sábado, 10 de diciembre de 2011

EL IMPORTADOR DE ILUSIONES Y DECEPCIONES...

El amenísimo libro que nos ocupa hoy tiene estos "forros" que aquí muestro abiertos como puertas, estando a la derecha la "portada" o "primera de forros" y a la izquierda la "contraportada" o "cuarta de forros"... En medio queda una línea tipográfica vertical que es el "lomo".


El subtítulo ayudará mucho mejor a ir entendiendo esta composición de portada:
Historia de una cántabra: Doña Lydia Gómez García.


La mujer de rostro alegre que ocupa la "cuarta de forros" es doña Lydia. Cántabra se refiere a la región española de donde es originaria: Cantabria, ubicada en un macizo montañoso que forma la cornisa norte de España, teniendo a su diestra a Galicia y a su siniestra al País Vasco.

Doña Lydia ha sido, desde que yo era niño, una presencia cotidiana en las calles del Centro Histórico de Oaxaca, fácilmente identificable por su modo de vestir tan español, quizás tan andaluz, pues usaba para ir a misa una peineta muy alta en su cabeza y un mantón negro y largo que la hacían lucir muy distinta al resto de oaxaqueñas que caminaban por las banquetas de las calles de la avenida Independencia. De por sí ella es más alta que el común y además siempre iba flanqueada por dos jóvenes, sus hijos, uno más alto que el otro, que era más bien levemente obeso.

Así los recuerdo pues les vi ir y venir por nuestras calles ya que doña Lydia vivía (y vive aún) a la vuelta de la que fue mi casa (altos de la pastelería La Vasconia, en la novena de Av. Independencia), es decir, en la primera calle de Reforma... Y en efecto, siempre me pareció que sonreía, tal como aparece en la foto de la "cuarta de forros".
¿Cómo no iba a sonreir si era esposa de uno de los hombres más ricos de Oaxaca?

¡Pues las apariencias engañan! O quizás reía a pesar de esa circunstancia tan personal... Leer el libro nos recuerda la "condición humana", esa marca de origen que no cubre la ropa ni lava el agua con jabón ni el tiempo ni la escuela borran...

Por "condición humana" me refiero a aquellas conductas que nos igualan a cualquier otro hombre o mujer  que hayan vivido en este planeta, sin importar la época: la avaricia, la ambición, la crueldad, la violencia y la ignorancia, opuestos al amor, a la fraternidad, a la solidaridad y a la hospitalidad, por citar unos cuantos.

El libro es un acierto más del historiador Manuel Esparza (INAH-Oaxaca) en su serie "Cuéntame una vida". Ya nos había obsequiado en un formato similar la vida y aventuras de don Fortuna Harp comerciante hasta el final, (Centro INAH-Oaxaca y Carteles Editores, 2008). Hombre de mucho éxito económico y político hacia los años 50-60s del siglo pasado. Don Fortunato (tío de don Alfredo Harp Helú), como doña Lydia, nos cuentan en primera persona su vida, examinada cuando han llegado ya a la penúltima estación de su vida. Esparza ha sabido sintetizar esa visión que los ancianos, aún lúcidos, hacen de su origen étnico, del paisaje de su infancia, de las vicisitudes del amor, de las tristezas de la vida, de los encantos del éxito y del trabajo sin descanso, todo en pos de una ilusión...

Es gracias al estilo literario que emplea Esparza que estos libros de su serie "Cuéntame una vida" resultan amenísimos, al grado de iniciar la lectura para no querer soltarla hasta el final. Además gozan de una estructura tan eficaz que el recorrido es tan ágil como si se tratara de un reportaje periodístico y no de lo que en realidad son: historia.

