Se presentó la tarde del 28 de abril de 2017 en el nuevo Centro Cultural Municipal de la Colonia Reforma, el libro conmemorativo a los 485 años de la ciudad de Oaxaca, cuya portada es la siguiente:
Fue diseñado y editado por Carteles Editores y su distribución es gratuita. Si usted quiere leerlo, debe solicitarlo a la Dirección de Cultura Municipal.
El siguiente texto es el que leí en dicha presentación.
“OAXACA, BAJO LA FRONDA DEL HUAJE
MILENARIO”.
NATURA Y CULTURA: UNA VISIÓN
DES–INTEGRADA BAJO UN ARBOL DADIVOSO
El
Ayuntamiento de Oaxaca pone a disposición de sus vecinos este libro
de temática local para que el aniversario del día ya muy lejano en
que dejó de ser vil pueblo, o villa, no se disuelva en el olvido. Su
autor y recopilador es Jorge Bueno Sánchez, quien actuamente la
ejerce de cronógrafo.
Aunque
respetabilísimos todos los patriarcas que le han antecedido en el
oficio de Cronistas Oficiales, hombres productivos, educados y
ceremoniosos, nuestro autor heredó de aquellos la grave
responsabilidad de hablarle de Tú y no de Usted al Dios del Tiempo.
Ese es un privilegio únicamente para cronistas. Una suerte de
licencia para volver al futuro. El memorioso debe escribir y
describir en imágenes e imaginarios el efímero tic–tac de la vida
de una Ciudad. Aunque más inasible que el agua y más etéreo que el
aire, el Cronista arrebata con su pluma al impasible Tiempo unos
cuantos párrafos y los convierte en historias contables. Es la
manera como unimos en una sola esencia el espacio y el tiempo, la
natura y la cultura, el mundo y la civilización. En otras palabras,
la obra de Dios y la de los Hombres.
Como
sus antecesores, Jorge Bueno se ha sacado al tigre de la rifa y debe
ejercer a título honorario el oficio publicando para nuestro
beneficio y disfrute. Este año el Ayuntamiento de la Ciudad ha hecho
un amplio e innovador programa de festejos. Pareciera que sangre
nueva no circula sino revolotea en su interior. Aun así, cada día
aprendemos algo nuevo. Aquí van mis reflexiones al respecto.
Circula
la metáfora que dice que en ocasiones el bosque no nos deja ver los
árboles y viceversa. El ayuntamiento citadino ha puesto su mira ya
en la fantasía del 500 aniversario, un fenómeno que deberá ocurrir
dentro de 15 años. En otras palabras, ha sonado el disparo y nuestra
imaginación ha comenzado a correr hacia aquella meta. Fastos aparte,
yo me pregunto ¿Cómo lucirá Oaxaca? Si nos gusta tal cual ,
tendremos 15 años de recreo, pero si nos disgusta como está,
tendremos solo 15 años para componerla.
Para
documentar mi pesimismo haré un par de contextos que tienen que ver
con la historicidad de las ciudades y en consecuencia, con su
construcción o destrucción en el devenir del tiempo.
Primero.
¿Cómo fue el pueblo que yace bajo nuestro piso novohispano? ¿Se
llamaba Luhulaa?
Hubo
una ciudad poderosísima y muy cercana a esta Verde Antequera que
imperó más de mil años continuos. Su poder militar y prestigio
civil se expandió mil kilómetros a la redonda, pero hoy solo nos
queda la fama de su gloria y mil dudas sobre su verdadero nombre, que
olvidamos por completo: ¿Se llamaba Mansión del Jaguar o Monte
Albán?...
Segundo.
