Publicamos ahora su índice, el texto de Presentación y uno de sus ensayos, para que el lector pueda conocer mejor tanto al autor como a la edición, cuya portada es la siguiente y muestra a la iguana, que es a la vez alimento e ícono de la cultura zapoteca del Istmo. El color obedece a la idea de que se trata de las aguas del manantial de Laollaga, pequeño y remoto pueblo que quizás aparezca en algún mapa y en donde Víctor halló refugio, paz e inspiración. Cerramos esta entrada con el texto de guillermo petrikowsky yeyes –su "sancho panza"– incluido en la separata donde se recogieron varias anécdotas y sucedidos curiosos ocurridos en el trato cotidiano con De la Cruz y contados por sus propios protagonistas. La portada es la siguiente:
La edición se debe a los afanes de Manuel Matus Manzo, que se encargó de antologar la parte literaria; Francisco José Ruiz Cervantes hizo la parte ideológico-política, de donde tomamos el texto "Las Razones de Juchitán"; Margarita Salazar Canseco, que se ocupó mayormente del texto introductorio; Carlos Sánchez Silva, que metió mano en las cuestiones históricas y lingüísticas y el que esto escribe, que hizo la edición, impresión y encuadernación.
En reuniones que tuvimos decidimos en grupo incluir textos escogidos que reflejaran los intereses intelectuales y sentimentales de Víctor de la Cruz. El resultado es un panorama muy amplio y profundo. Para animar al lector a acercarse a esta obra antológica ponemos el índice:
Contenido
Presentación
Eduardo Martínez Helmes
Rector de la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca
7
Introducción
9
Diidxa bidopa sti... La palabra reunida...
del poeta
15
del historiador
29
del musicólogo
53
del arqueólogo
61
del antropólogo
85
del politólogo
103
del periodista
123
del polemista
139
del lingüista
149
Curriculum Vitae y listado mínimo de su obra bibliográfica,
hemerográfica y conferencial
183
Viene ahora el texto de introducción, que dibuja el escenario completo y al detalle:
INTRODUCCIÓN
La palabra de Víctor de la Cruz Pérez se nos ha de quedar con la perseverancia del tiempo, ya sea como poeta o como defensor de su lengua, como ensayista o como crítico —en el sentido más amplio del término—, como historiador o como literato, como intelectual indígena y amante de la cultura en la que nació, y que se convirtió en el leitmotiv de la mayor parte de su obra. O como el intelectual que se encargó de introducir lo cultural al discurso político, reivindicando así las ideas étnicas de los zapotecos.
Desde nuestra casa de estudios, la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca, y en particular desde el Instituto de Investigaciones en Humanidades, hacemos un sentido traslape en este abecedario de títulos para poner especial énfasis a la letra “M” de nuestra Colección “Las Quince Letras”, pues, como un merecido homenaje al investigador y académico Víctor de la Cruz recientemente fallecido, los miembros del Cuerpo Académico “Historia, Literatura y Cultura de Oaxaca siglos XVI-XXI”, en colaboración con el Mtro. Claudio Sánchez Islas, tomamos la decisión de hacer un cambio repentino tanto en el orden de estas “Quince Letras” como del autor a quien le correspondía el turno. Cabe señalar que el siguiente número de esta colección pertenecía a la letra “L”, misma que será aplazada para acomodar en su lugar, por adelantado, la letra “M”, pues por casualidad —o por alguna inescrutable necesidad— la ilustración de esta grafía contiene una iguana, icónica figura istmeña que bien puede representar no sólo la muy amada patria chica de nuestro autor en cuestión, sino al propio autor.
Quizá sea necesario aclarar que el dedicarle un número a Víctor de la Cruz en la colección “Las Quince Letras” no es únicamente por la alta estima en que se le tuvo, sino por la vasta y original obra que salió de su pluma para cumplir con los rigores de la academia universitaria. Víctor fue un humanista en todos los sentidos, pues su producción abarcó muchas de las disciplinas que forman el cuerpo de las humanidades clásicas: literatura, filología, etnografía, arqueología, lingüística, historiografía, periodismo, traducción, música, entre muchas otras. Por si fuera poco, usó para expandirse en estas disciplinas lo mismo el español que el zapoteco. Este bilingüismo le permitió forjarse un muy particular camino en la vida intelectual, en un país que dista mucho de llevar sus lenguas indígenas a una preferencia en la Silla de la Academia Mexicana de la Lengua, lugar que, sin embargo, Víctor de la Cruz Pérez alcanzó.
Que una antología es caprichosa, lo es, no hay duda. ¿Por qué este texto sí y este otro no? Esa fue nuestra pregunta al integrar este volumen. Sin embargo, decidimos que la selección —no poco minuciosa— fuera por géneros para así poder abarcar los trabajos más representativos —desde nuestro punto de vista—, tratando de rescatar esa mirada que tenía hacia la extensa cultura zapoteca, la prehispánica y la contemporánea. En conclusión, esta selección trata de mostrar el trabajo de Víctor de la Cruz en todas sus facetas. Y por qué no decirlo, nosotros también ensayamos con sus ensayos.
Con el fallecimiento, comienza el ineluctable proceso del olvido, de la valoración o incluso, del mito. Nuestro amigo Víctor de la Cruz cesó su presencia el 9 de septiembre de este año 2015, a poco menos de un mes de cumplir 67 años. Nació el 26 de octubre de 1948 en Juchitán. Nació con su lengua, el zapoteco. Escribió con palabras–nube a la flor y a la historia; refutó al tiempo y a los sueños; estudió y pensó lo que los binnigula’sa’ dijeron y dejaron. Y ello es lo que nos ha ofrecido en una singular herencia escrita.
Decía haber salido de Juchitán hacia la ciudad de México luego de la secundaria, con dos trajes muy bien hechos por sastres locales. Contaba que su madre le puso un alto para que no fuera músico, circunstancia que lo marcó; siguió cantando sólo para estar alegre, y luego hizo investigaciones sobre música y su memoria le prodigó el conocimiento de la música regional y nacional.
