El título del libro es el siguiente: Los Periódicos Oficiales de México. Doce recuentos históricos, pero en mi opinión es equívoco e inadecuado para el lector contemporáneo, pues todos sabemos la carga peyorativa que significa hoy llamar "oficial" a un periódico. Para una nueva edición deberían sus coordinadores pensar en poner uno más acertado.
Va pues el texto que preparé al respecto de libro tan interesante. La ilustración de portada se usó para hacer el diseño del póster-invitación:
LA PRENSA DE MÉXICO
EN EL SIGLO XIX, UN HUERTO ABIERTO Y SIEMPRE FRESCO PARA EL
HISTORIADOR.
Por Claudio Sánchez
Islas.
Periodista y
Director de Carteles Editores.
Ciudad de Oaxaca. 30
de septiembre de 2016.
Al
periodista Sergio Aguayo, en solidaridad.
1.Se escribe en la
prensa motivado por el deseo de influir en el lector. Tal es
su esencia.
Empuñamos el
cálamo, tundimos la máquina o sobre una pantalla touch
pulsamos nuestros dedos: el objetivo de la prensa decimonónica era
el mismo que el del tiempo que estamos corriendo. Hay un lector que
nos preocupa y que creemos que nos lee y nos hará caso. Por eso
escribimos en la prensa intentando incidir en lo que se conoce como
opinión pública, que es una idealización del colectivo de
lectores, unitario y moralmente justo, pero imperfecto a causa de que
le falta una sola cosa para ser la Jerusalén celestial en la tierra:
que conozca nuestra opinión personal publicada en letra de molde y
que esté de acuerdo. Mientras ésta no se externe, la opinión
pública nos parecerá coja a los periodistas. Una parte de la
opinión pública, además, está ávida de que alguien le ponga en
claro el estado de cosas que le afectan en su vida cotidiana. Ya sea
que esté de acuerdo con el punto de vista del redactor o que
olímpicamente lo rechace, aquella opinión personal irá a engrosar
el caudal del río revuelto de opiniones, datos, sentires y mofas que
fertilizan la imaginación de la sociedad y a veces, solo a veces,
cambia el rumbo de su historia.
A la prensa le
conocemos como el cuarto poder desde que tras la independencia
dejó de imprimir sermones y rosarios y dedicó sus ajuares de plomo,
tinta y papel a atizar el combate político entre federalistas y
centralistas. Fue el siglo en que la patria si no olía a pólvora
recién quemada olía a tinta recién impresa. En ambas iban da por
medio la pasión y la rabia, pero también la burla y la crítica. La
nación se fue haciendo con dosis parejas de vanguardia y retroceso,
pero desde entonces quedaron establecidas las reglas no escritas de
las zigzagueantes relaciones entre el poder público y los
periodistas, algunas veces heroicas y muchas veces nefastas. Como
sea, por ser la prensa en general el cuarto poder, tuvo que
sufrir la misma suerte de los otros tres, es decir alternar periodos
de crisis de credibilidad con destellos de asertividad. En el medio
fue surgiendo el lector. Llamémosle así, genéricamente, a
la sociedad cuya conciencia plural idealizada era el objetivo de
tantas hojas impresas. En este libro que presentamos hoy, coordinado
por Adriana Pineda Soto, y titulado Los Periódicos Oficiales de
México. Doce recuentos históricos, como periodista que
he sido, encuentro una estupenda puerta abierta que puedo traspasar
si estoy interesado en comprender las relaciones pasadas y actuales
entre la sociedad y el poder, intermediada por la prensa de
provincia. Así que es bienvenida en Oaxaca esta publicación
auspiciada por la Comisión de Bibliotecas y Asuntos Editoriales de
la LXIII Legislatura del Senado de la República.
2.Hablar de la
prensa de entonces y la actual también requiere de hacer gradaciones
porque su abanico es tan ancho como lo es el interés de la sociedad.
