martes, 5 de julio de 2016

ZENÓN RAMÍREZ: HISTORIA DE UN BRACERO QUE LLEGÓ A DIRECTOR DEL MUSEO MAS IMPORTANTE DE OAXACA

Proponemos al amable lector el libro más reciente salido de la acreditada y amena pluma de Manuel Esparza, quien cuenta la vida de don Zenón Ramírez, un modesto muchacho que se fue de bracero a Estados Unidos, pero años más tarde llegó a ser director del más importante museo arqueológico de Oaxaca, hoy Centro Cultural Santo Domingo. 

Se presentó el pasado 1 de julio de 2016 en esa sede, con la participación de las académicas Ethelia Ruiz Medrano y Ángeles Romero Frizzi, cuyo emotivo texto se reproduce con esta entrada. No le quitemos más tiempo al lector y entremos de lleno a esta cálida semblanza, pero primero permítame presentarle la portada del libro:



HISTORIA DE UN BRACERO OAXAQUEÑO
ZENÓN RAMÍREZ

Por Ángeles Romero Frizzi

Llegamos con nuestro pan de muertos, como es la costumbre, también con un ramo de flores. En un extremo del cuarto se encontraba una imagen de la virgen rodeada por un arco de flores y frutas, a sus pies un altar con las fotografías de los seres queridos: doña María y don Albino. Enfrente de ellos, entre flores amarillas, estaba un plato con mole, un vaso de agua, tamales y un poco de mezcal. En el suelo, sobre un petate, se acumulaban innumerables frutas: naranjas, manzanas, nísperos, cacahuates y montones de pan de muerto y flores, muchas flores.
En el patio iban llegando los invitados. Zenón y Yola habían dicho que sólo lo invitarían a la familia, pero eran muchas personas. La familia, sin duda, es numerosa.
Como todos los años, cumpliendo un antiguo ritual, llegamos a compartir con Zenón y Yola, el día de muertos. Es una ocasión para acordarnos de nuestros seres queridos y refrendar una amistad de ya muchos años. Es también el momento para saborear el exquisito mole que prepara Yola con una mezcla de innumerables chiles, chocolate, frutas y especias. ¡Por nada del mundo me lo perdería! Llegamos trayendo nuestro pan y un poco de flores. Salimos cargando varias piezas de pan, numerosas frutas, chocolate y afortunadamente más mole.
Durante más de cuarenta años hemos compartido esta ceremonia. Hemos convivido este día y muchos más. Zenón y Yola son padrinos de nuestros hijos. Cuando éstos nacieron y, después, cuando fueron creciendo, ellos nos han acompañado en los días felices y también en los momentos difíciles cuando enfermaron o tuvimos algún problema.
Don Zenón Ramírez y doña Ángeles Romero Frizzi.