Para corroborar lo siguiente reproduzco aquí el inicio de este libro. Se trata del capítulo I, sólo un fragmento...:


I


EXTRAÑO A MI VACA LA GALLARDA



"¡Hale, hale Gallarda hija de puta…!" Y la mujer rió tan fuerte que hizo levantar la vista al hombre que leía en la tumbona a unos metros de distancia. El viento alborotaba el cabello de esa dama que llevaba buen rato recargada en la veranda del crucero viendo abajo el mar. Ese Mediterráneo que ella había leído que no siempre tuvo agua, hace unos seis millones de años fue una gran cuenca seca hasta que se volvió a abrir la esclusa natural de Gibraltar. Las gaviotas acompañando a ese hotel flotando le recordaban la primera vez que vio el mar en Santander. Sólo los que han nacido entre montañas saben por qué tanto las extrañan cuando sólo ven planicies hasta donde la tierra se curvea. Pero esa masa moviente y rumorosa que es el mar produce un solaz semejante al que da la oración ante el altar de una iglesia sin gente en una tarde lluviosa, o la paz de un atardecer cuando flotan islas inmensas blancas con jirones rojos sobre un fondo azul.

La memoria de aquel puerto la llevó a recordar a su vaca y a su cría la Gallardina. ¡Qué presencia de animal!, siempre caminado como si quisiera embestir cuanto obstáculo se hallaba enfrente. Ella era una niña entonces de escasos diez años que sacaba a pastar el ganado y les gritaba y azuzaba como siempre oyó que lo hacían los gañanes. Qué vida más difícil aquella, se decía, y tan absorta en sus recuerdos estaba que no se percató que un hombre se había acercado atraído por sus risas. Este llevaba buen rato observando a esa figura de mujer ya madura, alta, maciza, muy erguida, y tenía curiosidad de verle la cara.
Hola, dispense, pero la oí tan alegre que creí que abajo estaba sucediendo algo…
Qué va a suceder, nada más hay agua.

La mujer miró de frente al hombre y apartándose de él pasó casi rozándolo sin añadir palabra. De ojos cafés claros, cejas espesas, cara alargada, sin maquillaje, pelo negro detenido por atrás con una peineta, aretes, collar, anillos y pulseras de oro. De reojo el hombre vio el busto firme bajo un escote pronunciado. No pudo menos de seguirla con la vista hasta verla desaparecer por una escalera hacia la cubierta de las piscinas en el último nivel de ese edificio flotante.

La vio luego sentada con dos hombres que bebían refrescos. Los hombres tendrían casi la edad de ella o un poco menos, medio calvos, altos y uno con barba. Cuando uno de ellos se levantó acompañándola, el pasajero, ya con una curiosidad que apenas controlaba, no dudó en bajar y acercarse al que aún sorbía refresco y hojeaba un libro grande con fotografías a color.
Después de unas palabras cualquieras le preguntó quién era esa señora tan elegante, y aquel hombre de más de cuarenta y tantos años respondió como lo hace un niño al que le preguntan que con quién anda: "Es mi mamá". El tío se quedó de una pieza, se estaba imaginando que uno sería el esposo y el otro un pariente o quizá viajaban en trío como sucede en esos cruceros. Más se intrigó con la respuesta, era el tono de un infante en cuerpo de hombre maduro
–¿Qué lees?— se animó a preguntarle sin reflexionar que estaba tuteando a un desconocido, pero fue el "mi mamá" tan puro, tan inocente, que inconscientemente lo hizo dirigirse al otro como se hace con un menor de edad.

Así fue como aquel viajero solitario deseoso de hacer contacto con alguien, con alguna mujer que se sintiera con tanta soledad como él, se enteró por medio de Miguel y Tino que al rato llegó a la mesa a acompañar a su hermano, que también eran de México como él y que después del crucero irían a España a visitar parientes en el norte de donde era su "mamá".
De lejos se acercaba la dama de negro, se paró a cierta distancia a observar al que estaba con sus hijos viendo las fotos del libro de los pueblos de la Cantabria. Era un señor de la edad de sus hijos, delgado, bastante alto, de abundante pelo rubio, de cara con hendiduras verticales en los cachetes que le daban cierto parecido a Clint Eastwood. Todo un tipo, pensó para sus adentros y arreglándose la blusa se dirigió a donde estaban. Tino le presentó a Pedro, y ella sin responder se inclinó a ver qué foto estaban viendo. Inmediatamente sentándose se animó:

Eso es Potes, esa es la Torre del Infantado donde está el municipio. Ese puente es nuevo, el viejo lo dinamitaron los comunistas.