Apuntó a la escritura desde el primer momento de su partida de Juchitán al centro cultural del país, la ciudad de México. Todos lo conocimos primeramente como poeta, y de cierta manera como activista: un intelectual crítico de sus circunstancias; hombre de cultura, que lo mismo componía un poema que escribía para un periódico o traducía algún texto al zapoteco. Claro que también su enorme mérito fue haber fundado y dirigido la revista Guchachi’Reza, la Iguana Rajada, revista cuya primera edición vio la luz a mediados de los años setenta del siglo pasado y de la mano del pintor Francisco Toledo. Dos décadas de trabajo continuo hablan de esta publicación que tuvo la capacidad de juntar a una cantidad considerable de historiadores, literatos y artistas plásticos de la talla de Vicente Rojo.
La revista oaxaqueña Guchachi’Reza (Iguana Rajada) constituye un caso verdaderamente excepcional entre todas las revistas culturales editadas en la provincia mexicana. […] combina el enfoque regional con el enfoque de una “minoría nacional” […] El contenido de sus contribuciones, generalmente muy breves (cada entrega, cuidadosamente presentada, reúne en 24 o 28 páginas aproximadamente una docena de textos), puede agruparse en tres grandes áreas temáticas. […] La primera se centra en la presentación de documentos históricos ligados al istmo oaxaqueño, su población y los sucesos de trascendencia ocurridos en esta región. […] Un segundo grupo de textos se refiere a la lucha intelectual y política contra las formas actuales de opresión y dominación. […] [en] el tercer grupo de textos, […] se confrontan visiones del mundo, de la vida y del hombre. […] Guchachi’Reza no es solamente un elemento interesante e importante para lectores de otras partes de nuestro país, sino también y sobre todo un estímulo para buscar caminos paralelos.
Como se puede apreciar, en este pequeño extracto de un artículo que publica Esteban Krotz en la revista Nexos, Guchachi´Reza está considerada como única en el país; además, aún no ha perdido vigencia: hoy día se puede consultar en internet, plataforma muy merecida a Guchachi , y en este tenor, hacemos segunda a lo que en su momento señaló Krotz:
…merecería una difusión más amplia y, ante todo, recursos suficientes para la investigación socioantropológica que la alimenta. Así podría constituirse en el foro de un auténtico intercambio cultural, marcado por los intentos de regeneración crítica de culturas subalternas en su enfrentamiento con las culturas dominantes y sus esfuerzos de apropiación destructiva.
De este modo es como De la Cruz se dio a la tarea de abrirse a otras regiones revitalizando el discurso indígena. Fue en esa etapa en que varios de los que hoy integramos este Cuerpo Académico comenzamos a colaborar con él. Víctor de la Cruz Pérez obtuvo el grado de doctor por la Universidad Nacional Autónoma de México, bajo la tutela del Dr. Miguel León–Portilla (y miembro emérito de la Academia). Acontecimiento inusitado por el valor a la cultura, al habla, a la tradición oral. Un reconocimiento desde todas nuestras lenguas originarias que, sabemos, son una riqueza entre los oaxaqueños; igual que para la literatura, el arte y la creación. La cereza del pastel fue haber alcanzado el más alto mérito intelectual a nivel nacional: ser nombrado miembro en la Academia Mexicana de La Lengua por sus aportes a la lengua española y zapoteca. Especialmente al zapoteco del Istmo de Tehuantepec, y a la escritura bilingüe.
Los pueblos en general respetan y reconocen a sus personajes, por su voz y sus hechos, que sobresalen en sus diferentes actividades de su lengua, su cultura, su arte y su historia, porque con ello elevan su espíritu y dicen lo que son. No siempre en México sucede esto, pero entre los binnizá la tradición dicta que así sea, los impulsa y ellos se esfuerzan por corresponder, y así el tiempo se encarga de mantenerlos en nuestra memoria.
Nuestro autor comenzó como poeta, y esta antología abre sus páginas de esta manera. Elegimos diez poemas, entre ellos el que más lo identifica: Cuando con tus ojos busques /ya no me encontrarás/. Sentido poema “desamoroso” que advierte una tajante distancia, cuando eso tenga que ocurrir. Cierra esta sección el poema El tren, mismo que nos llevará por las siguientes estaciones de esta antología. La siguiente parada es una muestra de su labor como historiador; en ella incluimos la introducción al extenso trabajo que elaboró sobre el general Charis, personaje que, en palabras de Víctor, “jugó un papel fundamental en la unificación ideológica y movilización popular de los zapotecos del sur del Istmo por rescatar su territorio étnico en manos de los carrancistas”. Esta introducción es inédita. Da cuenta de la actualización constante de datos y análisis con que enriqueció aquel libro que publicó en 1989 sobre el tema, pero corresponde al manuscrito que queda a la espera de una segunda edición.
Continuando con esta travesía intelectual, es indudable que su gusto por la música, particularmente la del Istmo, lo llevó hasta el afamado Chu Rasgado, autor de una de las más célebres canciones del repertorio popular oaxaqueño: “Naela”. En este texto, Víctor nos advierte sobre la existencia de otras canciones de este compositor, conservadas inéditas, para que no sufran la suerte de “Naela”, la cual ha sido adjudicada a otro autor.
La siguiente estación de este recorrido, es su visión como antropólogo, misma que avala en este texto, también inédito, que es una ponencia que preparó para la presentación del libro Panorama arqueológico: dos Oaxacas, coordinado por Marcus Winter y Gonzalo Sánchez Santiago. En este texto, que leyó en público el 18 de julio de 2014, hace hincapié en los aciertos de estas investigaciones, pero también señala las fallas tanto de carácter arqueológico como ético respecto al ensayo que considera doblemente polémico: “La cueva del Rey Kong Oy”, afirmando el desfase temporal en el que sitúan los hallazgos localizados dentro de estas cuevas, por un lado, y, por el otro, la difusión en el ciberespacio —sin el consentimiento de los mixes de San Isidro Huayapan— de fotografías de las esculturas contenidas en la cueva.
