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DE ERRORES Y ERRATAS. –VÍCTOR, EL ALBACEA DE SU CULTURA.
–TRANSICIÓN HACIA LO DIGITAL. –ELVIS JIMÉNEZ, EL ALUMNO.
–VÍCTOR, EDITOR. –LA VELACIÓN. –DESPEDIDA DE COFRADES. –EL
CORTEJO. –EL REFINAMIENTO DEL COFRADE GASTRÓFILO. –LA
BIBLIOTECA DEL COFRADE. –MONSIVAIS, EL HERALDO NEGRO.
Por
Claudio Sánchez Islas
Cometió
el error de morirse mi cofrade Víctor y yo el de desorientar a su
alma de la carne liberada por el infarto. Ambos errores son mínimos
–si se les mira bien– porque De la Cruz había alcanzando antes
la “inmortalidad” el 28 de agosto de 2012, al ascender al senado
de la Academia Mexicana de la Lengua, Elíseo de la patria que
premia al hombre literariamente productivo, al inspirado y al
riguroso. Vale recordar que filósofos importantes del siglo XX
consideraron más patria a la lengua que al territorio... Pude haber
cometido pues un error “de imprenta” en la esquela que le
publiqué en la página de la Cofradía del Mole y el Mezcal. Pero
¿hay algo en este mundo que no se pueda arreglar con “photoshop”?
Sin
embargo he dudado en corregir tal errata, porque ese error solo es
cultural y no “de imprenta”, luego entonces “photoshop”
no me sirve de nada. Escribí tras el nombre del cofrade: “...Ha
emprendido el camino hacia el Poniente... Que sus Dioses
zapotecas le reciban con regocijo mientras las musas lloran... como
nosotros”.
Debí
haber escrito que sus pasos de difunto se dirigirían ya hacia el
Sur, no hacia el Poniente. No fue mi intención
distraer su alma recién despojada de la materia, ni mucho menos
extraviarla, aunque por otro lado, por ser zapoteca del Istmo –pero
sobre todo por ser Víctor– sabría él mejor que nadie que debía
comenzar a bajar hacia el fondo del mundo. El Sur es la
ruta hacia el Mictlán istmeño-zapoteca. No hay error. No podría
haberlo. Es el suyo el color negro, inconfundible. Mi pifia debió
haberle arrancado una sonrisa, más bien.
La
razón de mi equívoco cultural –que no lo es del todo– es que
aprendí de un vecino de Teotitlán del Valle, durante el funeral del
también cofrade fundador Arnulfo Mendoza Ruiz –pintor y tejedor
finísimo–, una escueta lección mesoamericana sobre la orientación
del Universo zapoteca contemporáneo, el visible y pequeño y el
inasible e infinito.
...
DE ERRORES Y ERRATAS.
La esquela equívoca...
Estábamos
despidiéndonos de él en el panteón de Teotitlán del Valle (marzo
9 de 2014). Marcus Winter –arqueólogo– y yo veíamos caer las
paletadas de tierra sobre la fosa y un campesino que nos miró
contritos y sin mezcal nos soltó este relámpago inolvidable: “Los
zapotecas en Teotitlán dormimos con la cabeza hacia el Oriente
y nos entierran con la cabeza hacia el Poniente”... que es
del color amarillo cempasúchitl. Es rumbo a ese lugar hacia donde el
alma del binnizá debe dirigirse siguiendo al último destello
solar, antes de sumergirse en el absoluto negro o escura cosa,
como la tradujo del zapoteco al arcaico castellano el fraile Juan de
Córdova en su célebre Diccionario del siglo XVI, que Víctor
se sabía de memoria.
Víctor
–en mi mente– en aquel momento en que escribí su esquela, había
dejado la mundanidad para tornarse amarillo triste, el tono con que
nos deja impregnados el vals Dios Nunca Muere... Arnulfo y
Víctor son zapotecas, pero la zapotequidad no es un monolito, como
yo creía. He aquí una diferencia radical que yo no sabría
explicar. Sólo la dirimo para alegar que no cometí el error
cultural que antes dije, aunque sí lo cometí.
Adorné
tal epitafio digital –hecho con “photoshop”–
con una urna zapoteca de Pitao hallada no hace mucho en
Atzompa, suburbio de Monte Albán. La elegí por funeral y por su
cromática roja de cinabrio asociado al complejo rito mesoamericano
de la muerte. Arnulfo y Víctor tenían cada uno mucho de indio y
mucho de mestizo y otro mucho de cristiano viejo. Sus funerales
fueron así de pomposos, si bien el de Víctor mucho menos pues
careció del rito de la misa de cuerpo presente –y seguramente del
de la confesión y otros protocolos– pues era público que no
comulgaba con religión ninguna, excepto la de su cultura madre. Una
cuestión ideológica le hizo rechazar a priori aquello a él, pero
no a su familia ni a sus vecinos ni a quienes pensamos diferente. Si
él creía que se iría sin bendiciones y sin ruegos a Xunaxi Doo,
la Virgen de la Soledad, se equivocó.
VÍCTOR,
EL ALBACEA DE SU CULTURA.
Verónica Ruiz Martínez, Víctor y Mavis Martínez Chiñas,
en Bellas Artes.
Los
zapotecos del Istmo son menos antiguos que los del Valle. Una tribu
de Zaachila emprendió hacia aquellas tierras su conquista armada.
Aquellos fértiles territorios pertenecieron antes a los zoques,
mixes, huaves y chontales y a todos derrotaron y se apoderaron de sus
planicies y aguas, dulces y salobres. Pero como son de suyo
extremadamente diplomáticos, pronto la guerra olvidaron imponiendo
sus fiestas, danzas y ritos... hasta que la riqueza de la región
llamó la atención de los aztecas imperialistas y les llevó a
nuevas guerras y epopeyas, hasta que alguien se acordó del viejo
truco del amor y promovió la boda entre el Señor de Tehuantepec y
la Princesa azteca y reinó la santa paz... hasta que llegó Cortés
el ambicioso y viendo los árboles inmensos de Chimalapas les halló
la talla de palos mayores que sus barcos deberían tener para seguir
“su” conquista del Nuevo Mundo austral. Fue entonces que llegó
el cristianismo, tanto con cruces y biblias como con espadas y
tormentos. De aquellos prolongados dimes y diretes culturales
quedaron resabios ideológicos y rituales ceremoniales sincréticos.
Víctor, abogado por la UNAM, llegó a ser una suerte de albacea de
tan complejo legado que administró como una trágica herencia. Los
folios infinitos en que está escrito y hablado ese patrimonio los
leyó, escuchó y los volvió a leer y a escuchar cada vez mejor.
Tuvo la llave áurea del zapoteco que lo condujo a estar muy por
encima de tantos y tantos intelectuales que han dado Oaxaca y el
Istmo: era un sabio etimológico en sus dos lenguas, hombre
enciclopédico, el Diderot juchiteco. Por eso Víctor Cata le
preguntó ante su féretro:
–Ahora
que ya no estás, Víctor, ¿quién va a corregirnos?, ¿quién va a
aclarar nuestras confusiones?...