Y como si se conocieran de tiempo atrás los cuatro inclinados sobre el libro oían las explicaciones de esa mujer tan espontánea que casi era otra a la que había medio tratado Pedro hacía poco tiempo antes viendo el mar.

Tomándose un respiro la misteriosa señora de pronto sintió necesidad de presentarse:

Como dicen ustedes los mexicanos, los españoles somos muy brutos, me llamó Lydia Gómez García, creo que ya os conocéis.



Esta es una foto que aparece en el libro. Doña Lydia
acompañada de dos de sus hijos, abordo de un Crucero...


El contenido del libro es el siguiente:

ÍNDICE


I Extraño a mi vaca La Gallarda
II La parentela
III El refugio mexicano
IV Desnudando a la familia
V Tanto va el cántaro al agua…
VI Que hable Tino
VII Mi gente
VIII Lylia asediada
IX Malos augurios
X Cría cuervos… y comprarán autoridades
En la azotea de la vida



PRESENTACIÓN DEL LIBRO
Doña Lydia, cuando yo le veía pasar frente a mi casa, era una mujer guapa, de facciones muy distintas a las de mis paisanas. De piel blanca, alta, peinada a la moda, con guantes que le llegaban hasta los codos, bolsos y vestidos elegantes, carrazo con chofer a la puerta, servidumbre uniformada, marido más chaparrito que ella, invariablemente de traje de casimir y corbata, con sombrero de fieltro... Uno diría que se trataba de gente de "sangre azul" y para acabarla de amolar ricos españoles... es decir, en aquellos años de mi niñez yo no veía más que el "cliché"... Pero no es así, más bien, no ERA así.

Doña Lydia deja en claro que de sangre azul no tiene ni la más remota gota, pues se identifica como una mujer hija de campesinos muy pobres que sobrevivían en las montañas de Liébana soportando el frío, comiendo papas y raíces y explotando para el autoconsumo su pequeño hato de ganadería. ¿Escuela? Ni pensar, pues no sólo eran pobres sino que ella, además, era mujer... ¿Hospitales? Menos. ¿Bancos? ¿Qué es eso? ¿Carreteras? Sólo brechas de herradura... En fin, doña Lydia, a diferencia de otras paisanas suyas que arribaron por aquellos años a Oaxaca (los 1940s) nunca se creyó "de sangre azul ni milloneta" ni se asumió como tal, según nos revela.

Lo curioso del caso es que su marido, que era su pariente, provenía del mismo pueblo de Piasca y tuvo un origen tan humilde como el suyo, pero su trabajo y dedicación le llevó al éxito económico a través de la famosa y muy antigua tienda de textiles y ropas El Importador de Oaxaca, pero el hombre –supongo yo–nunca superó sus traumas de una infancia llena de limitaciones, al contrario, entre más dinero llegó a amasar, más avaro se volvió y eso hizo que a su esposa, doña Lydia, le hiciera pasar estrecheces absurdas... En mis lecturas infantiles aprendí dos modos de leer la tacañería: a)El Periquillo Sarniento, de J.J. Fernández de Lizardi y b)Oliver Twist y David Copperfield, de Charles Dickens... para expresarlo en términos bibliográficos. No se diga la célebre trilogía de Un cuento de Navidad, con Mister Scrooge...

Las penurias de una millonaria –si me es permitida la metáfora– ocupa buena parte del texto, pero no solamente eso. Doña Lydia tuvo la pena de perder un hijo a manos de un ex empleado que le asesinó y sepultó su cadáver en una de sus mismas propiedades. El drama personal incluye a otro hijo con quien disputa la herencia del marido. La protagonista narra como siempre topó con una maraña de juzgados burócratas y "poderosos" políticos que han frenado hasta el día de hoy que la justicia se pronuncie en su caso. 


