La portada del libro es la siguiente:
Este volumen puede conseguirse en la Escuela de Medicina o solicitándolo a través del correo electrónico siguiente: marso2025@gmail.com
Enseguida viene le texto con que presenté tal volumen. La foto de contraportada, que es muy interesante porque en ella se da pormenor de una reunión en donde coincidieron varios ex rectores, más la Rectora en funciones, doctora Leticia Mendoza. Por último una instantánea que al término del evento académico quedó "para el recuerdo". Va pues, mi texto:
Una foto histórica para nuestra UABJO.
LA
PEDAGOGÍA DEL DOCTOR ODAVÍAS
Los
libros que ha escrito y publicado el Doctor Odavías Martínez
Soriano, y que me ha concedido el privilegio de imprimir y
encuadernar en Carteles Editores, son tres. Los dos primeros tomos
tratan extensamente la historia de la Escuela de Medicina de la
UABJO, de la cual es hijoi.
El actual tomo (Líderes históricos de la Universidad Autónoma
“Benito Juárez” de Oaxaca”) pone a disposición de sus
lectores mucho más que la historia de la Máxima Casa de Estudios en
el estado. Vistos en conjunto sus tres libros, salidos de las prensas
desde 2012 hasta hoy, me revelan a un investigador acucioso, que a
través de su obra editada nos está mandando un mensaje que rebasa
el ámbito escolar. Dicha intención autoral, expresada en su prosa
prudente y objetiva, es un acierto, pues desea despertar en el lector
una actitud reflexiva sobre el futuro de nuestra Universidad, porque
tal es el recurso filosófico de la historia cuando se le demanda que
sirva para algo.
Hablar
de universidades en el mundo equivale a hablar de las maneras en que
pensadores y académicos de una época determinada, deciden trazar el
que creen sea el mejor camino hacia la modernidad por donde la
sociedad deba dirigir sus pasos. Naturalmente, dicho camino debe de
pasar a través de sus aulas. Esta mecánica –simplificada por mí–
es la fuerza motriz de las épocas. Los cambios generacionales suelen
ser una de sus más claras expresiones. Adquiere relieve con las
ventajas que nos da la tecnología. El contexto socioeconómico
muchas veces la disfraza para mal o para bien, pero no es posible ver
su evolución “en tiempo real” si no es a través del recuento
historiográfico. Este ensayo tiene esa misión: hacernos ver, como
si fuese la película completa, la biografía de la Universidad
oaxaqueña, narrada por ella misma desde el momento de su nacimiento
en 1955.
La
estructura editorial de la obra se sostiene en la reproducción de
las actas del Consejo Universitario, cuyos originales forman el
valioso archivo documental de la institución. Por ello, este libro
será una valiosa herramienta para aprovechar el aforismo socrático
del “conócete a ti mismo”. El punto de partida es el quiebre de
paradigmas intelectuales que ocurren en 1955, cuando el Instituto de
Ciencias y Artes asciende a Universidad. Llegar a ese punto no fue
sencillo. Los intelectuales y profesores del Instituto, cuyos nombres
vienen en estas páginas, tuvieron que contra argumentar las tesis de
quienes se preguntaban ¿de veras Oaxaca necesita una universidad?
El
Instituto se había fundado en 1827. Fue en su momento, la vanguardia
de la modernidad de una sociedad que reconocía por primera vez los
derechos del hombre, entre los cuales estaba el de recibir una
educación de calidad gratuita y laica, sin prejuicios de raza o
clase social. Había sido posible gracias a la germinación de las
ideas que había sembrado el cura y General Morelos cuando tomó
Oaxaca en 1812. Por ello, en su origen, abundaron en la cátedra los
presbíteros y ex seminaristas republicanos. El Instituto de Ciencias
y Artes de Oaxaca forjó entonces, en medio del caos que fue nuestro
siglo XIX, la más increible generación de liberales que consolidó
los cimientos de la nación mexicana.