Don Miguel León Portilla y su alumno Víctor.
Salvaguarda
de su lengua materna, antigua y moderna, hizo otro tanto con el
castellano. La lista de su obra escrita es muy larga, pero no fue su
cantidad sino la calidad de la misma la que hizo que la Academia
Mexicana de la Lengua le reconociera como par en 2012, nada más ni
nada menos que en el Palacio de las Bellas Artes de la Ciudad de
México. Forjó un gran estilo literario que empleó para enriquecer
su prosa y su retórica. Respecto a su ideario político bastará al
lector con que le recuerde que era un lector fiel de La Jornada.
En
ese litigio que fue intelectualmente su vida entera la hizo de poeta,
traductor, decodificador de glifos y lienzos, arqueólogo, etnógrafo,
periodista, editor de revistas, fundador de la Casa de la Cultura de
Juchitán, ideólogo, izquierdista, musicólogo, lingüista,
gastrófilo y teólogo. Todo en conjunto parece un galimatías, pero
no. En efecto, era un cascarrabias de “lengua viperina”. Cuando
criticaba algo o alguien, lo hacía contundentemente. Pero tenía la
gracia del poeta y la des/gracia de Diógenes. Era imbatible como el
pícaro de Francisco de Quevedo. Su ingenio y su genio le hacían
repartir fuetazos a sus destinatarios, les gustaran o no. Pobre de ti
si no le conocías sus modos pues si te ofendías le declarabas la
guerra, lo que era un error táctico que lamentarías mucho tiempo.
Dialogar con alguien como De la Cruz requería de humor negro e
ingenio para esquivar sus embistes. Si había copa de por medio
chisporroteaba Víctor a la par una sabiduría profunda, expresión
hermosa de verdad y humor negro negro negro. Esquivar exitosamente su
primera trompada era el boleto para disfrutarlo. Era un fajador
verbal, pero no un “peleador callejero”. Jamás le oí una
vulgaridad, ni siquiera majaderías ni mentadas de madre. No las
necesitaba. Le recordaré siempre como uno de los más ricos
charlistas que he conocido y confieso que en mi vida de reportero he
conocido muchos, de diversos calibres.
Me
benefició conocerlo hacia 1984 cuando retorné a Oaxaca, pero en
aquel entonces no coincidíamos sino en el laboratorio fotográfico
de Javier Sánchez Pereyra y Luis Madrigal Simancas, ya fallecido.
Allí recuerdo haber visto el inicio de algo parecido a una parranda,
pues llegó su “Sancho Panza” Guillermo Petrikosky que quién
sabe con qué vara mágica encontró una guitarra por allí y se
pusieron a cantar, pero yo entonces tenía la obligación de llevar
la redacción y dirección del diario Carteles del Sur y tuve
la excusa perfecta para abandonarla cuando apenas empezaba...
TRANSICIÓN
HACIA LO DIGITAL.
Ya
cerrado el periódico Carteles y convertido en imprenta y
editorial le hice algunos ejemplares de la célebre Guchachi Reza,
revista que apenas ayer él convirtió en digital. Me lo hizo saber
con este correo que transcribo:
Claudio:
Como ya hice de tu conocimiento, nuestro proyecto para un diplomado
en el Istmo no fue del agrado de la burocracia neoliberal del CIESAS,
la que se ocupa sólo de asuntos de los cambios estructurales que
sirvan al capital extranjero. Eso hizo revivir a la revista Guchachi
Reza (Iguana Rajada)
en la red como el Ave Fénix de sus cenizas, la puedes visitar en la
siguiente dirección:
Para
los números impresos del pasado, en los cuales fuiste mi cómplice
en los atentados contra el diseño gráfico, si eres valiente visita
la siguiente dirección: http:issuu.com/guchachireza/stacks
Que
dios tenga de nos misericordia por lo que hicimos.
Víctor.
Una
pregunta le hice que nunca me contestó, a raíz del correo mentado
arriba:
¿De
qué dios llamas con tanta alarma su misericordia? ¿Jesús o
Cocijo?...
El altar doméstico acoge a Víctor. Su hermana se despide de él.
ELVIS JIMÉNEZ, EL ALUMNO.
Desde aquella lección de teología del zapoteca de Teotitlán del Valle, a cada pueblo que voy pregunto en qué dirección entierran a sus difuntos porque quiero saber de una buena vez por cuál rumbo debo irme cuando me vaya.
Desde aquella lección de teología del zapoteca de Teotitlán del Valle, a cada pueblo que voy pregunto en qué dirección entierran a sus difuntos porque quiero saber de una buena vez por cuál rumbo debo irme cuando me vaya.
Elvis
Jiménez, arquitecto, fue ayudante de campo de Víctor. Le conocí
apenas en el velorio que se desarrollaba en la 5a. Sección de
Juchitán y le tuve que soltar mi pregunta luego de ir a rendir mis
respetos ante el cadáver del cofrade.
Éste
tenía una casa que sostenía era un paraíso en Laollaga, donde hay
un manantial precioso, pero cuando paraba en Juchitán se iba a la
casa paterna, que acabo de conocer. Ésta está orientada de norte a
sur. Su fachada mira hacia el norte. La casa zapoteca tiene una
tipología que obedece antes a la cosmovisión religiosa que al
clima. Elvis se encargó de darme una explicación tan amplia que le
animé a que escribiera con detalle todo lo que me dijo, pues es
arquitecto y aprendió de Víctor un sinfín de teología zapoteca.
Es
demasiado compleja para un periodista como yo, por eso solo diré que
el altar doméstico juchiteco, que siempre es una mesa pequeña, se
encuentra en el poniente, mirando hacia el oriente. En la casa
paterna de nuestro poeta difunto San Vicente Ferrer está en el lugar
más elevado. Las imágenes forman una cruz sobre el muro que tiene
en el centro a la Virgen de Guadalupe. A sus lados están retratos de
sus padres, Na Feliciana y Ta
Daniel. En el pie del palo vertical el Cristo de Esquipulas tallado,
pieza clásica del recuerdo de alguna peregrinación que hicieron. El
techo es de dos aguas y tiene una viga maestra a la que llaman beedxe
o jaguar, en relación al poderoso dios zapoteco Pechetao.
Un tercio de esa sala es el lugar sacralizado de la casa zapoteca del
Istmo. En ese espacio colocaron a Víctor, con los pies orientados
hacia este altar que acabo de describir. Sólo a los niños o a los
que no tuvieron hijos se les coloca con la cabeza reposando hacia el
poniente.
La casa paterna en el momento de la despedida
Coronas
y flores rodeaban la modesta sala repellada con cal y pintada de un
tono azul agua. Más de cuatro velas encendidas rodeaban su ataúd,
que estaba abierto y con unas cuantas flores y semillas marchitas
encima del vidrio. Su mortaja era blanca. En esa sala solo estaban
mujeres dolientes. Los varones nos debimos agrupar en el patio. La
viuda no debe abandonar esa sala por nada, me dijo Elvis. Si hay algo
qué hacer o qué servir o atender, lo hacen parientes y vecinos,
pero no ella, que no debe separarse de ese lugar mientras esté el
cuerpo velándose.
