jueves, 24 de noviembre de 2016

LA PRENSA DE MÉXICO EN EL SIGLO XIX, UN HUERTO ABIERTO Y SIEMPRE FRESCO PARA EL HISTORIADOR.

El pasado 30 de septiembre de 2016 fui invitado como presentador a compartir puntos de vista sobre la edición de que trata esta entrada.
El título del libro es el siguiente: Los Periódicos Oficiales de México. Doce recuentos históricos, pero en mi opinión es equívoco e inadecuado para el lector contemporáneo, pues todos sabemos la carga peyorativa que significa hoy llamar "oficial" a un periódico. Para una nueva edición deberían sus coordinadores pensar en poner uno más acertado.
Va pues el texto que preparé al respecto de libro tan interesante. La ilustración de portada se usó para hacer el diseño del póster-invitación:


LA PRENSA DE MÉXICO EN EL SIGLO XIX, UN HUERTO ABIERTO Y SIEMPRE FRESCO PARA EL HISTORIADOR.


Por Claudio Sánchez Islas.
Periodista y Director de Carteles Editores.
Ciudad de Oaxaca. 30 de septiembre de 2016.


Al periodista Sergio Aguayo, en solidaridad.

1.Se escribe en la prensa motivado por el deseo de influir en el lector. Tal es su esencia.

Empuñamos el cálamo, tundimos la máquina o sobre una pantalla touch pulsamos nuestros dedos: el objetivo de la prensa decimonónica era el mismo que el del tiempo que estamos corriendo. Hay un lector que nos preocupa y que creemos que nos lee y nos hará caso. Por eso escribimos en la prensa intentando incidir en lo que se conoce como opinión pública, que es una idealización del colectivo de lectores, unitario y moralmente justo, pero imperfecto a causa de que le falta una sola cosa para ser la Jerusalén celestial en la tierra: que conozca nuestra opinión personal publicada en letra de molde y que esté de acuerdo. Mientras ésta no se externe, la opinión pública nos parecerá coja a los periodistas. Una parte de la opinión pública, además, está ávida de que alguien le ponga en claro el estado de cosas que le afectan en su vida cotidiana. Ya sea que esté de acuerdo con el punto de vista del redactor o que olímpicamente lo rechace, aquella opinión personal irá a engrosar el caudal del río revuelto de opiniones, datos, sentires y mofas que fertilizan la imaginación de la sociedad y a veces, solo a veces, cambia el rumbo de su historia.

A la prensa le conocemos como el cuarto poder desde que tras la independencia dejó de imprimir sermones y rosarios y dedicó sus ajuares de plomo, tinta y papel a atizar el combate político entre federalistas y centralistas. Fue el siglo en que la patria si no olía a pólvora recién quemada olía a tinta recién impresa. En ambas iban da por medio la pasión y la rabia, pero también la burla y la crítica. La nación se fue haciendo con dosis parejas de vanguardia y retroceso, pero desde entonces quedaron establecidas las reglas no escritas de las zigzagueantes relaciones entre el poder público y los periodistas, algunas veces heroicas y muchas veces nefastas. Como sea, por ser la prensa en general el cuarto poder, tuvo que sufrir la misma suerte de los otros tres, es decir alternar periodos de crisis de credibilidad con destellos de asertividad. En el medio fue surgiendo el lector. Llamémosle así, genéricamente, a la sociedad cuya conciencia plural idealizada era el objetivo de tantas hojas impresas. En este libro que presentamos hoy, coordinado por Adriana Pineda Soto, y titulado Los Periódicos Oficiales de México. Doce recuentos históricos, como periodista que he sido, encuentro una estupenda puerta abierta que puedo traspasar si estoy interesado en comprender las relaciones pasadas y actuales entre la sociedad y el poder, intermediada por la prensa de provincia. Así que es bienvenida en Oaxaca esta publicación auspiciada por la Comisión de Bibliotecas y Asuntos Editoriales de la LXIII Legislatura del Senado de la República.