Hubo
sin embargo un intento anterior de crear la primera Universidad del
Sur. El obispo de Antequera–Oaxaca don Diego Felipe Gómez de
Angulo recibió la silla catedralicia en 1745ii
y al año siguiente ya estaba mandando oficios a Madrid hasta que
obtuvo del rey de España licencia para crear aquella primera
universidad en 1752, año en que fallece Gómez de Angulo y el
proyecto “topa con la Iglesia”, literalmente... El obispo nacido
en Burgos, España, quien además era abogado, había asumido el rol
de ser el portavoz de una búsqueda de modernidad para Oaxaca cuando
en ese entonces ésta gozaba de una prosperidad económica como
nunca, gracias a la exportación de grana cochinilla. Los ricos
comerciantes peninsulares y criollos ilustrados de Antequera–Oaxaca
sufragarían los costos de aquel colegio superior, pero se opuso al
plan el alto clero de la capital del virreinato en cuyas manos estuvo
la entonces Pontificia Universidad de México... Sus togados no
tuvieron necesidad de desperdiciar mucha saliva ni resolver mayores
silogismos para darle un rotundo no al rey. Era improcedente fundar
una univesidad en Oaxaca por “no poderse hacer dicha fundación en
la forma que se propone, no ser necesaria, ni conveniente, y ceder
totalmente en perjuicio así de esta universidad, como de los
estudios de este reino”.iii
Por
tales años del siglo XVIII se estableció en Oaxaca la que fuera la
tercera imprenta de la Nueva España. Las dos primeras estaban
trabajando en las ciudades de México y Puebla. ¿Para qué se
querría tener una imprenta en nuestra ciudad entonces? Para hacer
folletería catequética y papelería utilitaria, desde luego, pero
sobre todo para hacer libros. Así que estaban dadas las condiciones
materiales para que hubiera nacido aquella primera Universidad del
Sur, pues podría disponer de la reproducción de libros para sus
escolares.
Parece
ser el sino de nuestra Alma Mater tener que batirse como leona ante
las adversidades económicas, pues si en el siglo XVIII cuando hubo
“carne” algún monseñor nos hizo tropezar diciéndonos que era
“vigilia”, cuando por fin se funda el Instituto –por decreto
oficial en 1827– lo hizo en plan de menesteroso dependiendo de las
finanzas públicas estatales que estaban quebradas. Pese a todo ello,
cuánto bien hizo a Oaxaca desde entonces.
No
es muy distinta ni distante la situación socioeconómica y política
de 1955 cuando para modernizarse, el Instituto entrega la estafeta a
la Universidad que adoptó desde el inicio el nombre de su ilustre
alumno y profesor, el licenciado don Benito Juárez. En las páginas
de este libro el lector hallará todas las circunstancias y razones
esgrimidas en el seno del Consejo Universitario, por las cuales el
Benemérito es nuestro Rector Supremo. La intelectualidad de mediados
del siglo XX no solo anhelaban ser modernos, sino precisar y aclarar
el rumbo ideal que la naciente institución debía seguir para
cosechar los buenos frutos de tal modernidad. Es la época en que
nacen su escudo y su himno actuales y resuena en su campus la
oratoria clásica, a la manera de Cicerón. Hay buenos ejemplos de
ello en estas páginas. Aunque han pasado décadas, aquel ejercicio
dialéctico expresado por sus profesores en ceremonias de mucha pompa
y circunstancia, conmoverán al lector contemporáneo por su calidad
argumentativa y la destreza de su metáfora. Todo eso y más se
hallará en estas páginas. Pero también encontrará las horas
críticas, aquellas en que la vorágine de sus crisis internas y el
caos de contextos externos adversos cobraron vidas universitarias,
mancillaron su buen nombre y dejaron en los puros huesos su brillante
pasado histórico. Por estar sustentada en las actas de los consejos
universitarios, vienen los nombres y apellidos de quienes actuaron de
una u otra forma entre los años de 1955 y 2004. Aunque se han
publicado otros libros sobre la historia de nuestra Máxima Casa de
Estudios, éste se caracteriza por llevar al lector a las fuentes
documentales por un camino sin atajos y empleando la mínima
subjetividad interpretativa. He aquí uno de sus valores
bibliográficos.
Pero
así como no solo de pan vive el hombre, la universidad no solo vive
de aulas. Libros y universidades tienen una larga amistad fraternal.
Puesto que me dedico a hacer libros, permítanme recordar un poco de
ello a propósito de esta edición de 680 páginas, que puso al
límite la capacidad técnica de nuestra máquina encuadernadora. En
la segunda mitad del siglo XV, los libreros, impresores y
encuadernadores de libros iban a instalarse alrededor de las
universidades, muchas veces subsidiados por éstas. En la Europa
renacentista donde nacía una universidad, fuera católica o
protestante, allí florecía el oficio nuestro, además del comercio
de libros usados. El estudiante que pasaba de año, vendía su texto
al librero que lo revendía al alumno que recién ingresaba, pero a
un precio menor, por ser de segunda, tercera o cuarta mano... En
cuanto pudieron las universidades fundaron sus propios talleres pues
la demanda crecía y los profesores escribían los textos que
sustentarían en las aulas. La imprenta había nacido en Maguncia y
había impreso por primera vez la Biblia en 1450. Desde entonces nos
han llovido bendiciones a los que nos dedicamos a este oficio, pero
es interesante recordar lo que se pensaba en el siglo XV al respecto:
“La imprenta que acaba de descubrirse en Maguncia es el arte de las
artes, y la ciencia de las ciencias. Un número infinito de obras que
muy pocos estudiantes podían consultar hasta ahora en [la
universidad de la Sorbona de] París, en Atenas y en las bibliotecas
de otras grandes ciudades universitarias, se ha traducido ahora a
todos los idiomas y se ha divulgado por todas las naciones del mundo”
iv
Honra
la portada de este volumen la efigie de un Juárez triunfante pero
ecuánime. La historia de cómo llegó a ese patio esta escultura
está incluida en este libro. A mí solo permítaseme recordar que el
segundo oficio del nuestro Rector Supremo fue el de encuadernador de
libros, tras su afortunado fracasado en Guelatao como pastor de
borregos. Encuadernar libros a mano, como lo hizo el niño Benito
debió enseñarle secretos que años después le serían muy útiles.