Cuando
llegó alguien a rezar pregunté a Elvis si se trataba de un rosario,
pero me dijo que no, no al menos como se practicó en el caso de
Arnulfo. Eso no le hubiera parecido a Víctor, pero ya no estaba él
para decidir nada trascendental que le incumbiera. Estaba su cultura
madre, su pueblo, sus vecinos y paisanos implorando ante el altar por
su alma rebelde. De pronto la habitación se llenó de sillas y
hombres y mujeres siguieron la letanía del rezador, que saludó en
zapoteco, recitó en español arcaico y salmodió en latín una larga
letanía que todos respondían también en latín. Víctor se fue
envuelto en las plegarias zapotecas, castellanas y latinas: la
tradición oral en coro haciéndole la servidumbre de encaminarlo
adecuadamente ante Dios.
Observaba
yo con respeto y curiosidad todo eso, teniendo en mente el ritual de
príncipe zapoteca que le hicieron a Arnulfo Mendoza. Mi recuerdo iba
y venía entre los arcaicos ritos zapoteca y cristiano que, gentiles,
trataban de acoger en ese momento sublime el alma atea y discutidora
de mi amigo. No entendía cabalmente las frases del rezador, pero sí
el “ora pronubis” de los orantes y su solicitud, su ruego,
su imploración reiterada circularmente ante la Virgen de la Soledad
por mi cofrade... Como soy devoto de La Soledad, me sumé entonces a
trompicones a una de ellas musitando en el coro.
De
no haber sido por Elvis no habría reparado en mi garrafal error de
la esquela que le hice en “photoshop” ni en la letanía en latín.
El zapoteco del Istmo cuando muere no se va al inframundo por el
Poniente –como en Teotitlán– sino se va por el Sur.
El inframundo está allá. El Sur equivale a Abajo. Tal
rumbo es representado por el color negro, la escura cosa o
“infierno”, como lo llegó a traducir el monje católico Juan de
Córdova, a quien se me ocurrió encomendarle el alma rejega del más
brillante de sus lectores, el gramático De la Cruz.
VÍCTOR,
EDITOR.
Lo
consideré mi autor siempre. Hace unos tres años me habló para
decirme que había el interés de volver a imprimir el Vocabulario
en Lengua Zapoteca –de Juan de
Córdova– publicado originalmente en 1578. Le entusiasmaba
la idea de que lo hiciéramos en Carteles Editores porque viviendo
aquí le ofrecía la comodidad de irle corrigiendo los errores y las
omisiones que se colaron en re-ediciones pasadas. Estaba hablando de
páginas enteras suprimidas quién sabe porqué y palabras casi
borradas por defectos en las reproducciones subsecuentes. La edición
que tenía en mente sería facsimilar, por supuesto. Fantaseamos
juntos con la idea de irnos un mes a Viena a retratar las páginas
faltantes que se conservan en alguna biblioteca de Vindobona.
En la mañana nos entregaríamos a trabajar y en la tarde a comer y
beber lo más aristócratamente que pudiéramos en la vieja ciudad
imperial... ¿Tiempo? ¡Nos sobraba entonces!
Pero
no. Un día llegó una señora y un joven del IAGO a decirme a mi
oficina que sí querían el libro, pero en un plazo cortísimo
“porque viene el día de las lenguas indígenas y queremos
presentarlo”... Los mandé a volar. Publicó CONACULTA esa nueva
edición pero ¿contempla todo el rescate lingüístico que planeaba
el doctor De la Cruz, convencido de que había que hacer por fin la
edición perfecta para la posteridad?
Víctor
debió ser un pequeño ganadero, heredando el oficio paterno, pero el
hecho de ser escuálido y haber casi perdido un ojo al irse un día
al cerro a pastar su hato, nos lo volvió alumno aplicado, niño
prodigio siempre premiado en sus escuelas. Medía 1.60, acaso; de tez
morena acentuada, muy bien afeitado y talqueado y propio en el vestir
pero sin lujos; delgado en su juventud y muy gordo hacia el final de
sus días. El accidente en el ojo le dejó en su mirada un desliz
asimétrico al modo de Jean Paul Sartre. Veía a través de una
sombra con aquel ojo dañado, pero eso nunca le impidió leer y leer
sin agotarse. Carirredondo y de perfil con una nariz gruesa y
ganchuda en la punta que, cuando le observaba yo, me parecía que le
daba un aire de glifo prehispánico. Sus rasgos físicos eran
absolutamente zapotecos.
Recibiendo el diploma de "inmortal"...
Le
publiqué en Carteles Editores el Discurso con que ingresó a
la Academia de la Lengua Mexicana. Si en París bautizan como
“inmortales” a los elegidos de su Academia Francesa de Artes y
Letras ¿qué los nuestros van a ser menos inmortales?...
También incluí la respuesta que le ofreció don Miguel
León-Portilla, árbol grandísimo que le brindó su protectora
sombra. Tituló aquel texto así: Las literaturas indígenas
mexicanas y este es su arranque:
“Cuando
niño, poco creyeron que alcanzaría el sexto grado de educación
primaria; pero gracias a que después seguí el consejo del dicho
popular mexicano que reza: “El que a buen árbol se arrima, buena
sombra le cobija”, miren ahora en dónde estoy y en qué
compañía...” (Carteles
Editores, julio de 2014)
Aquel
Discurso es su testamento lingüístico, pero antes le
publiqué un pequeño opúsculo titulado “Libaana”.
Llegaba a mi oficina Víctor de la sexta calle de Colón “tirando
bala” y blandiendo su bastón. El istmeño entra en las casas que
visita alzando la voz desde la puerta, que casi nunca permanece
cerrada. Refunfuñaba que en esta tierra no había editores
inteligentes y me desafió a que si yo me consideraba tal conociera
su más reciente investigación y se la publicara. No sabía yo nada
del tema, he de confesarlo, pero al leerlo me pareció interesante y
afín a mis gustos barrocos. El libaana es el “sermón”
que se pronunciaba para los novios en los fandangos matrimoniales.
Reúne en unos cuantos párrafos lecciones de ética y tradición
religiosa que deben perpetuarse para bien de la raza. Tras la
conquista, el cristianismo se volvió el vehículo de los antiguos
sentimientos religiosos mesoamericanos, se fusionaron y siguieron
vigentes, sin que nadie reparara en el estudio lingüístico de su
profunda raíz dual. Eso les llevó a la casi extinción. Víctor de
la Cruz hizo el re-descubrimiento del tema y lo abordó desde su
propia ventaja de ser hablante del zapoteco, pues han sobrevivido
siglos en esa lengua. Me contó que los había escuchado muchas
veces, musicalizados, hasta que le llamaron la atención ciertos
pasajes. Entonces se puso como loco a buscar las letras y sus
distintas versiones. Un día su padre –Ta Daniel– le dijo
algo así: “¿Y por qué no me habías preguntado a mí si tanto
te interesan? ¡Yo me sé uno de memoria! Ahí te va...”.