2.Hablar de la prensa de entonces y la actual también requiere de hacer gradaciones porque su abanico es tan ancho como lo es el interés de la sociedad. En un extremo convive el irreverente humor negro y en el otro la lisonja. Hay periódicos satíricos y hay periódicos filosóficos y moralistas, hay periodistas diestros en el silogismo y los hay albureros y perros... de todo hay en la viña del Señor. El ancho huerto informativo que forman los medios de comunicación convierten al lector de la prensa en una suerte de abeja utilísima cuyos intereses informativos la llevan de un tema a muchos otros y en ese mismo impulso va perpetuando la vitalidad de la floresta quizás sin ser consciente de ello, pero así funciona el ecosistema sociedad–prensa–poder.
En el siglo XIX la prensa asumía un principio moral del que carece en la contemporaneidad: llevarle las luces a la opinión pública, es decir educar a la masa en los derechos y deberes ideales para ser una nación “civilizada”... aunque debemos entender que se educaba según el color del cristal político ideológico tras el que cada quien escribía. Esto, sin embargo, no debe verse como un defecto, sino como una virtud de la pluralidad de la prensa. Desde que en las Cortes de Cádiz destaparon la “caja de pandora” y se establecieron los objetivos universales de la prensa liberal la sociedad mexicana no volvió a ser la misma.

Vale la pena citar textualmente el famoso Decreto IX de Cádiz fechado el 10 de noviembre de 1810 titulado “Libertad política de la Imprenta” que dice así: “Atendiendo las Cortes Generales y extraordinarias a que la facultad individual de los ciudadanos de publicar sus pensamientos e ideas políticas es, no sólo un freno de la arbitrariedad de los que gobiernan, sino también un medio de ilustrar a la Nación en general, y el único camino para llevar al conocimiento de la verdadera opinión pública [...]1 .

El revolucionario código de Cádiz parecía haberlo contemplado todo porque en el artículo IV establecía lo siguiente: “Los libelos infamatorios, los subversivos de las leyes fundamentales de la monarquía, los licenciosos y contrarios a la decencia pública y buenas costumbres serán castigados con la pena de la ley y las que aquí se señalarán.” En efecto, marcaba un límite a la prensa lenguaraz, pero dejaba suelta a la lisonjera y este exceso del periodismo –que ya en el siglo XX alcanzaría la cima de su desprestigio– resultó más dañino para la sociedad que el otro, sobre todo cuando con dineros públicos ha sido pagado el endiosamiento del poderoso y el corrupto, cual sea el color de su partido político. Por ello en este libro se pone a discusión si la prensa puede ser o no una fuente confiable para la historia. Todo ello ha deslavado en general al ejercicio periodístico de provincia que ahora estaría obligado a leer libros como éste porque le conviene hacer las reflexiones que recuperen su historicismo y prestigio pues no solo los tres poderes están enfangados en la decadencia, también el cuarto poder. La democratización de la vida institucional de México será imposible si alguno de los cuatro se rezaga.

La imprenta tipográfica le ofrecía al gobierno constitucional economía para producir ejemplares, volumen para multiplicar su mensaje y velocidad para alcanzar a la masa lectora... Era el espíritu de la modernidad puesto en las manos de la élite letrada provinciana, pero no iba solo ni hueco: arropaba el vital deseo de opinar sobre la realidad y quizás de proponer alternativas para transformarla, cuando no simplemente de pitorrearse del poderoso y las pifias sociales. En ese contexto es como debemos entender que el concepto de “periódico oficial” que sustenta este tomo es muy diferente al que hoy posee. Así pues, la esmerada flor que brotaba de la institución pública en tanto “líder legítimo” de la opinión pública o “modelo legal” a seguir, en ese mismo huerto crecía alrededor de tan sacrosanta corola la más viva, tenaz y variada maleza. Donde había un periódico oficial florecía también la prensa de combate. El nombre de “Periódico oficial” quedó solamente como una extensión jurídico–administrativa de los gobiernos en funciones. Se le quedó el nombre en razón de su regularidad, pero no es un periódico para congeniar ni disentir, sino para referenciar edictos y decretos. Un periódico, para poder ser llamado como tal, debe tener una línea editorial opinativa.