Un año antes de que aquella zona arqueológica zapoteco–mixteca,
carente ya de vida, y la vitalísima Ciudad de Oaxaca fueran
declaradas parte del Patrimonio Mundial Cultural de la Humanidad por
la UNESCO, le obsequiaron con solemne reverencia título igual a la
Ciudad Vieja de Aleppo, Siria. Por la guerra civil que sufren, de
ella no queda hoy sino polvo, ruina y llanto. Era famoso el queso de
Aleppo, y cada vez que me echo un bocado de quesillo de Reyes Etla me
imagino el tesoro gastronómico sirio, pues era su hermano gemelo: un
fino queso de hebra que ellos hacían trenza y nosotros bola. Les
tomó decenas de siglos ir levantando los muros de su ciudad pero la
arrasaron hasta sus cimientos en solo 4 años.
Pero
un libro como el que hoy presentamos es ese tipo de magia que le pisa
el freno a mi pesimismo.
¿Por
qué? Porque en conjunto alimenta a la par mis sentimientos y mis
pensamientos. Lo que mantiene de pie una ciudad, sin conflictos
fraticidas, es el respeto al derecho ajeno. Pero lo que mantiene
vivas a las ciudades son sus tradiciones y continuidades culturales.
Este año particularmente el Cabildo ha puesto su énfasis en este
factor. No nos alcanzaría el tiempo observar cada una. Solo me
detendré en el rasgo de la enorme gentileza de los memoriosos
oaxaqueños: sus cronistas.
Son
gentiles en el sentido de ser forjadores éticos de “la gente”,
es decir de una idiosincracia que se congrega en el transcurso del
tiempo en un sitio geográfico elegido. Representan lo mejor de la
memoria colectiva y la respuesta a las preguntas clave sobre el
origen colectivo de toda ciudad: ¿quiénes somos? ¿de dónde
venimos? ¿cómo enriquecemos los patrimonios naturales y culturales
que recibimos ya hechos? Son pues, los guardianes de la frontera
entre la civilización y la barbarie, la historia y el olvido...
aunque generalmente pierden sus guerras. Sus armas son la memoria y
la pluma. Recuerdan y anotan. Su mirada no es ingenua, sino
apasionada, pero su pluma es, siempre, amorosa. Esto los distingue de
los historiadores y los periodistas. A diferencia de estos
encorsetados por la rigidez de la evidencia documental y los hechos,
el cronista palpa la psicología del pueblo y es capaz de construir
un toma y daca comunicativo.
No
siempre ganan sus guerras los cronistas e historiadores con sus
libros, repito. Padecen de incomprensión la mayoría de las veces.
Los Cabildos, en tanto cuerpos colegiados, tropiezan a menudo con la
miopía colectiva de sus intereses partidistas. Mientras el cronista
observa al Tiempo con mayúsculas, gobernantes y gobernados solo
tenemos ojos para un calendario: el electoral...
y
acabamos viendo a la ciudad como un producto vendible, presionados
quizás por ideas utilitarias de “progreso”... y dejamos de verla
como un delicado conservatorio de valores culturales e históricos,
intensamente dependientes de su entorno ecológico, porque fue la
geografía, el clima y el paisaje lo que primero determinó el
asentamiento de los habitantes de lo que hoy es nuestra ciudad. En la
escala del pasado mesoamericano, quizás nuestra Luhulaa
sea tan antigua como Monte Albán... anque quizás no tanto como
Zaachila, que lleva 3 mil años en el mismo sitio. (Según los
estudios arqueológicos han revelado en el libro de Ismael Vicente
Cruz y Gonzalo Sánchez Santiago. Coordinadores de “Zaachila y su
historia prehispánica”. SECULTA. Oaxaca, 2014).
Como
fuere, en nuestra línea del tiempo, y observando su entorno
ecológico, solo el blanco mineral de San Antonio de la Cal es más
antiguo que el árbol de huaje. Podríamos remedar al cuento más
breve del mundo –de Augusto Monterroso– anotando que “Cuando
nuestra ciudad despertó el huaje ya estaba allí”. Arbolito feito
y malquerido, el huaje sigue allí, como fuente de nuestra
onomástica. Identidad vegetal del suelo y el clima originarios. Si
nosotros hoy soñamos con tener fuerzas para vivir y contar esta
ciudad señorial cuando cumpla cinco siglos, ¿cuántos sueños no
hizo realidad este árbol milenario desde que el pueblo fundador de
este asentamiento le amó a tal grado de bautizarle con su nombre
“para siempre jamás”?
