Salió a la luz un libro muy interesante que recupera la vida y obra de quien fuera Poeta Laureado en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca en la segunda década del siglo XX.
Con este ensayo fue presentado el pasado 28 de agosto de 2015 en la Biblioteca Pública de esta ciudad. Las imágenes están tomadas del mismo libro, una investigación minuciosa hecha durante varios años por don Fernando Castillo Menéndez, su autor.
Portada. Fotocomposición entre
la portada del semanario Iris –que cofundó
con José García Parra– y su retrato.
VIDA Y SACRIFICIO DEL
POETA ANTONIO
CASTILLO MERINO (1896-1927).
Los poetas suelen tener almas
condenadas a la inmortalidad. Los periodistas defienden la vida como
bien colectivo. Los idealistas alimentan sus debates exhibiendo la
injusticia social. Tuvo Antonio Castillo Merino razones para ser
poeta, ideales para ser periodista y utopías para ser idealista.
Pero nada de ello le pudo salvar de la
muerte. Pareciera que fue un muchacho preparado con esmero para el
sacrificio por su propio destino trágico. Si el crimen alevoso que
le arrebató la vida en 1927 cimbró hasta el tuétano a la sociedad
de Tehuacán, el silencio posterior sobre su obra literaria acaba de
ser roto por la aparición de este libro titulado “Biografía de
Antonio Castillo Merino. Historia de un poeta, 1896-1927”, de
la autoría de Fernando Castillo Menéndez.
Don Fernando ha disipado aquella gasa
de silencio como hubiera gustado al poeta: volviendo a publicarlo.
Hizo un acto de justicia poética al permitirnos conocer a través de
las páginas de su libro algunos de los mejores poemas de quien fuera
su tío abuelo. Además nos ofrece datos biográficos suyos y de su
contexto sociopolítico. Al joven alumno de leyes del Instituto de
Ciencias y Artes le tocó vivir una época agitadísima cuyo arco
temporal empieza tras la renuncia del presidente Porfirio Díaz y se
extiende, siempre muy tenso, hasta el estallido de la guerra
cristera.
Antonio Castillo Merino
Pero vayamos por partes para apreciar
con mayor nitidez las aportaciones de Castillo Merino. Iremos viendo
las razones de su periodismo y enseguida las de su poesía, pero
primero pasemos por su sacrificio. Nuestro autor nos dice que
Castillo Merino recientemente se había titulado de abogado y había
comenzado a ganar asuntos añejos en favor de los desheredados. Había
mudado su residencia a Tehuacán al padecer una ola de represión
política por sus ideales vasconcelistas.
Su rol en el ejercicio del derecho le
había merecido ser nombrado representante para la Mixteca de la
“Sociedad Nacional Protectora del Indio”. Era una época en que
la postrevolución buscaba reconfigurar el equilibrio económico
entre las clases sociales con un carácter agrarista pro indigenista,
pero toda aquella utopía enfrentaba feroces resistencias. En el
pueblo vecino de San Juan Ajalpan, Tehuacán, se estaba formando una
sección de la Liga Nacional Campesina y había que darle formalidad
en una asamblea. A ello fue el licenciado Castillo Merino en su
calidad de asesor legal, no obstante las amenazas de agresión que
existían. Supuso él y sus acompañantes que la palabra del
gobernador y de la autoridad local en el sentido de respetarlos sería
cumplida, pero ocurrió exactamente lo contrario. Estaban en disputa
las aguas comunales acaparadas desde hacía doce años por un
poderoso señor llamado Miguel Barbosa. Éste mandó a sus pistoleros
a reventar la asamblea a cualquier precio. Así sucedió, armaron una
trifulca y tras la balacera hubo varios heridos y un solo muerto,
nuestro poeta, periodista y abogado. Esos sucesos funestos ocurrieron
el domingo 27 de febrero de 1927.
Su crimen fue noticia que alcanzó
a la prensa nacional, pues Castillo Merino, además de ser director
del periódico Iris era ya corresponsal de El Universal y
Excélsior. Todo Tehuacán lloró días enteros sin encontrar
consuelo por la pérdida de un muchacho de 31 años que le había
escrito esta cuarteta entusiasta cuando la eligió como su hogar:
“¡Oh! La noble ciudad adormecida,
a la vera del tibio manantial;
que brota para darle intensa vida
y bañarla en su límpido cristal.”