En un extremo convive el irreverente humor negro y en el otro la
lisonja. Hay periódicos satíricos y hay periódicos filosóficos y
moralistas, hay periodistas diestros en el silogismo y los hay
albureros y perros... de todo hay en la viña del Señor. El ancho
huerto informativo que forman los medios de comunicación convierten
al lector de la prensa en una suerte de abeja utilísima cuyos
intereses informativos la llevan de un tema a muchos otros y en ese
mismo impulso va perpetuando la vitalidad de la floresta quizás sin
ser consciente de ello, pero así funciona el ecosistema
sociedad–prensa–poder.
En
el siglo XIX la prensa asumía un principio moral del que carece en
la contemporaneidad: llevarle las luces a la opinión pública,
es decir educar a la masa en los derechos y deberes ideales para ser
una nación “civilizada”... aunque debemos entender que se
educaba según el color del cristal político ideológico tras el que
cada quien escribía. Esto, sin embargo, no debe verse como un
defecto, sino como una virtud de la pluralidad de la prensa. Desde
que en las Cortes de Cádiz destaparon
la “caja de pandora” y se
establecieron los objetivos universales de la prensa liberal
la sociedad mexicana no volvió a ser la misma.
Vale la pena citar
textualmente el famoso Decreto IX de Cádiz fechado el 10 de
noviembre de 1810 titulado “Libertad política de la Imprenta”
que dice así: “Atendiendo las Cortes Generales y
extraordinarias a que la facultad individual de los ciudadanos de
publicar sus pensamientos e ideas políticas es, no
sólo un freno de la arbitrariedad de los que gobiernan, sino también
un medio de ilustrar a la Nación en general, y el único camino para
llevar al conocimiento de la verdadera opinión pública [...]”1
.
El
revolucionario código de Cádiz parecía haberlo contemplado todo
porque en el artículo IV establecía lo siguiente:
“Los libelos infamatorios, los subversivos de las leyes
fundamentales de la monarquía, los licenciosos y contrarios a la
decencia pública y buenas costumbres serán castigados con la pena
de la ley y las que aquí se señalarán.”
En efecto, marcaba un límite a la prensa lenguaraz,
pero dejaba suelta a la lisonjera
y
este
exceso del periodismo –que
ya
en
el siglo XX alcanzaría
la cima de su desprestigio–
resultó
más dañino para la sociedad que el otro, sobre todo cuando
con dineros públicos ha
sido pagado
el endiosamiento del poderoso y el corrupto, cual
sea el color de su partido político.
Por ello en este libro se pone a
discusión si la prensa puede ser o no una fuente confiable para la
historia. Todo ello ha deslavado
en general al ejercicio periodístico de provincia
que ahora
estaría obligado
a leer libros como éste porque le conviene hacer las reflexiones que
recuperen su historicismo y prestigio pues no solo los tres poderes
están enfangados
en la decadencia, también el cuarto
poder.
La
democratización de la vida institucional de México será imposible
si alguno de los cuatro se rezaga.
La imprenta
tipográfica le ofrecía al gobierno constitucional economía para
producir ejemplares, volumen para multiplicar su mensaje y velocidad
para alcanzar a la masa lectora... Era el espíritu de la modernidad
puesto en las manos de la élite letrada provinciana, pero no iba
solo ni hueco: arropaba el vital deseo de opinar sobre la realidad y
quizás de proponer alternativas para transformarla, cuando no
simplemente de pitorrearse del poderoso y las pifias sociales. En ese
contexto es como debemos entender que el concepto de “periódico
oficial” que sustenta este tomo es muy diferente al que hoy posee.
Así pues, la esmerada flor que brotaba de la institución pública
en tanto “líder legítimo” de la opinión pública o “modelo
legal” a seguir, en ese mismo huerto crecía alrededor de tan
sacrosanta corola la más viva, tenaz y variada maleza. Donde había
un periódico oficial florecía también la prensa de combate. El
nombre de “Periódico oficial” quedó solamente como una
extensión jurídico–administrativa de los gobiernos en funciones.
Se le quedó el nombre en razón de su regularidad, pero no es un
periódico para congeniar ni disentir, sino para referenciar edictos
y decretos. Un periódico, para poder ser llamado como tal, debe
tener una línea editorial opinativa.