Oaxaca
ha sido pues, parcela, campamento, fortaleza, santuario sin muros,
cabeza política y patrimonio de la humanidad. En una palabra: Una
victoria de la civilización, o casi, que ha ido ocurriendo bajo la
fronda de los huajes milenarios en este valle luminoso.
Ello
explaya el nombre de este libro que nuestro autor ha organizado a
partir de cápsulas radiofónicas en las que el contenido cultural se
ha difundido a través del Grupo ORO. ¿Cómo ha logrado sintetizar
tanto en tan poco Jorge Bueno? Quizás por eso sea ingeniero. O
ingenioso. O ingente, porque como todos los de su linaje cronístico,
se ha puesto a buscar con lupa minucias y fechas, detalles y
golosinas y con todo eso, a través de esta selección de temas nos
las ha obsequiado, cual es su deber, como frutos selectos de su
cosecha intelectual.
Ya
lo dije antes, sin memoria escrita y publicada no hay civilización.
Un buen libro es la eficacia de la forma y el fondo, pero como los
árboles, primero antes que los frutos deben conocerse sus semillas.
Siete
capítulos forman la estructura del documento, a saber:
1.”Proemio
y heráldica”. Aquí Jorge Bueno vuelve a tocar el clarín de la
guerra. Hijo del internado militarizado General Ignacio Mejía,
pareciera que ha instruido al corneta de órdenes para que exclame
claramente el “toque de reunión” porque dicho asunto de los
escudos de armas de Oaxaca, pese a lo viejo que es, sigue sin ver la
puesta del sol.
Cada
generación volvemos a él sospechando que no se ha dicho todo y
siendo el caso, ignoramos la energía del nervio que decidió tal o
cual signo, tal o cual color, tal o cual símbolo puesto en tal o
cual posición. En efecto, conozco dos estudiantes de posgrado que
han estado trabajando como gambusinos tras las pepitas de oro que son
los distintos emblemas históricos con que la sociedad en su momento
decidió identificarse de cara al futuro, para ser distintos de los
demás, pero poniendo en dibujo sus argumentos y símbolos de una
manera heroica. Es el caso de nuestro Ayuntamiento, que lleva la
cabeza de Donají como escudo de armas, pero este tema ya lo toqué
abundantemente en mi propio libro. Baste decir que Jorge Bueno ha
vuelto a sacudirle al gato el divertido cascabel famoso.
2.”Templos
de Oaxaca”. En él, nuestro Cronista habla de 31 edificios
religiosos, con los que se distingue hasta hoy el horizonte de la
ciudad de Oaxaca y que son la delicia de la nueva ola de restaurantes
y cafés instalados en lo alto de terrazas, innovación en el
servicio del cultivado ocio que descubrió una bella manera de ver
cómo se dibuja el perfil citadino en el hermoso Valle de Oaxaca, por
medio de campanarios y cúpulas, pero sorbiendo un café o una copa.
Cuando
se visita Chicago, no para uno de bobear viendo lo altísimo de los
templos al dios dinero que caracterizan a su orgulloso distrito
financiero, donde entre otras cosas se fija el precio que tendrá el
maíz del ciclo siguiente. Es su atractivo turístico. En Oaxaca, el
turismo no deja de mirar nuestros templos, campanarios y los siempre
verdes laureles. Este paisaje nos cuenta la galanura de una ciudad
que nos ha dejado como huella de su fundación un hecho mítico a
propósito del árbol feíto. Ocurrió que el primer cáliz con la
sangre y el cuerpo de Cristo fue elevado al hermoso cielo de Oaxaca,
pero bajo la fronda de un huaje. Lo contaron los cronistas y lo mandó
pintar el obispo Gillow. Puede verse en San Juan de Dios. Los
árboles, aunque no lo tengamos claro, son símbolos universales de
la figura paterna protectora.