Sí, es una larga amistad, a pesar de esto y a pesar de tantos instantes que hemos vivido juntos, la vida de Zenón escondía para mí muchos secretos. Secretos que ilustran, no sólo el empeño y la capacidad de un hombre para superarse y salir adelante, sino, también, parte de la vida de México en el siglo XX.
Zenón nació, hace ya varias décadas, en Tlacolula, cuando aún no llegaba la electricidad. La vida era difícil. Su papá, don Albino, no tenía tierras y debía de sacar adelante a su familia con las siembras que realizaba a medias en terrenos alquilados y ayudando en la matanza de los chivos del tío Aurelio. Con ese arduo trabajo, que en ocasiones comenzaba a las dos de la mañana y concluía al ocultarse el sol, él lograba alimentar a su familia con tortillas, frijol y chile. Doña María (la madre de Zenón) siempre ayudó a la economía familiar no sólo lavando la ropa, limpiando y cocinando para sus numerosos hijos, sino preparando tortillas para vender. La casa que habitaban era humilde, las paredes de bajareque (carrizo, palos y lodos) y la cama de carrizos con un petate. A pesar de todo, Zenón era feliz. ¡Esa era su vida! Y así la aceptaba. Iba a la escuela primaria y siempre que podía ayudaba a su padre en las labores del campo y con los chivos; también juntando leña para hogar. Nada se desperdiciaba. Incluso el excremento de las vacas se usaba –una vez seco- para calentar el comal y preparar los alimentos. Y los gusanos del mismo servían para alimentar a las gallinas.
Hacia 1952, Zenón terminó la primaria pero no le gustaba el duro trabajo del campo. Por eso, empezó a trabajar de dependiente en una tienda, entraba a las siete de la mañana y salía a las nueve de la noche. Por catorce horas de trabajo recibía 20 pesos mensuales, pero ahí aprendió a preparar el mezcal de pechuga, el añejo y otras bebidas. También trabajaba como músico. Esto es, en las fiestas de Tlacolula hacía falta música que las amenizara y Zenón llevaba en una carretilla una planta de gasolina y un tocadiscos. Cuando llovía los cables de la planta daban toques y había que subierse en unas tablas para evitarlos. Como músico ganaba 5 pesos la noche, aunque la jornada terminara al amanecer. De músico dilató unos tres años.
Después, comenzó a trabajar en una cantina: El Dios Baco. Él era el encargado y logró que su sueldo aumentara a 50 pesos al mes; poco después trabajó en una tienda de abarrotes. En Tlacolula ya no había donde estudiar y había que buscar trabajo, aunque los salarios, al igual que los de ahora, fueran tan bajos. Todo empeoró cuando se presentó un problema económico. Su mamá de Zenón, doña María, enfermó a causa de una mordida de perro. Una señora de Tlacolula le recetaba y había que gastar en las medicinas. Como no mejoraba y seguía enferma tuvieron que llevarla al doctor. Él les dijo: “de milagro no se ha muerto: las medicinas que le dan le hacen daño”.
Pero eso no fue todo. El papá de Zenón, con mucho sacrificio, había comprado el terreno donde vivían y lo puso a nombre de su papá, cuando el abuelo murió, la abuela dijo que el terreno le pertenecía a ella y decidió venderlo por dos mil pesos. La abuela los dejó en la calle. Su mamá de Zenón tratando de solucionar el problema dijo que ella compraría nuevamente el terreno, pero el precio había subido a 4 mil pesos. Doña María se las ingenió y del tío Aurelio y de otro hermano de su papá consiguió dinero prestado con un interés del 5%. Aún así, no alcanzaba y tuvo que solicitar otro préstamo. Sólo de intereses eran 400 pesos al mes, y el sueldo de Zenón, el mejor que había logrado ganar, era de 80 pesos mensuales. Comenzó entonces a pensar en irse de bracero, pero apenas tenía diez y siete años. Aún no tenía su cartilla militar, pero, como siempre, con astucia, Zenón logró sacarla antes de cumplir los diez y ocho años y, entonces, comenzó otra etapa de su vida. Su vida como bracero
En 1957 salió rumbo a los Estados Unidos. Zenón formó parte de ese sistema de trabajo temporal conocido como Programa Bracero que funcionó de 1942 a 1964. Comenzó promovido por la demanda de mano de obra de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. El primer año del programa se trasladó al vecino país del norte un millar de mexicanos para trabajar en los campos de remolacha. El programa pronto se extendió y en tres años el número de trabajadores ascendió a 50 mil mexicanos. El programa bracero duró hasta 1964 cuando ambos gobiernos, el de México y el americano, decidieron finalizarlo. En 22 años, alrededor de 5 millones de trabajadores mexicanos fueron a los campos agrícolas de los Estados Unidos. Concluyó en respuesta a reportes de abusos extremos a los derechos humanos: sueldos bajos, alojamiento inadecuado y prácticas discriminatorias. A pesar de las duras condiciones de trabajo, un funcionario del gobierno mexicano llegó a aceptar que la suerte de los trabajadores mexicanos en Estados Unidos era menos triste que en su tierra natal. Ellos pudieron tener acceso a recursos económicos que nunca hubieran logrado trabajando en México.
La vida de Zenón Ramírez nos permite mirar con detalle la experiencia de un joven de diez y siete años en este programa de trabajo temporal. Nos permite conocer las duras condiciones de trabajo y el hecho irrefutable de que, a pesar de todo, en los Estados Unidos podía obtener recursos que no existían en su tierra natal.
Cuando la abuela de Zenón vendió el solar donde vivían y la familia se endeudó, Zenón decidió irse a los Estados Unidos y combinar sus ingresos con lo que su papá ganaba trabajando en el campo y como peón en las excavaciones arqueológicas que llevaba a cabo el INAH en el sitio arqueológico de Yagul.
En julio de 1957, Zenón comenzó los trámites, solicitó al Presidente Municipal de Tlacolula una constancia de que era campesino y después pidió una carta en el Palacio de Gobierno de la ciudad de Oaxaca. Para realizar el viaje sus padres lo encargaron con un señor que ya había ido al Norte. Su madre le preparó una caja con tortillas tlayudas, totopos, pan, queso, chinteztle y pasta de frijol. Zenón tuvo que pedir dinero prestado para poder pagar el pasaje y sus gastos de viaje. Desde Oaxaca inició el largo viaje hasta el centro de contratación en Monterrey. Zenón recuerda que al llegar había no menos de diez mil aspirantes a bracero provenientes de varios estados de la república. Según datos oficiales, en un día llegaban a contratar cerca de 4,000 trabajadores. Zenón recuerda lo difícil que era lograr pasar a pesar de tener todos los papeles. Los muchachos se tallaban las manos con piedras y palos para mostrar que estaban habituados al trabajo duro del campo. Zenón tuvo que pasar dos días en el centro de contratación viendo como los iban llamando por estados. Siempre había duda si lograría pasar pues había trabajadores que iban sin papeles y trataban de colarse a pesar de los controles. Ante este peligro, Zenón les dijo a sus compañeros: “vamos a acercarnos a la puerta por si nos llaman”. Algunos dijeron: “no, no es necesario”. Pero Zenón y unos conocidos suyos, más astutos, decidieron acercarse a la puerta. Al poco rato dijeron: “Estado de Oaxaca, pasen nada más 150”. En la puerta varios policías los iban contando. La gente se amontonaba desesperada pues de Oaxaca había como 4 mil trabajadores. Zenón logró pasar.
Ya del otro lado, los revisaron que no estuvieran enfermos, los fumigaron y comenzaron a repartirlos según las solicitudes de los granjeros. A los que estaban enfermos los regresaban a México y estos pobres hombres, sin dinero ni trabajo, tenían que pedir prestado para poder regresar a su tierra. A Zenón le tocó ir a los campos de algodón en el estado de Arkansas. Les daban unos sacos grandes, como de dos metros de largo, tenían que amarrárselos en la espalda y la cintura e irlos llenando de algodón. Una vez llenos los pesaban y los echaban en un camión. Por cada cien libras de algodón les pagaban un dólar con 55 centavos. Zenón lograba hacer, algunos días 200 libras, otros 250 (un poco más de cien kilos). El trabajo era duro y de seguir así debería de haber ganado al mes alrededor de mil pesos. No era mucho, pero comparado con los 80 pesos que ganaba en la tienda de Tlacolula trabajando más de doce horas, era una gran diferencia. Sin embargo, no todos los días se podía trabajar, había veces que helaba y caía nieve y entonces a pesar del esfuerzo realizado no se podía pizcar el algodón porque se helaban las manos. Esto hacía que el sueldo fuera bastante menor, pero superior al salario mínimo en México que en esos años (entre 1950 y 60) andaba alrededor de 30 pesos mensuales.