Pitao Peeche: Dios jaguar de los zapotecos es nuestra siguiente parada, donde podremos disfrutar su punto de vista antropológico en una disertación sobre la influencia del arte olmeca en la evolución de la máscara del jaguar de los dioses de la lluvia mesoamericanos: Chac de los mayas, el Tajín del norte veracruzano, el Tláloc de la altiplanicie central y el Cociyo de Oaxaca. Explica cómo los atributos del dios jaguar Pitao Peeche, dios tutelar de los binnigula’sa, están presentes en el dios de la lluvia Pitao Cociyo.
Y, en este mismo tenor, también elegimos su texto Ti Libana Nucaachi’Lu, un discurso matrimonial escondido, en donde transcribe y traduce del zapoteco al español la letra de una canción que versa sobre una ceremonia matrimonial zapoteca donde le dan el humo de copal a dios, explicando este acto como esotérico o literario de los binnigula’sa, lo que le hizo buscar más sobre los sermones matrimoniales tradicionales, encontrando éste donde no lo esperaba: en la memoria de su padre.
Su visión como politólogo la encontramos en Las razones de Juchitán. Retomando las palabras de Francisco José Ruiz Cervantes: “escrito con pasión y desde una perspectiva clasista, De la Cruz sostiene que los acontecimientos en Juchitán tienen una raíz añeja, que la rebeldía de los zapotecas del Istmo no es algo que surja de la noche a la mañana, sino que viene de lejos…”
La siguiente parada advierte a Víctor de la Cruz en su fase de periodista, con una sabrosa entrevista que sostiene con el pintor Rufino Tamayo, donde se puede apreciar el amor que sentía Tamayo por la cultura istmeña. También incluimos dos breves crónicas: una donde narra su viaje a Tuxtla y otra donde cuenta una noche de juerga con el músico Jorge Fernando Hernández, que fuera la penúltima para el músico. Cierra esta sección su disquisición sobre El pajonudo, para pasar al Víctor polemista donde acepta el reto hecho por don Andrés Henestrosa, paisano suyo, para traducir al español un poema de “dificilísima interpretación”. Al responder al buscapiés De la Cruz hecha mano de la retórica clásica. La elegancia y contundencia de su respuesta hizo brillar como pocas veces la polémica entre dos zapotecas sobresalientes. La traducción “dificilísima” se desenreda en las manos del lingüista, pero se torna en oro en las del poeta, prueba de su dominio tanto del diidxazá como del español.
Y para la última estación elegimos al Víctor lingüista con el discurso que pronunció al ingresar a la Academia Mexicana de la Lengua: Las literaturas indígenas mexicanas, mismo que fue respondido por el Dr. Miguel León–Portilla, donde ambos hacen hincapié en que las literaturas indígenas aún no han sido aceptadas como parte de la literatura y cultura mexicanas.
Con el ánimo de facilitar al futuro estudioso de la vida y obra de nuestro autor publicamos el Curriculum Vitae y listado mínimo de su obra bibliográfica, hemerográfica y conferencial, con datos aportados en su gran mayoría por él mismo, a manera de prontuario, pero también nos deja ver la extensión de sus intereses intelectuales. Sin dejar de mencionar nuestra relación como amigos y cofrades, incluimos un breve anecdotario, en donde también se encuentran las aportaciones de otros amigos y contemporáneos suyos, donde cada uno, de puro corazón, sacamos de nuestra memoria —o de nuestros archivos del correo electrónico— una pequeña parte de la convivencia que tuvimos con Víctor. Así, reunimos nueve textos que desnudan lo chispeante de su carácter. Anexamos estos textos como una separata al libro.
En resumen, Víctor de la Cruz Pérez es un poeta y un humanista a la altura de una cultura nacional. Este reconocimiento se lo damos por su vasta obra original, por su muy particular estilo literario que quedó impregnado en sus escritos y porque celebramos su largo andar por la rigurosa vida académica. Por eso le brindamos un homenaje con este florilegio correspondiente al tomo M de “Las Quince Letras”. Su discurso cierra esta antología, pero para nosotros abre el corazón de la palabra. Ojalá que el viento lleve a las flores este murmullo, y esta vez florezcan por quien ha dicho de ellas muchos versos, y a nosotros nos prodigue su hálito. De los muchos homenajes nosotros optamos por lo escrito, lo que al hermano le parecería bien: leer su obra en torno a las islas de los libros.
Oaxaca de Juárez, Oaxaca. Noviembre, 2015.
Leamos ahora uno de sus ensayos más leídos en el debut de los años ochentas y apreciado por la claridad que ofreció sobre la rebeldía política juchiteca en un momento en que la sociedad de esa ciudad chocó de frente con el Estado nacional, que contratacó a través de los medios de comunicación en una inolvidable y canalla ofensiva de desprestigio hacia los juchitecos. Víctor puso en claro su espíritu históricamente contestatario con el siguiente tenor:
Las razones de Juchitán
Fuente: Cero a la izquierda, suplemento cultural
del periódico Hora Cero, Oaxaca, Oax., año II, No. 35,
21 de diciembre de 1981, pp. 4-6.
Presentación: En esta ocasión dedicamos íntegro el espacio de Cero a la izquierda al ensayo que Víctor de la Cruz nos entregara recientemente.
Escrito con pasión y desde una perspectiva clasista, De la Cruz sostiene que los acontecimientos en Juchitán tienen una raíz añeja, que la rebeldía de los zapotecas del Istmo no es algo que surja de la noche a la mañana, sino que viene de lejos. Creemos que en estos momentos en que la burguesía istmeña despliega sus gastados pendones, la publicación de este trabajo es algo necesario, urgente.
La Redacción.
