafo don Aarón Pérez Yescas†. Con esta edición se reconoce por fin su autoría en una serie de imágenes que circularon en diversas publicaciones como de autor "anónimo", pero ahora queda claro quién fue el fotógrafo que imprimió en placas de haluros de plata sobre vidrio estas imágenes históricas que conserva su nieto, también fotógrafo profesional, Barak Torres.

En el libro se incluyen imágenes de los archivos de Alfonso Rivas Bañuelas†, también veterano fotógrafo de estudio en esta ciudad; del acervo valiosísimo de la Fundación Bustamante Vasconcelos, donde sus fundadores fueron fotógrafos aficionados con alma de fotorreporteros: el ingeniero en minas don Alberto y el médico militar don Juan. Las imágenes más recientes pertenecen al archivo de la propia Secretaría de turismo.

El índice incluye estos temas:
Capítulo 1. Historia de las fiestas de los Lunes del Cerro.
Capítulo 2. Origen de los bailes de la Guelaguetza.
Capítulo 3. Homenaje Racial.
Capítulo4. Inclusión de la Guelaguetza en los Lunes del Cerro.
Capítulo 5. La fiesta de la Guelaguetza en los últimos tiempos.
Capítulo 6. Programa de la Guelaguetza.
Capítulo 7. El acompañamiento musical.
Capítulo 8. Los trajes regionales.
Capítulo 9. Los Lunes del Cerro en la historia.
Capítulo 10. Fiestas de los Lunes del Cerro. Cronología en diarios locales 1932-2012.

Aquí reproduciré el capítulo3 pues describe cómo se diseñó esto que hoy conocemos como Guelaguetza, pero que entonces se bautizó como "Homenaje Racial"... Naturalmente el sentido de las palabras ha cambiado, el espíritu de la fiesta, las razones de la misma, los personajes y hasta las regiones son hoy distintas a como fueron originalmente imaginadas por los intelectuales de entonces, que se propusieron incluir a Oaxaca dentro de los cánones culturales del "nacionalismo revolucionario".  Hay mucho que escribir aún de Guelaguetza de hoy, pero dejemos que hable el texto original que fue rescatado por este libro y contemplemos las imágenes que nos redondearán el contexto de la famosa fiesta en sus orígenes.



CAPÍTULO III
Homenaje Racial



En 1932, con este motivo se publica una monografía en cuya cubierta dice Homenaje Racial. Argumento para la ceremonia al aire libre con que se celebrará el IV Centenario, que Oaxaca obtuvo la Jerarquía de Ciudad, autores, Doctor Alberto Vargas. Profesor Policarpo T. Sánchez. Alfredo Canseco Feraud. 




Contiene las descripciones siguientes: [Voy a intercalarle para amenizarlo unas cuantas fotos que se incluyen en otras páginas]

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Cuadro Primero
Se trata de una grande y solemne fiesta oaxaqueña; fiesta de la luz, fiesta de color, fiesta de fraternidad y regocijo. Las regiones del estado acuden, lo más simbólica y significativamente representadas, vistiendo sus mejores galas, con sus atributos más preciados y más genuinos, en son de espléndido agasajo, llevando sendos regalos y homenajes para ofrendarlos a Oaxaca, la Perla del Sur, que vive su vida típica y generosa y que en esta ocasión celebra el IV Centenario de su exaltación a la categoría de Ciudad.