El autor, don Manuel Esparza, el biografiado don Zenón Ramírez y la Dra. Ethelia Ruiz Medrano, ponente que leyó una interesante reseña bibliográfica.

Entre 1957 y 1964, Zenón realizó ocho viajes a los Estados Unidos. Estuvo en Texas, en California y en otros sitios. Siempre buscando lugares donde las condiciones de trabajo fueran menos duras y el salario un poco mejor. En Texas, las barracas donde dormían eran viejas y los catres sucios y llenos de grasa. El calor en el campo era extenuante, tanto que había trabajadores que se desmayaban por la insolación. Los que resistían tenían que exprimir sus camisas para quitarles el sudor y lavarlas por la noche. En ese campo agrícola, no les daban comida. Después de trabajar todo el día, por la noche, cansados, tenían llegar a preparar su comida: echar tortillas y preparar un poco de café, ocasionalmente algo de avena.
Entonces, Zenón y sus amigos de Tlacolula se enteraron que las condiciones de trabajo en California eran mejores y el sueldo menos malo. Zenón y compañeros regresaron a Monterrey para de ahí tomar un camión hacia Guadalajara y después hacia Empalme Sonora donde estaba otro campo de contratación. Pero sus documentos de trabajo ya estaban sellados pues ya habían pasado a los Estados Unidos. Entonces había que borrar de ellos el sello que tenían con algo de migajón y después ensuciarlos un poco para que no se notara. Igual que en la ocasión anterior los trabajadores se arremolinaban esperando pasar. Llegaban miles y sólo pasaban unos cuantos. De nuevo la suerte, la astucia de Zenón y sus amigos, les permitió pasar y valió la pena. El trabajo en California en sembradíos de jitomate seguía siendo duro pero acá las barracas donde dormían mejores y les daban los alimentos. En ocasiones sándwiches y en otras arroz agusanado. Todo para conseguir ganar unos dólares más para enviar a la familia y otros gastarlos los domingos yendo al cine, a tomar unas cervezas o con las muchachas, gringas, mexicanas o hasta alguna japonesa.
Cada viaje tuvo sus momentos difíciles y sus retos. Cada uno amerita leerlo con calma pensando en todos los trabajadores que fueron en el programa bracero y en todos los que hoy arriesgan sus vidas intentando cruzar la frontera en busca de un futuro mejor, dejando atrás un país que no logra ofrecerle a su gente un salario justo y un futuro digno.


La mesa de presentadores.