Plantear la cuestión de Juchitán en términos puramente políticos es empobrecerla demasiado, que es a lo que han querido reducirla las autoridades y los voceros del sistema vigente. Plantearla exclusivamente a partir de las categorías clásicas del marxismo de lucha de clases o problema nacional es aún no acabar de comprenderla, porque en realidad tiene elementos para analizarla a partir de ambas categorías conjuntamente; es decir: no plantearla a partir de una y después desde la otra. El enfoque que nos puede llevar a la comprensión de la interrogante tiene que ser dialéctico, combinando los dos puntos de vista. Sin embargo, el manejo del concepto “nación” en estos casos conlleva muchos riesgos, porque algunas veces se usa como sinónimo de estado, y en la teoría marxista no se llegó a profundizar en el mismo, definiéndosele más bien negativamente por contraposición entre “nacionalismo burgués e internacionalismo proletario”; así, con lo cuestionable que resulta este último al chocar con una realidad más terca en Asia y Europa, la nación abarca una amplia gama de grupos humanos con diferencias cuantitativas y cualitativas entre sí. Esta imprecisión ha hecho que también los grupos indígenas americanos rechacen encuadrarse en dicho concepto, como en el caso de los indígenas colombianos reunidos en el VI Congreso del Consejo Regional Indígena del Cauca: “El concepto de ‘Nacionalidades Indígenas’ contrasta con la posición de los indígenas que ven cómo: ‘la lucha que se lleva a cabo no debe aislarse de las luchas de los demás sectores explotados”.
El concepto grupo étnico o etnia, proveniente de la literatura antropológica, me parece el adecuado para designar a lo que habrá sido la “nación zapoteca” en la época prehispánica, de la cual formaban parte los zapotecos o binnizá de Juchitán. Y así, en este acercamiento a la cuestión juchiteca, la base del análisis será al grupo étnico, en el cual se tratará de rastrear el origen histórico de la lucha de clases como factor de transformaciones revolucionarias, hasta llegar a la comprensión de la situación actual.
A reserva de profundizar alguna vez en la situación social de la nación zapoteca, las contradicciones que había en ella, las consecuencias de éstas y el papel que pudieron haber desempeñado en la crisis que sufrió esa cultura que dio fin a su período clásico; se puede decir ciertamente que los zapotecos del siglo XVI que encontraron los invasores españoles no formaban una sociedad igualitaria. Dicha sociedad estaba estratificada y la formaban por lo menos cinco estamentos, categoría sociales o “linajes” como los llamó fray Juan de Córdova en su Vocabulario: En la cúspide de la pirámide social estaba el linaje de señores grandes, llamados en zapoteco tijocoquij o simplemente coquí; seguía el “linaje de señores como caballeros” llamados tijajoana; después el “linaje como de hidalgos” que se llamaban tijajoánahuini o tijacollóba; enseguida el linaje de populares o labradores: Tijapéniquéche; y al final una especie de cimiento de la pirámide, “que a poco y nada subió”, al cual metafóricamente se nombraba tijacicanicalayña.
La invasión española simplificó la estratificación social de la nación zapoteca. Después de desbaratarla junto con su cultura y destruir algunas pirámides de piedra que encontraron, los españoles subieron a la cima de la pirámide social como opresores de todos los zapotecos a quienes explotaron como vasallos, ya sea del rey o de Hernán Cortés, sin importarles su categoría social anterior.
Las difíciles condiciones a las cuales tuvieron que enfrentarse los grupos étnicos mesoamericanos a partir del momento de la consumación de la invasión española, y al hecho de que las relaciones de un pueblo con otro estuvieran en manos de los españoles, hicieron que los pueblos indígenas se replegaran en sí mismos y se desligaran de sus vecinos, aliados y parientes; dedicado cada uno por su lado a reunir tributos, defenderse de la política colonialista y defender sus tierras comunales.
“En esa forma, a pesar de los cambios demográficos y de las congregaciones y reducciones a que se forzó a muchas poblaciones indígenas, la política española en relación a la administración y gobierno de las comunidades indígenas fue muy clara: fomentó la vida comunitaria autártica y autocontenida. [...] Esa política fragmentó a la sociedad indígena y aisló estructuralmente a cada una de las pequeñas comunidades, originando en principio su lucha creciente a través del tiempo por el reconocimiento como una unidad política en sí, que prolongándose hasta la actualidad nos da una realidad de 572 municipios en el Estado de Oaxaca, según el censo de 1960.
Los zapotecos de Juchitán no fueron la excepción en estos casos. Entre 1603 y 1604 se les congregó con los de Ixtaltepec en San Jerónimo Ixtepec. En la tercera década del siglo XVIII se sabe que no tenían tierras. Se las había arrebatado fray Francisco García de Toledo, cura de Tehuantepec, quien alegaba que eran de cofradías dedicadas a ciertos santos; y no comunales, “dejándolos perecer sin poder sembrar cacao ni otros de los fructos de el país con que se mantienen y pagan los tributos”.
El 6 de diciembre de mil setecientos treinta y seis iniciaron los Juchitecos formalmente la batalla legal por la restitución y titulación de sus tierras comunales, asesorados por un tal licenciado Manzano y encabezados por el gobernador y alcaldes del pueblo: Bernabé Nicolás, José Sánchez y Lorenzo de la Cruz, respectivamente. Dieciséis personas dieron su testimonio ante las autoridades de la Real Audiencia de la Nueva España, en el sentido de que las tierras eran de comunidad y de que aproximadamente veinte años antes se habían quemado los títulos en la casa del escribano al incendiarse el pueblo; entre los testigos que comparecieron en el juicio de información se encontraban indios zapotecos y mulatos ixtaltepecanos en mayoría, indios huaves de Santa María y San Dionisio del Mar, españoles residentes en la región; y aún había más, pero el gobernador y los alcaldes los consideraron suficientes para que les fueran restituidas sus tierras y bienes de comunidad.
Aunque de las constancias del juicio se desprende que los juchitecos cultivaban cacao, esto no quiere decir que las tierras y las condiciones climatológicas de Juchitán en aquel entonces fueran favorables para ese cultivo; si lo cultivaban se debía la imposibilidad de conseguirlo en la costa chiapaneca, porque los excedentes que obtenían en sus tierras y en el mar —si es que tenían excedentes— iban a dar a las arcas reales y de la iglesia; y porque, si no todo, por lo menos la mayor parte de las cosechas del cacao del Soconusco eran embarcadas a España para que sus majestades y amigos tomaran chocolate.