Pese a todo, doña Lydia no deja de ser risueña y liberal, identificándose con la gente más sencilla –es madrina de cientos de muchachos y muchachas de origen modesto– y la más discriminada por los prejuicios de la "clase alta": los homosexuales. También apadrinó una vela de "muxhes", los célebres hombres de Juchitán que nacieron en un cuerpo equivocado, aunque eso no les impide ser glamoros@s y orgullos@s...


En suma, "una vida contada" que llama la atención por los elementos de prejuicio, avaricia, ignorancia, violencia doméstica, discriminación, etcétera que, estamos "acostumbrados" (es un decir) que le ocurran a las mujeres oaxaqueñas, especialmente si son indígenas y pobres, pero ¡qué lejos estábamos de escuchar que una vecina de esta ciudad, española y ciertamente con recursos económicos, alzara su voz para exponer su experiencia. No cabe duda que es valiente doña Lydia y su libro hace añicos los clichés sociales del Oaxaca que nos toca vivir. La burguesía local no suele "sacar sus trapillos al sol", lo cual no quiere decir que sus mujeres, jóvenes o ancianas, no estén expuestas a los abusos de los hombres de su misma condición socioeconómica y las discriminaciones de género y aún la discriminación que el Estado –sus instituciones y leyes, usos y costumbres– se emperra en mantener vigente. Ya está en marcha por cierto el movimiento local ¡Totalmente Indignadas! que ha señalado el creciente número de feminicidios en Oaxaca. Entre diciembre de 2010 y noviembre de este año, acusó, han sido asesinadas 88 mujeres... simplemente porque eran mujeres.


Tocó presentar el libro hace unas semanas en la Biblioteca Margarita Maza a Ángeles Romero Frizzi y a Luz Estela Camargo Quiñones, y fue ocasión para escuchar unos cuantos "paso dobles" y beber una copa de vino.

Luz Estela Camargo, doña Lydia y Ángeles Romero F.


Firma de libros...

La autora dedicando su libro...




Un excelente trabajo de Manuel Esparza. Bien escrito y con mucho trasfondo... y si me lo permiten, muy a lo Dickens, es decir, muy vívido el retrato de doña Lydia y su época. Un libro es un maestro, siempre se aprende algo de él...
Está a la venta en las librerías de la ciudad de Oaxaca: Grañén Porrúa, Proveedora Escolar, Educal y en la Joyería Pepe.


Postdata. Por cierto, se extrañará el lector, ¿por qué un libro se vende en una joyería? Pues resulta que los propietarios de este establecimiento apoyaron económicamente con los costos de edición, pero no es eso lo que nos interesa reseñar aquí, sino que se cita en el texto como entrañable amiga de la autora a otra mujer emblemática del Oaxaca de los 50s y 60s y a la que conocí, pues era amiga de mi padre. Se trata de doña Catalina Cortés viuda de Rueda, a quien le llamaban cariñosamente doña Catita. 
Esta mujer, muy delgadita de cuerpo, es coautora también de la imagen turística que todavía se explota en Oaxaca y jugó un papel relevante en el diseño y comercialización de la joyería moderna de acentos estéticos oaxaqueñistas, tomando como modelos de belleza a las joyas mixtecas, las más suntuosas que han producido los diseñadores (artistas) mesoamericanos y que nos dejaron en Monte Albán. Si el lector atento observa el ajuar de oro que llevó doña Lydia a la presentación de su libro, entenderá mejor de lo que estoy hablando. El collar y los aretes de cascabeles tienen, inconfundiblemente, un aire de Monte Albán.
Doña Catita perteneció a aquella élite de oaxaqueños que, a través de la Asociación Folcklórica Oaxaqueña (puedo estar recordando de manera poco precisa el nombre) trazaron los rasgos de lo que hoy, con menor imaginación, seguimos explotando como imagen turística de estas tierras sureñas. 
Me dio gusto volver a leer en este libro su nombre de doña Catalina. Ojalá sus hijos nos obsequiaran una semblanza de la obra de doña Catita, a quien creí que habíamos olvidado. Qué bueno que no es así.






2 comentarios:

  1. Cantabria , está en medio de Asturia y el país Vasco.

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  2. Muy bien, muchas gracias por la precisión geográfica!
    C.

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