Hoy
vemos templos que son una maravilla, pero nuestro autor ve más lejos
y nos cuenta que primero fueron ermitas modestísimas, tuteladas por
una cantidad de santos varones a los que el Tiempo borró de nuestro
devocionario.
(3)
“Beneméritos” se llama el capítulo tercero. Son 7 y medio los
personajes, todos del siglo XIX. Parece ser que con excepción de
José Vasconcelos, en el XX Oaxaca no ha tenido hijos ni hijas de
aquel calibre cívico. Los beneméritos son a la historia patria lo
que los santos a la historia novohispana de Antequera. También
tienen su propias capillas, si bien seculares, pero anoté antes que
hasta la fecha son 7 y medio beneméritos los que están en el altar
laico de la patria chica. Ocurre así porque faltaría que el
Congreso local terminara por aceptar o rechazar la solicitud que
hiciera precisamente nuestro autor para sumar al General Ignacio
Mejía Fernández, en base a su intachable vida pública puesta al
servicio de Oaxaca, a la ilustre nómina de próceres.
4.
“Cronistas”. En este capítulo el autor hace gala del linaje que
sostiene el título de Cronista de Oaxaca. No coloca a muchos, solo
atiende a los contemporáneos, pero todos ellos de irreprochable
nobleza intelectual: Guillermo Reimers Fenochio “el memorioso”,
Jorge Fernando Iturribarría “el maestro por excelencia”, Javier
Castro Mantecón “el doctor”, Everardo Ramírez Bohórquez “el
caballero” y Rubén Vasconcelos Beltrán “el maestro”.
Semblanzas muy breves pero necesarias y que nos competen como ciudad
que debería fantasear con cumplir 500 años remediando sus yerros.
Por ejemplo el Ingeniero Bueno arrebata del olvido una tragedia que
se sigue repitiendo: la pérdida de mítica biblioteca de don
Guillermo Reimers. Cito a nuestro autor: “Fue un
estudioso de la historia de México y logra tener la biblioteca
particular más importante en la primera mitad del siglo XX, misma
que se perdió en la década de los 60s por negligencia
gubernamental. Eran 5 000 libros, se gastó su fortuna en conformarla
y el belga Van de Velde se la llevó a vender a los Estados Unidos”
(p. 75)... Quienes la conocieron le endilgaron admirativos:
fastuosa, opulenta, original, llena de joyas bibliográficas y
documentos originales, especialmente novohispanos y del siglo XIX.
¿Sería
mucho pedirle a las autoridades que donde estuvo el Archivo General
del Poder Ejecutivo del Estado –léase ex convento de los 7
Príncipes– se destine para alojar las bibliotecas personales,
archivos, fototecas y fonotecas especializadas que quieran donar
nuestros intelectuales y académicos de hoy, locales y extranjeros?
Me preocupa el destino de los acervos documentales de nuestras
mejores mentes. Les llevó toda la vida y casi todos sus modestos
ingresos conjuntarlos y extraer su savia. ¿No debería una Ciudad
culta y señorial convertirse en su salvaguarda?
(5)
En el capítulo 5 el libro recoge precisamente textos brevísimos de
cronistas oficiales y fraternales. Justamente en el breviario firmado
por el Barón de Humboldt leemos lo siguiente: “El cielo de
Oaxaca es puro, siempre azul y sereno y la temperatura es suave y
agradable en todas las estaciones, con ligerísimas variantes y sus
gentes hospitalarias hacen de Oaxaca una ciudad imposible de olvidar”
(p.82)
Agrega
el autor una cita de Arturo Fenochio que, como la anterior, nos deja
el testimonio de aquel entorno ecológico que alimentaba sus almas:
“Yo no sé si es por la disposición de las montañas del horizonte
–escribió Fenochio–, o por el clima o por la atmósfera cargada
de vapores y algo de humo, por lo que se encienden tanto y tan
seguido las nubes de Oaxaca, ningún cielo me ha parecido hasta ahora
tan vistoso, tan alegre” (p.83).