Ahora
Víctor Cata también está estudiando el tema a profundidad al igual
que la inglesa Nancy Farriss.
Le
publiqué también una Antología de Literatura de Oaxaca, ya
agotada y de la cual no conservé ni un solo ejemplar. Y también
hicimos algunos número de la revista Guchachi Reza, algo feos
estéticamente hablando, pero sus contenidos son los que la hacen
valiosa y no nuestro pobre trabajo de imprenta.
Ingresando al Elíseo nacional.
Miembro condecorado con la Venera de la
Academia Mexicana de la Lengua.
Editar
la revista –en diferentes épocas– le agotaba últimamente. Debía
definir temas, invitar autores a que dieran su tequio,
conseguir imágenes, coordinar correcciones, galeras, diseño y
nuevas correcciones, luego cargar los paquetes salidos del taller y
salir a distribuirla a puestos de revistas, librerías, bibliotecas,
mandar foráneas, empaquetar ejemplares para distintos pueblos
istmeños o el D.F., recibir correspondencia y reclamos, en fin, una
talacha que hacía casi solo y sin dinero, pero lo importante era
hacer circular la edición. Hasta que un día mandó esa penitencia
periodística a volar, harto. La retomó meses antes de morir y
cometió el acierto de volverla digital y la puso disponible en la
red. Publicó ya el primer número de la nueva era cibernética pero
Elvis Jiménez me confirmó que dejó dos números más muy
avanzados. Es deseable que él mismo pueda redondearlos y subirlos al
ciberespacio para concluir su plan.
LA
VELACIÓN
Homenaje luctuoso en la Casa de la Cultura de Juchitán.
Las
mujeres del Istmo, siempre entusiastas de los colores chillantes, se
presentan vestidas de negro y plata; es la etiqueta funeral. Un
rebozo negro cubre sus cabezas. Son muy expresivas. Llegan y le
hablan al difunto en su lengua. Sus maternales ademanes sobre el
ataúd me dicen que tratan de explicarle algo que quizás no
entiende. La repetición de sus frases y gestos forman un círculo
que gira y gira sobre su propio eje. Lo único que llegaba yo a
entenderles era la palabra “papá”.
Los
varones no visten de luto. Un cantante solitario rasga la noche
triste con su lira. No hay mesas ni chocolate ni tamales servidos. No
se estilan en Juchitán. Un joven da vueltas y vueltas con una
botella de mezcal en la mano izquierda y una copa, una sola, en la
derecha. Sirve al doliente quien bebe de un trago el sorbo y entrega
la copa que otro a su lado se llevará a los labios enseguida y luego
el de junto hará lo mismo. Igual hacen en Teotitlán.
El
calor húmedo es agobiante aunque ya son más de las ocho de la
noche. No hay cervezas ni agua. El mezcal no cumple otra función que
ser parte de la retórica del luto, la mortificación, la penitencia
por el alma del tendido. No es momento de gratificar al paladar, sino
de recordarnos lo áspero del Valle de Lágrimas. El “vallisto”
que soy rechazó el trago de mezcal, pero no la plegaria. Además a
esas alturas ya me mortificaba mucho haber equivocado la dirección
de los pasos que debía emprender Víctor en ese momento supremo de
la vida que es su término. Pensé en recurrir cuanto antes al
“photoshop” para
arreglarlo en un santiamén, pero también pensé que no era
necesario enmendar mi error de imprenta pues ¿qué daño puede hacer
una modesta esquela equivocada ante este ritual de siglos y siglos?
DESPEDIDA
DE COFRADES
Jaramillo, Gardel, Chu Rasgado para despedir al cofrade en Xadani.
Manuel
Matus Manzo –escritor–, Carlos Sánchez Silva –historiador– y
yo emprendimos en mi auto la carretera hacia Juchitán el jueves 10 de septiembre. Los tres cofrades fuimos a despedir al que acababa de
adelantarse. Llegamos a la vela a una casa antigua de la calle
Melchor Ocampo, de la 5a. Sección. En el camino Carlos
compró seis litros de mezcal chontal –exquisito– con su amigo
Zeferino y luego compró otro garrafón para otro ritual funeral de
40 días al que deberá asistir con Marbel –cofrade– en ocho
días, pero éste en Tapanatepec. Así pues cuando llegamos
entregamos a la viuda Chabela Blas la bebida y un poco de dinero para
enfrentar los gastos. Luego hallamos amigos que hacía tiempo yo no
veía: Emilio López Jiménez y Vicenta, su esposa; Paty López,
Francisco Monterrosa, Víctor Cata de quien solo conocía sus libros
y Elvis Jiménez, quien se hallaba meditabundo, seguramente
recordando a su maestro. Como Víctor ya no podía caminar debido a
su sobrepeso, Elvis le subía y bajaba por las zonas arqueológicas a
donde le acompañaba para que hiciera sus exploraciones, le tomaba
dimensiones a las ruinas y fotos. Desde arriba le iba describiendo en
voz alta lo que veía. Víctor le preguntaba y él era sus ojos, sus
piernas y sus manos. A Elvis le gustaba eso porque aprendía con el
maestro de su enorme conocimiento de las culturas prehispánicas. A
su vez De la Cruz había sido “lazarillo” de otro gran maestro,
don Miguel León Portilla, así que la cadena de transmisión era
eficiente, envidiable y divertida para el joven Elvis. Le pedí que
escribiera todo eso pues me abrumaba con datos e interpretaciones en
una noche sofocante y triste.
Los
tres cofrades nos retiramos hacia las 23 horas. Empezó a irse a esa
hora la gente. Hay una psicosis de inseguridad en Juchitán. No saben
los vecinos en qué esquina les matarán. Qué mototaxista les
asaltará hasta echarlos desnudos en algún oscuro callejón de los
mil que tiene ciudad tan abandonada como medieval. Es mejor irse no
tan noche. Así le hicimos. Llegamos desfallecientes de calor al
hotel Santa Cecilia. Para fortuna nuestra Emilio nos llevó en su
carro. Mientras transitábamos veía un Juchitán amolado. ¿Dónde
está el brillo cultural de esta raza? “Se apaga un lucero de
Juchitán” cabeceó El Imparcial ese día. Sí. Coincido.
Esta comunidad es un arcón de luceros culturales, pero por alguna
razón su pueblo no lo refleja materialmente...
EL
CORTEJO
–Este
es el momento de la despedida, así le dicen aquí... me susurró
Matus al oído cuando llegó la hora de que el cortejo partiera el
viernes 11. Se integró él al grupo de jóvenes que portando un
pañuelo negro en el cuello y un moño del mismo color en el brazo
izquierdo alzaron el féretro. Ante su propio altar, tras discutir en
zapoteco, le giraron de modo que lo que primero abandonara esa sala
fueran sus pies. Fue entonces que la banda rompió con un tango
viejo:
Adiós
muchachos compañeros de mi vida
barra
querida de aquellos tiempos
me
toca a mí, voy a emprender la retirada
debo
alejarme de mi buena muchachada...