Aquí estamos presentando un interesante tomo que reune las reflexiones de lectores extemporáneos que, cosa rara pero grata, se han puesto a leer y releer periódicos viejos buscando respuestas a una multitud de preguntas y en el fondo buscando resolver la curiosa ecuación que se va formando en el transcurso del tiempo entre el redactor, el periódico, el lector y la patria en construcción o demolición. Vale aclarar que no son lectores comunes, son investigadores de la Red de Historiadores de la Prensa y el Periodismo en Iberoamérica, a la que pertenecen nuestros anftriones Francisco José Ruiz Cervantes y Carlos Sánchez Silva, profesores del Instituto de Investigaciones en Humanidades de la UABJO, que han mantenido de manera constante entre sus temas profesionales el estudio al detalle de los acervos hemerográficos oaxaqueños.

3.En mis tiempos de reportero se decía que el diario que acabábamos de publicar temprano en la mañana al medio día se revelaba por fin su verdadera utilidad, que era la de envolver las tortillas. Los políticos aldeanos como los de Oaxaca, cuando querían hacernos morder el polvo de su menosprecio nos decían que el periódico les era muy útil... pero para matar las moscas. No hace muchos días repitió en público esta catilinaria una burócrata de angora buscando con su jerigonza empalagar la oreja de su amigo gobernador2... Ya sin frenos la boquifloja le ilustró obsequiándole otro dato fruto de su experiencia doméstica –tip que el funcionario desconocía– que a falta de moscas ella empleaba el periódico para limpiar vidrios también...

¿Para qué sirve la prensa, pues? En su momento para resaltar lo que es capaz de ver y averiguar, pero casi dos siglos después ¿para qué nos puede sirvir esa sopa fría? La publicación del tomo “Los periódicos oficiales en México”, coordinador por Adriana Pineda Soto, nos ofrece no una sino doce respuestas, pues reunió ensayos de buena parte de la república mexicana. Por ejemplo del norte están Nuevo León y Zacatecas; del golfo, Veracruz; del centro: el ex Distrito Federal, Querétaro, Estado de México y Guanajuato; del occidente, Michoacán y Jalisco y del sur Chiapas y Oaxaca.

Quienes hacemos periodismo vemos el tema desde otro ángulo porque somos “actores, […] agentes indiscutibles de la arena pública”3, como escribió Fausta Gantús en el interesante texto que prologa esta edición. Visto desde dentro, el periódico que circulará mañana será una momentánea síntesis de idealismo y frustración, solamente un cuadro fijo de una película muy larga. La psicología del periodista, sea oficial, oficioso o “de ataque”, es la misma: incidir en su realidad concreta para imponerle los rasgos ideales que está seguro deberían tener ya fuera para alcanzar la felicidad decimonónica o el desarrollo estabilizador del siglo XX o la democracia plena del XXI.

En la precariedad del siglo XIX un gobierno que dispusiera de una imprenta, tipógrafos, papel y tinta, no podía dejar de lado su función transformadora y utópica. Cada periódico era en sí mismo una extensión de la batalla por diseñar una patria funcional, un gobierno eficaz y una unidad nacional que sólo existía en la mente de sus redactores. Aunque retóricos a más no poder, no peroraban solos en el desierto, sino estimulados por una opinión pública que les exigía hablar más alto y más fuerte y si era en tono jacobino o sarcástico mejor. Lo podemos colegir por ejemplo en el apéndice del texto de Jaime Olveda “Los periódicos oficiales de Jalisco, siglo XIX”4, donde solo en 1869 circularon simultáneamente seis periódicos. El abanico era muy amplio. Tenemos por ejemplo al que se autonombraba “progresista”, en cuya cabeza se leía el título de “La Cencerrada”; el “Eco del Pueblo” se hacía llamar “independiente”; en la misma semana el tapatío podía ir a comprar “La Ilustración Espírita”, cuya divisa fue la “defensa del espiritismo” y otro menos chinguiñoso podría adquirir el “Lucas Gómez”, que advertía ser “Excéntrico, fracote”. Uno más se definía como “Miscelánea semanaria destinada a las clases menesterosas” y llevaba por título el pomposo neologismo “El filopólita”... Por cierto ¿qué significa “cencerrada”?