Por ejemplo el de la firmeza que a través de la pericia de sus manos
el encuadernador debe darle el hilo, a las páginas frágiles pero
ordenadas de un libro, para que pese a la rudeza o torpeza con que se
le manejare, no se le desencuadernara.
Recuerdo
en mi niñez, que alrededor del Edificio Central de la Universidad,
estuvieron las imprentas y librerías, papelerías y fotocopiadoras
que prosperaban surtiendo de novedades a aquel provinciano universo
intelectual de oaxaqueños del siglo XX. Está por escribirse este
paisaje universitario–libresco de entonces, pero baste decir que
aquella noble tradición de académicos, autores y lectores, sigue
floreciendo. Este libro se inscribe en esa antigua amistad entre
universidades y libros, autores y lectores, no cabe duda.
Conocía
al doctor Odavías Martínez Soriano a mediados de los 90s. Entonces
se desempeñaba como Secretario General de la Universidad. Cuando
entré por primera vez a su oficina y tomé asiento frente a su
escritorio, tuve que estirarme para poder verlo detrás de una
montaña de papeles en trámite. Él tuvo que hacer lo mismo para
verme, pues ambos somos chaparritos. Resolvimos ponernos de pie y
arreglar el caso de unas invitaciones que necesitaba
“urgentísimas”... Vivía nuestro autor al servicio de la
Universidad al ritmo de un trajín agitado a cualquier hora del día
y la noche, pero eso le hizo ver a su Alma Mater desde otras
perspectivas, como son las del servicio al alumnado, la de la
administración de documentos oficiales, la de las relaciones
institucionales con todo el mundo exterior al campus, pero sin glamur
ninguno, y a esos afanes agréguense los de las grillas que nunca
faltan.
Pero
mucho antes el doctor Martínez, cuyo origen mixteco fue muy modesto
(Zapotitlán Palmas, Huajuapan de Léon, 1946), como alumno halló en
las aulas la redención de su condición de marginado socioeconómico.
Por ello no olvida el rol importantísimo del buen maestro que
transmite en el salón, con palabras y gises no solo los datos, sino
los valores culturales de la humanidad que se cultivan en toda
universidad de generación en generación. El alumno debe aprender
los rigores de las ciencias, la importancia del método, todo ello
objetivo, pero también debe imitar la ejemplaridad de sus maestros:
es decir el espíritu de grupo, de servicio y de sacrificio, forjarse
una conciencia cívica que le repita que tiene un deber para con la
sociedad que sostiene a la escuela que le alberga temporalmente.
Conocimientos y virtudes van de la mano en los campus universitarios.
Por
ello es digno de celebración que el doctor Odavías Martínez
Soriano, autor y protagonista durante algunas décadas en la UABJO,
nos ofrezca estas páginas con el afán, creo yo, de decirnos a los
universitarios: así es como llegamos a este punto, así fue como se
picó piedra, de esta manera tropezamos y de esta otra nos pusimos
nuevamente de pie, aunque con mucho sacrificio. Entérate y
reflexiona como hijo de la Universidad Autónoma “Benito Juárez”
de Oaxaca, por favor, conócete a ti mismo.
Claudio
Sánchez Islas.
Carteles
Editores.
10
de julio de 2017.
Notas:
1.
Tomo I: “Grandes maestros de la enseñanza de la medicina en
Oaxaca: 1827–1954”, publicado en 2012 y el tomo II: “La
enseñanza de la medicina en la Universidad Autónoma Benito Juárez
de Oaxaca, 1955–2010, de su consolidación a su acreditación”,
publicado en 2014).
-
“II Plan Diocesano de Pastoral, 2016–2020. La nueva evangelización. Arquidiócesis de Antequera–Oaxaca”. Oaxaca. 2016. p.21)
-
Traffano, Daniela. “De educación superior en Oaxaca en el siglo XVIII”, en Testimonios del Cincuentenario”. UABJO–Fundación Harp Helú Oaxaca. Oaxaca. 2006. pp.13- 26).
-
Febvre, Lucian y Henri Jean Martin. La aparición del libro. FCE–Conaculta. México. 2005. p. 198.
En el orden acostumbrado: Porfirio Santibáñez Orozco,
Odavías Martínez Soriano y Claudio Sánchez Islas.
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