La
puerta por la que fue sacado se abre hacia el sur...
El
cortejo estuvo acompañado de marchas fúnebres, igual que lo
acostumbran en Teotitlán. Una breve pausa, pero muy simbólica, se
hizo en la Casa de la Cultura. Allí recibió el homenaje de sus
pares istmeños Vidal Ramírez Pineda, director de la Casa de la
Cultura, Saúl Vicente –presidente municipal– y Marcial Cerqueda,
lingüista y poeta. Martha Toledo le expresó: “Es la última
hora que le canto a la vida”, de la melancólica melodía
Guendabianni... Cerrarán esta crónica dos de aquellas
elegías.
Partimos
luego bajo el sol abrazador juchiteco hasta el cementerio ubicado en
el extremo opuesto del río a cuyo margen se fundó. Al dirigirse
hacia el Sur, Víctor deberá encontrar un sauce llorón
erguido que le indicará sin lugar a dudas que su alma ha llegado al
Río, el cual deberá cruzar. Esa es la señal. Más allá
está el Sur profundo. Entonces deberá caminar por todo su
labio Sur. Así es como debe de ser.
El
cementerio de Juchitán se parece a un conjunto habitacional del
Infonavit. No son tumbas, sino casas. Casitas pintadas de todos
colores abiertas de par en par. Por todo ornamento hay cruces
insignificantes, imágenes religiosas y fotos de sus moradores. La
calzada de los muertos está resguardada por docenas de árboles de
cerezos rojos en plena maduración. Sus racimos son espesos como uvas
y caen sus frutos al suelo de tierra que al ser pisados adquiere una
coloración morado–rojiza. El aire huele a su aroma fermentado por
el calor de los días sin lluvia. Ofrecen miles de cerezas al aire
pero nadie las come. Ni los pájaros. No se han enterado que son
ricos en antioxidantes y que, paradójicamente puesto que están en
el panteón, han sido llamados “fuente de la eterna juventud” por
los nutriólogos... Nos dan a los dolientes una sombra restauradora
que vale oro a esas alturas.
El
lingüista Víctor Cata pronuncia una última elegía en zapoteco...
Florentino Toledo de la Paz, trovador popular, le canta así nomás
en las dos lenguas. Todos nos despedimos del poeta y cofrade. Estará
junto con su padre, Ta Daniel, muerto dos años atrás. Un
paño blanco cubre su ataúd, se retiran y guardan las semillas y
pétalos secos que vi encima la noche anterior y es bajado a su
última morada. Nuevamente observo que sus pies están en la
dirección del Sur... Para entonces el benévolo sol ya ha
cruzado el ecuador del cielo y dirige sus pasos calcinantes hacia la
media noche. La banda clausura la presencia de Víctor de la Cruz
Pérez en este mundo al compás del tango
que, sin necesidad de abrir la boca, todos cantamos en un coro
marchito:
Acuden
a mi mente
recuerdos de otros tiempos,
de los bellos momentos
que
antaño disfruté
cerquita de mi madre,
santa viejita,
y de mi
noviecita
que tanto idolatré...
¿Se
acuerdan que era hermosa,
más
bella que una diosa
y que ebrio yo de amor,
le di mi corazón,
mas
el Señor, celoso de sus encantos,
hundiéndome en el llanto me la
llevó?
Es
Dios el juez supremo.
No
hay quien se le resista.
Ya
estoy acostumbrado
su ley a respetar,
pues
mi vida deshizo
con sus mandatos
al
robarme a mi madre
y
a mi novia también.
Bebemos
un marrazo de mezcal en el cementerio Domingo de Ramos. Carlos, Matus
y yo abrazamos a Jorge Magariño y a Memo Petrikowski para
despedirnos. Petri reclama una última “perrada” de Víctor entre
bromas punzantes y carcajadas. Ellos eran los veteranos de la aludida
“barra querida”... Nos dirigimos luego a recordar a Víctor como
cofrades: en la mesa suntuosa de Xadani, en el restaurante de Na
Vicenta.
Matus
saca un litro de mezcal chontal –excelente– que consiguió con
Zeferino. Estaba el destilado de espadín azul a la altura de las
circunstancias. Pedimos copas y Bohemias, pero nos sirven las
cervezas que tienen. Elevamos el primer mezcal a la memoria del
cofrade Víctor y recibimos las jaibas en chilpachole, los camarones
con ensalada de pepinos, cebolla, lechuga, tomate y la liza horneada.
Todo viajero que cruce el Istmo debería cantarle a la vida como lo
hacen los zapotecos cuando gozan de ella. No hay mejor método para
conseguirlo que parar con
Na Vicenta. Allí se
puede constatar el esplendor gastronómico que alcanzó esta cultura.
En toda la región no tiene rival. Hace que uno vea con otros ojos su
geografía y su clima. Víctor conocía mucho de la gastronomía
popular istmeña. Recetas, especias, estilos, épocas... en fondas,
cantinas y hogares las probó y las disfrutó.
Una
vez que en la Licenciatura en Gastronomía de la UABJO una profesora
negó que existiera la sal como especia o condimento antes de la
conquista le pedí ayuda para rebatir aquello y me llevó
personalmente fotocopias de sus libros donde desde antaño se
registran las cosechas, comercio y mercados de sal que hubo en
tiempos prehispánicos. En otra ocasión hablamos de San Pedro
Huamelula y su famosa boda entre la Princesa Lagarta y el Presidente
Municipal. Él había propuesto una nueva interpretación del glifo
toponímico, pues su dominio del zapoteco le facilitaba decodificar
lienzos y glifos, pero no había él reparado en el “banquete de la
boda”, así que lo ilustré. Sin embargo hablamos ampliamente de la
importancia de la sal en la región, ingrediente mineral abundante y
fino. Con aquella boda mitológica terminaron sus guerras contra
zapotecas y aztecas que, como los españoles más tarde, buscaron
apoderarse de sus salinas. La sal en tiempos prehispánicos fue
esencial para sazonar alimentos y para conservarlos. Con la Nueva
España se convirtió en materia prima para la purificación
metalúrgica de los metales preciosos.
En
su libro El
pensamiento de los binnigula´ sa: Cosmovisión, religión y
calendario con especial referencia a los binnizá.
[Ediciones de la Casa Chata-CIESAS. México, 2007.], en la página
319, él recuperó el uso prehispánico del chile chilhuacle entre
los “binnigula sa” o zapotecos precortesianos, tomado del
cronista dominico Francisco de Burgoa [Geográfica
descripción...
1674]. Esta cita también me ayudó a sostener documentalmente la
antiguedad de tal chile cuicateco como alma del mole negro de Oaxaca,
lo que nos llevó a llamar su atención ante su inminente extinción
en 2009. El gobierno “del cambio” se hizo el sordo, pero
cocineras y chefs entraron a su rescate desde entonces. Nuestro mole
famoso sí tuvo vida antes de que llegaran las especias de Oriente y
la manteca a perfeccionarlo. Antes de que el cristianismo le
bautizara como el guiso suntuoso dedicado a los fieles difuntos, los
zapotecas prehispánicos lo empleaban ya para confeccionar las
ofrendas de tamales a sus muertos.