...
“Así te ven mis ansias de poeta.
Legendaria Ciudad de las Granadas;
y en tus altares mi emoción discreta,
deja sus claras rimas engarzadas.”
Tehuacán lo había recibido en su
autoexilio tras la persecución política que emprendieron los
gobiernos federal y estatal contra todos los vasconcelistas, a
quienes puso en la disyuntiva de elegir entre entierro o destierro.
Don José Vasconcelos había sido candidato a la gubernatura de
Oaxaca, pero carecía del visto bueno de Obregón, Calles y su
camarilla. Quizás en el fondo temían a los oaxaqueños. El poeta
Antonio Castillo se entregó como otros miles a su campaña, que a la
vez era propia por ser él también candidato a diputado local.
Asumió el vasconcelismo hasta sus últimas consecuencias, pero el
fraude escandaloso impuesto a toda costa a favor del profesor Onofre
Jiménez, un pelele de Calles, tenía que consumarse llevando a
Oaxaca a una crisis política larga, penosa y violenta. Nuevamente
los intelectuales oaxaqueños tuvieron que morder la amarga ruta del
éxodo para salvar el pellejo ante la represión selectiva. Tehuacán
por esos años se convirtió en un lugar más o menos seguro por
estar lejos de los límites estatales, pero no tan lejos que no
pudieran ser visitados por sus familiares, quienes en tren iban y
venían para aquella provinciana ciudad con el fin de estar
comunicados. Madres, esposas, hijos y novias quedaron en Oaxaca
mientras los varones se ponían fuera del alcance de los pistoleros
del gobernador en funciones. Igual ocurrió años antes tras la
partida de don Porfirio en el Ipiranga. Tehuacán se convirtió en el
abrigo que albergó al exilio de intelectuales, profesionistas y
profesores del Instituto de Ciencias y Artes desterrados por la
revolución mexicana.
A partir de 1915 Oaxaca había caído
en una espiral negativa. Al remolino político de la asunción de su
soberanía se le encimaron hambrunas, plaga de langostas, epidemia de
tifo, el crimen del hermano del presidente de la república, la
crisis monetaria por la aparición de “bilimbiques” de todos los
bandos y finalmente la ocupación militar por parte de los
carranclanes, el Ejército Consitucionalista de Carranza que borró,
por las buenas y por las malas, cualquier intento local de autonomía.
Tres hechos crueles fueron el botón de muestra de su perfidia: el
fusilamiento y decapitación de su gobernador soberanista, José Inés
Dávila, en primer lugar, en segundo lugar el cierre de la Escuela
Normal y tercero la clausura del Instituto de Ciencias y Artes de
Oaxaca. La prensa local daba cuenta de todo esto. Antonio Castillo
Merino debió haber estado empapado de la situación y su
empeoramiento minuto a minuto, pues tendría 19 años de edad..
Cuando el ex ministro de Educación
José Vasconcelos se entregó a su primera aventura electoral, su
prestigio hizo que los estudiantes eligieran su utopía como sinónimo
de progreso para Oaxaca. Desconocían que la pandilla de caudillos
norteños que habían triunfado con la revolución tenían otros
planes para Oaxaca, a la que no dejaban de recelar y a la que se
sentían obligados a humillar por haber sido cuna de don Porfirio
Díaz.
Oaxaqueños pertenecientes al Partido Liberal Constitucionalista.
Nuestro poeta está señalado con un círculo rojo.
Aquellos años fueron violentos.
Antonio quizás hallaba paz e inspiración en la poesía. Se fusilaba
a ex gobernadores como Antonio Carrillo Puerto o Manuel García
Vigil... Se ponían emboscadas a los enemigos, se asesinaba a los
carismáticos Zapata y Villa. Carranza mismo moriría con el mismo
método funcional de la revolución... Y le tocaría a Obregón,
cerebro de todo este curioso método, morir unos meses después de
nuestro poeta. En medio de toda esa “fiesta de las balas”,
Antonio Merino alzó su voz de editorialista tanto en Oaxaca como en
Tehuacán, a través de su semanario Iris. Por lo tanto,
cuando los gángsters le dispararon, no solo malhirieron al abogado,
sino que callaron al honesto periodista.