Aquí estamos
presentando un interesante tomo que reune las reflexiones de lectores
extemporáneos que, cosa rara pero grata, se han puesto a leer y
releer periódicos viejos buscando respuestas a una multitud de
preguntas y en el fondo buscando resolver la curiosa ecuación que se
va formando en el transcurso del tiempo entre el redactor, el
periódico, el lector y la patria en construcción o demolición.
Vale aclarar que no son lectores comunes, son investigadores de la
Red de Historiadores de la Prensa y el Periodismo en Iberoamérica, a
la que pertenecen nuestros anftriones Francisco José Ruiz Cervantes
y Carlos Sánchez Silva, profesores del Instituto de Investigaciones
en Humanidades de la UABJO, que han mantenido de manera constante
entre sus temas profesionales el estudio al detalle de los acervos
hemerográficos oaxaqueños.
3.En mis tiempos de
reportero se decía que el diario que acabábamos de publicar
temprano en la mañana al medio día se revelaba por fin su verdadera
utilidad, que era la de envolver las tortillas. Los políticos
aldeanos como los de Oaxaca, cuando querían hacernos morder el polvo
de su menosprecio nos decían que el periódico les era muy útil...
pero para matar las moscas. No hace muchos días repitió en público
esta catilinaria una burócrata de angora buscando con su jerigonza
empalagar la oreja de su amigo gobernador2...
Ya sin frenos la boquifloja le ilustró obsequiándole otro dato
fruto de su experiencia doméstica –tip que el funcionario
desconocía– que a falta de moscas ella empleaba el periódico para
limpiar vidrios también...
¿Para qué sirve la
prensa, pues? En su momento para resaltar lo que es capaz de ver y
averiguar, pero casi dos siglos después ¿para qué nos puede sirvir
esa sopa fría? La publicación del tomo “Los
periódicos oficiales en México”,
coordinador por Adriana Pineda Soto, nos ofrece no una sino doce
respuestas, pues reunió ensayos de
buena parte de la república mexicana. Por ejemplo del norte
están Nuevo León y Zacatecas; del
golfo, Veracruz; del centro: el ex Distrito Federal, Querétaro,
Estado de México y Guanajuato; del occidente, Michoacán y Jalisco y
del sur Chiapas y Oaxaca.
Quienes hacemos
periodismo vemos el tema desde otro ángulo porque somos “actores,
[…] agentes indiscutibles de la arena pública”3,
como escribió Fausta Gantús en el interesante texto que prologa
esta edición. Visto desde dentro, el periódico que circulará
mañana será una momentánea síntesis de idealismo y frustración,
solamente un cuadro fijo de una película muy larga. La psicología
del periodista, sea oficial, oficioso o “de ataque”, es la misma:
incidir en su realidad concreta para imponerle los rasgos ideales que
está seguro deberían tener ya fuera para alcanzar la felicidad
decimonónica o el desarrollo estabilizador del siglo XX o la
democracia plena del XXI.
En la precariedad
del siglo XIX un gobierno que dispusiera de una imprenta, tipógrafos,
papel y tinta, no podía dejar de lado su función transformadora y
utópica. Cada periódico era en sí mismo una extensión de la
batalla por diseñar una patria funcional, un gobierno eficaz y una
unidad nacional que sólo existía en la mente de sus redactores.
Aunque retóricos a más no poder, no peroraban solos en el desierto,
sino estimulados por una opinión pública que les exigía hablar más
alto y más fuerte y si era en tono jacobino o sarcástico mejor. Lo
podemos colegir por ejemplo en el apéndice del texto de Jaime Olveda
“Los periódicos oficiales de Jalisco, siglo XIX”4,
donde solo en 1869 circularon simultáneamente seis periódicos. El
abanico era muy amplio. Tenemos por ejemplo al que se autonombraba
“progresista”, en cuya cabeza se leía el título de “La
Cencerrada”; el “Eco del Pueblo” se hacía llamar
“independiente”; en la misma semana el tapatío podía ir a
comprar “La Ilustración Espírita”, cuya divisa fue la “defensa
del espiritismo” y otro menos chinguiñoso podría adquirir el
“Lucas Gómez”, que advertía ser “Excéntrico, fracote”. Uno
más se definía como “Miscelánea semanaria destinada a las clases
menesterosas” y llevaba por título el pomposo neologismo “El
filopólita”... Por cierto ¿qué significa “cencerrada”?