En 1963 fue el último viaje de Zenón. Al año siguiente se terminó el programa bracero. Para entonces Zenón ya estaba acostumbrado a viajar, con Yola –su esposa- (esa es otra historia que no les he contado y que dejo que ustedes la disfruten en el libro) se fueron a Veracruz donde trabajó en la distribuidora de Cervezas Moctezuma y después como estibador en el puerto. Después de seis meses regresaron a Oaxaca. Zenón no quería trabajar en su pueblo solo de albañil y fue a la ciudad de Oaxaca donde buscó trabajo y en 1967 logró entrar a trabajar al Museo Regional de Oaxaca como auxiliar de intendente. No era una plaza fija, sino un nombramiento temporal y cada año había que renovarlo. El salario era algo mejor que como peón de albañil pero insuficiente. La familia había crecido y habían llegado dos niños y una niña, y Edith estaba en camino. Los viajes de Tlacolula a la ciudad de Oaxaca eran cansados y se perdía mucho tiempo y dinero. Zenón y Yola decidieron buscar donde vivir en Oaxaca y encontraron un cuarto sin luz eléctrica, sin baño y con una cocina abierta techada con lámina. Además, no aceptaban niños. Astuto, como siempre, Zenón le dijo al dueño del cuartucho que no tenía niños; cuando éste se enteró ya era demasiado tarde. Por otra parte, Yola tenía que limpiar el baño que compartían con los otros inquilinos de la vecindad y don Albino ayudó a mejorar el cuarto poniéndole piso y electricidad. Ahí vivieron durante seis meses, hasta que la familia encontró trabajo en la finca que la familia Bernal había construido en la ciudad de Oaxaca.
Zenón y Yola aceptaron cuidar la casa de los Bernal, ahí tenían un alojamiento un poco mejor. Los niños podían jugar en el jardín y en la fuente siempre que los dueños de la casa no estuvieran. Cuando estos llegaban, en el verano, durante las excavaciones en Yagul, o a fin de año. Entonces los niños debían de esconderse y no molestar. Yola tenía que tender trece camas. Zenón levantarse temprano y recoger los restos de la fiesta de la noche, alzar las copas y los vasos, meter los discos en su funda y arreglar la sala para que cuando la señora de la casa se levantara todo estuviera en orden.
Poco a poco, ahorrando de su trabajo en el Museo y como cuidadores de la casa de los Bernal, Zenón y Yola lograron construir una casa propia. Menuda sorpresa se llevaron los Bernal cuando les avisaron que se iban. Finalmente, después de años de trabajo, la familia tenía una casa digna hecha de ladrillos y material, fresca en el verano y abrigadora en invierno.
Mientras tanto logró ascender en el INAH, de ayudante de intendente (encargado de limpiar corredores y baños) Zenón pasó a ser vigilante, después Intendente y finalmente director del Museo Regional de Santo Domingo. A fines de la década de 1970, Zenón coordinó la visita de la esposa de José López Portillo presidente de México. Por esos años también recibió y atendió en el Museo a la Reina Isabel de Inglaterra y al príncipe consorte. Poco antes de 1977 atendió a Henry Kissinger Secretario de estado de los Estados Unidos. El logró cumplir con todos los detalles de seguridad y del rígido protocolo que se imponía.
Un largo camino se había transitado, desde aquel joven astuto que logró burlar los controles en los campos de contratación de los braceros y el Director que ahora atendía a líderes de la política mundial.
Para 1994, después de veinte años en el INAH, Zenón decidió jubilarse. Sus hijos ya eran profesionistas: dos dentistas, un contador y una maestra normalista. Muchos años de trabajado, disciplina y astucia habían transcurrido. En el recuerdo queda aquel joven que a los diez y siete años dejó Tlalcolula para ayudar a su familia. Sin duda Zenón ha cumplido con su tarea en esta vida. Hoy le toca cuidar de las hermosas flores que adornan el jardín de Yola y cuando llega el día de muertos ayuda con todos los preparativos del mole y a los amigos nos recibe con una copita de mezcal.

El Salón Decorado del Centro Cultural Santo Domingo
fue el lugar de la presentación, que lució así.





2 comentarios:

  1. Que gran historia de vida la de Don Zenón, realmente muy inspiradora, muy digna, muy llena de ganas de querer salir adelante, como esta historia, esta plagada Oaxaca, de gente que literal "nació con una mano adelante y la otra atrás"pero que supo ver más allá y que gracias a su esfuerzo, caracter y entusiasmo salió adelante. Reciba un gran saludo desde Puebla, querido paisano Don Zenón.Gracias por compartir esta historia de vida.

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    1. Gracias, Sr. Farías.
      He reenviado su comentario a don Manuel Esparza, autor del libro de don Zenón.
      C.S.

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