Fue
este capítulo el que me dio la pauta para proponer la foto de la
portada de este libro. La tomé yo, una tarde de tantas en Oaxaca. El
poseedor de este libro sabrá comprenderla.
6.
A esta “felicidad celeste” de Oaxaca siguen los paisajes
interiores. Una antología de poesías de los siglos XVIII al XX. Ya
los escritores de entonces hablaban de una patria propia, pero el
texto que más me conmovió fue el de Clara Elsa Reimers.. Con
finísima sensibilidad, tan femenina, la autora escribe versos para
conjurar el dolor que le causa un árbol que ha sido talado en el
patio de su casa, cuando los patios de Oaxaca se vestían
necesariamente de al menos uno.
7.Cierra
el libro una colección de semblanzas de los olvidados constituyentes
oaxaqueños del 17. Una vez que la vida civil de Oaxaca entró en
barreno, hundida por diferencias ideológicas y humillada por los
vencedores de la Revolución, hubo que volver a empezar y unir a la
suerte de México entero los maltrechos hilos políticos de nuestro
terruño, Luhulaa, la región de
los huajes que de tan abundantes sus vainas chocaban con las narices
de quienes atravesaban por su bosque. Como en el famoso cuento de
Shel Silverstein, los hijos de Oaxaca deberíamos reconocerlo como
“el árbol dadivoso”. Cada año el Ayuntamiento entregan
reconocimientos a ciudadanos preeminentes. ¿No podría hacer otro
tanto con la naturaleza preeminente que le rodea?
Antes
de leer mi conclusión deseo expresarle al autor, al Cabildo de
Oaxaca, a José Antonio Hernández Fraguas, a Juan Pablo Vasconcelos
Méndez y a Ustedes mis congratulaciones por esta edición y a la
Señora del Sur, como le llamaban en los cincuentas a esta
grandiosa ciudad, mis besos y abrazos de hijo agradecido.
CONCLUSIÓN:
Miles
de huajes de ese bosque originario se talaron para alimentar los
fogones de las cocinas prehispánicas. Muchos más para alimentar los
hornos de cal dominicos con que se construyeron los templos en que
hoy oramos. Cuántos más se talaron del cerro del Fortín para
despojarlo de su ventaja militar en las revueltas del siglo XIX? En
el pasado, ¿cuántos miles de negros esclavos e indígenas peones,
empleados en la construcción de calles, plazas y edificios, se
alimentaron gratuitamente con las semillas de sus vainas color
sangre? No solo fue la obra del hombre, sino las condiciones de flora
y fauna que halló en el entorno ecológico elegido. Con la
interacción de dichos elementos siglos más tarde la UNESCO pudo
reconocer los dones culturales de Oaxaca.
Es
cierto, el huaje de Huaxyacac, es demasiado modesto para figurar en
la historia con voz propia. Como el árbol dadivoso que creo yo que
ha sido, estoy cierto que preferiría mil veces perecer como leña
para nuestras tortillas antes de que nos atreviésemos a olvidarle.
Por
ello clamo, musito o simplemente pienso en silencio:
¡Que
viva el huaje milenario!
¡Que
viva Oaxaca!
Claudio Sánchez Islas.
28 de abril de 2017.
Fuentes:
Bueno
Sánchez, Jorge A. 2017. Oaxaca, bajo la fronda del huaje
milenario. Ayuntamiento de Oaxaca de Juárez. Oaxaca.
Mumford,
Lewis. 2012. La ciudad en la historia. Sus orígenes,
transformaciones y perspectivas. Pepitas de Calabaza, España.
Vicente
Cruz, Ismael G., y Gonzalo Sánchez Santiago. 2014. Zaachila y su
historia prehispánica. Memoria del quincuagésimo aniversario del
descubrimiento de las Tumbas 1 y 2. Gobierno de Oaxaca–Seculta,
Conaculta y Ayuntamiento de Zaachila. Oaxaca.
Existe aún en venta este libro?
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