La variedad en la
prensa oaxaqueña no se quedaba atrás. Sánchez Silva y Ruiz
Cervantes, en el texto que se incluye en este tomo, nos hacen ver qué
florido estaba nuestro huerto periodístico entre 1874 y 1875: “...
como muestra de libertad de pensamiento existente en la capital
estatal, en las páginas de El Regenerador [periódico
oficial] se reportaba la existencia de otras publicaciones: La
Linterna, La Voz Popular, El Municipal, El Grano de Arena y La
Cruz, los dos últimos de clara filiación católica. Al año
siguiente la prensa oficial daba cuenta de nuevos títulos: La
Situación, semanario independiente, El Bautista, La Zarzuela
y La Quijotita.”5 Usar la sátira
les ayudaba a esquivar la censura o la represión directa, además de
que, por supuesto, le ponían sabor al caldo siendo el
contrapeso vernáculo de los tres
constitucionales, el cuarto
poder, el
único que se les ponía
al tú por tú a tirios y troyanos,
el pequeño David que acechaba
al Goliat del estado.
Que contraste con el
Oaxaca virreinal que el historiador José Antonio Gay describe con
esta imagen: “...y es cierto que en aquel tiempo no se perpretaban
horribles delitos, ni el pueblo se agitaba en convulsiones
desoladoras, ni los azares de la política conmovían a nadie.”6
4.Siglos después el
autor de la “Galaxia de Gutenberg”, Marshall McLuhan, nos
descifraría la clave de la puntería de sus cabezas o nombres. Lo
sintetizó con el axioma: el mensaje es el medio. El periódico
impreso, ese papel con el que algunas secretarias de estado confiezan
matar sus moscas y limpiar ventanas, es en sí mismo el vehículo de
una potestad que pelea sin pólvora ni espadazos, sino con
argumentos, información documentada o escarnio. Los editores de
antes lo supieron de algún modo, por eso en la elección de las
cabezas y lemas de sus periódicos mensajeaban a la opinión pública
sus principios ideológicos según fueran reacomodándose las fuerzas
políticas a las que daban voz. Ahora podemos entender mejor porqué
en Jalisco bautizaban sus periódicos como “La Cencerrada”
(1869), que el diccionario de la RAE dice que es el “ruido
desapacible que se hace con cencerros, cuernos y otras cosas para
burlarse de los viudos la primera noche de sus nuevas bodas”... o
los matices ideológicos según el viento soplara. Por ejemplo el
cotidiano michoacano que en un tiempo se intituló “La Bandera”,
cuando publicó la Ley de Hacienda y en otro momento se cambió al de
“La Bandera Roja”, cuyo director se confesó como “redactor que
desprecia las opiniones moderadas”7...
y posteriormente mudó al de “La Bandera Imperial”, cuando tuvo
que ser la voz de Maximiliano resonando en tierras purhépechas...
Hubo otro por esos lares que se tituló “La Sombra de Washington”8,
pero en Zacatecas fueron más terminantes al llamar al suyo “La
Sombra de Robespierre” (1859-1860)9,
que fue, por supuesto, peródico oficial del gobierno de su estado.
La prensa
decimonónica, vista desde nuestro balcón contemporáneo, hizo un
derroche de persuasión y retórica para conseguir aquellos fines
civilizatorios y no dudó en publicar juicios inapelables, argumentos
redondos y criminales caricaturas para reducir al político y al
periodista de enfrente que le estorbaban el camino hacia el progreso
social y económico que proponían. Dicho trayecto, que resultó muy
sinuoso, sirvió para muchas cosas más: capacitó a tipógrafos,
estimuló el nacimiento de la industria papelera nacional, multiplicó
el oficio de voceador con lo que miles de menesterosos pudieron
ganarse el pan de cada día, acercó a los lectores información de
medio mundo, recreó a públicos femeninos, halagó o condenó
costumbres sociales, hizo la crónica de la vida provinciana y
divulgó la recién nacida literatura mexicana; concentró a los
intelectuales en tantos bandos como fueran surgiendo, abrió sus
páginas a las plumas más ilustres, la polémica rindió frutos, dio
pormenores de derrotas o victorias militares y, como ave fénix,
moría a cada rato para a cada rato volver a vivir únicamente para
soñar cómo proponer una patria mejor.