La variedad en la prensa oaxaqueña no se quedaba atrás. Sánchez Silva y Ruiz Cervantes, en el texto que se incluye en este tomo, nos hacen ver qué florido estaba nuestro huerto periodístico entre 1874 y 1875: “... como muestra de libertad de pensamiento existente en la capital estatal, en las páginas de El Regenerador [periódico oficial] se reportaba la existencia de otras publicaciones: La Linterna, La Voz Popular, El Municipal, El Grano de Arena y La Cruz, los dos últimos de clara filiación católica. Al año siguiente la prensa oficial daba cuenta de nuevos títulos: La Situación, semanario independiente, El Bautista, La Zarzuela y La Quijotita.5 Usar la sátira les ayudaba a esquivar la censura o la represión directa, además de que, por supuesto, le ponían sabor al caldo siendo el contrapeso vernáculo de los tres constitucionales, el cuarto poder, el único que se les ponía al tú por tú a tirios y troyanos, el pequeño David que acechaba al Goliat del estado.

Que contraste con el Oaxaca virreinal que el historiador José Antonio Gay describe con esta imagen: “...y es cierto que en aquel tiempo no se perpretaban horribles delitos, ni el pueblo se agitaba en convulsiones desoladoras, ni los azares de la política conmovían a nadie.”6

4.Siglos después el autor de la “Galaxia de Gutenberg”, Marshall McLuhan, nos descifraría la clave de la puntería de sus cabezas o nombres. Lo sintetizó con el axioma: el mensaje es el medio. El periódico impreso, ese papel con el que algunas secretarias de estado confiezan matar sus moscas y limpiar ventanas, es en sí mismo el vehículo de una potestad que pelea sin pólvora ni espadazos, sino con argumentos, información documentada o escarnio. Los editores de antes lo supieron de algún modo, por eso en la elección de las cabezas y lemas de sus periódicos mensajeaban a la opinión pública sus principios ideológicos según fueran reacomodándose las fuerzas políticas a las que daban voz. Ahora podemos entender mejor porqué en Jalisco bautizaban sus periódicos como “La Cencerrada” (1869), que el diccionario de la RAE dice que es el “ruido desapacible que se hace con cencerros, cuernos y otras cosas para burlarse de los viudos la primera noche de sus nuevas bodas”... o los matices ideológicos según el viento soplara. Por ejemplo el cotidiano michoacano que en un tiempo se intituló “La Bandera”, cuando publicó la Ley de Hacienda y en otro momento se cambió al de “La Bandera Roja”, cuyo director se confesó como “redactor que desprecia las opiniones moderadas”7... y posteriormente mudó al de “La Bandera Imperial”, cuando tuvo que ser la voz de Maximiliano resonando en tierras purhépechas... Hubo otro por esos lares que se tituló “La Sombra de Washington”8, pero en Zacatecas fueron más terminantes al llamar al suyo “La Sombra de Robespierre” (1859-1860)9, que fue, por supuesto, peródico oficial del gobierno de su estado.

La prensa decimonónica, vista desde nuestro balcón contemporáneo, hizo un derroche de persuasión y retórica para conseguir aquellos fines civilizatorios y no dudó en publicar juicios inapelables, argumentos redondos y criminales caricaturas para reducir al político y al periodista de enfrente que le estorbaban el camino hacia el progreso social y económico que proponían. Dicho trayecto, que resultó muy sinuoso, sirvió para muchas cosas más: capacitó a tipógrafos, estimuló el nacimiento de la industria papelera nacional, multiplicó el oficio de voceador con lo que miles de menesterosos pudieron ganarse el pan de cada día, acercó a los lectores información de medio mundo, recreó a públicos femeninos, halagó o condenó costumbres sociales, hizo la crónica de la vida provinciana y divulgó la recién nacida literatura mexicana; concentró a los intelectuales en tantos bandos como fueran surgiendo, abrió sus páginas a las plumas más ilustres, la polémica rindió frutos, dio pormenores de derrotas o victorias militares y, como ave fénix, moría a cada rato para a cada rato volver a vivir únicamente para soñar cómo proponer una patria mejor.