EL
REFINAMIENTO DEL COFRADE GASTRÓFILO
Víctor llevó un poema de Gutiérrez Nájera, publicado en
Guchachi Reza y pidió que Matus lo leyera
en un banquete de cocina francesa.
En
un gesto muy zapoteco de gratitud por haberle publicado su Libaana
a Martha y a mí nos dio un banquete de bizaa dxima, una
variedad de frijol que los zoques siembran en la selva de Chimalapas
y que se sirve en caldo espeso, con huevo frito tiernamente y
desmenuzado. ¡Aquella vez lo hizo acompañar de champaña! Era un
gourmand, por eso y por el enorme conocimiento que tuvo de la
cocina de su cultura madre, pertenecía a la Cofradía del Mole y el
Mezcal.
Pese
a mis ruegos no nos dejó –quizás sí, en apuntes inéditos en su
biblioteca– ensayos específicamente sobre gastronomía antigua del
Istmo, que algo tendría de judía y otro tanto de andaluza. Ya se
las había olido porque sin saberlo yo, él por su lado –y yo por
el mío, sin habérnoslo dicho– estábamos averiguando si la cocina
judía conversa novohispana fue la causa de ciertos detalles que
saltan en nuestro horizonte gastronómico, tanto el zapoteca del
Istmo como el mexicano de corte popular. Elvis me compartió esas
curiosidades de Víctor. Él debe conocer mejor este punto pues lo
platicó con aquel y aun le escuchó decir que, a juzgar por ciertos
hábitos alimentarios del istmeño, se podría presumir cierta huella
de aquella misteriosa raíz sefardí en el devenir de la cocina de
Juchitán.
La Cofradía, tras aquel memorable menú del 5 de septiembre de 2014.
Había
planeado en 2014 que nos agazajáramos con “gallina de res” en su
casa de Laollaga, un día de la fiesta patronal de Santo Santiago,
pero problemas en la imprenta nos impidieron a Martha y a mí
asistir. El banquete sí lo hizo. Tuvo una cocinera excepcional, quien le guisaba en algunas
ocasiones, pero Víctor era el que le daba las recetas y checaba que
la preparación fuera ortodoxa. Andaba explorando esos mundos que
parecen fútiles al común, pero Víctor era muy refinado. Tanto que
había incluído por primera vez al estudio de la gastronomía
istmeña en un coloquio que planeó hacer en 2015 en Juchitán, con
el respaldo académico y financiero del CIESAS, donde trabajó. Los
afanes de cocina, mesa y mercado se pondrían al tú por tú
–desnudos de folclor y leyendas– con la arqueología, la
lingüística y la historia. Se requería ver con ojos de científico
social el complejo sistema de alimentación zapoteco que, por ser un
hecho cultural, tiene no una sino varias historias, todas muy
barbudas. Me encargó esa misión y hube de confesarle que era mucho
pedirme, pero que haría con gusto buenos reportajes del tema.
Deberíamos empezar –sugerí– por reflexionar sobre la cocina de
hoy y a partir de allí ir profundizando en sus ingredientes,
técnicas, ceremoniales, influencias europeas, asiáticas, de Medio
Oriente y demás. El Istmo fue un cuatrocaminos desde tiempos de
Mesoamérica y todo ello fue cocinando a fuego lento su actual –y
poco explorado– discurso gastronómico. Habría que hacer un taller
para las cocineras o sus familiares para que ellas mismas redactaran
sus recetas, sus costumbres, sus símbolos asociados y todo lo que
recordaran respecto a sus guisados. Eso fue lo que le dije. O bien,
enfatizaríamos ante sus propios periodistas e intelectuales para que
enfocaran sus intereses en la gastronomía local. Hay muchos géneros
que se pueden hacer: reseña, reportaje, entrevista, crítica y
reflexión sobre porqué llegó a ser su mesa como es. Si no lo hacen
los propios lugareños pasará en ayuno forzado el tema otro medio
milenio. A todo este horizonte de saberes se refería en el correo
que me envió, pero que al CIESAS no le interesó el Diplomado que
tenía en mente. Por desgracia, tras la muerte de Víctor, eso abre
la puerta al olvido.
LA
BIBLIOTECA DEL COFRADE
Su
desaparición me lleva a proponer abiertamente a quien quiera
escucharme que el CIESAS adquiera de sus deudos su biblioteca –muy
basta– sus apuntes, sus manuscritos, su hemeroteca, sus fotos y su
enorme fonoteca donde recogió toda la música vernácula regional.
Víctor era un sabio malgeniudo y sarcástico, pero ¿por qué no
dejar de lado su lado oscuro –si es que eso es ser oscuro– y
recuperar el brillante, el del curioso historiador? Menos mal que
pudo ver coronado su voluntarioso esfuerzo por digitalizar la valiosa
revista Guchachi reza,
acopio de conocimientos y sentimientos oaxaqueños.
En
la mesa de Xadani salieron ésta y otras ideas entre los cofrades
Carlos y Matus. Ya no participará el doctor De la Cruz en “el
banquete de las especias de Oriente”, que la Cofradía está
preparando para el 30 de octubre de 2015... pero tuvimos la suerte de
tener un trío del pueblo al que pedimos que nos cantara en su
recuerdo. Carlos pide para Víctor Sombras, teniendo en el recuerdo la voz de Julio Jaramillo:
Cuando tú te hayas ido
me envolverán las sombras
cuando tú te hayas ido
con mi dolor a solas...
Por mi parte, solicito de Gardel, Adios muchachos...
Dos
lágrimas sinceras
derramo en mi partida
por la barra querida
que
nunca me olvidó
y
al darles, mis amigos,
mi
adiós postrero,
les
doy con toda mi alma
mi
bendición...
Adiós,
muchachos, compañeros de mi vida,
barra
querida de aquellos tiempos.
Me
toca a mí hoy emprender la retirada,
debo
alejarme de mi buena muchachada.
Adiós,
muchachos. Ya me voy y me resigno...
Contra
el destino nadie la talla...
Se
terminaron para mí todas las farras,
mi
cuerpo enfermo no resiste más...
En
efecto, su cuerpo enfermo ya no resistía más tras casi 67 años. Lo
usó para la vida bohemia como un vehículo anfibio y todoterreno. Lo
mismo para huir a Chiapas cuando un gobernador de Oaxaca –el
general Jiménez Ruiz– le mandó pistoleros por criticarlo, que
para enamorarse y disfrutar la vida. Sin embargo, como dice el tango
bebió –abundantemente– en la copa de dolor... pero
nadie comprendía que si todo yo lo daba en cada vuelta dejaba
pedazos de corazón...