Nota de Iris aclarando la demostración de duelo en Tehuacán...
IRIS, UNA REVISTA REFERENCIAL.
Nuestro autor, Fernando Castillo
Menéndez, llegó un día a mi oficina con una bolsa de plástico. Me
obsequió su contenido: ejemplares de la famosa revista Iris
de Tehuacán que tenía duplicados. Hasta ese momento ignoraba yo que
ya había él hecho una exhaustiva investigación hemerográfica del
poeta, su ilustre tío abuelo. Pero él por su parte no sabía que el
nombre de la revista lo tuve presente desde muy chico, pues en las
conversaciones que sostenía mi padre, el periodista Néstor Sánchez
H., con antiguos escritores de Oaxaca, se mencionaba con frecuencia
aquella revista, siempre en tono alabatorio. Sólo una vez vi sus
ejemplares en la Hemeroteca Pública de Oaxaca, fundada por don
Néstor en 1972. Me atrajo su estética fuertemente desde entonces.
Portada del primer número de Iris
Luego, a través del estudio de la
historia de la prensa en Oaxaca, conocí más noticias de Iris.
Es una referencia obligada para conocer la producción editorial
oaxaqueña, pues Iris se convirtió en la revista del exilio
oaxaqueño. Periodistas, poetas, escritores... todos citaban aquella
publicación que de seguro circulaba en Oaxaca con holgura, aunque
esquivando la censura. Escuché hablar de ella siempre con halagos a
don Guillermo Rosas Solaegui, a don Alfonso Francisco Ramírez, a
doña Arcelia Yañiz, a don Everardo Ramírez Bohórquez y si mal no
recuerdo al mismo Gonzalo Zanabria. Aquella revista fundada por
Antonio Castillo Merino era vanguardista, era incluyente, era
romántica. En eso coincidían todos. Por si fuera poco, era de
regular periodicidad. Todo lo opuesto a lo que sucedía en la ciudad
de Oaxaca, que por las represalias de los carranclanes sufría todo
tipo de privaciones periodísticas, empezando por la censura y el
gangsterismo desde arriba.
El joven Castillo Merino llega a
Tehuacán y encuentra un ambiente propicio no solo para la ensoñación
poética sino para la acción periodística. Conoció en Tehuacán a
don José García Parra, un socio ad hoc y ambos deciden dar a
la luz una revista semanal de “variedades”. Antonio Castillo ya
conoce el poder de la palabra impresa y encabeza acciones
transformadoras de su entorno socioeconómico, como la campaña
periodística que emprende en pro de la construcción de la carretera
entre Tehuacán y Huajuapan. Estimula a los círculos mercantiles
para que vean las ventajas expansivas de la comunicación a través
de su semanario. No solo eso, también les da unas cuantas lecciones
de glamur al promover el refinamiento del ocio organizando bailes de
etiqueta, como aquellos que había presidido siendo el más
importante y joven Poeta Laureado en la ciudad de Oaxaca.
Castillo es un vanguardista en
Tehuacán. En la portada del libro de su vida y obra pusimos un
retrato de él fotomontado en una bella ornamentación tipográfica,
a manera de nicho. Aparece en el claroscuro mostrando la elegancia de
su carácter y la galanura del intelectual seguro de sí mismo.
Cualquiera que diga que este caballero escribe tangos y declama en
las tertulias inspirado... tendría razón.
Me parece a mí que Antonio Castillo
Merino toma el modelo periodístico de su amigo en Oaxaca don Ángel
Taracena, quien había publicado en 1921 en esta ciudad su revista
Boletín Comercial y Agrícola, que un poco más tarde
cambiara su nombre al más adecuado de Evolución. En esta
revista de corte literario y de novedades se da información
mercantil del comercio local. Éste, con su publicidad, sostiene la
revista que como su nombre lo indica, revisa todos los temas de
interés social, ofreciéndole variedad y actualidad al lector de
Oaxaca. Sin embargo las imprentas de Oaxaca no están a la altura de
las de Tehuacán, que imprimen Iris.