El diferente grado en que cada pueblo asimiló la colonización española hizo que Juchitán se distanciara de Tehuantepec; pues mientras en el primero, por sus condiciones ambientales inhóspitas, hubo poca afluencia española y por lo mismo la colonización fue débil; en el segundo, por sus mejores condiciones ambientales, la población europea fue numerosa, levantándose una barrera de poder y cultura hispánica que acabó por cortar casi por completo toda comunicación entre los juchitecos y los zapotecos del valle de Oaxaca. Y si a lo anterior agregamos que para los juchitecos actualmente Oaxaca se hace presente sólo como agente del ministerio público, policía judicial, policía rural (azules), juez, recaudador de rentas, agentes de tránsito; es decir, impuestos y represión, las relaciones por el lado oaxaqueño no resultan nada agradables.
“Después del reflujo de la irrupción conquistadora, quedó en el Istmo una limitada presencia española y una población indígena muy disminuida”; esto último por efecto de la despiadada explotación a que fueron sometidos los indios y las epidemias que les contagiaron los españoles. Las autoridades indígenas, según Tutino, de simples intermediarios entre los españoles y las comunidades “se convirtieron con frecuencia en ganaderos, ingresando en la economía española para mantener su categoría superior dentro de la sociedad indígena” en el lapso que va de 1560 a 1740, mientras la mayoría de los indígenas tendría tierras suficientes para cultivar. Este supuesto risueño panorama tal vez fue el de Tehuantepec; pero en Juchitán precisamente al final de ese período los indios zapotecos ya habían sido despojados de sus tierras, las cuales luchaban por recuperar, y no podían dedicarse a sus cultivos, porque el cura ministro de Tehuantepec no los dejaba en paz a pesar del juicio de restitución y titulación que habían promovido y ganado, y las penas que se le imponía a mediados de 1737 para que los tratara con consideración.
La relativa marginalidad colonial que habrían gozado los indios de Tehuantepec no la gozaron los juchitecos como hemos visto; más aún se agravó su situación con una segunda irrupción hispánica mucho más numerosa que entró en la región con motivo de la introducción del cultivo en gran escala de la cochinilla y el añil, destinados a los mercados textiles europeos.
Los juchitecos, que no conocieron la estabilidad en la tenencia de la tierra que supuestamente gozaron los zapotecos tehuantepecanos, al iniciarse la vida independiente del país no vieron disminuir sus problemas, al contrario: aumentaron los enfrentamientos con el eje formado por las elites de comerciantes oaxaqueños tehuanos al ser vendidas las Haciendas Marquesanas, que colindaban con sus tierras, por los herederos de Hernán Cortés al milanés Esteban Maqueo. Los juchitecos que a fines de la colonia manejaban su propio comercio de telas y sales que llevaban hasta Guatemala, con el inicio de la independencia y la creación del nuevo estado de Oaxaca fueron despojados de sus salinas, las cuales se concedieron en monopolio para su explotación a un tal Francisco Javier Echeverría. El robo de su ganado por los administradores de las Haciendas Marquesanas, despojo de sus tierras y salinas, impuesto de capitación, en fin la presión y la represión de la vallistocracia hicieron a los juchitecos rebelarse al mediar el siglo XIX contra las autoridades estatales, encabezados por José Gregorio Meléndez.
La versión que da Benito Juárez García, el gobernador del estado, de los acontecimientos en su Exposición al Congreso del Estado el 2 de julio de 1850, es la siguiente:
Sería largo describiros el estado de inmoralidad y desorden en que desde muy antiguos tiempos han vividos los moradores de Juchitán. Bien sabéis sus grandes excesos, no se os ocultan sus depredaciones bajo el régimen colonial y los atentados cometidos contra los agentes del Gobierno español. No ignoráis que en el tiempo del Gobierno central, se burlaron de la fuerza armada que el poder general destinó para reprimir sus crímenes, derrotándola y causándole pérdida, burlando a sus jefes y despreciando a sus autoridades locales. Testigos habéis sido de estas escenas de sangre y de horror…
Desde que me encargué del Gobierno en 1847, comencé a recibir nuevas quejas de los dueños de las salinas y de las Haciendas Marquesanas, reducidas a que los vecinos de Juchitán, a pretexto de que les pertenecían estas fincas, los hostilizaban incesantemente robándoles las sales, matándoles sus ganados y causándoles toda clase de perjuicios. También recibía quejas de las autoridades sobre que el pueblo de Juchitán se negaba al pago de la capitación, protegía al contrabando de los efectos que se introducían por el rumbo de Chiapas, y que entregados sus vecinos a la embriaguez y a la vagancia, no sólo vivían en el desorden, sino que prevalidos de su número se burlaban de las autoridades que intentaban corregirlos.
Benito Juárez, el indio oaxaqueño, el indio zapoteco, no sólo defendía a las instituciones que sobre la vida de los indios habían levantado los conquistadores, no sólo validaba los despojos de los bienes de sus hermanos y el impuesto de capitación que le cobraban los españoles; en nombre de semejantes actos y en defensa del “derecho” de conquista de los invasores perseguía a los zapotecos de Juchitán. ¿A título de qué Hernán Cortés, sus herederos de Monteleone y Terranova y el comprador Esteban Maqueo se hicieron dueños de las tierras de los zapotecas del Istmo? “El Marquesado surgió dentro de los lineamientos de la encomienda como la autogratificación que se dio Cortés a los méritos ganados en la conquista”. Si las salinas costeras del Pacífico no habían tenido nunca antes un propietario, ¿por qué entonces sólo debía explotarlas un extraño llamado Francisco Javier Echeverría y no sus originales usufructuarios, los zapotecos y los huaves? “El gobernador Juárez se veía presionado también por los mercaderes oaxaqueños propietarios de las Haciendas Marquesanas”.
¿Por qué debían seguir pagando los zapotecos un impuesto establecido por invasores? En el año de 1844 el partido de Juchitán pagaba al gobierno del estado 1,916.0 reales por conceptos de impuestos de capitación, mientras que el partido de Tehuantepec teniendo el doble de la población sólo pagaba 1,367.6 reales.
Por luchar contra su situación colonial después de la “independencia” los juchitecos vieron incendiado su pueblo el 19 de mayo de 1850. Juárez lo explicó al ministro de Relaciones Interiores y Exteriores de México, quien le había pedido explicaciones, en los siguientes términos:
Este (incendio) fue causado por los fuegos de las tropas que batieron al faccioso Meléndez, comunicado a algunos jacales por la acción del norte que soplaba y concluido con la desaparición de este fenómeno. Las casas de Juchitán son de palmas, los fuegos de fusilerías y artillería obraron a las orillas del pueblo, sitio que el enemigo eligió para batirse, y estas circunstancias y la del viento dominante no podían producir otro resultado.