Investigadores
del más alto cenáculo nacional reconocieron su talento nombrándole
Miembro Correspondiente en Oaxaca de la Academia Mexicana de la
Lengua en 2012. La “vallistocracia” le hizo una reverencia
pública al entregarle el “Chimalli de Oro” el diario El
Imparcial poco
tiempo después. Él creo ese neologismo afortunado y
chingativo –“vallistocracia”– para criticar los modos de
ejercer el poder político en la capital del estado. Publicó muchos
libros. Dictó muchas conferencias. Participó en muchos congresos
académicos. Viajó. Tuvo dos hijas –Guiexuuba y Mudubina– y un
hijo –Daniel–. Ayudó a las personas indefensas que le pidieron
ayuda, me consta... Y fue conmigo un amigo franco y claridoso.
Gloria –su hermana–, sus hijas Guiexuuba, Víctor,
Chabela –su esposa–, Mudubina y Daniel, su hijo.
La pequeña es su nieta.
MONSIVAIS,
EL HERALDO NEGRO.
Contó
Isabel, su esposa, que dos días antes de morir la despertó
súbitamente sacudiéndola de la cama hacia las dos de la madrugada:
–¡Chabela,
Chabela! Atiende a Carlos Monsivais que acaba de llegar. ¡Ábrele la
puerta!, ¡dile que pase!... le
dijo Víctor más dormido que despierto.
–Cállate
Víctor. ¡Duérmete! ¡¿No ves qué hora es?!, le
respondió.
Cuando
Chabela le contó esto a su hija Guiexuuba al día siguiente, estando
Víctor aún vivo, ella le respondió:
–No
Mamá, no es Monsiváis. Es la muerte...
Al
momento de morir Víctor de la Cruz Pérez había alcanzado la
madurez intelectual, el rigor académico y el ameno estilo literario
para expresarse y su memoria prodigiosa había descubierto
interesantes, profundos y curiosos senderos nuevos por los que
emprendía sus solitarias caminatas intelectuales.
Lamento
que haya tenido que irse cuando lucía exactamente su palabra
el apogeo de su floración.
Descansa
en paz, viejo querido.
Oaxaca.
27 de septiembre de 2015.
Cuatro alegres cofrades: Arnulfo Mendoza Ruiz
con su hijo Teo en brazos, Claudio, Víctor y Martha.
A continuación publicamos dos oraciones fúnebres:
PALABRAS DICHAS POR VIDAL RAMÍREZ PINEDA, EN LA CASA DE LA CULTURA DE JUCHITÁN:
Solo en la agonía
de despedirnos somos capaces de comprender la genuina profundidad del
cariño, del aprecio, del amor y del vacío que nos deja muerte.
Buenos días a
todos, una vez más el luto envuelve nuestros corzones y nuestro
guidxi guie´. Hace una semana el cantautor José Sánchez
Molina (Pepe Molina) dejó de arañar su guitarra y trascendió al
más allá de las fronteras celestiales, hoy en compañía de la
comunidad cultural, de familiares y amigos recibimos el cuerpo del
Dr. Víctor de la Cruz Pérez, poeta, traductor, investigador,
lingüísta, historiador, miembro de la Academia Mexicana de la
Lengua y a mediados de los años setentas director de esta Casa de la
Cultura. Saber que fuera el segundo oaxaqueño en ocupar una silla en
la Academia Mexicana de la Lengua después de don Andrés Henestrosa
nos llenó de orgullo.
De la Cruz se asomó
a la buena sombra de Miguel León Portilla.
Su paso por las
letras lo llevó a publicar más de un centenar de artículos en
revistas especializadas y en obras colectivas; algunos de los títulos
de sus libros, tanto científicos como de poesía, se tradujeron al
inglés, francés, italiano y alemán.
Su estrecha amistad
con Francisco Toledo lo lleva a colaborar en la edición de la
revista Neza Cubi, la revista Guchachi Reza, además de
sus colaboraciones en los proyectos de Ediciones Toledo en la que por
primera vez se publicó poesía con las traducciones del poeta y
escritor.
Víctor de la Cruz
recibió numeroso premios y distinciones entre los que destaca el
Premio Netzahualcóyotl de Literatura en Lenguas Indígenas, el
Nacional de Ensayo para el Magisterio, el Casa Chata, un
reconocimiento al mérito en investigación científica del Consejo
Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) y el Premio Francisco
Javier Clavijero.
De la Cruz realizó
la licenciatura en derecho y el doctorado en Estudios Mesoamericanos,
ambos en la UNAM. Fue profesor de filosofía, historia y redacción
en el Instituto Tecnológico del Istmo, profesor del programa de
formación profesional de etnolingüistas del Centro de
Investigaciones Superiores del Instituto Nacional de Antropología e
Historia (INAH), también fue asesor del Centro de Investigación y
Desarrollo “Binnizá, A.C.” (Zapoteco del Istmo), y lo era hasta
hace dos días del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en
Antropología Social (CIESAS), en Oaxaca.
En la narrativa
destacan “Primera voz, El problema de la validez del derecho,
Diidxa' sti' Pancho Nácar y
Los niños juegan a la ronda, otros títulos que publicó son
Cuatro elegías, Dos que tres poemas, Canciones zapotecas de
Tehuantepec, Corridos del Istmo, Las guerras entre aztecas y
zapotecas y La
rebelión de Che Gorio Melendre. Es autor igualmente de La
flor de la palabra, Antología bilingüe de la literatura zapoteca,
Aspectos históricos de la educación en Oaxaca, La educación en las
épocas prehispánica y colonial en
Oaxaca, Jardín de cactus, Antología literaria de
Oaxaca. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran La
religión de los binnigula' za en coordinación con
su entrañable amigo el arqueólogo Marcus Winter, El pensamiento
de los binnigula' za, Mapas genealógicos del Istmo
oaxaqueño y Ti
libana' ga' chi.
Hablar de su
trayectoria e intelectualidad es recorrer senderos mágicos.
Sus amigos en las
letras como Irma Pineda, Natalia Toledo, Victor Terán, Jorge
Magariño, Víctor Cata, Gerardo Parada y muchos otros más han
coincidido que ha partido un gran conocedor de la lengua zapoteca.
¡Qué septiembre! Ahora se llevó al Dr. Víctor de la Cruz, se fue
un lucero mayor de Juchitán, una luz radiante. Adios Víctor,
gracias por todo el oro que nos dejaste, que dejaste a tu pueblo, a
tu querido Juchitán, y un sin fin de condolencias.
Víctor fue
considerado como la voz de quienes en el Istmo de Tehuantepec han
sostenido las palabras indígenas del canto y la poesía,
mantenedores de la literatura oral regional, entre los que destacan:
Enrique Liekens, Gabriel López Chiñas, Geremías López Chiñas,
Pancho Nácar, Nazario Chacón, Enedino Jiménez y Macario Matus.
No solo la
literatura y la poesía nos unieron a Víctor de la Cruz, compartimos
otros espacios, instantes de amistad en medio de la música, el canto
y los sones regionales que tánto le gustaba bailar.