En una carta que en 1925 (4 de febrero)
le manda Taracena a Antonio Castillo, acusa recibo del primer número
de Iris y se queja con él así: “Mi [revista] Evolución
saldrá, Dios mediante, en el transcurso del presente mes. Estaba
decidido a editarla en ese mismo Tehuacán, pero comprendiendo que
es hasta bochornoso para Oaxaca que una revista como aquella, que ha
tenido el orgullo de visitar paises extraños y ser ampliamente
conocida y estimada en todas partes, dé el triste espectáculo de
que se edite fuera de Oaxaca, donde para verguenza nuestra, no existe
una imprenta donde poder hacer ese trabajo en condiciones favorables”
(p. 48).
Sólo un conocedor de la historia de la
imprenta puede ver a la primera el valiosísimo trabajo y esmero
tipográfico de las portadas de Iris. Su estética
vanguardista explica su suceso de inmediato. La imprenta “El
Refugio” se reinventaba a sí misma cada semana, estimulada, qué
duda puede caber, por trabajar con el director de la revista, don
Antonio Castillo Merino. Hacer a mano esas composiciones a dos tintas
exigían entonces muchas horas, mucha pericia y mucho arte. La
elección misma de los colores especiales comprueba que los
tipógrafos amaban hacer esas ediciones. No pudo haber salido a la
primera ni en los turnos de rigor. Debieron haberse metido en las
madrugadas, tertulia en marcha, para lograr construir
iconográficamente un sello personal, un discurso estético propio, y
además haciéndolo pasar dos veces por las máquinas, tarea que con
la tecnología de la época solo se hacía si se pagaba
superlativamente o si bien había motivación y entusiasmo por
hacerla. Sé que debe haber sido esto último. Se adivina que había
en esa imprenta de Tehuacán afinidad de intereses intelectuales,
amor por la poesía y comprensión por el joven dinámico poeta y
abogado. El resultado es que en una sencilla imprenta de provincia
estaban haciendo diseños tipográficos que afortunadamente quedaron
para la historia como exclamación de una estética original. No
conozco ningun impreso local que le iguale en originalidad.
LAS RAZONES DEL PERIODISTA CULTO.
¿Cómo es que Castillo Merino y su
socio, José García Parra eligen Iris como nombre?
Deduzco que se inspiran en una
publicación mas antigua pero que dejó honda huella. En 1826 aparece
el primer periódico crítico y literario del México independiente
llamado “El Iris”. Es el fruto de la asociación de tres
periodistas liberales extranjeros que en la ciudad de México
irrumpen con un estilo nuevo de hacer periodismo. Sus autores son
Claudio Linati, italiano, introductor de la litografía en México,
garibaldino, insurgente de la independencia de Italia. Llegó huyendo
de la persecución política y se trajo sus herramientas para montar
aquí el primer taller litográfico. Otro editor es Florencio Galli,
desterrado también de Italia y de oficio minero y el tercero fue
José María Heredia, exiliado cubano, afín de José Martí,
periodista de elegante prosa y experto en las artes escénicas y
también el mayor del grupo.
Este periódico mensual nace en la
Ciudad de México con gran estrella porque está bien escrito y
abraza la causa de la independencia nacional, pero además hace
promesas a un sector de lectores entonces inédito: las mujeres.
Cuando explicaron sus afanes editoriales escribieron: “Que Cupido
nos prestase una pluma de sus alas para tributar el bello sexo
artículos dignos de su amabilidad. Las modas, que reuniendo la
variedad al buen gusto completan el hechizo por el cual saben ejercer
tan dulce imperio sobre los hombres”... El Iris –Periódico
crítico y Literario– publica lo mismo notas sobre política
que poemas, notas de teatro y reseñas de química. Se distribuía
por todo el país. Tienen corresponsales en Tehuacán y en Oaxaca, en
este caso en la persona del Coronel José María Ortigoza. De modo
que circuló por todas partes y a todas partes llevó imágenes
litografiadas y coloreadas a mano de muchachas vestidas a la última
moda de París... Su lema fue Pax musarum altrix... Las musas
fomentan la paz...