5.CONCLUSIONES.
1.Este libro, tan útil como oportuno para el periodista contemporáneo, comprueba la utilidad de las hemerotecas. Mi padre, Néstor Sánchez, fundador en 1972 de la Hemeroteca Pública de Oaxaca, lo sabía y lo decía con frecuencia: “Aquí, en la hemeroteca, el río de tinta de la prensa oaxaqueña, impetuoso en su momento, llegará a alcanzar el mar sereno de la historia...” La UABJO posee otra, muy valiosa, hecha y resguardada por tipógrafos y periodistas que tuvo el Instituto de Ciencias y Artes entre los siglos XIX y XX.
2.Lo publicado en la prensa no se compone solo de certezas y fuentes objetivas. La prensa es el reflejo vivo de los contrastes de la sociedad que la escribe, que la lee y por supuesto aquella que no la lee. No hay evidencia material de una toma de conciencia moral de las sociedades, excepto por lo que se pueda expresar a través de su propia prensa.
3.La prensa profesional sí tiene entre sus funciones todavía marcar la pauta de un rumbo mejor para el estado. Eso la diferencia del “facebook” radicalmente. La masificación del internet en el siglo XXI, cambió el rumbo de la prensa, pero el lector u opinión pública sigue siendo la irremplazable abeja que requiere nuestro huerto social para florecer, especialmente cuando languidece la autoridad, el régimen envejece y las crisis sociales lo marchitan todo, como es nuestro caso.

Referencias:

1.Revista Iberoamericana de Derechos y Libertades Civiles. Año 2010. Núm. 0, Edición especial. España. Versión pdf descarga de internet el 25 de septiembre de 2016. p. 1
2. “Los periódicos sirven para matar moscas y limpiar vidrios”: [Rosario] Robles. http://www.jornada.unam.mx/2016/08/25/politica/021n3pol
3.Gantús, Fausta. “Los periódicos oficiales decimonónicos. Apuntes para una discusión conceptual y metodológica”, en Pineda Soto, Adriana, coord. (2016). Los periódicos oficiales en México. Doce recuentos históricos. Senado de la República y Red de Historiadores de la Prensa y el Periodismo en Iberoamérica. México. p. 13.
4.Olveda, Jaime. “Los periódicos oficiales de Jalisco, siglo XIX”, en Pineda Soto, Adriana, coord. (2016). Los periódicos oficiales en México. Doce recuentos históricos. Senado de la República y Red de Historiadores de la Prensa y el Periodismo en Iberoamérica. México. p. 43-54.
5.(Sánchez Silva, Carlos y Francisco José Ruiz Cervantes (2016). “Los periódicos oficiales: una fuente olvidad de la historiografía oaxaqueña, 1825–1920”, en Pineda Soto, Adriana, coord. (2016). Los periódicos oficiales en México. Doce recuentos históricos. Senado de la República y Red de Historiadores de la Prensa y el Periodismo en Iberoamérica. México. p.66)
6.Gay, José Antonio. (1982) Historia de Oaxaca. México. Porrúa. p. 345.
7.Pineda Soto, Adriana. “Los periódicos oficiales en Michoacán: Caleidoscopios sociales, 1829-1917” en Pineda Soto, Adriana, coord. (2016). Los periódicos oficiales en México. Doce recuentos históricos. Senado de la República y Red de Historiadores de la Prensa y el Periodismo en Iberoamérica. México. p. 174.
8.Ibidem. p.168.
9.Flores Zavala, Marco Antonio. “El periódico oficial de Zacatecas. Un recuento, 1828-1934” en Pineda Soto, Adriana, coord. (2016). Los periódicos oficiales en México. Doce recuentos históricos. Senado de la República y Red de Historiadores de la Prensa y el Periodismo en Iberoamérica. México. p.148.





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