Quien conozca Juchitán, o quiera conocerlo, ha de saber que el “norte” sopla en la llanura ístmica de octubre a febrero “y marzo otro poco”; de abril a septiembre el calor y la falta de aire son igualmente temibles. Pequeñas mentiras de los héroes. ¿No del benemérito heredó la familia revolucionaria su forma de gobernar y su lenguaje para explicar la represión? José C. Valadés contesta a nuestra interrogante:
Sin poder acercarse, pues, al porvenir, Juárez no previó los abusos de autoridad que se podían suceder en el país. La autoridad que se dio a sí mismo y que legaría a otros presidenciados en nombre de la paz y la estabilidad del Estado, no pudo ser más efectiva.
Este insistir sobre el principio de autoridad que constituyó una palmaria enajenación de los derechos democráticos, se acentuó al pasar el poder a manos del general Porfirio Díaz; ha corrido rutilante a través de los presidenciados llamados revolucionarios, con el grave mal de que la praxis del principio juarista no se convirtió sólo en un modo de gobierno, sino en el meollo mismo del Estado Mexicano.
La conclusión a la cual llega John Tutino de que: “Los juchitecos aprovecharon la debilidad de las elites durante la guerra con Estados Unidos para resarcirse de la invasión de su control secular sobre un recurso natural” tampoco parece estar suficientemente documentada; porque, de haber sido este el factor más importante para el estallido de la rebelión, la oportunidad de los juchitecos para resarcirse de los daños que les causó la represión juarista no tardó en presentarse con la invasión francesa. Los zapotecos de Juchitán, San Blas Atempa y los otros pueblos indígenas que los acompañaron en el levantamiento de 1849, no sólo combatieron en la causa de la república en las filas de Porfirio Díaz valientemente, también ganaron una batalla el 5 de septiembre de 1866, decisiva para que las fuerzas reaccionarias e invasores no continuaran su marcha hacia los estados del sureste como Chiapas y Tabasco, cuando en el país no había ninguna autoridad y Juárez fue arrinconado con su carruaje en Paso del Norte.
Los juchitecos esperaron hasta que se disipara totalmente la tormenta de la intervención francesa para continuar sus reclamaciones sobre la propiedad comunal de las salinas, a principios de 1868, ante el ya presidente de la República Benito Juárez por conducto del gobernador del Estado, Félix Díaz, y recurriendo a las influencias del general Porfirio Díaz, en cuyo ejército habían combatido a la reacción del eje Tehuantepec Oaxaca y a las fuerzas imperialistas. Pero a estas alturas los indios ya habían sufrido una agresión aún más grave proveniente de los próceres liberales: el decreto de desamortización del 25 de junio de 1856, que no sólo desbarataba para bien los bienes de manos muertas del clero; para mal desmembraba la propiedad comunal de los indígenas, dejándolos indefensos ante la voracidad del capitalismo primitivo mexicano.
A las viejas cuentas que tenía el país independiente con los indios se había agregado una más. Los juchitecos no querían perder la calidad comunal de sus tierras, para lo cual acuden al “influjo y los buenos sentimientos” del general Porfirio Díaz a favor de los ocursos que el municipio... dirige al presidente de la república. Por otro lado quieren aprovecharse de los impuestos que tenían que pagar, solicitando se les conceda “el permiso de seis años de capitación para obras de beneficencia pública”. Benito Juárez, presidente de la República, rectificó lo que había hecho como gobernador del estado en el caso de las salinas, resolviendo a favor del pueblo de Juchitán la propiedad de las lagunetas en litigio desde noviembre de 1843. Los juchitecos se sienten agradecidos a Díaz por la parte que tomó en el negocio.
Para mediados del año de 1870 los juchitecos querían otra vez su separación del estado, como habían estado un tiempo antes de la constitución de 1857, aunque sea con las armas en las manos, porque no se resignaban a pagar el viejo impuesto de capitación “como por las circulares que dicen que no se tocan las campanas y otros puntos más delicados”, tal como previene Apolonio Jiménez a Porfirio Díaz, a quien pide consejos como persona de confianza para que le diga “relativamente” lo que debe hacer en lo particular, “y a más el pueblo de Juchitán está muy sentido por el C. Gobernador porque lo ven muy desconocido, sin ningún mérito por sus servicios prestados a la causa nacional”. Díaz no hace caso a la carta de Jiménez. Más tarde los juchitecos se levantarían en armas contra el gobernador Félix Díaz, quien los reprime a sangre y fuego incendiando otra vez Juchitán y roba al santo patrón del pueblo, San Vicente Ferrer. El Chato Díaz hizo que los juchitecos buscaran otra vez su separación del Estado de Oaxaca, no secundaran a su hermano en el Plan de La Noria en su mayoría y se volvieran lerdistas cuando Porfirio Díaz se levantó en armas con el Plan de Tuxtepec.
Siguiendo la causa de Porfirio Díaz con el Plan de La Noria el Chato perdió la gubernatura del estado; la alianza de juchitecos y blaseños bajo las órdenes de Benigno Cartas le dio alcance en enero de 1872, en donde Apolonio Jiménez lo ajustició, cobrándole los daños que había causado a Juchitán. Díaz comenzó su dictadura en el país teniendo a la mayoría de los juchitecos en la oposición y aquellos que lo siguieron, derrotados en Buenos Aires cerca de Arriaga, Chiapas, se exiliaron en Tehuantepec, donde permanecieron hasta mediados de mayo de 1877 cuando pudieron regresar en paz a Juchitán, una vez que Díaz se arregló con la mayoría del pueblo reconociendo a sus autoridades y los juchitecos reconocieron al Plan de Tuxtepec.