El Iris
de 1826 no vivió muchos años, pero dejó su herencia como
una revista original que abría sus espacios a la literatura y las
artes, sin renunciar a su rebeldía ideológica. Su nombre se retomó
en muchas ciudades de la provincia mexicana desde entonces... Deduzco
que aquél periodismo ayudó a Castillo a escoger su mismo nombre,
aunque cien años después.
El proyecto de Tehuacán iba en grande.
Basta leer en portada la nómina de colaboradores para ver las altura
de sus vuelos: de Oaxaca: Manuel Pereyra Mejía, José Ferrer
Pantoja, Próspero Bolaños y otros más. De México: Alberto Vargas,
José Vasconcelos, Alfonso Francisco Ramírez, Manuel Brioso y
Candiani, Pedro Camacho, Efrén Núñez Mata y Genaro V. Vásquez,
entre otros. Con excepción de éste último casi todos ellos fueron
transterrados, miembros del éxodo oaxaqueño de porfiristas,
soberanistas y vasconcelistas que habían sido perseguidos por los
carrancistas, los obregonistas y los callistas. De Oaxaca exhibía
estos nombres: Ramón Pardo, Marcial Pérez Velásquez, Daniel Rueda,
Julio Bustillos, Rafael M. Toro, Jesús Castillo, José Santaella
Ramírez, Ángel Taracena y Jorge Fernando Iturribarría... la plana
mayor de intelectuales que en los siguientes años darían lustre no
solo al Instituto de Ciencias y Artes, sino al periodismo, la
literatura e historiografía oaxaqueñas. Iris, Semanario
de Información y Literatura era un proyecto mayor, un diamante
en proceso de pulimento que periodísticamente hablando acogió a lo
mejor de nuestra intelectualidad, abriéndole sus páginas a sus
ideas, sentimientos y utopías. Tras la muerte de su director, siguió
editándose algún tiempo más, pues ya Tehuacán la había hecho
suya. Eso hizo legendaria a Iris. Por eso escuchaba yo de niño
hablar de ella cuando mi padre conversaba amenamente con los
veteranos periodistas y literatos del Oaxaca de los años sesentas y
setentas del siglo XX.
LAS RAZONES DEL POETA.
Nuestro poeta nace en San Juan
Ixcaquixtla, Puebla, el 13 de junio de 1896. Su padre comerciaba
ganado que traía arriando y pastando desde la Costa chica. A fines
del siglo XIX el matrimonio Castillo Merino se traslada a vivir a la
ciudad de Oaxaca pues le ve más ventajas que a San Juan. Su madre
fallece de fiebre puerperal al alumbrar a su sexto hijo, quien
también fallece. A los cinco años nuestro poeta ha quedado
huérfano. Para contribuir al gasto familiar se hace un eficaz
ordeñador de las vacas domésticas estabuladas en la Trinidad de las
Huertas, el nuevo hogar. Más tarde toma afición por los gallos de
pelea y la actuación en obras de teatro. Debe haber sido un lector
voraz. Se deduce esto de los versos que ya está escribiendo. Ecos de
la lectura de Díaz Mirón, de Nervo y Rubén Darío, adornan su
producción temprana y le dan plumas a sus alas de poeta pues ¿de
dónde podría venirle la inspiración si su padre es un
administrador de haciendas, un ranchero viudo?
De su escuela, sin duda alguna y de su
propia alma, que ha comenzado a ser formada en las mejores manos. En
1906 se le expide el siguiente diploma que dice: “El Director y los
Profesores del Colegio Católico del Espíritu Santo, teniendo en
consideración la aplicación y aprovechamiento del alumno del tercer
curso de Instrucción Primaria Antonio Castillo en todas sus
clases, y deseando premiar su mérito, tuvieron a bien asignarle
medalla Dorada y expedirle el presente diploma, para que le
sirva de honor y gloria en su carrera literaria. Oaxaca, a 8 de
diciembre de 1906. El director: Carlos Gracida. El Secretario: Emilio
Jiménez.”... Antonio apenas cuenta 10 años y ya destaca por su
pluma.