Hoy les damos
nuestras condolencias a su esposa la señora Isabel Blas López, sus
hijos Daniel, Guie' Xhuuba y Mudubina de la Cruz Blas. Sus hermanas
Amelia y Gloria de la Cruz Pérez.
Víctor ha cruzado
el río, como diría Víctor Cata, que Xunaxidó',
la diosa de la vida y la muerte lo acompañe del otro lado del gran
río. Ha cruzado para reencontrarse con su gente, a construir
otras historias, seguramente sus padres Ta Daniel de la
Cruz y Na Feliciana Pérez lo recibirán en su regazo.
Gracias a todos por
haber asistido a esta despedida y poder llevar al gran escritor y
poeta al camposanto Yoo ba'a donde reposará por
toda la eternidad, porque la muerte es nuestra vida eterna.
Diuxquixepe'laatu.
Gracias.
Vidal Ramírez
Pineda.
Director de la Casa
de la Cultura de Juchitán
Juchitán, 11 de
septiembre de 2015.
PALABRAS DE SAÚL VICENTE VÁZQUEZ
Hermanas y hermanos;
estimados: Isabel,
Daniel, Guie'xhuuba', Mudubina:
Si hablar de la
muerte es difícil, lo es mucho más cuando intentamos hablar ante la
partida de alguien a quien queremos, a quien respetamos, a quien
admiramos. Y éste es el caso.
Decir unas palabras
en torno a nuestro hermano mayor Víctor de la Cruz, ahora que lo
vemos aquí cerca de nosotros, pero ya en otra vida, ya en otro
tiempo, ya ido para siempre, me resulta realmente doloroso.
Cómo no sentir
dolor, ante la partida del hombre que mucho nos enseñó acerca de lo
que somos como herederos de la vieja sangre zapoteca. Cómo no sentir
el pecho adolorido ante el cuerpo de quien se hundió en las entrañas
de nuestra cultura, de nuestra lengua, para salir con las manos
llenas de tesoros y compartir esa riqueza con todos, con todas.
Porque Víctor de la
Cruz dedicó toda su vida al amoroso empeño de buscar las respuestas
a esas preguntas que se hizo, que nos hizo, en ese poema que debe ser
de lectura obligada entre nuestros niños, nuestras niñas, nuestros
jóvenes. Hace ya muchos años que lanzó al aire la interrogación
que nos llama todos los días: Quiénes somos, cuál es nuestro
nombre; tu laanu,
tu lanu.
Y la importancia de
estas interrogantes es tanta, que el Doctor Víctor de la Cruz no
dudó en cerrar con ellas el discurso que ofreció el día que
ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua, el 28 de agosto de
2012, donde se refirió a las literaturas indígenas mexicanas, y
dijo que el texto de su poema era la conclusión de las diecisiete
cuartillas de que constó aquel documento de ingreso.
Y yo firmo que en
ese poema se encierran todos los afanes investigativos de nuestro
querido hermano; digo que ese poema es como una lámpara, como las
antiguas linternas, que le estuvo iluminando el camino durante esos
largos años de trabajo. Y fueron esos incontables meses de
desasosiego, transcurridos entre la ciudad de Oaxaca, México,
Laollaga y nuestro querido Juchitán, los que le llevaron, poco a
poco, a reunir todos los conocimientos que después puso a nuestra
disposición, a través de libros, artículos, ensayos, gracias a la
generosidad de su pensamiento, de su voluntad.
Pero Víctor fue
también el hombre amoroso, el observador de la vida, el que se
comunicó con nosotros a través de su poesía, aquel que escribió:
El día que con
tus ojos busques
ya no me
encontrarás,
y dentro de mi
corazón
no habrá nadie
que te diga
por qué camino
me fui
y dónde te
olvidé.
Fue el hombre
comprometido con su tierra, con su pueblo, el que marchó por las
calles en la lucha por la democracia, el que lloró por los caídos
en esa lucha, y dijo:
Quién habría
armado a los extraños
que te mataron a
ti
y a los
campesinos paisanos nuestros,
aquella tarde en
que obscurecía la tierra
como de los ojos
de ustedes se iba la luz
para no volver
jamás.
Fue aquel que con
otro hermano mayor, el luminoso Francisco Toledo, trazaron el camino
para que anduviera la iguana rajada, la revista Guchachi'
reza, que en febrero cumplió cuarenta años de mostrar al
mundo quiénes somos, cuál es nuestro nombre; una iguana desde la
cual hablaron las mejores voces de Juchitán, de Oaxaca, del país;
una iguana de la que todavía alcanzó a publicar el primer número
en versión electrónica, luego de 60 números impresos. Esta nueva
versión y la colección completa de revistas se pueden hallar en la
página del Instituto de Cultura Zapoteca, como producto de un
acuerdo entre el Doctor De la Cruz y quienes coordinan dicho
Instituto, para formar parte de la campaña Gusisácanu diidxazá
do' stinu.
Fue el amigo con el
que se podía conversar largamente, de quien se podía aprender
bastante y con quien se podía mirar lo bello que es la vida o las
dificultades que debemos sortear para vivirla; de quien se podían
escuchar comentarios críticos, muy críticos, acerca del acontecer
político de nuestro pueblo, del devenir de la organización que él
miró crecer, y todo desde su exposición clara, de su expresión
certera o desde su eterna ironía.
Pero hoy, nuestro
querido, respetado y admirado hermano, está ya en el Panteón de los
viejos dioses zapotecas, al lado de otros grandes hijos que ha dado
esta noble tierra, junto con Macario Matus, Enedino Jiménez, Gabriel
López Chiñas, Pancho Nácar, Ret Baxa, Sotero Constantino, Jesús
Urbieta, y el recientemente fallecido Pepe Molina, por mencionar solo
algunos de los astros brillantes que habitan el cielo juchiteco.
Hoy, nuestro
entrañable hermano Víctor de la Cruz seguramente nos mira y sonríe
detrás de sus anteojos, desde la inmensidad de sus pupilas, desde su
agudo ingenio. Y hasta allá, hasta esa lejana cercanía en que se
encuentra le enviamos nuestro abrazo, y decimos con él sus palabras:
Hablar, decir sí a
la noche;
decir sí a la
oscuridad.
¿Con quién hablar,
qué decir
si no hay nadie en
esta casa
y tan solo oigo el
gemir del grillo?
Si digo sí, si digo
no,
¿a quién digo sí,
a quien digo no?
¿De dónde salió
este no y este sí
y con quien hablo en
medio de esta obscuridad?
Hermanas y hermanos;
estimados: Isabel, Daniel, Guie'xhuuba', Mudubina: desde esta Casa de
la Cultura, que él miró nacer y crecer, acompañado de artistas,
intelectuales que mucho lo aprecian, le decimos todos, todas, hasta
luego, hermano Víctor de la Cruz, agradecemos tu paso por este mudo,
puedes estar seguro de que tus palabras, tu inteligencia, vivirán
entre nosotros por siempre.
Muchas gracias.
Saúl Vicente
Vázquez.
Juchitán de Zaragoza, Oaxaca. 11 de septiembre de 2015.
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