Estamos en el teatro de la solemne fiesta; teatro al aire libre, sobre la falda del Cerro del Fortín; arriba, nuestro incomparable cielo azul con bambalinas de celajes y rompientes de arrebol; al fondo, el panorama de la Vieja Antequera, reclinado sobre el macizo montañoso de San Antonio de la Cal y perdiéndose en la lejanía por la verde bocana que conduce al Tule y a los palacios de Mitla; hacia un lado, la hermosa montaña de San Felipe del Agua, y por el otro, Monte Albán, misterioso y enhiesto, y el río Atoyac, corriendo camino de la Costa con sus aguas mansas, en medio de sus vegas siempre verdes y lozanas. Mástiles, grimpolas, banderolas, festones y gallardetes circundarán artísticamente el amplio escenario.
Frente a este escenario, se extienden las tribunas en amplias graderías semicirculares para el público, rematadas en su parte alta por la tribuna o palco de honor. Llega la hora de la fiesta; tarde luminosa de abril, tarde opulenta de nuestros valles, de esas cautivadoras tardes nuestras que parecen estremecerse de tanta vida y que huelen a madreselva y jacaloxúchil.
Las autoridades e invitados de honor ocupan su palco respectivo; las escuelas de niños y niñas, los turistas, los habitantes todos de Oaxaca son distribuidos por las necesarias comisiones, en las tribunas o gradas de cemento, tajadas en pleno cerro y que se usan por primera vez.
En la cercana rotonda de Juárez se dispara un cañonazo avisando que empieza la ceremonia. En tales momentos, por el vomitorio de la derecha del espectador, aparecen los heraldos con las trompetas de la fama y tras ellos, la seductora doncella morena que representa a Oaxaca, con las Siete Diosas de la Fraternidad y los Siete Espíritus del Bien que forman su corte. También la acompañan los típicos charritos y las rumbosas chinas oaxaqueñas, cubiertas de oro y sedas; desfilarán lentamente; a la derecha del palco de honor se hará alto para que charros y chinas canten en orfeón la típica canción del Nito; continuará el majestuoso desfile acompañado por el Dios nunca muere, hasta ocupar su dosel, situado sobre la explanada, al polo opuesto del palco de honor.

El dosel será de palmera, follaje de plátano, paxtle, tepejilotes y rosales en flor. Oaxaca lleva en su tocado el simbólico lirio morado de nuestro escudo. Las Siete Diosas de la Fraternidad están sencilla y artísticamente ataviadas con trajes del tono de los siete colores del iris, y los Espíritus del Bien serán criaturas de seis a ocho años, todos de blanco. Durante el desfile la comitiva irá regando, a diestra y siniestra, abundantes pétalos de flores.
Se pretende que este grupo sea el símbolo hermoso de la ciudad de Oaxaca que en ocasión de su Centenario se dispone jubilosamente a recibir los homenajes de sus hermanas, las Siete Regiones del estado. Para ello se requiere que la representación de Oaxaca recaiga en una hermosa doncella morena de andares solemnes, esbelta de porte, difundiendo felicidad con sus miradas; se necesita que interpreten lo posible que Oaxaca se siente digna y satisfecha por sus tradiciones y glorias, que tiene concepto cabal de su destino y que habrá de resolverlo a fuerza de cooperación y solidaridad; que se regocija de ver y recibir a sus hermanas las Regiones del estado, porque sabe que ello es educar el sentido del acercamiento, de comprensión, de verdadera fraternidad.

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Cuadro Segundo
Instalada la representación de Oaxaca en su dosel, intencionado y artísticamente situado, comienza el solemne desfile de regiones. Aparece la región Mixe: tanto ésta como las demás regiones están presididas por los ancianos venerables que llevan entrambos el bastón de lazos azules, símbolo de autoridad suprema de la región. Es un grupo de hombres y mujeres con sus mejores trajes típicos, llevan matas de café, begonias y helechos a profusión, y canastos de frutas frescas; un grupo de niños izará el emblema del silabario como suprema aspiración regional. Al estar frente a Oaxaca, todos dejarán sus tributos; los ancianos entregarán el bastón, que será recibido con toda reverencia, y la región tomará su respectivo sitio, bien señalado de antemano.