Quince años después, cuando ya tiene
25 resulta el ganador de los primeros juegos florales convocados por
el Instituto de Ciencias y Artes con motivo de cumplirse los cien
años de la consumación de la Independencia nacional. Envía varios
textos, pero uno de ellos titulado “La epopeya de las águilas”
recibió del jurado esta crítica. “Mereció la preferencia por
su tono épico, por la elevación del pensamiento y la nobleza de la
idea, así como por su belleza, su forma y la energía sostenida de
su expresión...” p. 24. Así
reza el acta del Jurado Calificador, compuesto por el los doctores
Ramón Pardo y Alberto Vargas y el Lic. José Guillermo Toro.
Antonio Castillo Merino, al lado de la reina
de los Juegos Florales Dora Sara
Está publicado
este poema en el libro que presentamos. Dice así su primera estrofa:
Amanece:
Las nubes se coloran de cárdenos
reflejos
y en los lagos, brillantes cual
bruñidos espejos,
finge el sol, cuando surge de lazul
lejanía;
un incendio en el fondo de un
diamante de Hungría”... p.
26.
El autor cuenta en
versos de 14 sílabas una lucha mitológica entre los caballos árabes
de los conquistadores y las águilas mexicanas, donde éstas últimas
resultan victoriosas metafóricamente hablando atacándolos desde el
aire, pero sin pisar tierra y por lo mismo sin mancharse con la
sangre derramada en la conquista del Nuevo Mundo.
El joven literato
ha estado leyendo a los poetas del modernismo. Su temática y técnica
literarias nos remiten a Darío quien también en versos elogia a
Caupolicán, indio mapuche que lidera la resistencia contra los
conquistadores –en el actual territorio de Chile–... En el estilo
y en el vocabulario se aprecian además luces de Salvador Díaz
Mirón.
La “Epopeya de las águilas” pudo
haber recibido del aquel la perspectiva que el poeta veracruzano
incluyó en esta cuarteta de endecasílabos:
“Erguido bajo el golpe en la porfía
me sentí superior a la victoria.
Tengo fe en mí; la adversidad podría,
quitarme el triunfo, pero no la
gloria.”
Y además en la célebre frase de este
mismo poema: “Hay plumajes que cruzan el pantano/ y no se
manchan... ¡Mi plumaje es de esos!” En
el fondo de su “Epopeya...” podría estar la poética de A
Gloria aquel célebre poema que
todos recordamos comienza
así: “No intentes convencerme de torpeza/ con los delirios de tu
mente loca...
Las águilas mitológicas de Castillo
Merino bajarán de sus riscos para vengar la derrota del indio
nativo. Acabarían con los caballos militares, asustarían a los
carniceros mastines de combate españoles y a sus amos, verían la
sangre derramada, pero remontarían el vuelo sin contaminar sus alas
con aquellos horrores... Allí permanecen desde entonces las águilas
mexicanas sin mancha, tal es el sentido del poema triunfador.
Son versos llamados de “arte mayor”
por su número de sílabas: 14. Por su extensión, se usó como el
ritmo propio de los temas líricos y sentimentales. Su prolongada
pronunciación en silencio o recitación en voz alta le agregan a la
historia un ritmo valseado de nostalgia, donde se requiere de
respiración pausada y bucolía.
Rubén Darío usaba la misma medida de
verso para hablar de sus cisnes blancos y su “sonatina”:... Por
ejemplo en La princesa está triste... escribe esta línea tan
suya: “¡Los suspiros se escapan de su boca de fresa”. Amado
Nervo los emplea en su: “Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo,
vida” y Pablo Neruda igual... en su célebre “Puedo escribir los
versos más tristes esta noche”
Para el gran Darío el pasado histórico
fue sangriento, no se puede negar, pero los poetas deben purificarlo
cantándolo en nuevas epopeyas. En el porfirismo se vuelve a pensar
en la raza de bronce como un conjunto de virtudes morales tan dignas
como las del cristianismo, pero puestas en práctica desde antes de
su llegada. Será la suma de aquellas con éstas las que fraguarán
la identidad sincrética del mexicano en los albores del siglo XX.