La ley de desamortización del 25 de junio de 1856, que atacó el sistema de tenencia de la tierra indígena, benefició a los descendientes de los inmigrantes europeos que habían llegado a Juchitán a mediados del siglo XVIII para dedicarse a la explotación de los colorantes textiles cultivados en el Istmo; y la unión, mediante el matrimonio o simples concubinatos, de estos comerciantes extranjeros con los comerciantes zapotecos originó, aparte del mestizaje biológico, un proceso de aculturación de los europeos, quienes fueron asimilados por la sociedad juchiteca; mientras que en el seno de ésta se acentuaba un proceso de diferenciación clasista. Producto típico de este tipo de relaciones fue Rosendo Pineda, hijo de un francés de apellido Delarbre y Cornelia Pineda; y ejemplo del orgullo de esta nueva clase social extranjerizante son las dos “velas” o fiestas que dedican las familia Pineda y López para lucir su diferencia de clase y rivalidades étnicas, en lugar de las tradicionales fiestas de origen prehispánico, como Guzebenda, Guelabe’ñe’, Igú, etcétera. Fue esta minoría aburguesada la que permaneció fiel a Porfirio Díaz en sus levantamientos de La Noria y Tuxtepec, de 1871 y 1876; derrotada en Buenos Aires, Chiapas, y exiliada en Tehuantepec hasta mayo de 1877, fue tomando el poder político en Juchitán en el transcurso del porfirismo con la ayuda de su hijo predilecto Rosendo Pineda, conocido como el “eje de diamante” de ese régimen. Miembros de esta elite se dirigieron a Porfirio Díaz, apenas éste asaltó el poder, para criticar a las autoridades locales, pedir el regreso de los exiliados en Tehuantepec y algo más congruente con su posición de clase, pero en contra de su comunidad: consideran despojo la restitución de las salinas al pueblo juchiteco, solicitando al dictador que se devuelvan a la “honrada” familia Echeverría a la cual consideran víctima de las autoridades municipales.
Conocidos como “los científicos” en el país los porfiristas formaron el “partido verde”, que en 1882 se encontraba ya en armas contra la tiranía porfiriana. El jefe político del distrito, coronel Francisco León, reprimió a los juchitecos insumisos desterrándolos a distintas partes de la república, pero principalmente a Quintana Roo y Valle Nacional, Oax. Los juchitecos seguían con la carga del impuesto de capitación, con el problema de las tierras y las salinas y en 1911 una gota más volvió a derramar el vaso. Electo gobernador del estado Benito Juárez Maza, hijo del benemérito, apenas estrenado el nuevo gobierno de Francisco I. Madero después de treinta años de dictadura, aquél comenzó su gobierno reafirmando el viejo estilo de su padre, que había continuado Porfirio Díaz. Nombró como jefe político de Juchitán a Enrique León, sobrino de aquel Pancho León que había hecho construir el palacio municipal a punta de pistola y había desterrado o enterrado a tantos inconformes. Los juchitecos no soportaron más y el 2 de noviembre de 1911 se levantaron en armas encabezados por el licenciado José F. Gómez, un miembro de la burguesía zapoteca quien dando la espalda a su clase se decidió a luchar por las reivindicaciones de su comunidad.
Asesinado Che Gómez el 5 de diciembre del mismo año de 1911 cerca de Rincón Antonio, hoy Matías Romero, por órdenes de Benito Juárez Maza, cuando el líder se dirigía a la ciudad de México para dialogar con el presidente Madero y plantearle las demandas juchitecas, sus seguidores, divididos en varios grupos, siguieron merodeando en los alrededores de los pueblos del Istmo o peleando como soldados en las facciones que había en el país, hasta que Heliodoro Charis Castro tuvo la virtud de agruparlos e incorporarlos a la facción obregonista. A partir de la década de los años veinte hasta el 26 de abril de 1964 en que murió el general Charis, éste fue indiscutiblemente el líder más importante de los juchitecos. Para que le fuera reconocido su grado y los de sus seguidores, Charis negoció con el obregonismo hecho gobierno, y en vez de levantar las viejas demandas de la comunidad las mediatizó, negoció o reprimió. Los problemas agrarios y de las salinas fueron ocultados o desvirtuados y la rebeldía de los juchitecos se redujo a la cuestión del ayuntamiento municipal. Por lo menos querían nombrar a sus autoridades locales, pero también esto se les negaba. En 1931 el gobernador del estado, Francisco López Cortés, impuso como presidente municipal a Juan Cheno en contra de la voluntad popular y la del general Charis, quienes sostenían a Fidel Sandanga. Ante la intransigencia del gobernador por reconocer al presidente por ellos electo, los juchitecos se levantaron en armas encabezados por dos jóvenes profesionales de la medicina, Roque Robles y Valentín S. Carrasco. Sin ninguna experiencia militar ni la esperada ayuda del general Charis, el levantamiento fue rápidamente reprimido y asesinados los dos médicos el 21 de mayo de 1931.
Apenas murió el viejo general el gobierno de Adolfo López Mateos destapó la caldera antes de que estallara, y así, el 17 de junio de 1964, dictó la resolución sobre reconocimiento y titulación de bienes comunales de Juchitán y los otros pueblos con quienes tenía problemas de límites. Esta vez quienes reaccionarían ya no serían los zapotecos pobres, sino los ricos aliados con extranjeros que habían aprovechado la corrupción y complicidad de la “familia revolucionaria’’ para acaparar las tierras comunales y monopolizar la explotación de las salinas. Se formó un comité llamado de pequeños propietarios con asesoramiento legal e influencia en el Distrito Federal y entre las autoridades locales se organizó una campaña para engañar a los juchitecos diciéndoles que el gobierno les iba a quitar sus tierras; surgieron líderes populistas con lenguaje seudorregionalista que aprovecharon la coyuntura para ascender en la escala económica, política y social; se controló finalmente el problema en forma momentánea con la llegada al poder de Gustavo Díaz Ordaz y su ínclito Jefe del Departamento Agrario, don Norberto Aguirre Palancares. En su visita al istmo el candidato se hospedó en la casa de un médico de la burguesía regional, aprovechando la oportunidad “los pequeños propietarios” se le pusieron de rodillas, le presentaron bellas juchitecas ataviadas con el típico traje regional y grandes centenarios colgándoles entre los protuberantes pechos. Conmovido hasta las lágrimas, don Gustavo Díaz Ordaz ordenó a su súbdito agrario que extendiera títulos a los comuneros el 22 de febrero de 1966, se implementara una nueva vela llamada Layú, fiesta organizada con gastos del erario público y siendo su primer mayordomo el mismísimo presidente de la república. Salió perdiendo la comunidad y ganaron, claro, la burguesía local y extranjera; porque, aparte de que se les reconoció la ilegítima posesión de las tierras acaparadas, fueron quienes manejaron el dinero para la celebración de la “fiesta de la tierra” durante los tres años en que hubo “mayordomo” con dinero del pueblo.