5.CONCLUSIONES.
1.Este libro, tan
útil como oportuno para el periodista contemporáneo, comprueba la
utilidad de las hemerotecas. Mi padre, Néstor Sánchez, fundador en
1972 de la Hemeroteca Pública de Oaxaca, lo sabía y lo decía con
frecuencia: “Aquí, en la hemeroteca, el río de tinta de la prensa
oaxaqueña, impetuoso en su momento, llegará a alcanzar el mar
sereno de la historia...” La UABJO posee otra, muy valiosa, hecha y
resguardada por tipógrafos y periodistas que tuvo el Instituto de
Ciencias y Artes entre los siglos XIX y XX.
2.Lo publicado en la
prensa no se compone solo de certezas y fuentes objetivas. La prensa
es el reflejo vivo de los contrastes de la sociedad que la escribe,
que la lee y por supuesto aquella que no la lee. No hay evidencia
material de una toma de conciencia moral de las sociedades, excepto
por lo que se pueda expresar a través de su propia prensa.
3.La prensa
profesional sí tiene entre sus funciones todavía marcar la pauta de
un rumbo mejor para el estado. Eso la diferencia del “facebook”
radicalmente. La
masificación
del internet en el siglo XXI,
cambió el rumbo de la prensa, pero el
lector u
opinión pública sigue siendo la
irremplazable
abeja que requiere nuestro
huerto social para florecer,
especialmente cuando
languidece la autoridad, el régimen envejece y las
crisis sociales lo marchitan todo,
como es nuestro caso.
Referencias:
1.Revista
Iberoamericana de Derechos y Libertades Civiles. Año 2010. Núm. 0,
Edición especial. España. Versión pdf descarga de internet el 25
de septiembre de 2016. p. 1
2.
“Los periódicos sirven para matar moscas y limpiar vidrios”:
[Rosario] Robles.
http://www.jornada.unam.mx/2016/08/25/politica/021n3pol
3.Gantús,
Fausta. “Los periódicos oficiales decimonónicos. Apuntes para una
discusión conceptual y metodológica”, en Pineda Soto, Adriana,
coord. (2016). Los periódicos oficiales en México. Doce
recuentos históricos. Senado de la República y Red de
Historiadores de la Prensa y el Periodismo en Iberoamérica. México.
p. 13.
4.Olveda,
Jaime. “Los periódicos oficiales de Jalisco, siglo XIX”, en
Pineda Soto, Adriana, coord. (2016). Los periódicos oficiales en
México. Doce recuentos históricos. Senado de la República y
Red de Historiadores de la Prensa y el Periodismo en Iberoamérica.
México. p. 43-54.
5.(Sánchez
Silva, Carlos y Francisco José Ruiz Cervantes (2016). “Los
periódicos oficiales: una fuente olvidad de la historiografía
oaxaqueña, 1825–1920”, en Pineda Soto, Adriana, coord. (2016).
Los periódicos oficiales en México. Doce recuentos históricos.
Senado de la República y Red de Historiadores de la Prensa y el
Periodismo en Iberoamérica. México. p.66)
6.Gay,
José Antonio. (1982) Historia de Oaxaca. México. Porrúa. p. 345.
7.Pineda
Soto, Adriana. “Los periódicos oficiales en Michoacán:
Caleidoscopios sociales, 1829-1917” en Pineda Soto, Adriana, coord.
(2016). Los periódicos oficiales en México. Doce recuentos
históricos. Senado de la República y Red de Historiadores de la
Prensa y el Periodismo en Iberoamérica. México. p. 174.
8.Ibidem.
p.168.
9.Flores
Zavala, Marco Antonio. “El periódico oficial de Zacatecas. Un
recuento, 1828-1934” en Pineda Soto, Adriana, coord. (2016). Los
periódicos oficiales en México. Doce recuentos históricos.
Senado de la República y Red de Historiadores de la Prensa y el
Periodismo en Iberoamérica. México. p.148.
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