Poeta Laureado en Tehuacán...
Antonio Merino gana los Juegos Florales
de Tehuacán en 1922. Pero esta vez el poeta se ha aumentado a sí
mismo la dificultad estilística. Siente que ya domina el verso y es
verdad. El tema, por lo demás, es propio para su confesión en voz
baja, próxima al murmullo y el soliloquio adolorido:
Su poema se titula Como antaño
y esta es su primera estrofa:
“¡Madre... Madre! Hace tiempo, mucho
tiempo, que te has ido
y ha cruzado por mis ojos el fantasma
del olvido.
En el alma llevo el frío de las nieves
invernales;
y los claustros de mi pecho, lucen
gasas funerales.”
Ha preferido el escritor el lento
“octonario” de 16 sílabas, el más largo de los de arte mayor,
pero al mismo tiempo ha enriquecido su capacidad sentimental. Alma y
pluma han hallado los nervios comunicativos de la precisión y la
complicidad. El jurado ha quedado embelezado y le ha concedido su
Flor Natural.
En la década de los veintes está
llegando a su fin el espíritu modernista cuyos valores poéticos son
el amor inconcluso, el canto nacionalista y la adopción de la muerte
como musa y alter ego. El poeta es un alma incomprendida que
no teme pasear por los cementerios. La muerte es aun una presencia
real a la que ni la medicina ni la farmacopea de la época logran ni
siquiera arañar. La mortandad materno infantil es muy extensa. Las
epidemias se expanden con facilidad. La melancolía es un
padecimiento que solo se cura con más poesía... Freud no sabe qué
hacer con la larga cola de mujeres deprimidas que tocan a su puerta
en busca de alivio. Se le echa la culpa a la modernidad que lo ha
mecanizado todo, incluso la muerte...
Para los poetas la muerte es una dama
misteriosa, dueña del reino del más profundo de los sueños. Sin
embargo, pese a su aspecto pavoroso, no es ni negada ni aborrecida.
Al contrario, es alguien con quien los poetas gustan de charlar
cuando están inspirados. Es un espejo para la reflexión personal
sobre el misterio de misterios. De aquellos diálogos brotan versos
iluminados o decepcionados pero que aproximan al alma a lugares en
donde nadie más la puede acompañar. Ese es el valor de la poesía
de este periodo, ese toma y daca con un tema que la religión
responde a priori y que la vida cotidiana minimiza. Es el limbo
temático del periodo, pero ocupó muchas horas de preocupación de
los poetas nacionales. Lo hizo incluso hasta 1939 cuando el poeta
mexicano José Gorostiza alcanzó el clímax insuperable de Muerte
sin fin, el “everest” de la poesía nocturna latinoamericana.
Su equivalente en la prosa es, qué duda puede caber, Pedro
Páramo, de 1955, salida de la pluma de Juan Rulfo y considerada
por la crítica la mejor novela de la literatura mexicana del siglo
XX.
Antonio Castillo gana nuevamente la
Flor Natural en 1923 con un poema de esta misma génesis. Lo tituló
Fantasía y dice así su primer cuarteto:
“Hoy he pasado cerca de la muerte...
Sus manos, descarnadas y viscosas,
ciñeron sus falanges a mi suerte,
como alas de nocturnas mariposas”.
En mi opinión es el poema mejor
logrado de los incluidos en este libro. El poeta tiene 27 años. En
sus constantes caminatas en solitario con la Muerte pareciera que
“ella” le ha tomado más amor al poeta del que hubiéramos
querido. En el transcurso del poema le dicta la siguiente estrofa:
“Por qué pretendes con afán de
loco,
a mi escondido reino penetrar?...
¿Es para tu ambición, el mundo poco,
y quieres mis dominios conquistar?...
El jurado calificador reconoce el apego
a los preceptos clásicos de sus estudiantes concursantes y decide
premiar a Castillo por la originalidad del tema y el dominio que
tiene de la forma y cualidades de su poesía. Yo me pregunto si
Castillo Merino leyó el famoso poema simbolista de Edgar Allan Poe
titulado El Cuervo, pues está perfectamente emparentado.