1964 marca el inicio de la bonanza de los neolatifundistas: “Sobre el cauce del río Tehuantepec, un ejército de obreros y maquinaria pesada levantó una hermosa represa hoy llamada “Benito Juárez” —ironía del destino, que costó mínimamente cuatrocientos cincuenta millones de aquellos pesos y terminada en 1964—. Con los títulos en las manos extendidos por la familia revolucionaria para la familia revolucionaria, con el poder municipal y el comisariado de bienes comunales en los brazos, con el Banco de Crédito Rural a unos pasos; todo parecía marchar viento en popa sobre las lubricadas y modernas ruedas de la agricultura capitalista: se tomaron o dieron en arrendamiento por unos cuantos pesos las tierras de los zapotecos sin crédito, los presidentes municipales construían sus casas o la de sus amantes en lapsos que variaban de tres años a tres meses, los agricultores norteños o locales metidos en el negocio levantaban cosechas de arroz y sorgo, y con los bolsillos repletos de dinero se iban o quedaban para invertir en casas, terrenos, granjas, etcétera. Pero abajo de la pesada maquinaria estaba el campesinado sin tierras o con tierra, pero sin dinero para cultivarla, quienes se quedaban con la sal que subía a la piel de la tierra en los arrozales; se quedaban con las deudas municipales, los impuestos, las espaldas dobladas en las salinas. Casi diez años duró la bonanza antes de que surgiera la COCEI en 1973, producto de la inconformidad histórica de los zapotecos, y ahora la alternativa de lucha para la recuperación de las tierras, las salinas y la cultura en manos de una burguesía extranjera o extranjerizante.
Finalmente publicamos solo uno de los testimonios de sus amigos. Escogimos el de Guillermo Petrikowsky porque pinta de cuerpo entero no sólo a Víctor, sino también a Petrikowsky, poeta y periodista hoy dedicado en su natal Juchitán a reparar radiadores automotrices que llegan a sus manos con la lengua de fuera, pero una de las almas más nobles que han habitado las tierras zapotecas:
guillermo petrikowsky reyes
Instinto de pájaro
—Iremos a Ixcuintepec —dijo Víctor, acomodando sus trebejos en las maletas.
—No conozco esa ruta —contesté. —Espero no perdernos.
—No te preocupes, tengo el sentido de orientación como el de un pájaro —contestó.
Mientras la plática oreaba el ambiente, Víctor acomodaba en las maletas, cámara, productos naturistas para todos los males y dolencias —reales e imaginarios—, fármacos prescritos, libretas y otras menudencias para un viaje que sólo duraría un día. Pero, como todo hombre previsor, se proveía de productos indispensables contra cualquier contingencia: botanas, bocadillos, golosinas, cervezas, vinos, refrescos, galletas, enlatados.
—Procuremos irnos lo más temprano posible. Hay que pasar a la casa de Laollaga para dejar instrucciones a la señora que la cuida, para cuando regresemos —indicó Víctor.
Subimos las cosas a la land rover y me despedí.
A las cinco de la madrugada del día siguiente, partíamos hacia Ixcuintepec.
El viaje serviría para comprobar algunos datos para un ensayo que estaba escribiendo, comentó.
En Laollaga dejó las aludidas instrucciones.
Desayunamos en Guevea de Humboldt. Y después de abastecernos con suficiente combustible, continuamos el viaje. Rodó el vehículo sobre una carretera de terracería en buen estado. Un clima agradable. Una naturaleza pródiga. Y pocos señalamientos carreteros.
En un cruce de caminos, advertimos:
—Memoricemos, para no desviarnos, al regresar.
Llegamos a buena hora a Ixcuintepec. Recorrimos algunos lugares.
Cubierto su objetivo, buscamos un sitio donde comer para, de inmediato, regresar.
La comida, acompañada de generoso vino, provocaron la natural somnolencia en Víctor, quien, ya en ruta de regreso, cabeceaba. Y sorbeteaba el vino, para no sucumbir a los encantos del sueño, arrullado por la marcha del land rover.
Perdí el rumbo. Cuando le pregunté qué lado agarrar, en la encrucijada, contestó: “el izquierdo”. Obediente y creyendo en su pajaruno instinto de orientación, aceleré la marcha.
Media hora después en medio de otro paisaje, llegamos a otra población.
—¡Víctor, despierta, agarramos otro camino!
—¡Ja, chambón!. Te dije que veníamos mal! Date la vuelta y, ahora sí, tomas hacia la izquierda…
Nos quedamos viendo y, al unísono, nos soltamos una estruendosa carcajada.
septiembre 23. 2015. juchitán, oax.
Los editores solicitamos a sus amigos hacer el retrato hablado del Doctor Víctor de la Cruz y enviárnoslo para esta edición. Se publicaron en un librito adjunto que resultó muy ameno. Memo petri (kowsky), por cierto, jamás usa mayúsculas en sus textos... lo aclaramos para que no vayan a reclamarnos nada en tan interesante edición que pertenece a la afamada colección Las Quince Letras, vehículo [todoterreno] bibliográfico del Cuerpo Académico "Historia, Literatura y Cultura de Oaxaca siglos XVI-XXI" perteneciente al Instituto de Investigaciones en Humanidades de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca.
Por cierto, todo aquel que desee tener este libro, puede solicitarlo directamente con ellos, en su domicilio de Av. Independencia 901, Centro Histórico de la Ciudad de Oaxaca, ya que los libros se hacen para los estudiantes de las preparatorias de la UABJO, con objeto de brindarles elementos de lectura interesantes y sólidamente académicos.
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