Aparece la Sierra: autoridad al frente. Mujeres y hombres yalaltecos con sus más vistosos trajes de gala, ramos de albahaca y alelí, sendas madejas de pita, cántaros enflorados de sabroso nupi y, señoreando el conjunto, la efigie iluminada de Juárez, levantada por indígenas de la raza pura. Durante el desfile todos irán echando al aire papelillos con la consabida leyenda «El respeto al derecho ajeno es la paz». Harán el mismo recorrido, se inclinarán ante las autoridades, depositarán sus ofrendas y tomarán su lugar, a los alegres sones de la música lugareña.
Entra la Costa: Mujeres morenas llenas de garbo y donaire, vestidas a la usanza con vistosa enagua y camisas bordadas de chaquira y lentejuelas; hombres con su indumentaria y el inseparable machete costeño; canastos de blanco algodón, café, corozo; cantarán sus alegres chilenas y bailarán sus divertidos sones con cantadores que improvisan piropos e ironías.
Aparece la rica región del Valle. Como descubierta desfilará el cuadro animado de la Guelaguetza pintado por el pintor Alfredo Canseco Feraud, con todos sus pintorescos y simbólicos atributos raciales: vistosos sarapes de Teotitlán del Valle, cántaros y juguetes de Coyotepec y Atzompa, jarrones multicolores de loza oaxaqueña, panoplias con espadas, machetes y cuchillos de los Aragón de Ejutla; flores, muchas flores; canastas de pan de Tlacolula, nueces, quesos frescos, y, como final de la comitiva, la vistosa Danza de Pluma, con su acostumbrado baile.
Llega la Mixteca con sus más auténticos tipos regionales; se tejerá la palma por hombres y mujeres durante el desfile; se exhibirán cotones y sarapes de Chilapa y Teposcolula; dorados manojos de trigo, claveles de Tlaxiaco; petates y sombreros adornados; frente al dosel de Oaxaca se entonará la inconfundible Canción mixteca de López Alavez.

Llega la Cañada: Mujeres con enagua de olán, mascada al pecho y el pelo lleno de jazmines; orquesta de salterios y bajos de espiga; cantadores de tonadas y corridos; manojos de arroz, caña de azúcar, sendos canastos de fruta de tierra caliente: ciruela, mango, chicozapote, plátano, naranja; nativos de Huautla, de Mazatlán y la Chinantla con sus primorosos trajes, y sus colchas tejidas a mano; begonias, parásitos, zenzontles, primaveras, calandrias... una pincelada de sol virgen sobre la tierra oaxaqueña.
Cierra el desfile de regiones la del Istmo. Embriaguez de color y de luz. Cálida palpitación de vida, de vida en el cuerpo y de vida en el alma; preludia la Sandunga su motín de notas; aparecen hombres y mujeres con sus lindas indumentarias; trajes de sedas, encantadores trajes sobre cuerpos seductores de mujeres adorables; no se necesitan atributos; oír una Sandunga auténtica y verla bailar como en las Velas sólo se baila, y el símbolo estará completo, sugestivo, atrayente y revelador.

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Cuadro Tercero o apoteosis.
Situadas Oaxaca y las Regiones, se instalará un pequeño teocalli en el centro de la explanada; sobre dicho teocalli una figura en forma de hermoso corazón rojo. Oaxaca tomará su centro, del que penden siete anchos listones que por su color se entregarán a las Diosas de la Fraternidad, vestidas del mismo tono; las Diosas de la Fraternidad se tomarán cada una de la mano de un espíritu del Bien: Oaxaca besará y abrazará a cada diosa al encomendarle la embajada de llevar mensajes de fraternidad y bien a sus hermanas; cuando cada diosa haya llegado a su región, entregará su listón, teniéndolo suficientemente para que todos floten en el aire; las campanas se echarán a vuelo y se dispararán cañonazos...

Éste es el documento —guión— del Homenaje Racial a la ciudad de Oaxaca; en el libro Sucedió en Oaxaca, el historiador Jorge Fernando Iturribarría hace constar que participaron en su elaboración el periodista y escritor Fernando Ramírez de Aguilar (Jacobo Dalevuelta), al que se confió el libreto del homenaje; el pintor Alfredo Canseco Feraud, al que se encomendó la escenografía, y la parte musical le fue encargada al compositor Guillermo Rosas Solaegui.
Este espectáculo se repitió en el año de 1934 en el mismo Cerro de la Bella Vista, con motivo de una reunión nacional indígena a la que asistió el general Abelardo L. Rodríguez, Presidente de la República.
La división en siete regiones obedeció a una política de gobierno muy en boga a principios de los años treinta, cuando se enaltecía el rescate y preservación de los valores indígenas. A esta presentación con entrega de bailes, artesanías y frutas se le llamó posteriormente Guelaguetza, como sinónimo de cooperación, amistad y amor hacia el prójimo.

Hasta aquí el texto publicado.

Siendo esta una edición oficial, lo único malo es que no hemos visto en librerías tan interesante título, pero si usted tiene interés, seguramente en el sitio web de la Secretaría podría hallar la forma de obtenerlo.

Terminemos esta reseña con unas bellas imágenes contemporáneas pues su información gráfica reunida es realmente espléndida y también forma parte del volumen.