Ambos poetas escriben lo que acaban de experimentar en carne propia
con la inasible Muerte... Pero una pregunta más útil que aquella
sería la que nos respondiera ¿qué libros leía Antonio, dónde?
¿de qué biblioteca? ¿quién se los prestaba?
Profesores e intelectuales del Instituto de Ciencias y Artes
de Oaxaca, dirigidos por el Dr. Ramón Pardo.
Para el joven Castillo, dichoso en el
triunfo literario, la vida parece ser una modesta y hasta invisible
telaraña que ha estado siendo tejida a su alrededor por un sueño
misterioso. En el siglo XIX la figura de la muerte deja de ser la
calaca descarnada del barroco y se torna el sueño eterno que seduce
o trastorna a los poetas. No habrá dolor ni tragedia, ni llanto ni
misas ni sahumerios. Se entra a la muerte como a una dormición
pactada, tibia pero definitiva.
Nuestro autor reproduce la última
composición de Antonio publicada en Iris, extrañamente el
mismo día de su muerte violenta. La tituló, qué paradoja de poeta,
Dulce Muerte y dice así:
La araña teje su invisible tela,
con esfuerzo tenaz en el vacío;
y con su trama sutil, no se revela
su designio satánico y sombrío.
Así el destino teje a nuestra vera
sus hilos misteriosos de leyenda;
y mata la ilusión en primavera,
antes que el soplo del amor se
encienda.
Ven por eso a mis brazos quiero verte
antes que nuestras vidas se amortajen,
en la tela de araña de la muerte
y del dolor a los infiernos bajen.
CONCLUSIÓN
Esta edición es notable por el rescate
de sus versos poco conocidos. No existen en ninguna antología de
poesía oaxaqueña que se haya editado en los últimos 30 años,
quizás sí en las poblanas, pero en adelante este libro será la
fuente que ponga a disposición de los académicos la interesante
vida y obra literaria de Antonio Castillo Merino.
Uno sabe que el joven autor que estamos
conociendo nos ha dejado para siempre de manera injusta y prematura,
pero bastará leer sus versos para devolverle vigor a sus alas donde
quiera que se encuentre, incluso si está ahora mismo aquí sentado a
nuestro lado escuchándonos, escuchándose.
Antonio Castillo Merino ha acariciado
el Parnaso y éste le ha obsequiado para siempre residencia en su
patria poética, refulgente refugio donde creo que se recrea su alma
merecidamente.
Claudio Sánchez Islas.
Oaxaca. Agosto 28 de 2015.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA.
Castillo Menéndez, Fernando. Biografía
de Antonio Castillo Merino. Historia de un poeta, 1896-1927.
Carteles Editores. Oaxaca, 2015.
Ruiz Cervantes, Francisco Jose y Carlos
Sánchez Silva. “La imprenta y la prensa en Oaxaca, siglos XIX y
XX” en Historia de la prensa en Iberoamérica, Celia del
Palacio Montiel, comp. Alianza del texto universitario. Guadalajara,
Jalisco, 2000.
Ruiz Castañeda, María del Carmen,
introd. en “El Iris: Primera revista literaria del México
independiente”, e “Índice” por Luis Mario Schneider, en El
Iris, periódico crítico y literario por Linati, Galli y Heredia.
Edición facsimilar. 2 v. UNAM. Instituto de Investigaciones
Bibliográficas. México, 1988.
Sánchez Pereyra, Javier. Historia
de la educación en Oaxaca 1926/1936. IEEPO. Oaxaca, 1995.
HEMEROGRAFÍA
Iris, semanario de
información y literatura. Ejemplares sueltos comprendidos desde
el Núm. 5 del 22 de febrero de 1925 hasta el Núm. 117 del 17 de
abril de 1927. Tales son: 5, 13, 16, 18, 22, 26, 27, 30, 32, 35, 112,
113, 114, 115, 116 y 117.
Muy interesante, menciona a mi abuelo José García Parra. Salu2
ResponderEliminar